Por
Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad
Mariológica Colombiana
La
tradición mariana en los valles de Sanquecipa y Chiquinquirá sigue unida por el
cordón umbilical de la romería, herencia humilde de los abuelos de 1587.
La
gente rural de la bellísima Villa de Leiva no olvida el compromiso de viajar a
pagar la promesa adquirida por sus mayores en el siglo XVI, aunque fueron
eximidos de ese deber por el concejo municipal de 1844. Los concejales
decidieron cambiar los votos. La medida estuvo basada en la aprobación eclesial
del hecho portentoso de la renovación del lienzo de Nuestra Señora del Rosario
de Chiquinquirá en el convento de las carmelitas descalzas (1836).
Los
raizales aprovecharon la norma que los liberaba de la caminata de ocho leguas
por las ondulantes trochas que serpenteaban por las jorobas de las colinas.
Además, les evitaba el gravoso pago del peaje en el Puente de la Balsa. La
mayoría de la comunidad optó por venerar a la Reina del Cielo en su templo
leivano.
La
devoción casera, la del terruño carmelita, tuvo su tiempo de esplendor entre la
segunda mitad de siglo XIX y la primera década del siglo XX. Luego la práctica
piadosa cambió y se fue por otros rumbos no menos marianos. No se sabe con
certeza que influyó en la conciencia colectiva para comenzar a dejar su mística
joya en las manos piadosas de las carmelitas descalzas, hijas fieles de María
Santísima.
Ellas
y sus ayudantes seglares son la única institución que cuida ese patrimonio
moral de la ciudad.
Durante
muchos años, las monjas del claustro le hicieron una fiesta a Mamá Linda
Renovada el 30 de diciembre. Ese festejo se cambió el primero de enero de 1972
para coincidir con el calendario litúrgico que celebra la solemnidad de la
Madre de Dios. El oficio se mantiene
hasta la fecha (2018) precedido de un triduo que se ejecuta los días, 29, 30 y
31 de diciembre acompañado del ángelus, el rosario y la santa misa.
Durante
el resto del año, los frailes carmelitas ofician una misa en honor de Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá, Mamá Linda Renovada, todos los martes a las
seis de la tarde.
Iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá de Villa de Leiva.
Los
esfuerzos no alcanzan para crear una cofradía que cuide a la Virgen de
Chiquinquirá. A su efeméride, el primer día del año, solo asistieron unos pocos
lugareños, algunos turistas curiosos y los laicos del Carmelo.
A
ojo de buen cubero no participaron más 60 feligreses en el desfile triunfal de
la Patrona por la plazoleta del Carmen. Ella viajó sobre los hombros de sus
cargueros que se relevaron con regularidad.
La Virgen en su urna de plata, decorada
con flores por las religiosas del claustro, recibió la misa de once de
la mañana. Al terminar la eucaristía se paseó triunfante por los pastizales de
la pequeña plaza.
La
mayoría de los habitantes de la señorial y cosmopolita Villa ni se dieron por
enterados del singular suceso. La desmemoria tiene sus raíces en el desarraigo
por lo propio.
La
Virgen Morena terminó su recorrido entre cantos a capela de voces destempladas,
nubes de incienso, oraciones del devocionario, pliego de peticiones y poco
agradecimiento porque el olvido es parte de la identidad nacional, excepto por
las carmelitas descalzas.
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