Beato Guerrico de Igny, abad cisterciense
Primer sermón para la Purificación, 3-5; SC 166
«Luz para alumbrar a las naciones»
Te bendigo y te glorifico, oh Llena de gracia (Lc 1,28); has traído al mundo la misericordia que ha venido a nosotros. Tú has preparado el cirio que tengo hoy entre mis manos (en la liturgia de esta fiesta). Tú has aportado la cera para esta llama… cuando tú, Madre inmaculada, has vestido de carne inmaculada al Verbo inmaculado, tú su Madre inmaculada.
«Tened en las manos las lámparas encendidas» (Lc 12,35). A través de este signo visible, demos muestras del gozo que compartimos con Simeón llevando en sus manos la luz del mundo… Seamos ardorosos por nuestra devoción y resplandecientes por nuestras obras, y junto con Simeón llevaremos a Cristo en nuestras manos… La Iglesia tiene hoy la costumbre tan bella de hacernos llevar cirios… ¿Quién es que hoy, teniendo en su mano la antorcha encendida no se acuerda del bienaventurado anciano? En este día tomó a Jesús en sus brazos, el Verbo presente en la carne, como lo es la luz en el cirio, dando testimonio de que era «la luz destinada para iluminar a las naciones». Ciertamente que el mismo Simeón era «una lámpara ardiente y luminosa» dando testimonio de la luz (Jn 5,35; 1,7). Es para eso que, conducido por el Espíritu Santo del que estaba lleno, fue al Templo «para recibir, oh Dios, tu misericordia en medio de tu Templo» (Sl 47,10) y proclamar que ella era la misericordia y la luz de tu pueblo.
Oh anciano irradiando paz, no sólo llevabas la luz en tus manos sino que estabas penetrado de ella. Estabas tan iluminado por Cristo que veías por adelantado cómo él iluminaría a las naciones…, cómo estallaría hoy el resplandor de nuestra fe. Alégrate ahora, santo anciano; hoy ves lo que tú habías previsto: las tinieblas del mundo se han disipado; «las naciones caminan a su luz»; «toda la tierra está llena de tu gloria» (Is 60,3; 6,3).
¡Ea, hermanos! Hoy este cirio arde en las manos de Simeón. Venid a recibir la luz, venid y encended vuestros cirios, quiero decir vuestras lámparas que el Señor quiere ver en vuestras manos (Lc 12,35). “Mirad hacia Él y quedaréis radiantes” (Sal 33,6). No tanto para llevar en vuestras manos una antorcha sino para ser vosotros mismos antorcha que brilla por dentro y por fuera, para vuestro bien y bien de los hermanos:…Jesús iluminará vuestra fe, os hará brillar por vuestro ejemplo, os sugerirá buenas palabras, inflamará vuestra oración, purificará vuestra intención…
Y tú, que posees tantas lámparas interiores que te iluminan, cuando se apague la lámpara de esta vida, brillará la luz de la vida que no se apagará jamás. Será para ti como la aparición del esplendor del mediodía en pleno atardecer. En el momento en que piensas que vas a extinguirte, te levantarás como la estrella de la mañana (Jb 11,17), y tus tinieblas se transformarán en luz de mediodía (Is 38,10). No habrá sol durante el día y la luz de la luna no te iluminará más, pero el Señor será tu luz perpetua (Is 60,19), porque la antorcha de la nueva Jerusalén es el Cordero (Ap 21, 23). ¡A él gloria y honor por los siglos sempiternos! Amén.
Con la Luz de Cristo iluminanos Madre amada y permite que la llevemos siempre encendida.
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