Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El
misterio de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María es la obra
cumbre del Altísimo.
La
Santísima Trinidad invirtió la totalidad de su talento creador en una sola
criatura, María Bienaventurada. La perfección ejercida sobre su alma y
naturaleza fue de tal magnitud teológica que a los santos doctores de su amada
Iglesia les costó más de dieciocho siglos declarar el tercer dogma mariano.
Aquel
acontecimiento providencial, ejercido sobre la nueva feminidad, diseñó la
historia de la cruz redentora. Esta fue la medida misericordiosa contra la
caída de Eva, madre del pecado.
La vida
del Eterno cambió. La sustancia de su esencia sacra sería vertida por el
Espiritu Santo y el poder del Altísimo en una morada carnal para humanar al
Hijo. El Fiat, el acto supremo de la humildad, generó el prodigio de la
condición de Corredentora.
Así,
antes del tiempo, la Omnipotencia Suplicante, latía en el corazón de Dios cuya
pulsación de amor se gestó en la profundidad del sentimiento celestial.
Ella
había sido creada sin pecado concebida. Don inmarcesible, único e irrepetible.
El privilegio del Redentor para con su progenitora quedó escrito en el
Evangelio, el libro de la vida: “…Salve, llena de gracia, el Señor es contigo…”
(Lc 1, 28).
El saludo
del ángel ratificó la existencia gloriosa de una criatura privilegiada con el
obsequio de dos talentos infinitos e inigualables: la plenitud de la gracia y
la consustancialidad con el Verbo, María Inmaculada.
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