Me he regocijado mucho y he bendecido a Dios por la
instauración de la gloriosa fiesta del Santo Nombre de María, así como por el
favor hecho a nuestra Orden, con preferencia a otras, de poderla celebrar con
tanta solemnidad. Pero he tenido algo de tristeza al ver la poca devoción y
celo de las gentes y, sobre todo, de las hijas espirituales y hermanas en
religión que se muestran tan poco diligentes en los solemnes oficios de este
día.
Aquel día se imprimió en mi alma una cierta visión
mostrándome cómo Satán parecía rugir y arañar de rabia, de pena, de odio y de
despecho porque este nombre glorioso y dulcísimo se encontraba así honrado y
ensalzado. Esta visión aumentó mi alegría, mi contento y también mis acciones
de gracias hacia este Dios que había inspirado todas estas cosas. Mofándome de
Satanás le decía: "¡Oh villana bestia, cómo debes sentir que esta
Virgencita te haya machacado la cabeza y te haya arrebatado tu potencia! ¡Ya no
puedes nada, y no eres más que una pobre, una débil mosca, desde el instante en
que esta dulce y amable Virgencita quiera poner en obra su potencia y su
autoridad! Pero ¡oh bestia maldita y condenada!, no impedirás, sin embargo, que
Ella sea exaltada, honrada, querida. No puedes nada contra Ella, ni incluso
contra aquellos que la aman y ponen en Ella su confianza. Yo me glorío que
tenga tanto imperio sobre ti. No temo ni tus asechanzas ni tus violencias, ni
ahora ni en la hora de mi muerte. Porque espero que entonces, como ahora,
llevaré su dulcísimo nombre grabado en mi corazón; y cuando veas este corazón
sellado con este sello divino, no tendrás la audacia de aproximarte".
María de Santa Teresa.
Carmelita
(1623-1677).
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