Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la
Sociedad Mariológica Colombiana
Los
Paramillos de San Juan, esas lluvias repentinas y pasajeras que caen a fines de
junio, ponen en alerta el alma nacional. Es el tiempo del bambuco y la guabina.
Es la hora de pagar las promesas, alistar las mandas y los guámbitos para
presentarlos ante la Patrona ,
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.
El
tropel de necesidades y bendiciones rememoró sus costumbres. El jueves, 4 de
julio, en Choachí (Cundinamarca) una prole devota salió a pie para recorrer los
187 kilómetros
hasta el santuario mariano. A ellos se unirían los de Sutatausa (Cundinamarca),
acompañados por la madrugada del domingo 7. En las rutas se encontraron con los
caminantes de Boyacá que no olvidaron la totuma para la chicha ni el tiple
redentor. La romería desató su fuerza atávica para inundar las viejas trochas
con el paso apasionado de una infantería de titanes.
El
contingente de promeseros, movidos por el llamado de María, colmó de gozo las
sendas, los ríos, las carreteras y las aerovías. Nativos de Chocó, Bolívar,
Nariño, Santander, Tolima, Valle y Casanare,
entre otros, cumplieron una cita con la gracia.
Esa
tradición surgió cuando sus bisabuelos fueron testigos de la coronación de La Chinca. Los mayores
participaron en un multitudinario acontecimiento que destrozó las rejas de
hierro que custodiaban a la estatua de Bolívar en la Plaza Mayor. El 9 de
julio de 1919 escribió en el corazón de los de ruana, con tintas de aguacero
bogotano, la razón de un reinado celestial.
El
cielo, otra vez, les recordó la hora del gran retorno con una lluvia pertinaz.
La logística institucional para cubrir las necesidades de los andariegos
también estaba avisada y lista. En la Capital Religiosa
de Colombia, los padres dominicos soportarían el peso de los pecados y de las
esperanzas.
El
atronador pasitrote de los romeros despertó a los gallos porque querían estar
de primeras en el confesionario. La prisa fue recibida con acogida de lujo. El
obispo emérito de Magangué, Leonardo Gómez Serna, O.P., se sentó a confesar a
las cuatro de la mañana en la
Capilla de la Reconciliación.
La
bendición del prelado les permitió a los penitentes rescatar su pulcritud moral
de la oscuridad del yerro. El sacramento hizo que los forasteros sonrieran
satisfechos cuando los polvoreros rompieron el amanecer con el tronar de sus
voladores encendidos en amapolas de fuego. En ese primer minuto, de las cinco
de la mañana, la alborada se fue por entre la trayectoria de un fulgor
incandescente.
La
ciudad iluminada mostró la invasión de un ejército de patriarcas cuyos rostros
ajados parecían hechura de los alfareros de Ráquira. En sus calabazos olía a
toronjil, agua de panela, leche de ordeño, masato fermentado, guarapo y
aguardiente tapetusa para el brindis democrático. El perfume de la tierra ardió
sobre el vigor religioso de una mansedumbre labriega. La Nación de los poetas y los
desvaríos se sosegó bajo el delicioso encanto de postrarse ante el altar de la Patria. Para muchos,
cesó la horrible noche.
El
martes 9 de julio de 2013, se abrió feliz a los festejos de la celebración
oficial de los 94 años de la coronación de Nuestra Señora en su advocación del
Rosario de Chiquinquirá.
La
anarquía se volvió disciplina y el espacio público se ocupó con el cuidado del
esmero. Las procesiones uniformadas avanzaron seguidas por los fieles que
apretaron sus camándulas de tagua en un salterio victorioso ante la voluntad
del Eterno.
La
réplica del lienzo original de la
Virgen de Chiquinquirá comenzó a moverse. Anduvo como antaño,
sobre los hombros de los varones boyacenses. Su señorial porte, adornado con
una bandera tricolor tejida de flores amarillas, azules y rojas se ganó el
aplauso del sentimiento glorioso.
Un
desfile monumental precedido por el turiferario, los frailes dominicos y los
pendones, abrió la procesión. Los participantes
abarcaron cuatro cuadras antes de conectarse con una multitud aglomerada
entorno de los cargueros.
La
marcha apretujada logró romper la dinámica del estrujón. La gigante manifestación se adaptó al sendero de
las calles de la Villa
de los Milagros. Los Legionarios de María portaron sus estandartes con marcial
humildad. Atrás, seguían los señores obispos que caminaban entre su grey al
singular compás de su empuje apostólico.
Las
religiosas inclinaron sus cabezas junto a los clanes agrupados por sus
tradiciones al abrigo de sus devociones. Los militares se mezclaron entre la
masa apretada para prestarle guardia a la solemnidad embriagante del ambiente.
Los músicos callaron ante el estruendo vociferante de un parlante enorme
instalado sobre un automóvil para transmitirles las oraciones al gentío. Los
foráneos participaron asombrados de ver el movimiento ordenado de las gentes
unidas por la nobleza histórica de su santuario.
Los
cargueros gastaron treinta y cinco minutos en el corto trayecto del parque
Julio Flórez a la Plaza
de Libertad. Allí se ajustaron nuevamente los espacios hasta colmar cada rincón
con un romero a manera de lámparas votivas. La Patrona contemplaba a sus
hijos reunidos bajo el amparo de su manto tutelar. Las andas quedaron bajo
custodia de la
Policía Militar.
A las 11:15 a.m., el arzobispo de San Luis Missouri (USA), Robert J.
Carlson, se preparó para concelebrar la misa en compañía del obispo
de Chiquinquirá, Luis Felipe Sánchez Aponte, y monseñor Leonardo Gómez Serna,
O.P.
Desde la tarima, el maestro de ceremonias presentó al Movimiento
Juvenil Internacional Dominicano con sus delegados de Italia, Haití, Brasil,
México, Filipinas, Aruba y Canadá. La aglomeración escuchó saludos en inglés,
francés e italiano. El don de lenguas hizo de la urbe un lugar de oración en la
conciencia mundial.
Al final de las escalinatas, comenzó a aglutinarse el conjunto de
aproximadamente unas 50.000 personas que seguían atentas los oficios. Las
sombrillas, los paraguas, las pañueletas, las mantillas y las gorras se
ajustaron para cubrir las cabezas. Un sol canicular por ratos rompió los
nubarrones grises con sus calores cundiboyacenses. El encuentro no contó con el
patrocinio de una luz ambiente propicia para la fotografía.
Entre los feligreses se vivía una situación de mística incomodidad.
Algunos venerables ancianos, de rancia estirpe calentana, dejaron a sus
consortes sin las sillas Rimax. Ellas las trastearon en sus delicadas espaldas
y ellos las usaron para descansar a pierna suelta. El patriarcal machismo fue
atenuado por unos abuelos que se turnaron las bancas plegables de madera
marcadas en letras negras con el nombre de la Reina Morena. La mayoría
de los asistentes estuvieron de pie. Dos mujeres permanecieron de rodillas
durante toda la Eucaristía
sin inmutarse. Las yertas baldosas soportaron su impecable sacrificio bajo el
amparo del humilde anonimato.
Entre la concurrencia orante circulaba el comercio con sus costosas
promociones. Una niña, vestida con el traje de su primera comunión, ofrecía los
banderines estampados con la figura de la homenajeada. Los vendedores de
ocasión feriaban el disco compacto en forma de recordatorio por mil pesos. Junto
a ellos pasaban los aguadores con sus tarros plásticos, cansados y sedientos.
La rutina del mercadeo la cambiaron los miembros de la Librería Paulinas
al donar separadores de páginas ilustrados con una oración a la Virgen de Chiquinquirá.
La homilía, de brillante sermón sobre la familia y la fe, culminó de
forma oportunamente pastoral porque los miembros de la Cruz Roja entraron en
acción. Los socorristas atendieron a una víctima del bochorno, el guayabo, el
trasnocho, el ayuno y sabrá Dios que más síntomas agitaban al pálido personaje
en trance de desmayo.
El ritmo litúrgico renovó sus bríos para su segunda parte.
Los visitantes apiñados respondían con júbilo cuando las circunstancias
lo requerían. Eran un solo cuerpo en electrizante movimiento de brazos en
alerta sobre el agobio. Especialmente cuando la procesión de ofrendas fue
acompañada por los acordes musicales de la guabina chiquinquireña.
Los sacerdotes, los frailes y los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión se injertaron
entre la muchedumbre para llevar el Pan de Vida.
Antes de la bendición final, media docena de jóvenes seleccionados para
participar en la
Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, recibieron una medalla de
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para portarla en el pecho como
emblema de su nacionalidad. Momentos después, se otorgó la indulgencia
plenaria, regalo del Año de Fe. La misa campal terminó a las 12:45 p.m.
El alcalde del municipio aprovechó el tumulto para agradecer, pero la
muchedumbre desapareció del lugar. La forma humana en cohesión se desvaneció en
desbandada. En un lapso de 10 minutos la plazoleta estaba vacía. Las calles,
los hoteles, los restaurantes y los barrios modernos recibieron el reingreso de
los visitantes a sus puntos de partida. La fiesta no se acabó sólo se
transformó. La Basílica
volvió a abrir sus puertas para oficiar las celebraciones, pero en horario
dominical. La acción sorprendió a una familia de Zipaquirá que entró a rezar el
rosario y la recibieron con la frase: “La paz sea contigo”.
Los raizales reposaron el almuerzo en las cafeterías ubicadas en el
centro histórico. En esos lugares, tan acogedores, se escuchaban charlas
informales sobre la
Santísima Virgen María. Los ponentes ilustraban a sus
contertulios con interesantes conceptos nacidos de la piedad popular. Si ese
bagaje cultural, lanzado a la deriva de las mesas, se pudiera llevar a la
academia habría un torrente de Mariología para nutrir a los seminarios y
universidades.
Los promeseros hablaron de la Virgen
María con la propiedad de un concilio ecuménico. Así se
sostuvo la tradición sobre el pedestal de la verdad. Allí no se cambió el
magisterio de la Iglesia
por opiniones feministas de sesgado tinte antropológico que manchan a la
teología con sofismas de pupitre. Simplemente se discutió sobre unos conceptos
que bordaron el anagrama de María sobre el telar de la clemencia católica.
La cátedra se almacenó en las remembranzas porque el amigo de este
cronista, Marco Suárez, recordó las andanzas de su abuelo Lisandro en la vereda
de El Quiche. Él, en el año de 1955, ejecutó una ronda diaria por las casas
campestres con un cuadro de la
Virgen de Chiquinquirá para restaurar la armonía en los
hogares del sector. Curiosamente, algo similar anunció la Conferencia Episcopal
Colombiana. La institución hará una
peregrinación por el río Grande de la Magdalena , entre el 8 de septiembre y el 8 de
diciembre. El periplo fluvial recorrerá desde La Dorada hasta Barranquilla
para unir al país en una oración por la paz.
Ese plan ya se tejía con las camándulas de los
parroquianos que seguían ingresando al templo para dejar sus “milagros”, figuras de cera, fabricadas por docenas
para acreditar los favores celestiales ante la Virgen Madre. El testimonio de
agradecimiento aún molesta a ciertos religiosos por considerarlo un ritual de
idolatría. Los clérigos se olvidan de que las bendiciones son patrimonio del
Altísimo y muchas son parte de la historiografía. La edición del periódico Veritas nro 3174 (de ese día) publicó
dos beneficios recibidos contra la lógica de la sapiencia humana.
Mientras las sombras del intelecto y del atardecer se inclinaban ante
el primer santuario de la
América del Sur, los últimos viajeros fueron a visitar el
Pozo de la Virgen
para redactar sus mensajes en un cuaderno donde consignaron la gratitud
embriagante de un suceso integrado a sus raíces ancestrales.
En ese sacro recinto se emitía, por circuito cerrado de televisión, un
video con datos un tanto errados sobre la historia del lugar. ¿Sería por eso
que los peregrinos salieron apresurados en busca de un confesor? No se supo. Lo
cierto es que a las 4:35 de la tarde aún se hacía la fila para reconciliarse
con Dios. Habían pasado más de 12 horas de continua predicación dominicana para
limpiar el neuma del estigma de la transgresión. Lo cual ratificó las palabras
de doña María Ramos, en 1586: “pues sois de los pecadores el consuelo y la alegría,
oh madre clemente y pía, escuchad nuestros clamores”.
El sol anunció en el horizonte un resplandor de suspiros
incandescentes, sin prisa ni final. El trajín continuaría con su labor diaria. El peregrinaje parece eterno. Sólo se
incrementará en cifras desproporcionadas, en octubre y diciembre, cuando se
volverá a hablar en los caminos precolombinos de la gran romería.
Al término de la jornada, los atafagos del regreso se impusieron En la
terminal de transportes, una anciana encorvada apoyada en un bastón metálico
buscó a una operaria porque dejó olvidado un paquete de sacramentales en el
baño. La funcionaria le sugirió contactar al encargado de las cámaras de
seguridad para saber quién recogió las pertenencias.
La matrona se alejó para mascullar sus jaculatorias, repletas de una
tristeza resignada. El resto de sus quejas se las tragó la parábola del retorno
a su morada. Lo dolorosamente gratificante es que la octogenaria nana viajó
íngrima para felicitar a la
Virgen de Chiquinquirá en su nonagésimo cuarto cumpleaños
como Reina de Colombia.
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