San Bernardo (1091-1153), monje
cisterciense y doctor de la Iglesia. Alabanzas de la Virgen María,
4,11.
Escuchemos la respuesta de aquella que fue
elegida para ser Madre de Dios sin perder su humildad: “He aquí la esclava del
Señor, que se haga en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)...Diciendo estas
palabras, María expresa más bien su vivo deseo que no la realización de él,
como quien tuviera alguna duda acerca de su cumplimiento. No obstante, nada nos
impide de ver en su “hágase” una “oración”. Porque Dios quiere que le pidamos
incluso las cosas que él nos promete. Sin duda, ésta es la razón porque empieza
por prometernos muchas cosas que tiene decidido darnos: la promesa despierta
nuestra piedad, y la oración nos hace merecedores de lo que gratuitamente
recibimos...
La Virgen lo ha comprendido ya que al don gratuito une el
mérito de su oración: “Que se haga en mí según tu palabra. Que la Palabra eterna haga en mí
lo que dice tu palabra hoy. Que la
Palabra que desde el origen está junto a Dios se haga carne
en mi carne según tu palabra... Que esta Palabra no sea sólo perceptible a mis
oídos sino visible a mis ojos, palpable a mis manos, que yo la pueda llevar en
mis brazos. Que no sea una palabra escrita y muda, sino la Palabra encarnada y
viviente; no por signos inertes trazados sobre un pergamino seco, sino una
Palabra en forma humana, impresa y viva en mis entrañas... “Después de hablar
Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros mayores por medio
de los profetas....” (Hb 1,1) Su palabra les fue dado a conocer, a proclamar y
a practicar... En cuanto a mí, yo pido que se instale en mis entrañas... Llamo
a la Palabra
insuflada en mí en el silencio, encarnada en una persona, corporalmente unida a
mi carne... Que se encarne en mí para el mundo entero".
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