jueves, 22 de octubre de 2020

Virgen asunta

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

La corporeidad inmaculada de María fue el diseño de Dios para poseer su altar de Salvador dentro de la criatura amada, su madre.

El tabernáculo del Altísimo vive en el alma de su progenitora sostenido por la condición terrena de la carne. Así el soma entró a desempeñar una misión vital y definitiva en la redención del neuma.

La virginidad, símbolo de la entrega al Creador, integró la dupla milagrosa del asombro: la madre virgen que da a luz al Dios hombre.

El Todopoderoso tomó su naturaleza humana de las entrañas purísimas de María y se hizo consustancial a la mujer. Bastaría esa idea para santificar al mundo, especialmente al feminista herético.

La materia de la cual el Eterno hizo su volumen anatómico pasaría rigurosas pruebas de amor en el martirio, la crucifixión, la muerte y la resurrección. La sangre derramada en el calvario tuvo una herencia genética e indivisiblemente mariana. Esa cooperación, desde la anunciación hasta Pentecostés, fue asociada al misterio de la cruz para transformar a María Santísima en Corredentora (colaboradora) de la obra mesiánica. Gracia del Espíritu Santo.

El cuerpo de María, inmune al dolor del parto, sí padeció el horror de sus lágrimas silentes en un tormento brutal incendiado por la huida Egipto y traspasado en el holocausto del madero.

Ese trauma feroz, sometido en humilde oblación a la voluntad divina, la liberó de la corrupción del sepulcro, léase muerte física. Nada justifica el fallecimiento de María.

Ella fue asumida por el cielo, en cuerpo y alma, por gracia de los méritos de su Hijo, necesidad omnipotente del Redentor. “Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios, 15, 55).

 

 

 

1 comentario:

  1. La muerte es consecuencia del pecado. María, exenta del pecado no pasó por la corrupción del sepulcro; fue llevada directamente al cielo.

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