Estuvo
presente el santo Ángel Gabriel para recibir el divino encargo, inclinado al
pie del trono y fijándose con mucha atención en la inmutable esencia divina del
Altísimo. La divina Majestad por sí misma le reveló y expuso el mandato de su
legación que debía ejecutar ante la Emperatriz de todos los hombres y ángeles,
prescribiéndole hasta las palabras que debía usar en su saludo y alocución. De
tal manera que el autor de la salutación angélica fue el mismo Altísimo Dios
quien primero la concibió en su mente divina de donde luego pasó al Arcángel y
por él a la excelsa Madre y Virgen. Reveló el Altísimo en sus palabras al santo
Arcángel muchas cosas y arcanos secretos acerca de la Encarnación , mandándole
que fuera en nombre de toda la Santísima Trinidad y anunciara a la augusta
Virgen cómo Ella de entre todas las mujeres había sido escogida para que fuese la Madre del Verbo Eterno a
quien debía concebir en su seno virginal por obra del Espíritu Santo, conservándose,
sin embargo, salva la flor de su virginidad, y todo lo demás que el mensajero
celestial debía decir y explicar a su Señora y Reina.
Penetrado
pues, el nobilísimo príncipe Gabriel de especial alegría, obedeció al divino
mandato y partió de la región celestial, acompañado en hermoso cortejo de
muchos miles de ángeles. Tomó Gabriel la apariencia de un joven de bellísima
figura y extraordinaria gracia, luciendo clarísimo rostro que emitía
innumerables rayos de extraño esplendor. Su aspecto era de ingente gravedad, y
muy majestuoso. Sus pasos comedidos, su porte dignísimo y de seria modestia,
sus palabras ponderadas, de gran eficacia, y en general exhibía un como medio
entre severidad y bondad, porque en él se notaba algo más divino que en todos
los demás ángeles que la Virgen
hasta entonces había visto. La diadema en su cabeza brillaba en excepcionales
fulgores, sus vestiduras eran luminosas y de un suave color rubio, despidiendo
a la vez centellas de múltiples colores. En su pecho llevaba una cruz, hermosísima
por cierto y de exquisito gusto, labrada en oro y hecha como por el talento del
mejor de los artistas, que simbolizaba el misterio de la Encarnación para cuyo
anuncio estuvo destinado el ángel; todo lo cual despertaba naturalmente en la
excelsa Virgen mayor atención y grandísimo afecto.
(Mística Ciudad, II parte,
Libro III, Cap. X.)
Tomado de la revista
Regina Mundi 7
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