Oración de Consagración de Colombia a Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá por el Presidente, teniente general Gustavo
Rojas Pinilla. Bogotá, diciembre 8 de 1954.
En el centenario
de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción
que solemnemente clausura el Tercer Congreso Mariano Nacional, como presidente
de Colombia y ferviente católico, consagro la República a la Santísima Virgen.
Una vez más la
patria proclama su realeza con firme voluntad de continuar bajo su maternal
dirección. A esas insignias imperiales del cetro y la corona de los humildes en
comunión espiritual, agrego hoy, interpretando el querer de mis conciudadanos, la Cruz de Boyacá, que ha sido
suya desde aquel luminoso día de 1586, cuando por renovación milagrosa se
acercó más a nosotros, al aparecer resplandeciente sobre el lienzo horadado y
maltrecho, para fijar su definitiva morada en los fértiles valles de
Chiquinquirá, a donde llegan desde entonces en desfile no interrumpido, gentes
de todas condiciones y clases, a dejar en su corazón de Madre angustias y
esperanzas.
Con profunda
devoción me uno al fervor del pueblo, para implorar del Altísimo por conducto
de tan excelsa mediadora, la protección divina para gobernantes y gobernados, a
fin de que los primeros sean probos, efectivos y diligentes en el concepto y
aplicación de los postulados de paz, justicia y libertad, y para que los
segundos, en homenaje a todas las madres colombianas que desde la cuna nos
enseñan a pronunciar con veneración y cariño el dulce nombre de María, en
sincero acto de contrición, olviden las injurias y calumnias de que hayan sido
víctimas y perdonen a los enemigos que por hacerles mal, sacrifican tan impía e
implacablemente a la patria.
Que ella como
Señora y Madre vigilante, aparte de nuestro suelo el comunismo que amenaza a
las creencias y corrompe la nacionalidad, haga imparciales las conciencias de los
jueces, apacigüe las ansias demasiadas de fácil enriquecimiento que llevan al
peculado, mantenga vivo el sentimiento del deber para evitar el despilfarro de
los dineros públicos, extinga en el piélago del amor de Cristo los odios
fratricidas, detenga el golpe artero que vaya a terminar con la vida de
nuestros semejantes y conserve siempre firme y ejemplar la unión de las
autoridades civiles y religiosas, para bien de Colombia.
Que en su infinita
bondad y misericordia, impida que se borren de
nuestra memoria las sangrientas enseñanzas que dejó la violencia
política, y que no se olvide que nos cubre la misma bandera y nos ampara el
mismo cielo.
Que en su bienhechora sabiduría, ilumine a las
inteligencias de quienes orientan la opinión pública y tienen a su alcance los
medios hablados y escritos para divulgar el pensamiento, a fin de que no se
equivoquen en la interpretación y alcances de los derechos humanos que,
explotados demagógicamente con estrecho criterio materialista se conviertan en
amenaza social, y, ajustados a los preceptos cristianos y deberes recíprocos,
son fuente de paz y garantía verdadera de la convivencia nacional.
Y como Madre de Dios y Reina de los mortales haga de nosotros buenos ciudadanos, fieles a
los mandatos de la Iglesia
católica, y respetuosamente de sus legítimos representantes, para que
tranquilos de conciencia, esperemos la hora de la muerte y el fallo justiciero
de nuestros actos en la eternidad.
El Creador nos dio una tierra compendio de toda
hermosura, emporio de todas las riquezas, venero de todas las posibilidades. La Santísima Virgen
María nos asistirá para que aprovechando esos dones, se levante el nivel de vida
del pueblo y no quede un solo colombiano sin educación, sin techo y sin pan.
Así sea.
Tomado de la
revista El Voto nacional, enero de
1955.
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