Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
Los migrantes
venezolanos, víctimas de un desarraigo atroz, trajeron en sus mochilas el amor
por Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Los refugiados le celebraron su
fiesta el 18 de noviembre en los templos parroquiales de la Virgen Morena de
Bogotá y Barranquilla.
La Dama del Saladillo
regresó a tierras muiscas entre la multitud de gentes desplazadas por la
perversa violencia comunista, política de criminales. Entre el trauma del
exilio germinó un gesto de humilde devoción mariana, que no puede ser pasado
por alto. El ejemplo de los hijos de José Antonio Páez es una escuela de
mística cristiana que Colombia debería renovar con urgencia de pundonor.
La Venezuela desintegrada
en su esencia de pueblo libertador llevó a la Chinca al campamento de los
refugiados sin importar la túnica de ignominia que cumbre a las familias sin
pasaporte.
Contra esa conducta
social y superior se estrelló irreverente el concepto de colombianidad resumido
en la “Misión Fátima Colombia”. La manifestación del tumulto se desarrolló en
pleno año jubilar por el centenario de coronación de Nuestra Señora del Rosario
de Chiquinquirá.
En contraste, la
Venezuela heroica trajo a nuestra Virgen Nacional en el alma gloriosa de la
gaita zuliana. El bravo pueblo, con su república de andariegos, insistió en recordar
que la historia es una cátedra sagrada aún para la amnesia del hombre
colombiano que solo memoriza lo extranjero.
Gracias, Maracaibo,
porque la Virgen de Chiquinquirá, un patrimonio cultural de Venezuela, volvió
para bendecir a su Colombia, un país postrado de hinojos ante el patriotismo
foráneo.
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