jueves, 13 de diciembre de 2018

Madre Inmaculada, de ti nació Dios


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El misterio dogmático de la concepción inmaculada de la Santísima Virgen María debería ser fuerza de fe y virtud intelectual para no minimizar la misión evangelizadora de la Madre de Dios.

La condición sublime de la criatura perfectísima no se quedó en el simple don otorgado. La mujer Bienaventurada ejecutó un plan dinámico dentro de su tarea de Corredentora. Ella tenía como función enseñar a Dios a hacer hombre, para que el hombre redimido por su Salvador pudiera regresar a la gracia del Altísimo.

La Inmaculada recibió al ángel y reflexionó sobre aquel saludo, único y definitivo: “Salve llena de gracia el Señor es contigo”. (Lucas 1, 26).

Escuchó atenta y defendió su virginidad perpetua: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lucas 1, 34).

Y permitió, al final del diálogo, la razón primordial del cristianismo, la encarnación del Verbo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lucas 1, 38).

La actividad emprendedora del Fiat de María Santísima acogió la conducta profunda del misterio de Cristo en las bodas de Caná y la crucifixión de su Hijo. Esos testimonios teológicos deberían bastar para respetar su maternidad divina y no limitar a la Virgen Inmaculada a la abnegada ama de casa del siglo primero en Palestina. Ella fue la elegida por el Creador para engendrar la plenitud de la gracia. Lavanderas y cocineras paganas abundaban en aquellos lares de Nazaret.

Esa postura decadente, la de simplificar la vida de María a un concepto antropológico por desidia académica, solo sirve para que existan más sectas de apóstatas cuya verborrea sistemática sea la permanente herejía.

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