Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana Foto: archivo particular
El Terremoto de Cúcuta dejó una profunda huella sísmica en la historia de
los desastres telúricos andinos. La violencia del movimiento impuso una
trayectoria de destrucción a dos naciones hermanas en la santa devoción a
Nuestra Señora de Chiquinquirá, mayo 18 de 1875.
Los templos de la Patrona, en Colombia y Venezuela, fueron tocados de maneras diversas por esa onda de estragos que dejó el incontenible paso del cataclismo.
Sobre las consecuencias del fenómeno abundan los informes científicos y las crónicas en fuentes confiables como el Instituto de Colombiano de Geología y Minería (Ingeominas) o la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas (Funvisis) -Universidad de los Andes-Universidad Central de Venezuela-Fonacit (Sismología histórica).
A la lista se pueden añadir importantes documentos como las cartas y noticias enviadas por los sobrevivientes y publicadas en el periódico El Tradicionista de Bogotá, además del libro El Terremoto de Cúcuta del historiador cucuteño, Luis Miguel Febres Cordero (1926), entre otras fuentes recomendadas para los estudiosos de los movimientos fuertes de la corteza terrestre.
Por tanto, estas líneas no estarán dedicadas a la sismografía, estudio de otra disciplina, sino a recordar con devota brevedad el tema mariano porque cinco casas principales de la Chinca fueron sacudidas y dos severamente afectadas. Sus hijos consentidos, los promeseros, contemplaron con horror macabro la magnitud de la tragedia.
La polvareda que levantó la caída de las paredes de adobe no dejaba ver las ruinas en el Pueblo de Cúcuta. Allí reinaba, desde finales del siglo XVI, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, La Cacica de San Luis, cuya bella historia se sacrifica en aras de la concisión. Las víctimas clamaron su intercesión contra las réplicas que sacudían el puente sobre el Pamplonita. La catástrofe fue de tal dimensión que el liberal radical y presidente del Estado de Santander se acordó de Dios:
“Conciudadanos: El telégrafo ha venido anunciando desde ayer la consumación de una espantosa catástrofe. Según los últimos telegramas recibidos de Bucaramanga, la bella y populosa ciudad de San José de Cúcuta ha quedado reducida a escombros por consecuencia del terremoto que tuvo lugar el 18 del corriente. Debajo de esas ruinas han debido quedar sepultados centenares de conciudadanos y amigos nuestros, de los más queridos… Otros no menos desgraciados, vagarán a estas horas por los campos exhalando dolorosos gemidos e implorando la misericordia del Cielo y la piedad de sus prójimos.
En tan terrible emergencia es deber del Presidente del Estado dictar cuantas medidas sean conducentes aminorar los efectos de esa gran calamidad, entre ella la de excitar a todos los santandereanos a que ayuden, cada uno en la medida de sus facultades, a crear un fondo con qué auxiliar a las personas que, privadas de hogar y de fortuna, reclaman imperiosamente este acto de beneficencia pública. Yo partiré enseguida a llevar los primeros socorros decretados por el Poder Ejecutivo nacional y del Estado, y a pagar mi tributo de lágrimas en presencia de aquellas ruinas veneradas.
¡Conciudadanos! No es simplemente en nombre de la caridad cristiana, sino también en el del sentimiento de fraternidad que, con el corazón destrozado. Os dirijo este llamamiento. Dios proteja al Estado. Socorro 20 de mayo de 1875, Aquileo Parra.
El siguiente templo en caer bajo el empuje del desequilibrio estructural fue el de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Lobatera, estado Táchira, Venezuela.
Esa iglesia, de colonial tradición mariana colombiana, tenía fecha de 1593
hasta 1849 cuando un temblor la destruyó. Fue reconstruida y abatida por el
movimiento gestado en la Villa de San José de Cúcuta. Mucho esfuerzo y dinero
costó repararla. Las bregas de la comunidad y del padre Pedro María Morales la dejaron en funciones eclesiales vigentes para 1908.
Y sin salir del vecindario, Maracaibo, la tierra del sol amada, guarda a
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, La Chinita. Allí, las ondas
sísmicas fueron benignas con la edificación, pero igual las preces y las gaitas
sonaron agradecidas por el favor de la vida.
Las dos piezas, fundamentales, que faltan en este corto relato son las
ubicadas en la tierra con toponímico de costumbres muiscas y acento chibcha:
Chiquinquirá, la mayor y la renovación. El telegrafista de la población logró
comunicación con un colega de Bogotá para informar sobre la invasión de los
temblores moderados que seguían asustando a la feligresía en mayo de 1875.
Los habitantes de los Estados Unidos de Colombia se volcaron temporalmente
en ayuda de las ruinas fronterizas, pero pronto el deporte de los matarifes
aumentó la desgracia. La guerra civil en el Estado del Magdalena y sus vecinos
de la costa consumieron la solidaridad. Un país sin aliento moral para progresar
se lanzó fanático a otra conflagración. En el Estado Soberano del Cauca comenzó
la denominada Guerra de las Escuelas, por el tema de la enseñanza de la
doctrina católica, 1876.
Las preces por los
templos caídos dieron frutos por encima del espanto político. Tres de aquellas
cinco obras arquitectónicas hoy son basílicas menores: Maracaibo, Chiquinquirá
y Cúcuta.
Cuarenta y cinco años después, el 18 de mayo de 1920, el papa Benedicto XV distinguió con el título de Basílica Menor al templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, La Chinita, de Maracaibo, Venezuela.
Interesante relato que una vez más nos presenta el poder de la oración y la protección de nuestra Madre, en medio de las grandes catástrofes.
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