Fray Omar Orlando Sánchez Suárez, O.P.
Summarium
María nos trajo a
su Hijo, a sí nosotros debemos llevar a Cristo a todos los demás. Ella es
modelo de madre, esposa y mujer, dócil al Espíritu Santo y fiel discípula de
Jesús. Cita al Papa Juan Pablo II y a san Luis María Grignion de Montfort,
señalando que ante los retos, las pruebas y las dificultades, el hombre, la
familia y la sociedad deben responder con la oración, especialmente con el
Santo Rosario. La oración debe convertirse en un diálogo de amor con Dios,
expresada por los labios y en la mente, pero nacer de lo más íntimo del
corazón.
Al reflexionar en
la Virgen María y festejar lo que Dios hizo en ella, manifestamos nuestra
vocación cristiana y mariana.
Le acompañó
especialmente la gracia del Señor y ella respondió cada día con un SÍ generoso
a los planes de Dios. María, como primera cristiana y a través de su “hágase en
mí según tu palabra” (Lc 1, 38), nos representa a todos y nos une, conduce y
encamina en el seguimiento de Jesús: camino, verdad y vida. El hecho de la
maternidad de la santísima Virgen María es ciertamente un privilegio de Dios,
pero la grandeza personal de María está en haber escuchado a Dios y haberle
dado un “Sí” incondicional. No hay actitud más humilde, libre, valiente y
auténtica que ésta. María, que guardó en su corazón las palabras y los gestos
de Jesús, nos hace pensar en aquellos que “escuchan la palabra con un corazón
noble y generoso, y la ponen en práctica”. El anuncio evangélico de la
maternidad divina hecho a María es una noticia alegre y estimulante. Dios se
hace hombre para siempre. Y lo hace desde un lugar humilde.
La fe firme de
María se revela en sus palabras: “aquí está la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra”. Esta es la donación de María al proyecto de Dios en su vida.
Ella diseña, construye, nos muestra en su forma más pura y completa el camino
de fe y de amor para seguir a Dios. En la Santísima Virgen María, preservada de
toda mancha de pecado original, encontramos como Iglesia nuestro modelo de
santidad. Lo que recordamos, entonces, es a la mujer que fue preservada de toda
mancha de pecado, que concibió a su Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo,
y que hoy es presentada como modelo digno de imitar por todos nosotros.
Esto nos permite
ver un testimonio lindísimo de que Dios hace obras inmensas para salvarnos: nos
entrega a su propia madre. La santísima Virgen nos invita a seguir a Jesús con
radicalidad y pide nuestra disposición hasta el final... el objetivo para con
cada uno de nosotros es ponernos al servicio del Reino de Dios. Por ello la santísima
Virgen nos deja una tarea: así como ella nos trajo a su Hijo, así nosotros
debemos llevar a Cristo a todos los demás. Hoy y siempre la Iglesia,
doctamente, promueve que las familias sean comunidad de vida y amor, iglesia
doméstica, escuela de virtudes humanas y motor activo en el desarrollo de la
sociedad. No olvidemos que a imitación de la Virgen María, seremos instrumentos
idóneos y útiles en las manos de Dios para la promoción del hombre.
Ella se identifica
con los sencillos, con los desheredados de la tierra, con los que no cuentan, a
quienes representa el niño que llevó en sus brazos. Recordemos hoy todos
aquellos millones de familias que han tenido que abandonar sus tierras y su
país, convirtiéndose en desplazados, refugiados o exiliados, para sobrevivir a
la guerra y a la persecución. Son muchas las familias que se desintegran a
causa de la pobreza, porque alguno de sus miembros tiene que emigrar a otros
lugares en busca de mejores condiciones de vida... y ella, la Virgen, no
rechaza a nadie. “María tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora
ante el Señor de la historia por todos los pueblos, naciones y razas de la
tierra. Por ello, encomendamos a María como reina maternal, el destino de
nuestras naciones” (Puebla, 289).
Debemos ver a la
Virgen María como modelo de madre, esposa y mujer dócil al Espíritu Santo.
María es la intercesora. María se muestra solidaria con las familias de todos
los tiempos. Ella es la servidora fiel que permite que la verdad del Reino se
abra camino en el mundo, teniendo presente que el mismo Dios es el arquitecto y
que nosotros también podemos tomar parte en la obra de la construcción de un
mundo más humano, justo y solidario, donde reine la justicia y la paz, en una
palabra, la vida.
La Virgen, nuestra
Madre, no se cansa de nosotros. Una madre auténtica jamás deja de amar a su
hijo, no importa cuán desobediente, conflictivo, enfermo u obstinado sea. La
Virgen, llena de amor, nos habla, nos llama, nos invita.
La Iglesia nos ha
recordado siempre a la santísima Virgen, entregada plenamente a la voluntad de
Dios sin preocuparse por lo material, viviendo sólo para él en oración, en
perfecta unión con el Padre; por eso Dios, después de escogerla como Madre de
su Hijo, la exaltó como Reina y Señora de todo lo Creado. Por eso la Madre del
Hijo de Dios, por la encarnación, será constituida también en Madre de la
Iglesia al pie de la cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre... Jesús,
al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto amaba, dijo a su madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre”. (Jn 19, 25 ss.).
Nosotros también
debemos seguir el ejemplo de María y de todas las criaturas débiles y sencillas
que viven solamente alabando y adorando al Señor, seguras de no necesitar más
para vivir, porque saben que Él nunca falla, que Él es quien proporciona todo
lo necesario para vivir de acuerdo con su plan divino. Recordemos al beato
Alano de Rupe, O.P., quien dice en 1475: “cuando rezo el Avemaría se me
ensancha el corazón y salta de alegría, huye la tristeza con sus negros
pensamientos, vuelve la serenidad con sus bellas esperanzas, se reanima el
espíritu y se calman las pasiones”.
El culto a la
santísima Virgen María ocupa un lugar preeminente en la Iglesia, por ello los teólogos
marianos, a lo largo de la historia, nos deleitan mediante sus enseñanzas con
las maravillas obradas por Dios en la Santísima Virgen. Pidamos la intercesión
de nuestra madre María para que entendamos el amor infinito del Padre, y con
María de la mano vayamos al encuentro de su amado Hijo Jesús, recordando
siempre que a Jesús llegamos por María.
María, portadora
de Cristo, luz del mundo, nos presenta al Salvador. La Madre de Jesús, la
Virgen, dinamiza constantemente nuestra fe y hace que fructifique como comunión
de amistad entre Dios y la persona humana. Por su intercesión muchos han sido
liberados de las tristezas y del peso de sus pecados y han recibido el don de
la alegría de ser aceptados ante sus ojos y verse libres de todo peligro,
experimentando la abundancia de su gracia y sintiendo el aumento de la
salvación, pues ella implora la misericordia ante su Hijo Jesucristo, Nuestro
Señor.
Por ser la Madre
del Salvador, la Virgen María es reconocida como Madre de Dios y de la Iglesia,
según repetimos en las letanías. Ella, la favorecida de Dios, nos invita a
todos los creyentes a escuchar y practicar su Palabra. María, la elegida por
Dios como Madre del Salvador, quien siempre meditaba las cosas en su corazón,
nos invita para que de su mano podamos aprender a ser Discípulos de Cristo y a
recorrer con confianza el camino que Él siguió, el camino de la vida a través
del sacrificio de su muerte redentora.
La fe nos ha
traído hasta la Virgen, quien confió siempre en la Palabra y en las promesas de
Dios. La fe se hace camino de vida, y la Virgen es un ejemplo digno que debemos
imitar. Por la fe Jesús, el Hijo de la Virgen María, usando ejemplos y palabras
sencillas, imprime en nuestras mentes la necesidad de vivir en la esperanza,
atesorando los valores espirituales.
La Virgen del
Evangelio, la que fue asunta al cielo, la intermediaria entre Dios y los
hombres, la predilecta del Padre, la madre espiritual de todos los vivientes,
la Reina y madre de la Iglesia, nos da su mensaje de reconciliación, de amor y
de paz.
La fe firme e
inquebrantable de la santísima Virgen María se puede contrastar con la
vacilante fe nuestra. María, que guardaba todo en su corazón, aprendió a ser
Madre y discípula. Nosotros no podemos imitar su maternidad pero deberíamos
imitar su fidelidad.
En la santísima
Virgen María, como modelo a seguir, encontramos tres aspectos fundamentales:
1. Como
mujer, nos invita a vivir en sencillez, prudencia, trabajo, fe, solidaridad e
iniciativa.
2. Como
esposa, nos enseña el valor de la fidelidad a Dios, al esposo y a los hijos.
3. Como
modelo, nos enseña el valor de la responsabilidad en el hogar.
Recordemos que
nuestra Madre celestial camina con nosotros acompañándonos con sus palabras
maternales y su intercesión ante Jesús Nuestro Señor. Ella, como Madre de la
Iglesia, camina con sus hijos. El papa, en la encíclica Redemptoris Mater,
escribe: “La Iglesia confrontada por la presencia de Cristo, camina en el
tiempo hacía la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que
llega. Pero en este camino... procede recorriendo de nuevo el itinerario
realizado por la Virgen María, que avanzó en la peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz”. La Virgen María nos
enseña a guardar, meditar y elegir la Palabra de Dios, que nos habla a través
de la Sagrada Escritura, por medio de otras personas y acontecimientos, y en
todo lo que sucede en nosotros y en torno a nosotros.
A través de la
Virgen María, nuestra Madre, Dios nos ama, y por ella puedo acercarme o
alejarme de Dios. Por todo ello es que le pedimos a María: salud para los
enfermos, consuelo para los tristes, perdón para los pecadores, libertad para
los secuestrados, amor en los hogares, empleo para los desempleados, pan para
los hambrientos, paz para Colombia y el mundo entero.
Mira Virgen María,
que los desplazados se constituyen en un nuevo tipo de sociedad, una sociedad
empujada a la miseria, al desarraigo, a la violencia. El cambio no se puede dar
sin ti, concédenos la paz, don de Dios.
El papa Juan Pablo
II, al inicio del nuevo milenio, redactó la carta pastoral Novo Milenio
Ineuente, donde nos recuerda que nuestra comunidad y la familia deben ser una
autentica escuela de oración. Ante los retos, las pruebas y las dificultades el
hombre, la familia y la sociedad de hoy deben responder con oración,
especialmente con el santo rosario, pues, como solemos decir a manera de
refrán, familia que reza unida permanece unida y familia que reza el rosario no
le falta lo necesario.
La oración se debe
convertir en diálogo de amor con Dios, debe ser expresada por los labios, pero
nacer de lo íntimo del corazón. San Luis María de Monfort, en el siglo XVIII,
escribía: “María es el camino más corto, perfecto, fácil y seguro para llegar a
Cristo, ya que ella fue el medio que utilizó Dios para llegar a nosotros; y
Dios no se puede equivocar” .
Tampoco se equivoca una persona cuando se pone en
manos de María e imita a Dios, utilizando el mismo medio que Él utilizó para
llegar a nosotros.
Los argumentos
acerca de la gloriosa madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la
vida, los encontramos consignados en la Sagrada Escritura, donde podemos ver a
la santa madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre
de su destino.
La Santísima Virgen,
asociada a la obra del divino redentor, obtuvo el pleno triunfo sobre el pecado
y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus
privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro, y a
imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la
gloria celestial, para resplandecer allí como Reina a la derecha de su Hijo, el
Rey de los siglos.
Coloquémonos de
pie y hagamos todos nuestra Consagración a la Santísima virgen. Digamos:
Oh señora mía,
Oh madre mía,
Yo me ofrezco enteramente a vos
y en prueba de mi filial afecto
te consagro en esta noche:
Mis ojos,
mis oídos,
mi lengua,
mi corazón,
en una palabra, todo mi ser,
y ya que soy todo vuestro,
oh, Madre de bondad,
guárdame y defiéndeme
como hijo tuyo y posesión vuestra.
Amén.
Conclusiones
No quiero terminar
esta reflexión sin dirigir una palabrita a los miembros de la Sociedad Mariológica.
Los invito a que tengan una especial devoción a la Santísima Virgen María,
venerándola, honrándola, sirviéndola en todos los modos de oración. Pues ella
es nuestra madre protectora. Tengamos en ella una especial esperanza y
confianza, como nuestro mayor refugio después de Dios.
Acojámonos a nuestra Señora, que está
llena de amor y comprensión para con nosotros. Pidámosle que nos enseñe a amar
y bendecir al Señor, que nos invita siempre a confiar en Él, a abandonarnos en
Él, a no llevar alforja, ni bolsa, ni sandalia; a esperar en Él, que proveerá
todo lo que necesitamos y aún más; a que vayamos por el mundo llevando la paz
de Cristo como estandarte, sin temor, porque Él nos promete que nada podrá
hacernos daño si vamos en su nombre.
Tomado de la revista Regina Mundi
nro 57.
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