Por Julio
Ricardo Castaño Rueda
Sociedad
Mariológica Colombiana
La vida nacional de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá contiene capítulos
que fueron escritos en el misterio del Altísimo para ser leídos por la vivencia
del Evangelio.
Los múltiples arcanos del fenómeno de la
renovación apuntan hacia un lugar exacto del martirio dentro del todavía no
proclamado dogma de la corredención.
Ese sitio está en la octava de pascua de
la Navidad, que trae la fiesta del protomártir san Esteban. Festejo que en
aquel año de 1586 unió el nacimiento del Redentor a la efeméride de la
inmolación del diácono. El alfa y el omega de la esencia cristiana se encontraron
en el corazón de María de Chiquinquirá.
El hecho doliente y contundente no le
pertenece a una figura retórica dentro de una simple construcción literaria. La
realidad explicó el suceso. La Patrona, la Esclava del Señor, tuvo que asumir
una cuota de dolor extraordinaria en su amada patria. La cantidad de trauma
edificó el altar para una crónica dramática. La Virgen de Chiquinquirá es la
advocación martirizada por sus paisanos.
Sus tormentos, producto de las rapiñas
dictatoriales del poder, comenzaron en 1633 cuando los santafereños optaron por
retenerla en su morada sabanera. Le siguieron el secuestro del mercenario
Manuel Serviez, los robos de sus joyas, el entredicho canónico en su terruño
(1918) y varios atentados sacrílegos que fueron reseñados con el rótulo del
olvido, pero que aún levantan su voz para denunciar la agresión criminal.
El tema del padecimiento, parte integral
de la corredención, sigue vigente en la manifestación de Dios por medio de María
en Chiquinquirá.
La Mariología chiquinquireña muestra que
la fecha de san Esteban no es el fruto del azar dentro del efecto de las causas
y efectos de la creación milagrosa. El hecho divino forma parte de un plan de
salvación perfecto para un país extraordinario.
Y para evitar las suspicacias sobre el
día escogido es imperativo recordar que el portento se repitió. La hora elegida
fue para honrar la fiesta de san Esteban. El 27 de diciembre, la Iglesia
ortodoxa rememora el martirio de aquel. El 27 de ese mes, pero de 1836 en la
Villa de Leiva una tela muy deteriorada, donde se plasmó la imagen de la Virgen
de Chiquinquirá, se renovó por arte del prodigio.
La data del calendario, designado para
revelarse en Chiquinquirá, es ratificada en la Villa de Leiva con un factor
común, el padecimiento del primero en dar su vida por el Evangelio.
“…Al
oír esto, se sintieron profundamente ofendidos, y crujían los dientes contra
él. Pero Esteban, lleno del Espíritu
Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la
diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre
de pie a la diestra de Dios. Entonces
ellos gritaron a gran voz, y tapándose los oídos arremetieron a una contra él.
Y echándolo fuera de la ciudad, comenzaron a apedrearle; y los testigos
pusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba
al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz:
Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, murió…” (Hechos
7-54, 60).
El legado del sacrificado lo recogió
María, Madre de la Iglesia, desde el Calvario hasta Chiquinquirá. El camino de
la Correndentora quedó diagramado en el trazo único de su oficio que el buen san
Bernardo comentó en su texto sobre la presentación del Niño Jesús en el templo:
“…Ofrece a tu
hijo, Virgen sacrosanta, y presenta el fruto de tu vientre al Señor. Para
nuestra reconciliación con todo, ofrece la Víctima celestial agradable a Dios…”
(Cf. Serm. 3 en Purif., 2: PL 183, 370).
Así se cumplió con el significado del
término corredención, cuya estructura semántica forma parte del amplio bagaje
doctrinal del magisterio papal. María Inmaculada continuó sumisa a la obra redentora
cuya cuota salvífica comenzó en la maternidad divina, y finalizó en la
resurrección de Cristo, El Salvador.
La Patrona, ente vivo,
cuyo signo sensible es una pintura participa de esa función corredentora para
Colombia de una forma única en la historia mariológica, local y universal.
Ella es la más
ultrajada por la ferocidad impía de los enemigos de la Iglesia colombiana.
Ignominia cruel a la que actos insensatos, por parte de sus amados huérfanos,
dejaron sus huellas de horror. Ellos fueron envenenados por el error partidista
del interés político de un Estado impulsado por el odio fratricida.
Una muestra de los
ataques perpetrados contra el icono de María Santísima, arca guardiana del
milagro chiquinquireño, es la pintura tutelar de la Parroquia de Nuestra Señora
del Rosario de Chiquinquira, La Renovación. El rostro de la Virgen muestra, el
lance de la mano matricida que a puñaladas rasgó sus mejillas. Precio pagado por
salir a predicar el Evangelio de su Hijo sobre los hombros de los frailes
dominicos.
Las limosnas (no
ofrendas) recogidas en aquella peregrinación (1913) por las tierras de
Santander sirvieron para cubrir los gastos de su coronación como Reina de
Colombia, 1919. La mancha de la infamia, de dos alevosos ataques, se transmutó
en suplicio y gloria. Cruz y perdón sobre la inmensidad de un gentío humilde
víctima de una minoría sectaria.
La experiencia de María
de Chiquinquira es innegable. Su legado cristológico, dinámica testimonial de
las llagas de su Unigénito, sigue peregrinando. Su acción corredentora está
escrita con tintas de sangre en el corazón evangelizado de un pueblo campesino.
Pueblo que fue capaz de gestar vástagos que apuñalaron a su madre en aras de la
libertad de conciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario