Por Julio Ricardo Castaño
Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El misterio dogmático
de la concepción inmaculada de la Santísima Virgen María debería ser fuerza de
fe y virtud intelectual para no minimizar la misión evangelizadora de la Madre
de Dios.
La condición sublime de
la criatura perfectísima no se quedó en el simple don otorgado. La mujer Bienaventurada
ejecutó un plan dinámico dentro de su tarea de Corredentora. Ella tenía como
función enseñar a Dios a hacer hombre, para que el hombre redimido por su
Salvador pudiera regresar a la gracia del Altísimo.
La Inmaculada recibió
al ángel y reflexionó sobre aquel saludo, único y definitivo: “Salve llena de
gracia el Señor es contigo”. (Lucas 1, 26).
Escuchó atenta y defendió
su virginidad perpetua: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lucas
1, 34).
Y permitió, al final
del diálogo, la razón primordial del cristianismo, la encarnación del Verbo: “He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lucas 1, 38).
La actividad
emprendedora del Fiat de María
Santísima acogió la conducta profunda del misterio de Cristo en las bodas de
Caná y la crucifixión de su Hijo. Esos testimonios teológicos deberían bastar
para respetar su maternidad divina y no limitar a la Virgen Inmaculada a la
abnegada ama de casa del siglo primero en Palestina. Ella fue la elegida por el
Creador para engendrar la plenitud de la gracia. Lavanderas y cocineras paganas
abundaban en aquellos lares de Nazaret.
Esa postura decadente,
la de simplificar la vida de María a un concepto antropológico por desidia
académica, solo sirve para que existan más sectas de apóstatas cuya verborrea
sistemática sea la permanente herejía.
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