Por Julio
Ricardo Castaño Rueda
Sociedad
Mariológica Colombiana
La
renovación prodigiosa del deteriorado lienzo de Nuestra Señora del Rosario en
Chiquinquirá (1586) marcó el inicio de una corredención específica porque María
Ramos suplicó: “Madre clemente y pía escuchad nuestros clamores”.
Así
la Madre de Dios, por la gracia del Altísimo, participa del vía crucis que fue
y es la construcción de la nacionalidad colombiana.
Es
la advocación que más ha sufrida la crueldad del matricidio. Ella no ha dejado
de soportar los ataques de los enemigos de la Iglesia, que no quieren el
perdón. Ellos prefieren la mediocridad moral que les enajenó el alma a la
política de la violencia.
En
los primeros tiempos coloniales, la santísima Virgen María salió con su Jesús
en brazos a recorrer un territorio sometido por dos fuerzas: la peste y la
idolatría, cuya tenaza amenazaba el proceso de evangelización. (Tunja 1587).
Su
labor de intercesora no ha disminuido porque su tarea dio origen a una teología
de la renovación. Tesis que invita a cada alma a regresar a su estado de pureza
de acuerdo con la esperanza de la restauración. “El que está sentado en el trono
dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. (Apocalipsis 21, 5).
La
historia no miente. La basílica de Nuestra Señora del Rosario Chiquinquira se
renovó cuando los frailes dominicos hicieron crecer sus espacios
arquitectónicos. Allí se edificaron la Sala de la Reconciliación (2009) y la
Capilla del Santísimo (2016). “Venid a mí todos los que estáis agobiados y
cargados, que yo os haré descansar” (Mateo 11, 28).
¿Escuchará
Colombia las súplicas de María Santísima o volverán a acuchillar su rostro como
en 1913?
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