De
las cartas de san Atanasio, obispo.
(Carta a Epicteto, 5-9: PG 26, 1058. 1062-1066) .
(Carta a Epicteto, 5-9: PG 26, 1058. 1062-1066) .
Estas
cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra , tomando nuestra condición y ofreciéndola
en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros
de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto
corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que
vestirse de inmortalidad.
Estas
cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible!
Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación
el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni
afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma
y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.
Por
lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo
humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un
cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros
hemos nacido de Adán.
Lo
que Juan afirma: La Palabra
se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la
idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se
hizo por nosotros un maldito.
Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión, con la Palabra , se le ha
concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se,
ha, hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad , también después
de la encarnación de la
Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad , no admitiendo
ni aumentos ni disminuciones, siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una
única Deidad, y así la Iglesia
confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.
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