Título V. Capítulo IV
Del culto de la Beatísima Virgen
María y de los santos.
Nosotros
que tributamos a Dios el culto de latría debemos también alabarle en sus santos porque a la
vez que reinan con Cristo su cabeza como miembros de la Iglesia triunfante, han
sido constituidos mediadores e intercesores de la Militante. Entre
todos ocupa un lugar eminente la Santísima Virgen María, Madre de Dios, ‘a quien
el mismo Dios enriqueció con tanta munificencia sobre todos los espíritus
angélicos, y sobre todos lo santos, con tal abundancia de dones celestiales
sacados del tesoro de la divinidad, que ella sola se presenta siempre libre de
toda mancha, toda hermosa y prefecta y con tal plenitud de inocencia y santidad
que no se entiende mayor bajo de Dios y la cual fuera de Dios nadie puede
comprender’ (Bula dogmática Pío IX de Immac. Concept). Tenemos por abogada y medianera, poderosísima y
clementísima ante Dios a esta madre solícita de todo el género humano, que con
su patrocinio nos defiende contra toda adversidad. No omitan, pues, trabajo
alguno los párrocos y demás ministros sagrados en propagar el culto de la Beatísima Virgen María y tome siempre mayores creces en esta
Provincia. Exponga y expliquen principalmente en sermones públicos las excelsas
prerrogativas de esta Madre Virgen, de modo que los corazones de todos se penetren de su ardentísimo amor. Procuren
que las fiestas distribuidas en el trascurso el año se celebren con la mayor
devoción, y con el mejor aparato. Sean solícitos en practicar y promover el
piadoso ejercicio del mes de mayo según la regla prescrita y aprobada por el
Obispo. Tómense con frecuencia las confraternidades aprobadas por la Silla Apostólica
y procuren introducirlas donde no se hayan formado. Conserven todos aquella
fórmula de orar tan laudable que se llama del Rosario. Los párrocos y
confesores no deben omitir medio para promoverla y propagarla en las familias.
Tomado de la revista Regina Mundi núm 8.
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