Por
Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica
de Colombia
La
pregunta surge del discurso de fray
Francisco Mora Díaz, O.P., leído
el 9 de julio de 1944 junto al Capitolio
Nacional, en las Bodas de Plata de la coronación de la Virgen de Chiquinquirá como
Reina y Patrona de Colombia.
El
fraile afirmó: “…Bolívar se postró ante la Virgen del Rosario de
Tutazá pidiendo su auxilio en la jornada que iba a principiar, y en la que casi
perdida la batalla del Pantano de Vargas, acudió a la misma Señora; amenazó a
un coronel que blasfemaba contra la
Virgen de Chiquinquirá, con fusilarlo por la espalda si
continuaba atacándola…” (Cf. Fray Mora Díaz, O.P. Historia de los santuarios marianos de Colombia. Tomo I. Talleres
gráficos Mundo al Día, 1950).
Para
intentar resolver el misterio sobre el in suceso mariano es importante recordar
que el pantano era parte de un angosto valle ubicado a cinco kilómetros al
oriente de Paipa (Boyacá). Por allí pasaba una quebrada que le dio el nombre al
formar con sus aguas desbordadas, grandes y peligrosos tremedales. En ese
sitio, gracias a la genialidad bolivariana, unas tropas formadas por llaneros,
labriegos y soldados que representaban a las Provincias Unidas de Nueva
Granada, la República
de Venezuela y la
Legión Británica luchaban por salir de ese berenjenal para
enfrentar a la
Tercera División del Ejercito Expedicionario Español, ubicada
en los sitios del Picacho y el Cangrejo, terreno seco y alto.
Lo
apurado y crítico de la situación permite vislumbrar que el momento no era el
indicado para entablar una compleja conversación sobre táctica y estrategia.
Entendido
el problema militar, vale preguntarse qué motivó el insulto a La Chinca. La respuesta
debe surgir de aquel caos hecho emergencia. Es posible que entre los azorados
campesinos reclutados a última hora en las veredas cercanas, para cubrir las
bajas causadas por el paso del Páramo de Pisba y de las acciones de Gámeza,
Tópaga y Corrales, algunos conscriptos aterrados ante el empuje de los Húsares
de Fernando VII, invocaran a la
Patrona con la tradicional jaculatoria: “¡Virgen de Chiquinquirá, amparadnos!” Esa
súplica, voceada entre las filas, sacó de casillas a un desmontado coronel de
caballería enardecido por ver como se perdía la justa. La frustración se
desahogó con irrepetibles imprecaciones. En la escuela de la guerra a muerte no
había espacio para la piedad cristiana.
El
meollo del asunto se complicó porque las historietas de academia, tan amantes
de fabricar ídolos grecorromanos sobre la alpargata muisca, no dicen nada sobre
el tema. Sin embargo, las palabras del dominico, documentadas para una ocasión
trascendental, y lanzadas frente a un conglomerado de conspicuos representantes
del gobierno liberal tienen una grave acusación contra un alto mando del
Ejército Libertador.
El
mutismo institucional ratificó la aseveración del vehemente predicador. Pero el
punto clave siguió sin resolverse porque en el famoso enfrentamiento estuvo un
puñado de comandantes que ostentaron los grados de Teniente Coronel y Coronel
Efectivo.
Entre
los más destacados aparecen, en orden aleatorio: 1. Juan José Rondón Delgadillo
(venezolano). 2. Lucas Carvajal (venezolano). 3. Leonardo Infante Álvarez (venezolano). 4. Diego
Ibarra (venezolano). 5. Bartolomé Antonio de la Concepción Salom (venezolano).
6. Antonio Obando (colombiano). 7. Ambrosio Plaza (venezolano). 8. Justo
Briceño Otálora (venezolano). 9. Manuel
Manrique (venezolano). 10. Ramón Nonato Pérez (¿venezolano?). 11. José la Cruz Carrillo
(venezolano). 12. Antonio Morales
Galavis (colombiano). 13. Arthur Sanders (irlandés). 14. James Rooke (irlandés).
15. Hermenegildo
Mujica (venezolano). 16. José
Florencio Jiménez (venezolano). 17. Pedro Fortoul (colombiano). Son
12 venezolanos, 3 colombianos y 2 irlandeses.
Difícil determinar cuál
pudo ser el impío, pero la estructura de la hipótesis ordena reducir la muestra
con base en lo expuesto por el padre
Mora. Él sitúa al irreverente muy cerca de Bolívar, es decir en la retaguardia,
donde a pesar del fragor de la contienda lo puede escuchar y amenazar. Eso
reduce la cantidad a ocho sujetos y a cuatro si se omiten los oficiales del
Estado Mayor que debían estar ocupados en buscarle una salida a la debacle con
cierta cortesía militar. Entonces, las probabilidades de hallar al responsable
simplemente aumentan.
Los restantes sobresalen
por estar sus nombres inscritos en las páginas del heroísmo, Rondón, Carvajal,
Infante y Mujica. Ellos cargaron, por orden de Bolívar, desde la zona de
reserva hasta la línea enemiga para convertir la derrota en una victoria a
favor de las armas neogranadinas.
Juan José Rondón, el paladín
de la caballería, se descartó por lo dicho en el punto dos de su testamento de
1822, poco antes de morir: “…Es mi voluntad que se diga por mi alma a
intención veinte misas a Nuestra Señora del Carmen y otras tantas a la Pura y Limpia Concepción por
la limosna de ocho reales cada una…” (Cf. Mayor Roberto Ibáñez Sánchez. Coronel
Juan José Rondón. Imprenta Fuerzas Militares. 1972). Un hombre mariano no
es un blasfemo.
Lucas Carvajal, el
llamado León del Pantano de Vargas, demostró ser una lanza de temple guerrero
sin igual como para estar vociferando injurias contra la Madre Dios. Su
comportamiento en vida no se ajustó al de un soldado imprudente.
“…La gloria del Pantano de Vargas pertenece al
coronel Rondón y al teniente coronel Carvajal, ambos de los llanos de
Venezuela; a ningún otro se le concedió sino a ellos en aquel glorioso día el
renombre de valientes…” (Cf. Francisco de
Paula Santander. Escritos biográficos,
1820-1840. Biblioteca de la
Presidencia de la República , administración Virgilio Barco. Bogotá.
1988.).
Quedan dos cuadros para
tratar de esclarecer la identidad del presunto culpable, Mujica e Infante. El
primero, silencioso y humilde, prefirió el anonimato del cuartel. El segundo es
su opuesto. Es un afrodescendiente bullanguero, arrogante y amante del tropel. Este personaje llama la atención porque sus
habituales escándalos de faldas, chicha, verdades y bochinches fueron
vinculados con un crimen de camorrero. Aunque el verdadero delito del coronel
Leonardo Infante fue abrir su bocota muy cerca del oscuro despacho de Santander.
Infante, conocido con el mote de El Negro, tenía dentro de su temperamento
salvaje el vicio de vociferar epítetos denigrantes contra lo divino y lo humano
porque se ufanaba de sus hazañas de coraje legendario en las Queseras del Medio.
Sobre su comportamiento
dice el conspirador septembrino, Florentino González, en sus Memorias: “…Baldado de una pierna por
una herida en Pasto vivía este coronel en Bogotá con tres o cuatro bravos, y
pasaba con ellos el tiempo en groseras diversiones, y en aterrar a la gente del
barrio de San Victorino, en donde habitaba, con las tropelías que cometía en
las zambras nocturnas que armaba de continuo…”
El coronel Leonardo Infante fue acusado del asesinato del teniente
Francisco Perdomo. El proceso, legalizado por las tinterilladas del señor Francisco
de Paula Santander, hizo que la corte marcial profiriera sentencia
condenatoria. Infante fue fusilado en Bogotá, el 26 de marzo de 1825.
Constancio Franco Vargas en su libro, Rasgos biográficos de los próceres y mártires de la Independencia ,
escribió sobre Infante un párrafo que curiosamente pareciera ratificar el
castigo divino obtenido por causa de sus denuestos en el Pantano de Vargas: “…Concluida la campaña del Sur, volvió a la
capital de Colombia, en la que fijó su residencia y en donde se le esperaba la
triste suerte de lavar con su sangre las horribles gradas del patíbulo, ese
andamio infame condenado por la moral y la filosofía cristiana…”
En síntesis, esta teoría
protesta por uno de los tantos vacíos históricos que atormenta la memoria de la Patria. Si fue el coronel
Leonardo Infante el blasfemo del 25 de julio de 1819, el silencio estatal lo
encubrió con su vergüenza cómplice.
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