Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El Santuario de
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá elevó sus plegarias con los delicados
sentimientos de una súplica urgente. La salud de la humanidad, aturdida por su
soledad tecnológica, aguardaba expectante.
La Virgen Morena,
vestida con su manta muisca, tomó el pabellón patrio como abrigo de su lienzo y
bendijo a sus hijos queridos, los frailes dominicos. Ellos celebraron la
eucaristía de Colombia para el mundo.
La santa misa, trasmitida
por diferentes medios, unió a más de 150 países y a millones de personas con el
cálido recitar de una invitación a la renovación de las promesas bautismales.
La procesión de ofrendas
marcó una dimensión cultural diferente en la gracia del misterio del pan y del
vino. Una pareja de alegres danzantes interpretó el himno del promesero raizal,
la guabina chiquinquireña. El encanto delicadísimo del arte musical bailó, con
garbo galante, la tradición carísima de un pueblo heroico, jardinero fiel de la
Rosa del Cielo.
La misión continuó con el salterio de María que se escuchó en varias lenguas. El habla orante sorprendió con el dialecto wayuunaiki de la familia arawak, etnia wayuu; el románico latín, el culto griego, de raigambre indoeuropea, y el semítico árabe cuyas raíces lingüísticas y bromatológicas se degustan en las almojábanas boyacenses. Voces, todas, de lejanos tiempos y latitudes de la casa común.
Así, el eco del rosario evangelizador comenzó a latir en los corazones de los hijos de María Santísima de Chiquinquirá.
Con un sentido homenaje a nuestra Reina, presentamos ante el mundo la grandeza oculta de nuestra Patria.
ResponderEliminarBello comentario, gracias
ResponderEliminarAbrazo gigante desde la Argentina
ResponderEliminarGRACIAS, BENDICIONES
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