Diácono Gonzalo Sandoval Romero.
1. MARÍA, MADRE
DEL HIJO DE DIOS EN EL EVANGELIO DE SAN LUCAS.
El Evangelio de
Lucas es el más rico en datos sobre la Virgen. La anunciación del misterio, la
visita a Isabel, el Magnificat, el nacimiento de Cristo, la infancia de Jesús,
la presentación con sus profecías, la vida oculta de Jesús con María y José, la
presencia de María en la Pasión.
a) Anunciación del
Misterio de la Encarnación a María. (Lc 1, 1-38)
Lucas relata la
Anunciación hecha a María, este relato es un puente entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento en el que se revela que el Señor va a nacer ya, ha llegado la
plenitud de los tiempos.
Ubicación del
hecho: “Al sexto mes (de la gestación de Bautista por Isabel) fue enviado
por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una
virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David; el nombre de
la virgen era María”.
Es una
determinación precisa del mensajero, el que lo envía, la destinataria y su
condición de virgen desposada con José.
El Ángel saluda: “Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo”. Un gran saludo que hace el Ángel a
María seguido por un saludo muy celestial para la que fue escogida como Madre
del Mesías que sustituye el nombre de María por la llena de gracia. La
preferida y favorecida por el Señor que está con ella, María persona sencilla y
humilde que se turba ante el saludo.
El mensaje del
Ángel: “No temas. María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús.
Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el
Trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino
no tendrá fin”. Con estas palabras a María se le anuncia que va a concebir
y dará a luz a un hijo en quien se cumplirán todas las promesas hechas sobre el
Mesías. Se le invita a que acepte ser Madre del Mesías. No se le revela la
maternidad divina sino la maternidad mesiánica. Esta maternidad mesiánica será
conocida más tarde a plenitud cuando en ella, se cumplan todas las cosas
anunciadas por Dios.
Objeción de María:
“¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” María manifiesta lo que
es designio de Dios, que es la concepción virginal de su hijo en el seno de la
virgen; algunos mariólogos afirman que con esta expresión María pone en manos
de Dios su propósito de virginidad. Lucas, pone en boca de María, lo que
confiesa la Iglesia. Que Jesús fue concebido sin intervención de varón, por
obra del Espíritu Santo. Estamos ante el Misterio de la Virgen Madre, una obra
divina que muestra el Hijo de Dios Encarnado.
Explicación del
Ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el Poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de
Dios. Mira, Isabel tu pariente ha concebido un hijo en su vejez y este ya es el
sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible
para Dios”. Lo que le dice el Ángel a María es una evocación de la obra
creadora y protectora de Dios Omnipotente, evocada por Yahvé en forma de nube
sobre el Pueblo de Israel en el desierto (Ex 13, 22) para indicar que se trata
de una obra salvífica por excelencia: El nacimiento del Hijo Altísimo, el “será
llamado”, en términos bíblicos significa ser: “cuius nomen, et amen” (su
nombre es su mensaje). Hace ver a María que es una obra del Poder de Dios y que
está por encima de todos los propósitos humanos.
Consentimiento de
María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María
tiene una respuesta de Fe y humildad, como la mejor Hija de Sión, acoge como
sierva el mensaje y lo pone por obra. Terminada la visión y culminado el
diálogo divino, desaparece el mensajero.
b) La Visitación
(Lc 1, 39 - 56)
Este
acontecimiento Cristológico - Mariano es relatado por Lucas al final del primer
capítulo: Determina las circunstancias de tiempo y lugar, que fue en esos
mismos días después de la Anunciación. María ya estaba encinta y viaja por “la
región montañosa a una ciudad de Judá”, identificada con el actual paraje
de Ain - Karin, a la casa de Zacarías. El saludo de María y la acogida de
Isabel es otro puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento:
“Entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu
Santo; y exclamado con voz grave dijo: Bendita Tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?
Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi
seno.
¡Feliz la que ha
creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,
46-56).
La descripción del
viaje de María, su encuentro con Isabel, las salutaciones y bendiciones,
recuerdan varias de las bendiciones del Antiguo Testamento, pero sobre todo el
viaje de la Alianza a Jerusalén (cf 2 Sam 6, 1 - 23). “El Arca y María suben
a través de la guerra de Judá; en el primer caso se alegra el pueblo; en el
segundo, Isabel. En el primero exulta David; en el segundo el Bautista. David
exclama: “¿Cómo podrá venir a mí el Arca del Señor?” (2 Sm 6, 9), Isabel
exclama: “¿A qué debo que la Madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43).
El Arca del Señor permaneció tres meses en casa de Obed - Edom (25 m 6,
11). María permaneció tres meses en casa de Isabel”.
En las bendiciones
de Isabel debemos resaltar un punto que es más mariológico que todos: Su
confesión de fe en la maternidad divina de María: LA MADRE DE MI SEÑOR. Y con
él la alabanza a la fe de María, con lo que acoge lo que le ha dicho, dirá, ha
hecho y seguirá haciendo el Señor en ella y con la que María se granjea las
grandes bendiciones del Antiguo y Nuevo Testamento: “Feliz la que ha
creído”.
EL MAGNIFICAT.
“Y dijo María: Mi
alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha
puesto sus ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las
generaciones me llamarán Bienaventurada porque ha hecho en mi favor maravillas
el Poderoso, santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en
generación a los que le teman. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los
que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos
y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los
ricos sin nada. Acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, como
lo había anunciado a nuestros padres a favor de Abraham y de su linaje por los
siglos” (Lc
1, 46-56).
Lucas pone en boca
de María al estilo de los grandes historiadores de la antigüedad el himno con
el que María responde a las aclamaciones de Isabel, glorificando al Señor por
las obras realizadas en sus entrañas para salud de su pueblo; el Magnificat
recoge las actitudes de María. Aunque en su redacción hímnica - litúrgica,
puede atribuirse con mucha probabilidad a la primera comunidad palestinense
cristiana, que pudo perfectamente conocer de María misma sus sentimientos. El
dato de la íntima relación entre lo que se conoce como realizado en ella y en
Israel por el Señor, indica cómo desde el primer siglo la Iglesia considera a
María como su figura y como parte integrante de la comunidad en forma
excelente.
En cuanto a su
composición, el himno está inspirado en los cantos litúrgicos del Antiguo
Testamento, especialmente en el de Ana y en los Salmos. Siendo el Magnificat el
canto de los humildes y pobres del Señor que exaltan el poder divino que se
manifiesta particularmente defendiendo a los pobres contra la opresión de los
poderosos.
La apreciación de
pueblo sobre el cántico de María dice: “El Magnificat es espejo del alma de
María. En este poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de
Yahvé y el profetismo de la Nueva Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo
Evangelio de Cristo, el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos
manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del
Padre. El Magnificat proclama que la salvación de Dios tiene que ver con la
justicia hacia los pobres”.
c) El Nacimiento:
María da a luz a
Jesús, en Belén, un Salvador, que es el Cristo Señor.
Tres son los
grandes momentos de esta gran mariología del Nacimiento del Mesías: 1) El
nacimiento en Belén, 2) La adoración de los pastores, 3) El nombre de Jesús.
1º El Nacimiento
“Sucedió que por
aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase
todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de
Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también
José desde Galilea, de la ciudad de Nazareth de David que se llama Belén, por
ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa,
que estaba encinta. Y sucedió que mientras estaban allí, se cumplieron los días
del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y
le acostó en un pesebre porque no tenía sitio en el alojamiento” (Lc 2,
1-7).
Aunque hay algunas
imprecisiones históricas que pueden hacer coincidir el nacimiento de Jesús con
el censo de Publio Sulpicio Cirino, hecho en Palestina el año 6 D.C. habiendo
nacido Jesús según los mejores cálculos del 7 a 6 A.C., es probable que, al
hacerse coincidir el nacimiento de Jesús con dicho “Primer Censo”, San
Lucas está indicando la humilde sujeción de Jesús a la situación de su pueblo.
Así las cosas, José viaja a Nazareth con María, ya en condiciones críticas del
alumbramiento inminente.
Nace en Belén en
esas circunstancias el hijo primogénito de ella, “su hijo” el hijo de
María, es ella, personalmente quien toma los cuidados iniciales del niño recién
nacido hasta reclinarlo en el pesebre. San Lucas hace énfasis en la expresión
griega “tikto” hijo de la madre, para aludir a la concepción virginal;
al llamarlo primogénito intenta subrayar la dignidad, los derechos y las
obligaciones del primer hijo, sin que el término primogénito incluya otros
hijos más, sino más bien una referencia a lo que anunciaba Pablo acerca de este
Jesús, primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29). Es, ni más ni menos, el
comienzo visible de lo que creemos cuando decimos “y se hizo hombre”.
2º La adoración de
los pastores.
Había en la misma
comarca unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turnos durante la
noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la Gloria del Señor los
envolvió en su luz: y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: “No temáis,
pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido
hoy, en la Ciudad de David, un Salvador que es el Cristo Señor; y esto os
servirá de señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre” y de pronto se juntó con el ángel una multitud de ejército
celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la
tierra paz a los hombres en quienes Él se complace y sucedió que cuando los
ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta
Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a
toda prisa y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al
verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho de aquel niño; y todos los que
lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su
parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se
volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto
conforme a lo que les habían dicho (Lc 2, 8 - 20).
Los primeros
momentos de Jesús recién nacido están descritos por Lucas con una serie de
detalles del relato histórico - midrásico, llenos de encanto. El anuncio se les
da no solamente con detalles de lugar sino con la calificación del recién
nacido: “Os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor.”
Vemos la sencillez
de la revelación a los humildes, bien fuera en visión, o en la aparición, o en
sueños porque los primeros en saber del nacimiento de Jesús, del Mesías son un
grupo de gente humilde, sencilla e ignorante, siempre preferidos por Dios. La
expresión Señor es propia de Dios a quien sólo se debe alabar.
María es aquí, al
lado del recién nacido, quien comparte el protagonismo, Ésta, medita estas
cosas en su corazón. Con esta referencia, San Lucas quiere manifestar
delicadamente que María se preocupa por descubrir el significado profundo de
cada uno de los acontecimientos y que fue ella quien le transmitió esos
recuerdos, como los que siguen y en los que nuevamente el Evangelista repite su
afirmación sobre la reflexión de María.
3º Circuncisión y
nombre de Jesús.
“Cuando se
cumplieron los ochos días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el
que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc
2,21).
Lucas hace una
descripción sobria de la esencia comparada con la que se hace del mismo
acontecimiento de Juan el Bautista. El testimonio de Lucas que está
dirigiéndose a quienes saben lo que significa Jesús para ellos.
d) María,
participante de la misión dolorosa del hijo.
Lucas prosigue en
su narración de los acontecimientos de la infancia de Cristo, y se refiere a
las escenas de la presentación ritual del Niño Jesús en el Templo, ordenada por
la ley, en la que encontramos tres momentos claves: 1º El rito de la presentación
del hijo y purificación legal de la madre, 2º La profecía de Simeón, 3º La
profecía de Ana.
e) La Presentación.
“Cuando se
cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor: todo varón primogénito
será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos
pichones conforme a lo que dice en la Ley del Señor” (Lc 2,
22 24).
Estaba ordenado
por la Ley (Ex 13, 2 - 16), que todo primogénito fuera consagrado al Señor, y
fuera rescatado mediante cinco ciclos de plata. Con respecto a la Madre estaba
ordenado que se hiciera la purificación a los cuarenta días de nacido el niño;
si era niña a los ochenta (Lv 12, 1 - 8) Y debía presentar una ofrenda de dos
tórtolas o dos pichones, como sacrificio y como holocausto por el pecado. Del
niño leemos que fue presentado, para presentarlo al Señor pero no de la ofrenda
de cinco ciclos, lo que hace presumir que Jesús queda formalmente consagrado a
Yahvé, lo que también vemos insinuado en la respuesta que a los doce años, dio a
María y a José, que lo buscaban.
María, por su
parte, ofrece el holocausto y el sacrificio de su purificación, presentando “la
ofrenda propia de los pobres” como comenta Vaticano II (L.G. 57). Estos
acontecimientos revelan “la unión de la Madre con el Hijo”, es decir, la
profunda solidaridad de María, Nueva Eva, con la obra de Cristo Redentor, Nuevo
Adán.
f) La Profecía de
Simeón.
“Y he aquí que
había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y
esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había
sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto
al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu Santo, vino al templo; y cuando los
padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía, le
tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora Señor, puedes, según tu
palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos la
salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, y luz para
iluminar a los gentiles y gloria para tu pueblo Israel”.
Su padre y su
madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a
María, su madre: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en
Israel, y para ser señal de contradicción. ¡Y a ti misma una espada te
atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las pretensiones de
muchos corazones” (Lc 2, 25 - 35).
Este buen hombre
que exalta el Evangelio de la infancia, aparece con cualidades muy propias de
los Varones Santos Israelitas: era justo y piadoso, esperaba la redención de
Israel y el Espíritu Santo (se repite tres veces en la perícopa) estaba en él,
es decir, era Profeta. Aunque se trata de una revelación expresa de la Tercera
Persona de la Trinidad, es una insinuación delicada de su modo de actuar en los
carismas y mociones.
Después de entonar
su himno a Dios, Simeón se dirige a María, pronosticando no sólo las
contradicciones que ha de sufrir y provocar este Jesús, hijo suyo, sino también
a la parte que a ella, en su calidad de Nueva Eva, va a tocar en estos
padecimientos.
La profecía además
de mariológica es también eclesial: La espada de dolor que anuncia atravesará
el Corazón de María, además de ser parte que a ella corresponderá en los
sufrimientos del hijo, particularmente en la hora de la cruz, tiene una
significación que va más allá; así como en el Antiguo Testamento, la Hija de
Sion tiene desgarrado el corazón por la espada de Yahvé que devasta el país pero
ahorra al pequeño resto, así también María asumirá en su alma el dolor, por los
hijos que se han hecho sordos a Jesús, rechazándolo y por la división y desgarramiento
del pueblo a causa de Jesús.
g) La Profetisa
Ana.
“Había también una
profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después
de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los
ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día
en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios
y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc
2, 36 - 38).
Aunque el relato
de la profetisa Ana no tiene un contenido directamente mariológico, sin embargo
la intervención de ella, así como la descripción de su larga vida ejemplar y su
carácter profético, nos completa un cuadro en el que María Madre de Jesús tiene
una presencia protagónica de primera línea y para completar el cuadro de los
profetas enviados por Dios a fin de dar testimonio de la presencia del Mesías
en medio de su pueblo. La salvación, de Jerusalén, que es para Lucas el centro
predestinado de la obra de la salvación cifraba todas las esperanzas de Israel
como lo atestigua en el primer capítulo de Hechos.
h) María y la vida
oculta de Jesús (Lc 2, 39 - 52).
“Así se cumplieron
todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de
Nazareth. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia
de Dios estaba en Él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la Fiesta de
Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y,
al volverse, pasados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo
sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de
camino, y le buscaban entre parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se
volvieron a Jerusalén en su búsqueda y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron
en el Templo sentado en medio de los maestros escuchándoles y preguntándoles;
todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”. Cuando
le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “Hijo, ¿porqué nos has
hecho así? Mira, tu Padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. Él les
dijo: “Y ¿porqué me buscáis? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre?” Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
Bajó con ellos y
vino a Nazareth, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 39 - 52). La parte final del
Evangelio de San Lucas sobre la Infancia de Jesús, que comprende: el
crecimiento de Jesús, la pérdida en el templo y la vida oculta en Nazareth,
desde el punto de vista de María, tiene una visión de síntesis proporcionada
por San Lucas, tomada seguramente del conocimiento mismo de la Virgen.
Que el niño
creciera y se fortaleciera llenándose de sabiduría, el testimonio de todo ese
tiempo, sintetizado en esa pequeña frase, lo recibió muy probablemente San
Lucas de la misma persona de María.
El episodio del
Niño Jesús perdido y hallado en el Templo a la edad de 12 años es el único
detalle que revela el Evangelista de todo lo acaecido en esos treinta años de
vida oculta en Nazareth, fuera de las generalidades de la sujeción a José y
María y el crecimiento en sabiduría, estatura y gracia y lo que de ello se
reflejaba en la gente: simplemente era considerado como Hijo de José.
En el episodio de
Jerusalén, Lucas nos muestra como la familia de Jesús, iba como los Israelitas
normales y fervientes, cada año a la fiesta de Pascua en Jerusalén. Jesús a los
doce años, que era la edad fijada por el Judaísmo, para hacer entrar a un niño
en la observación plena de la Ley, la edad de madurez religiosa, fue llevado
por sus padres. La pérdida del niño en la caravana puede ser un hecho normal y
así lo entendieron José y María. Pero este incidente de la vida juvenil de
Jesús está enmarcado en la celebración de la Pascua, encontrado a los tres días
en el Templo, es decir, en la casa de su Padre, lo que nos pone a pensar en la
última Pascua de Jesús y la presencia solidaria de María en ella.
La parte central
del episodio está en la respuesta del Niño Jesús a María ante su reclamo en
tono muy bíblico. En presencia de José y María que constituyen su familia
terrena, Jesús pone en claro sus relaciones filiales con el Padre, que es quien
lo ha engendrado desde la Eternidad.
Desde que Jesús ha
comenzado a utilizar su inteligencia humana, ha tenido conciencia y experiencia
de ser el “Hijo de Dios” en sentido estricto y ahora que ha entrado en
la edad de su madurez religiosa, es una obligación divina para Él estar en el
Templo, en la Casa de su Padre, ocupándose “de las cosas de su Padre”, es
decir de la Ley y los profetas, que son el mensaje de su Padre al pueblo.
Jesús se mueve en
un nivel superior a los detalles de su familia humana y la respuesta de Jesús a
María delante de José y los Doctores de la Ley, constituye una invitación “para
que vayan penetrando más y más en el misterio de su filiación divina, en el
secreto Plan que Dios Padre tenía sobre él, ellos no lo entendían en su nivel,
pero María en su Fe, que la alimenta guardando todas esas cosas en su corazón”.
María, en su
reflexión contemplativa, guiada por el Espíritu Santo, iba penetrando más y más
en el misterio de su Hijo y era testigo excepcional de ese crecimiento, manifestación
de lo divino y lo humano de Él, que progresaba en sabiduría, estatura y gracia
ante Dios y ante los hombres.
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Fascinante el recorrido sobre la Presencia de María en el Evangelio de San Lucas. Cuántas lecciones nos deja está contemplación!! Muchas gracias por este valioso trabajo.
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