Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Apartarán sus oídos de la verdad y se
volverán a las fábulas”. (2 Tim 4, 4).
La posmodernidad
inventó su propio pecado: cambió la verdad por la opinión.
De ese modo, la
dictadura de la mentira impuso el delirio de la religiosidad sustentada en la moda.
La tramoya del sofisma generó el negocio del evangelio como moneda corriente
entre los creyentes de cualquier credo gestado en el taller de los embustes.
Las muletillas,
en la jerga de la mediocridad espiritual, logran tener su registro de búsqueda
trascendental. Casi es un código de aceptación en los cultos de la sonrisa
ligera.
Los fieles de la
Virgen, bajo la advocación del Rosario de Chiquinquirá, sienten una especie de
teofobia acentuada cuando escuchan en el vecindario las frases de las falsas
devociones: “mamita María me dijo” y “papito Dios me prosperó”.
“Mamita María y
papito Dios” son dos sujetos gramaticales convertidos en expresiones cotidianas
de la cantinela social. Son un comodín del lenguaje para justificar el divorcio
legalista con la Sagrada Escritura, el magisterio de la Iglesia y el catecismo.
La manía
enfermiza de usar una escrupulosidad adherida al antojo del aspaviento es un
error de herejes. La conducta de aconsejar con la mitomanía del chismorreo
sirve para erosionar la sana doctrina con un caos de perversidades oscuras.
La confusión reina
en el barrio porque el error tiene más derechos que el acierto virtuoso.
Pensar, con algo de cordura, está fuera de lugar. El sentido común fue
condenado al silencio de la comunidad porque primero está la legitimidad
vertical de la banalidad.
Los seguidores de
la fantasía, bautizados y tradicionalistas, fueron los primeros en correr a
refugiarse en las redes sociales para descifrar el enigma profético de la
pandemia. Así, la Iglesia volvió a las catacumbas.
Ir a la santa
misa es pecado porque se puede contaminar al prójimo con la fe. Y es delito por violación a una norma
sanitaria de la cual están exentos las cantinas y los lupanares.
Mientras la
libertad de conciencia escoja el mediocre argumento de adaptar la voluntad del
Creador al capricho comercial de la institucionalidad habrá un delito contra la
dignidad del alma.
La falta crecerá
genéticamente entre un trigo estéril cuyo fruto espurio no será el pan sino la
hiel del engaño. Y una sociedad educada por el fraude, en la superchería de la
idolatría, solo puede abortar el amor.
Un ejemplo
ilustra cómo evoluciona la vida de los seguidores acérrimos de la decepción. La
prensa nacional destacó, en días pasados, un caso en que “papito Dios” prosperó
a un caudillo del fervor místico.
Los seguidores de la Iglesia Cristiana
Berea, con sedes en Barranquilla y en Sabanalarga (Atlántico), le pidieron a “mamita
María” que les ayudara a ubicar al pastor que les anunció, Biblia en mano, el
retorno de Cristo para el 28 de enero de 2021. La pre-parusía se tradujo en una
entrega de bienes al estafador que desapareció por causa de la fuga delictiva.
Las víctimas, apóstatas del catolicismo,
insistieron en creer que sus opiniones son superiores a la verdad.
La ignorancia religiosa, es el camino hacia la mediocridad.
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