jueves, 31 de enero de 2013

La Colombia de María



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“….¡Colombia, tierra de la Virgen; Colombia, jardín mariano!...” Así llamó su santidad Pío XII a esta patria en su radiomensaje del 16 de julio de 1946 con motivo de la clausura del II Congreso Mariano Nacional.

El Papa tenía razón porque la geografía de la República tiene varios santuarios en cada departamento. La lista podría fácilmente superar los 400 lugares al incluir las voces foráneas. Por eso solamente se intentó registrar las advocaciones de la Santísima Virgen María puramente criollas o nacionalizadas por los siglos de una tradición construida con la fe de los carboneros. Los sitios santos superan el centenar para gloria de Dios.

El cuerpo de este texto es una invitación para que los lectores tengan la gentileza de informar sobre algún nombre que no esté  aquí consignado. La idea es recobrar un espacio para los futuros miembros de la Sociedad Mariológica Colombiana. Ellos tendrán  un motivo autóctono para investigar sobre un terma inagotable, la Virgen María.

Departamentos

Amazonas

1.  Nuestra Señora de la Paz. Leticia.


Antioquia

2. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de La Estrella.
3. Nuestra Señora del Rosario de Arma de Rionegro.
4. Nuestra Señora de la Conchita de Carolina.
5. Nuestra Señora de las Misericordias. Santa Rosa de Osos.
6. Nuestra Señora de La Valvanera. Sonsón.
7. Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín.
8. Nuestra Señora de la Piedra. Medellín.
9. Nuestra Señora del Carmen de Viboral.
10. Nuestra Señora de Copacabana.
11. Nuestra Señora de Sopetrán.

Arauca

12. Nuestra Señora de la Asunción. Tame.



Atlántico

13. Nuestra Señora de la Asunción.


Bolívar

14. La Original. Simití.
15. Nuestra Señora de la Candelaria. Magangué.
16. Nuestra Señora de la Candelaria de la Popa. Cartagena de Indias.


Boyacá

17 Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. 1586. (Reina y Patrona de Colombia).
18. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. (Mama linda Renovada) Villa de Leiva. 1836.
19. Nuestra Señora del Amparo de Chinavita.
20. Nuestra Señora del Desierto de la Candelaria.
21. Nuestra Señora de Monguí.
22. Nuestra Señora de la O. de Otenga. Betéitiva.
23. Nuestra Señora de la O. Morcá.
24. Nuestra Señora de Belencito.
25. Nuestra Señora de la Antigua. Nuevo Colón.
26. Nuestra Señora de las Aguas. Motavita.
27. Nuestra Señora de los Milagros. Tota
28. Virgen Morena de Guicán.
29. Nuestra Señora de la Paz. Quipama.
30. Nuestra Señora del Milagro. Tunja. (El Topo).
31. Nuestra Señora de la Esperanza. Soracá.

Caldas

32. Virgen de la Loma. Aguadas.

Caquetá

33. Nuestra Señora de las Mercedes. Paujil

Casanare

34. Nuestra Señora de Manare.


Cauca

35. La Niña María de Caloto.
36. Nuestra Señora de la Asunción. Popayán.
37. Virgen de Cumbitara. Patía.


Cesar

38. Rosarito la Vallenata. Valledupar.
39. La Divina Pastora. Valledupar.
40. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Río de Oro.

Chocó

41. Santa María la Antigua del Darién. Golfo de Urabá.


Córdoba

42. Nuestra Señora del Rosario. Montería.


Cundinamarca

43. Nuestra Señora del Rosario de La Calera.
44. La Virgen de la Canoa. Beltrán.
45. Virgen del Rosario de Guasá. Zipaquirá.
46. La Virgen del Buen Suceso. Guaduas.
47. Nuestra Señora de la Salud de Bojacá.
48. Nuestra Señora de Belén de Bochica. Ubaque.
49. Nuestra Señora del Rosario de Junín.
50. Nuestra Señora de la Salud. Supatá.
51. Nuestra Señora de la Asunción. La Palma.

Guainía

52.  Nuestra Señora de Guainía.

Huila

53. Nuestra Señora de la Angustias. Natága
54. Nuestra Señora de Aranzazu. Belalcázar.
55. Nuestra Señora de los Milagros. Vda. Tobo. Timaná.
56. Nuestra Señora de Pitalito.

La Guajira

57. Nuestra Señora de los Remedios.

Magdalena

58. Nuestra Señora la Inmaculada de Santa Marta.




Meta

59. Nuestra Señora de Mapiripán.

Nariño

60. Nuestra Señora de las Lajas. Pasto.
61. Nuestra Señora del Rosario de Iles.
62. Nuestra Señora de la Merced. Pasto.
63. Virgen de la Visitación. Ancuya.
64. Nuestra Señora del Rosario de la Playa.

Norte de Santander

65. Nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma.
66. Nuestra Señora de las Angustias. Labateca.
67. Nuestra Señora de la Dormición. Sardinata.
68.  Virgen de Tierra Linda. Los Patios.
69. Nuestra Señora de Cúcuta.
70. Nuestra Señora de la Piedrita. Convención.
71.  La Virgen de los Parrita. Chitagá.
72. Nuestra Señora de Campo Dos. Tibú.
73. Nuestra Señora de los Dolores. Cácota.
74. Nuestra Señora de la Lajita. Cáchira.
75. Nuestra Señora de la Cueva Santa. Bochalema.
76. Virgen de la Tablita. El Zulia.
77. Nuestra Señora de los Remedios. Corregimiento La Curva Bucasarica.
78. Nuestra Señora de Belén. Salazar.

Putumayo

79. La Divina Pastora.

Quindío

80. La Inmaculada Concepción de Armenia.

San Andrés y Providencia

81.  Nuestra Señora del Mar.

Santander

82. Nuestra Señora de la Salud. Páramo.
83. Nuestra Señora del Mazo y del Socorro.

Sucre

84. Nuestra Señora de La Candelaria. Morroa.

Tolima

85. Nuestra Señora del Carmen de Apicalá.
86. Virgen de Coloya. Lérida.

Valle del Cauca

87. Nuestra Señora de los Remedios. Cali
88. Nuestra Señora de la Paz. Cartago.
89. Nuestra Señora de la Pobreza. Cartago.
90. Nuestra Señora del Palmar. Palmira.
91. Nuestra Señora de las Mercedes. Cali.
92. Nuestra Señora de la Consolación. Toro.

Vaupés

93. Santa María de Cuduyarí.
94. Santa María de Querarí.



Vichada

95. Nuestra Señora del Carmen.

Capital

Bogotá, D.C.

96. Nuestra Señora de la Peña. Patrona de Bogotá.
97. Nuestra Señora de la Bordadita
98. Nuestra Señora del Topo. Catedral
99. Nuestra Señora del Campo.  San Diego
100. Nuestra Señora de las Nieves.
101. Nuestra Señora del Rosario de las Santas Aguas.


miércoles, 23 de enero de 2013

María de Chiquinquirá, peregrina septenaria



La Capital Religiosa de Colombia recibió a más de 50 mil peregrinos que presenciaron un acto único en los anales de su existencia. Resumen de los hechos.

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariológica Colombiana

En el Año de la Fe, la Santísima Virgen María decidió deambular por la urbe boyacense que fundó en 1586 para regalarle a sus devotos el corazón de su Jesús amado. “…Por aquellos días, María se puso en camino…” (Lucas 1, 39).

Misterio extasiado. Enigma deslizado sobre las iniciales de la Historia. En la Ciudad Promesa, a las 10:25 de la mañana del 25 de diciembre de 2012, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá se interpuso entre el rumbo de un viajero afanado y su anhelo de místico holocausto por contemplar a la Madre Dios.

El encuentro entre el romero solitario y su dueña resultó escandalosamente particular. La procesión, marchaba de la Parroquia de la Sagrada Familia hacia la iglesia del Espíritu Santo. La verbena ocupaba 200 metros lineales de la calzada de ingreso a la Villa de los Milagros.

El forastero, vestido con saco de paño, corbata y abrigo bogotano, se postró de rodillas frente al sagrado lienzo. La pieza tutelar de la nacionalidad era trasportada en un vehículo especial bajo la custodia de la fuerza de los acontecimientos. El recorrido cumplía los estrictos parámetros dominicos, planificados con meses de anticipación. Bajo un nubarrón gris, la imagen renovada permanecía dentro de una urna de vidrio rodeada de su guardia de honor, sacerdotes, agentes de la Policía Nacional, personal de la Defensa Civil y un selecto equipo de centinelas uniformados que marchaban con atenta paciencia entre un gentío de rostros trasnochados.

La devota genuflexión atrajo la atención de algunos feligreses que participaban en el desplazamiento. Las risas socarronas, los cuchicheos asombrados y las recriminaciones mordaces pasaron por entre los labios de varios fieles que acompañaban el desfile. 

La razón de los comentarios era la vestimenta, inapropiada para participar en una comitiva especialmente programada para el jubileo septenario. 

La rutina de la jornada la rompió una niña. La pequeña se acercó con su cara radiante de alegría para ofrecer una banderita impresa con la estampa de la Reina de los Patriarcas sin sus santos acompañantes. La novel vendedora quería obtener 1.000 pesos por su producto. Tiernamente se le recriminó la ausencia de la identidad en el dibujo. La pequeña, sin tener responsabilidad en el asunto, se sonrojó con picardía. Rápidamente se compuso para prometer solemnemente ir a buscar otra bandera más auténtica, pero no regresó.

La molestia se incrementó cuando cientos de banderines se levantaron para saludar. La figura mutilada era la mácula de lo inevitable. La forma había entrado en el diseño tacaño como un error doloroso. Algún fabricante, falto de sentido común, dejó a Nuestra Señora sin edecanes. La identidad, tan celosamente guardada por cuatro largas centurias, recibía un duro golpe a la tradición. La Virgen escogió a san Antonio de Padua y a san Andrés apóstol para ser testigos de un milagro. Sin ese motivo doble de la compañía, el signo visible, que trastocó el ritmo de la evangelización en el Virreinato de la Nueva Granada, se unía al patrimonio de la ausencia.

La gráfica espuria equivaldría a que un ciudadano decente perdiera sus apellidos. Así el sujeto carecería de identidad. La desmemoria lo mataría bajo la infamia de una orfandad impuesta. El impreso de la Virgen cercenada era agitado con la fuerza del estigma. Estas letras se quejan dentro de una dicha irremediable. Tremenda paradoja.

La voz del reclamo relata que el desconocido se acercó más de lo permitido por la seguridad, la prudencia y el protocolo a Nuestra Señora. La complicidad boyacense permitió el encuentro de la Madre con el hijo. Momento sublime de eterna gratitud e inolvidable bendición.

La santa alegría no podía desviar el objetivo de la visita. Una llamada por el teléfono móvil descifró el dilema. En un punto habría separación. La muchedumbre cambió de rumbo y el autor empeñó su andar a la prisa sin pausa. La ciudad mariana mostró su cara somnolienta, producto de una doble jornada de oraciones navideñas. La Novena de Aguinaldos se sumó a la Novena de la Virgen de Chiquinquirá en una circunstancia de mística, tradición y jolgorio que después de nueve días dejaba la huella imborrable de la pesadumbre.  

La travesía encontró el reposo necesario en el hogar de don Marco Suárez a quien se le puede aplicar las palabras de Jesús cuando vio a Natanael: “He aquí un verdadero chiquinquireño, en el cual no hay engaño”. El saludo de bienvenida tuvo la calidez de un apóstol.

Mientras el aliento establecía el imperio de la calma, en la tienda contigua a la morada se observó una muestra del gran movimiento regional. Tres ilustres campesinos contaban su dinero para comprar quince reliquias de la doncella. En sus semblantes curtidos se leía la venerable tradición de sus mayores. Ellos venían, como sus ancestros, a pagar una promesa, a cantar unas coplas, cortejar a una muchacha bonita, rezar el rosario, visitar a su señorita y a pedirle con humildad una merced para llevar a sus parcelas.

Infortunadamente, no hubo forma de explorar la sabiduría popular de los tres compadres porque en la sala de la familia Suárez González se rezó el Ángelus con la puntualidad de lo simple. 

Las preces se cerraron para abrir el diálogo sobre el oficio a desempeñar en las horas vespertinas. Marco, con su habitual entereza, repasó la temática. Pensó en cada detalle con sentido de catequista. El almuerzo formó parte de esa charla sencilla donde se evaluó el procedimiento con base en una conciencia entrenada por la fe. Se intercambiaron ideas sobre un discurso exacto.

La tarea consistía en recibir a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá en el Templo de la Renovación. El inmenso privilegio, suficiente para lacerar los fuertes hombros de un obispo, tenía ingredientes históricos irrepetibles. En los 426 años del reinado de la Madre Castísima no se había dado una serie de hechos novedosos en una época trascendental. La Virgen salió por primera vez a visitar siete parroquias en un año Septenario, preparatorio al centenario de su coronación. El culmen de esa coyuntura era la entrega de su vivienda reformada con tesón dominico. El encargado de articular ese momento era un laico anónimo que repetía con asombro sincero su indignidad para tal evento.

La sobremesa finalizó con dos ideas claras para navegar en un mar de incertidumbres emocionadas. Primero, la hermana del anfitrión, la señorita Michelly Suárez, sería la dama de la entrevista. Ella haría la presentación para catalizar la inmensa tensión de hablarle a una multitud de raizales sobre la Patrona. En la segunda propuesta se eliminó el libreto para que el Espíritu Santo fluyera según su voluntad.

La charla plácida definió el resto de la jornada, sin retorno ni vacilaciones. Doña Michelly aceptó el reto al estilo de una moderna María Ramos y se retiró a su habitación para prepararse. 

Marco, meticuloso en sus acciones preparatorias, invitó al periodista para un reconocimiento del terreno. Sobre las 2:30 p.m., se paseó por la plaza principal en busca de un banderín con el concepto original del pintor español, Alonso de Narváez.  Intento infructuoso. Entonces se encaminó hacia a la zona del magno encuentro. Marco repitió pacientemente donde estaría la tarima, por donde llegaría el carruaje con la Virgen, los horarios precisos, los escenarios adecuados, el apoyo integral y los nombres de los encargados. Hizo una pausa para evaluar los posibles inconvenientes y sin tregua reasignó la misión para este cronista con las siguientes palabras: “Usted hablará una hora sobre la Virgen de Chiquinquirá y le dará la bienvenida”.

Conversar sobre la Reina de los Ángeles es delicioso cuando se hace detrás de un micrófono en una cabina de radio. Otra muy distinta es enfrentar a un conglomerado de gente anhelante en una circunstancia sin precedentes. La situación era una invitación a enmudecer los sentidos en un natural colapso de las emociones. El solo hecho de recibir a la Virgen Inmaculada bastaría para estremecer de pavor escénico a un político demagogo acostumbrado a hipnotizar a las masas con promesas delirantes. 

La tensión se relajó con un paseo por las remodeladas instalaciones del Pozo de la Virgen. Allí comenzó el signo vivido por 20 generaciones con puntualidad misteriosa. El flujo de romeros extasiados entraba sin tregua. El costo por persona era de 1.000 pesos. Ellos tomaban fotografías y manoseaban el resumen pictórico en un cuadro que narraba el fenómeno de la renovación en la Capilla de los Aposentos de Chiquinquirá, el 26 de diciembre de 1586.

La tarde les recordó la cita con la Madre del Amor Hermoso. El retorno se ejecutó bajo la serenidad de la cuestión inminente. Doña Michelly se encargó de afinar los detalles para el recibimiento de la Reina de los Confesores.

El ocaso determinó el regreso de los grupos apostólicos de La Renovación a sus puestos de comando. El parque Julio Flórez tenía copados los espacios frente al templo. Decenas de personas se apostaron entre las jardineras para expresar sus devociones.

La noche caía y una llamada telefónica invitó al ascenso por una escalinata a la tarima especialmente construida para el momento en que la Virgen María oiría, de un foráneo indigno, sus sentimientos transformados en explicaciones académicas, relatos históricos, protestas ardientes, nobles peticiones de perdón, críticas ácidas y alabanzas de esperanza para una tradición injertada en la conciencia de un pueblo olvidadizo.

La presentación de Michelly atrajo la atención de una concurrencia apretujada, atenta e indómita. Las ideas se juntaron con las palabras para vencer el miedo de hablar sin libreto ni censuras. Se le preguntó a esa asamblea anónima, pero dueña de su independencia, si alguien había recibido favores celestiales por intermedio de la Rosa del Cielo. Los brazos se levantaron con la agilidad de los escogidos para ratificar que en Chiquinquirá no habita la leyenda.

La temática se desarrolló alrededor de los sucesos de la renovación de una pintura plasmada en una manta de algodón de manufactura indígena. Se trató el complicado renglón de las salidas del santuario con énfasis en la de 1816. El relator le pidió perdón a la Santísima Virgen por el secuestro y profanación ejecutada por Serviez en su fuga hacia los Llanos. Sacrilegio mercenario. Deuda moral que la Nación debe subsanar cuando se cumpla el bicentenario de esa afrenta ignominiosa.

La memoria herida imploró misericordia por los atentados que fijarán una cicatriz centenaria en el 2013. Entre la retórica y la emoción se lanzaron retos sobre la secuencia de prodigios que ocurrirían en esa fecha feliz. La idea simple se expresó contundente: “o estamos en la Villa de los Milagros y en este día se cumple la profecía de Isaías, el Dios con nosotros, o esto no es más que una manifestación folclórica”. El primer don es la renovación del alma, rota por el pecado y restaurada por el fuego de Dios. El segundo es el perdón y el tercero es la sanación de las dolencias físicas. El inmenso desafío invitó a los favorecidos a dejar el testimonio por escrito en el despacho de la Basílica para ser publicado en el periódico Veritas. La concurrencia silenciosa acató la sugerencia. Triunfo del mandamiento de María sobre las costumbres. “…Hagan todo lo que Él les diga…" (Juan 2, 1-11).

Los argumentos tocaban las conciencias atentas. La congregación de gentes diversas se trasformó en un gigante obediente. No hubo ni una sola muestra de indignación o de protesta. Todos, sin excepción, esperaban la llegada de una profecía. El Cristo recién nacido remediaría en el pesebre de sus conciencias la dictadura cruel del pecado. El orador se perdió entre la silente melodía de un vecindario humilde para defender con ardentía el valor cultural encarnado en la Virgen de Chiquinquirá.

Tumulto herido. Atmosfera de católicos compungidos. Instante electrizado por la belleza.

La escolta real caracoleaba con brío. La caballería, representada por los carabineros de la Policía Nacional, abría el cortejo engalanada con arreos de lujo. El anunció de la inminente llegada de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá hizo que miles de cuerpos giraron con maquinal precisión hacia el lugar señalado. 

Santísima Virgen María, se te saluda como Santa Isabel: “¿quién soy yo para que la Madre de Dios venga hasta mí?”,  ¿quién es Colombia?, ¿quién es Chiquinquirá? Un rugido apoteósico arrojó llantos y vítores indomables. Latidos de tambor iluminaron los corazones. Tembló la noche al estallido de la pólvora que encendió los cielos con fuegos de potencias incomunicables.

El recuerdo inacabable de aquella tempestad de bendiciones fascinantes estremece con el esplendor de una alegría perpetua a estas líneas, testigos de la  misericordia divina. Idilio inmortal.

El amor inocente inundó los cimientos de la piedad. Horizonte de esplendores implorados.

Breve instante inmutable. La quietud profética dio paso a la serenata de la magnificencia.

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá recibió una lluvia de pétalos de rosas antes de ingresar a la Iglesia de la Renovación sobre los hombros de sus cargueros. Los santos varones soportaban el ceremonial peso del Arca de la Alianza, al estilo de las tribus de Israel en el desierto. “…Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos…” (Malaquías 3.)

Las órdenes militares tronaron con acento de santuario.

La Guardia de Honor se formó en el corredor de la nave central. Marcha orgullosa, pechos condecorados. Sables y fusiles en formación de espléndido temple. La tropa invicta mostró sobre sus casacas la medalla de la Patrona. La banda de música del Batallón Guardia Presidencial ingresó en un exuberante acto marcial.

El frenesí de la espera culminada retumbó en el éter.

El prior del convento, fray Narciso Gómez González, O.P., dio la bienvenida a la Virgen con las palabras de su santidad Juan Pablo II en 1986. El delirio inmenso estremecía los vitrales. El final del acto primario lo ensalzó el himno de Boyacá y la ofrenda floral a la Reina de Colombia perfumó la fuerza de lo sagrado.

El recinto temblaba ante la impresión de lo absoluto.

Los invitados especiales y los colaboradores, que compraron un bono para poder ingresar, observaron un vídeo sobre los cambios ejecutados en la antigua estructura. La ceremonia continuó con la interpretación de la Guabina Chiquinquireña que alegró el rígido protocolo. La Estudiantina de Chiquinquirá deleitó con el bambuco El Cuchipe, el mismo que la actriz francesa, Brigitte Bardot, cantó y grabó en 1963, “…De Chiquinquirá yo vengo de pagar una promesa, y ahora que vengo santo dame un besito Teresa…”   

La puntualidad domesticó a los minutos. A las 8:00 p.m., comenzó la ceremonia de entrega de la remodelada Capilla de la Renovación a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El festejo se volvió místico y popular en un doblete de alegrías. Una fiesta dentro de la iglesia y otra afuera. Circunstancia perpleja. El buen padre fray Fernando Piña, O.P., mandó cerrar las puertas porque unos mariachis cantaban con cariño desatinado. Razón obligatoria.

El protocolo vencedor estableció la impecabilidad de lo intangible. A las 8:58 p.m. El obispo de Chiquinquirá, Luis Felipe Sánchez Aponte, bendijo el ara “…Conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso…” (Lucas 1, 9-10).  Monseñor terminó el rito y le cedió la palabra a fray Jaime Monsalve, O.P., para inclinar una bienvenida a la Soberana del Cielo. Las notas del Reina de Colombia, sonaron con exquisito sentimiento. Vibración de sollozo feliz. El ámbito, en su concepción luminosa,  se agitó ante el asombro fascinante porque se descubrió el cuadro de la Virgen Peregrina de Chiquinquirá sostenido por dos ángeles dorados. “…Un ángel del Señor puesto a la derecha del altar…” (Lucas 1, 11). La escena, de inconfesado paraíso, se desbordó con un sello de eterno sortilegio para inundar el ensueño de los melómanos, bajo la delicadeza mística del Ave María de Schubert.

Insondable instante de placer celeste. Irrupción del aliento divino. Solemnidad del turiferario.

La realidad palpitante tuvo que venir en apoyo de un sosiego necesario, ante la ventura contundente. El provincial de los dominicos, fray Orlando Rueda Acevedo, O.P., pronunció el discurso de la renovación histórica y reveló el nombre del diseño del magnífico altar, denominado “Rosa del Cielo”.

Los homenajes continuaron bajo el docto conocimiento de los hijos de Santo Domingo de Guzmán. El señor párroco de la Renovación, fray Jaime Monsalve, O.P., recibió, por sus meritorias labores en el primer templo de Chiquinquirá, la Medalla de Oro de la Orden de Predicadores. La inmensidad de la gratitud aplaudió la resolución terrible de salvaguardar el tesoro de la Patria. “…Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…” (Mateo 16,18).

La adoración muda al sagrario permitió seguir la recepción en beneficio de la identidad y la memoria. La derrota de la amnesia quedó escrita a las 9:37 p.m., del 25 de diciembre cuando se descubrió una placa para honrar a la bendita Virgen de Chiquinquirá con la fecha símbolo del 26 de diciembre. Proclama vociferante que declaró abierto el centenario de la Virgen Peregrina. Ella volverá a recorrer las veredas de la Colombia heroica. La ruta retornará sobre la huella de un delito para perdonar un agravio insolente y criminal. El 20 de enero de 1913, en el templo de Santo Domingo en Pamplona (Norte de Santander) la copia viajera, del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, fue sacrílegamente profanada por manos impías. Dolor avergonzado. Trauma sangrante.

La inocencia de la fiesta se vistió con la túnica de la partida. Ruptura melancólica, compromiso acordado. Los cargueros gastaron cinco minutos, entre las 9:45 y las 9:50 p.m., para sacar a la Virgen de su santa morada. Los ciudadanos embelesados la seguían en procesión de júbilo inextinguible. El cortejo dio la vuelta al parque del bardo. Nuestra Señora recibió el saludo de las manos aglutinadas bajo el furor desajustado por el agradecimiento. Los juegos pirotécnicos, dirigidos desde la terraza de un edificio, iluminaron el sendero. Atronador sueño de extraño esplendor.  Conmovedor arrullo de indeleble bendición.

La banda de música del Batallón Guardia Presidencial tocó el Himno al Ejército… Los viejos soldados vigilaron con piadosas lágrimas el rumbo del cortejo hacia la Plaza de la Libertad.

Velada de zagales

La tensión del suceso inmortal se quedó tatuada en el alma de este cronista cuya placer interior se volcó entre los murmullos de una oración enredada en la gratitud perenne. 

El retorno a la humana condición periodística fue endulzado por la cálida presentación de una pareja de esposos, José y Natalia, que llegó a saludar a Marco y a visitar a la Virgen. Entre sus afanes traían el testimonio de un agradecimiento perpetuo.

El trance imborrable sirvió para comentarle a Marco la intención de pasar la noche en contemplación al lado de la Reina del Santo Rosario. A pesar de la fatiga, producto de los múltiples inconvenientes soportados por varias semanas de ardua labor, Marco, Michelley y el matrimonio, de José y Natalia, se sumaron a la causa en un acto propio de los ángeles. El gesto generoso sucedió en la tierra mil veces dichosa donde la bondad se entrega con la infinidad del afecto genuino. Dios los bendiga con su abrazo paternal, siempre.

Y como si la decisión no bastara para colmar el incontenible regocijo del amable cobijo, José los invitó a comer, Marco a tomar vino y Michelley consiguió ropa de abrigo. Intendencia de familia contra las inclemencias de unas sombras heladas.

La amistad se fundió en el horno del encanto. Con respetuoso permiso se bautizará a los anfitriones noctámbulos como los Cinco del Avemaría. Así es más fácil abrazarlos bajo el empuje de estas letras interminablemente agradecidas. Unidos por el amor a la Virgen Poderosa entraron en el salón del Café-Bazar, un sitio situado en la Plaza de la Libertad, para comer sánduche de pavo y  tomar milo.

Afuera el espectáculo era un sonido embriagado de murmullos. Beatitud enamorada de una paz navideña. Eran las 10:50 de la noche y miles de gargantas cantaban el Avemaría frente a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que reposaba majestuosa bajo una carpa en el atrio de su Basílica. La plazuela, ocupada en tres cuartas partes, recogió el eco de unos vítores esclarecidos. El aplauso enervante se escuchó inmenso contra los muros de un alcázar enardecido.

El rumor inconsciente presagiaba el arrebato de la inspiración de una raza modesta en su grandeza. La monotonía del minutero se interrumpió a las 11:30 p.m. En escena aparecieron las vísperas del Septenario con un atronador, vistoso y fantástico clamor pirotécnico. La maravilla de las luces, imperativamente encantadora, se unió a la gentil entrada de los peregrinos de Caraz (Perú). Esos hermanos trajeron sus preces para postrarse ante la virgencita colombiana. Al finalizar el generoso escándalo de las cosas encantadas, las familias de turistas se llevaron a sus hijos a dormir.

El éxodo irredimible de los infantes dejó el espacio suficiente sobre las baldosas para ubicar el mejor lugar contemplativo ante la meta simultánea de un terruño devoto.

El festejo, con su delirio apasionado, se prorrogó por una senda equivocada. La serenata de la agrupación, Los Niños Chiquinquireños, resultó tediosa por el sonsonete de ritmo extranjero, poco apropiado para la ocasión. Los amantes de la inspiración vernácula se alejaron molestos. Ese lunar de la programación convertía la gala en una feria estéril. El contexto tuvo un desmayo de triste amargura. Don José Ayala, el esposo de doña Natalia, con su aguda capacidad para analizar el incidente definió la presentación como: “música norteña-esmeraldera”. Sentencia terrible de absoluto tono indignado.

La virtud del onomástico

Afortunadamente, el paso de los astros marcó la medianoche y el  nativo clan Rozo salvó la velada porque le dio la bienvenida al aniversario 426 con un dechado de destreza en el manejo superior de la maestría en pirotécnica hecha espectáculo. En el castillo de la pólvora se ensambló un gran aviso donde se veía iluminada la fotografía de la dueña de casa.

El universo se sumó ensimismado al pliego de plegarias elevadas al infinito y dejó caer una llovizna pertinaz. La emoción llovía atada a un carruaje de bendiciones. Ronda de gotas, Refresco desesperado. Maravilloso éxtasis inquieto.

La práctica de la templaza enaltecida se mutiló en un hombre ebrio que atravesó el sector en un duelo del equilibrio contra el zigzagueo. Propiedad del abandono. Víctima sorprendida por el exceso en los brindis.

La música se apoderó de las gentes sobrias. A las 12:20 de la madrugada, los mariachis tocaron feliz cumpleaños, pero los asistentes habían sido desparpajados por una llovizna fanática, la frigidez penetrante y el trasnocho trasegado en un complot de circunstancias desoladoras. El 75 por ciento del área disponible para la contemplación quedó cubierto por montoneras de vasos plásticos aplastados por un tropel de clanes en busca del abrigo hotelero. El basurero fue un corte de puñal. Insurrección de los jirones. Caída adversa, vicio oscuro de la acción envilecida.

El aguacero arreció, quizás para barrer el desperdicio del jolgorio eufórico e incapacitado para el uso de las canecas. Los Cinco del Avemaría regresaron a prisa para buscar el albergue necesario en el local de Café-Bazar. Allí se encontró una mesa vacía que pronto se llenó del aroma de un tinto caliente. Pausa de vecindad cautelosa, la Virgen en la mira de los ojos anhelantes.

Amainó el temporal. A la una de la mañana, sonó la Guabina Chiquinquireña. La bellísima tonada se apoderó de los sentimientos patrios. Sin embargo, la explanada estaba casi vacía porque los pocos creyentes escampaban bajo los aleros esquineros. Cinco minutos después, José y Natalia, lideraron el retorno al rincón donde el Niño Dios se acogía al abrazo maternal. Marco pronunció la frase síntesis del desplazamiento: “Padre, mis pasos se dirigen hacia a ti”. 

Los Cinco del Avemaría formaron en la fila para ir a ver a la Virgen Clemente en su sitial, eran la 1:16 a.m., y un buhonero ofrecía cobijas por 10.000 pesos. Negocio oportuno sin prosperidad aparente. Pasaron doce minutos de larga hilera (1:28 a.m) antes de que los amigos cantaran una Salve de rodillas frente a la Reina de Colombia. ”…Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre…” (Lucas 2,16). Los soldados sonrieron ante el acto reverente que sorprendió a propios y extraños. 

Al regresar de la faena de veneración, José se encontró con el cantante Yesid Plata que terminó su exitosa presentación. Al preguntarle por un tarjeta personal para contratarlo, el vocalista contestó: “El número está en los cedés”. Ante la insinuación del artista, la hidalguía de Ayala respondió con la nobleza de su don de gentes, “véndame unos discos”. A la 1:45 a.m., Yesid Plata firmaba cinco ejemplares de su obra.  

Diez minutos después, los quíntuples regresaban a la columna de peregrinos para ir a visitar a la Virgen Madre. “...Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él, y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían.  María, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas…” (Lucas 2, 17-19).

La vastedad de la noche de paz apagó el alumbrado a las dos de la madrugada para teñir el ambiente de poesía, colores, explosiones. Un regocijo formidable galopó en una cabalgata del sentir mágico. La felicidad tenía sabor a villancico.

El tremendo recital de los explosivos les dio el turno a los integrantes del grupo Danza de los Andes. Eran las 2:35 a.m., y frente al trono de la Virgen, para deleite de pocos, una pareja de bailarines danzó con una veladora sobre la cabeza. Talento y equilibrio se conjugaron para mostrar el rasgo profundo de una riqueza autóctona, la que baila de alpargate, para dicha de su muestra folclórica. 

A la tres en punto, de un amanecer oscuro,  los Cinco del Avemaría se metieron en la formación de los romeros ateridos por el hielo para ir a postrarse de hinojos ante la Virgen Morena y cantarle la salutación angélica. Al volver iban con los corazones agradecidos. “…los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído, pues todo sucedió tal como se les había dicho…”(Lucas 2, 20).

En la fase de retorno los sorprendió una neblina espesa, situación singular que fue aprovechado por el capellán castrense para pedirle el favor a Michelly de que le abrochara una presilla del uniforme a un soldado de la Guardia de Honor. La ocasión sirvió para instalarse definitivamente junto a la Patrona en el atrio y bajo la carpa protectora. Un agente de Policía generosamente entregó una silla y los acomodó en un lugar reservado para los invitados de privilegio.

La protección trazada por las vallas metálicas mantenía un orden adecuado para los caminantes extenuados que llegaron a las 3:25 de la mañana. La escena tomó el vigor de la austeridad. Al frente de los visitantes, un fraile dominico cubierto con su capucha negra, se paseaba por las escalinatas del altozano despoblado con pausado aire peripatético.

La consignación de los detalles observados se detuvo sobre el gran sitio desolado porque un camión recolector de basura, apoyado por una docena de operarios, barría los montones de desechos. Testimonio de un trajín de pecadores contra el medio ambiente.

A las 3:36 a.m., los fuegos artificiales volvieron para crear el poder de un sol nocturno. Una bengala iluminó con sus luces amarillas las ruanas de unos campesinos que oraban postrados de rodillas ante su Chinca, la señorita de Chiquinquirá.

La cólera de las explosiones invitadas cesó y algunos escobitas subieron vestidos de overoles verdes a tomarse fotografías con la madrecita. Al salir este redactor, les agradeció el gesto de la sufrida limpieza. La dócil sonrisa de los recolectores y sus palabras buenas lo invitaron a querer más a esa gente sencilla edificada sobre el placer de servir sin más recompensa que el olvido. En hora y media limpiaron el despojo del escándalo. Tumulto vencido por el descuido.

El colosal esfuerzo de los titanes del cepillo fue premiado por unos acordes lacerantes. Sonó la Guabina Chiquinquireña (3:50 a.m.) El número se incrementó en la constante marea de gentes y promesas por pagar. Dos personajes incautos violaron el cerco de seguridad y la Policía de inmediato los invitó a salir y tomar la vía correcta para ir ofrendar sus preces frente a un portento repetido por 426 años.

Vacilaron las bombillas ante el empuje de la neblina que encubrió, bajo la complicidad de la caridad cristiana, un acto brumoso. Los cuatro soldados de la Guardia de Honor rompieron su formación y se colocaron detrás de las andas de la Virgen para consumir una bebida caliente, eran las 4:05 de una alborada envuelta en una niebla pavorosamente cargada con brisas gélidas. El piquete regresó a su puesto sin novedad.

La relación de los sucesos se concentró en los penitentes atraídos por el Rosario de Aurora. Ellos se encontraron con el prior del Convento de Nuestra del Rosario de Chiquinquirá, fray Narciso Gómez González, O.P., en función de aseo intensivo. El sacerdote, émulo de san Martín de Porres, barría las gradas frente al sagrado lienzo.

Receso convertido en presentimiento. Cambio de formas y labores. El maestro de ceremonias pidió un aplauso para los devotos madrugadores. Estos eran en su mayoría agricultores que escucharon con impasibilidad la invitación de fray Narciso Gómez, O.P., al salterio presidido por monseñor Leonardo Gómez Serna, O.P., (4:35 a.m).

Un minuto después, el Himno Mariano, Reina de Colombia, calentó el gozo de las 200 personas ubicadas frente a la tarima foro. Al finalizar el canto, los acólitos colocaron un tapete rojo y sobre este un altar para oficiar la Eucaristía. La secuencia de los oficios pasó por las 4:40 a.m, cuando  monseñor Leonardo Gómez Serna, O.P., saludó a los fieles y a las 4:44 dio inicio al Santo Rosario con una salvedad. El prelado pidió no meditar los misterios gloriosos correspondientes al día miércoles sino los gozosos.  El obispo se sentó frente a la Virgen de Chiquinquirá en una silla blanca para meditar un rosario bíblico al cual le agregó unas cláusulas para cada misterio. “Alegrante María, llena de gracia. El Señor está contigo. Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús, el Hijo de Dios (primera cláusula del primer misterio)”. En el segundo se agregó (en tu visita), en el tercero (en su nacimiento), en el cuarto (en el templo) y en el quinto (a quien buscaste).

Con el segundo Padrenuestro a las 4:48 a.m., el número de orantes aferrados a una camándula subió a 300 y a las 5:15 a.m., los labriegos boyacenses se turnaron para colocarse de rodillas frente a la Santísima Virgen que escuchó la última Avemaría cantada por su patriarca dominico. El salterio finalizó a las 5:20 a.m., para darle paso a la Santa Misa.

Monseñor Gómez ofreció la Eucaristía por Colombia y por Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. (5:25, a.m.). En la homilía enunció el fulgor de la retórica al servicio de la cátedra: “El Rosario es el Evangelio de Jesús meditado por María”, afirmó con la dulzura del pastor que predicó sobre una niebla espesa que dominaba reclinada sobre las formas agotadas. “…El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande…”  (Isaías 9, 2). 

Las manos se esforzaron por escribir las notas. La lucha contra el dolor articular se borró al recibir la santa comunión de rodillas, bajo las dos especies y frente a la Rosa del Cielo. “…Y mientras comían, tomó Jesús el pan, lo bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo…” (Mateo, 26-26).

Antes de la bendición (6:23 a.m) se cantó El Magnificat y una Salve. La primera Misa de aquel septenario histórico terminó a las 6:27 de la mañana. Tres minutos después, se anunció la segunda Misa Episcopal a cargo de monseñor Luis Sánchez Aponte.

El llamado del retorno

Los Cinco del Avemaría se retiraron con delicadeza del escenario mariano. Se fueron hacia el domicilio de Marco en donde un aromático café negro restituyó el calor a los cuerpos helados porque sus almas afortunadas estaban incendiadas con una gracia superior. José les invitó el desayuno en un restaurante que se negó abrir sus puertas antes de las 8:00, la paciencia venció a la dictadura de la reja y a manteles se sentaron a disfrutar de las abundante viandas.

El sol se reflejó sobre el sudor de un gentío arremolinado. Latitudes y trochas se unieron bajo la brújula de la tradición. Las polvorientas rutas atormentas por las prisas de una tempestad de regiones formaron el vértice de un caos de muchedumbres.

La pausa vencedora en la degustación de los placeres bromatológicos siguió el trascurrir formidable del flujo afanado. Bello espacio donde lo grande se desgrana en jaculatorias y vocablos honrados por la súplica tenue de un acto de contrición.

Faltaba la gloria fulminante de una cita programada en el siglo pasado. Un dilecto amigo, el señor Germán Fernández Pardo, había recogido a la amada por el reportero en Zipaquirá y venía a cumplir el compromiso respaldado por su palabra. Era su tercer septenario consecutivo.

El reposo palpitante en brazos femeninos atrajo la certeza de la grandiosidad  invisible. Los amigos y los Cinco del Avemaría se estrecharon las manos bendecidas bajo la misma necesidad incurable, orar ante la Madre del Salvador.

Juntos entraron en la Plaza de la Libertad, sin autonomía de movimiento. El paso despreocupado quedó atrapado en la abdicación del  terreno. Masas bravías disputaban un puesto en la misa campal.

A las 10:50 a.m., el micrófono anunció la llegada de unos andariegos que transitaron doce horas a pie para llegar a tiempo y escuchar a la Policía Nacional en un recital de música a la Señoritica.

Alerta formal. El tumulto en pleno se ajustó al contacto.

El toque de campanas (11:30 a.m.) cubrió con sus llamados a la  romería formada de pie para escuchar la Santa Misa Pontifical, presidida por el obispo de Tibú, monseñor Omar Sánchez Cubillos, cuyo escudo episcopal porta la emblemática figura de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Él hizo brillar el verbo exquisito junto a la fidelidad por la reflexión mariológica. “…Todos venimos por la certeza anterior a la cita…” “…Ella quiere estar más cerca de nosotros…” “…La Virgen promotora natural de la fe…” “…Alegría y gracia van juntas… “…El cristianismo está preñado de alegrías…”, fueron algunas frases de su célebre homilía.

El cirio del pedestal aplacó su encanto apostólico. La liturgia de la Eucaristía escuchó al destacamento del Guardia Presidencial tocar la Guabina Chiquinquireña con vértigo incendiario mientras una pareja de bailarines entregó las ofrendas. 

El recio calor hacía estragos en la moda de no usar sombrero. La caricia de las ondas afiebradas chocaba contra los rezos de una población en el esplendor de sus valores ancestrales. Los niños aprendían a ignorar la insurrección de los cansancios en los músculos, producto de las posturas incómodas. Bajo precio para una travesía nocturna que los desveló al escuchar las narraciones de los abuelos que recordaron las gigantescas travesías pedestres que modelaron la geografía nacional para cumplir la convocatoria decembrina, herencia atávica de un canto invicto. “…Iremos a la casa del Señor…” (Salmo 122,1).

La asamblea sedienta soportó con estoicismo el bochorno canicular. La temperatura incomoda se entrevistó con la serenidad de los aspectos ajados por la convicción de los pactos cumplidos. Marco se encargó de entregar sombra sobre sus invitados con un paraguas azul. Dos horas de incómoda postura no lo hicieron desmayar en su intento de cuidar a su prójimo. 

Al final de los oficios litúrgicos (12:50 p.m.), tres bombas de inflar de color púrpura se elevaron por sobre la sede de la Universidad Santo Tomás. Entre sus cuerdas enredadas colgaba una imagen de Nuestra del Rosario de Chiquinquirá. Simbólica Asunción. Ofrenda inédita. Goce elevado por la brevedad del suspiro.

La Santa Misa entregó la bendición final con una indulgencia plenaria que liberó a las almas de un peso insondable. Gracia plena. (1:05 p.m.)

Los aplausos aguardaron su turno para rendirle su homenaje. El gobernador del Departamento de Boyacá, Juan Carlos Granados Becerra, le otorgó la condecoración Orden de la Libertad en el grado Gran Cruz a través del decreto nro. 1110 del 26 de diciembre: “…La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, mantiene una vitalidad antropológica, espiritual y eclesiástica que hace parte de la cultura y de la historia del municipio de Chiquinquirá, del Departamento de Boyacá y de Colombia. Asimismo, que la devoción que la comunidad profesa por Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, ayuda a mantener la cotidianeidad de la identidad cristiana y la práctica de la fe en este municipio, en el país y el mundo…”

La plenitud de una República desgarrada levantó su mano de promesero para persignarse. Los corazones encendidos en la fe del carbonero tejieron con sus venas un relicario de sangre para guardar la sentencia de las bienaventuranzas. La caricia de los escapularios limpió el eclipse tenue del adiós en una despedida tímida empapada de nostalgias.

Entre la caravana disuelta iban los hijos del Perú, Venezuela y Ecuador que al igual que los Reyes Magos “…Se retiraron a su país por otro camino…” (Mt 2,12). Algunos juglares cantaban una de las estrofas de la guabina insigne:

“…Sí, sí, sí, dulce y bella noviecita
niña de mi corazón,
vamos a ver a la Virgen
y a pedirle protección.
A rogarle con fe viva 
que bendiga nuestra unión…”




jueves, 17 de enero de 2013

La Maternidad Divina, principio de la corredención



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariológica Colombiana

La Santísima Virgen María, Madre de Dios, es la consecuencia diametral y opuesta al primer pecado. Se podría decir como san Pablo: “bendita culpa que mereció tan grande corredentora”.
La frase, de fascinantes enigmas, busca con premeditación captar la atención del lector. Y para entrar en la materia se usará una discusión teológica. Si Eva no hubiera consentido su falla, ¿habría Dios predestinado a la Virgen Madre para la encarnación de su Hijo?

En términos sencillos, si la respuesta es negativa ratificaría la tesis del primer párrafo. Sin la caída de Eva, la primera virgen, no existiría la segunda virgen, la Madre del Salvador. Tampoco se produciría el giro de vocales sobre el eje de una consonante para cambiar la semántica de una palabra, Eva por Ave. Hebreo por latín.

Sin el yerro trasgresor de la ley no se tendría la necesidad vital del Verbo encarnado. Paraíso sin redención.

Ahora para intentar comprender el dogma de la Maternidad Divina y su relación con el Redentor de los pecadores hace falta retroceder a un estado primigenio sin las variables del tiempo conceptual.

El ángel más agraciado, poseído por el hechizo fulminante de su interminable belleza, decidió separarse del amor, su creador. La vanidad le arrebató la humildad. Esa conducta narcisista le generó un deseo protervo. La rebelión de la hermosura gestó la caída del precioso ser de luz. El renegado fue expulsado del corazón de la Divinidad. “…Y Jesús les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo… (Lucas 10,18). El cielo se cerró y se abrió el infierno.

La ruptura en la lealtad, que desmembró a la creación, generó las fronteras entre dos senderos definitivos, el bien y el mal. Entre los linderos hubo restauración e impulso fulgurante. El Espíritu Santo latía en el universo. El Génesis habló de un jardín ubicado a las orillas de los ríos Tigres y Éufrates (Mesopotamia), pero olvidó decir que en la parte baja de Persia (Babilonia), el demonio preñado por el orgullo paría a la muerte.

Entonces, el querube luciferino invitó a una doncella a delinquir. El oído, pieza maestra de la acústica celeste, convirtió el sonido seductor en ondas de escándalo al trasportar un argumento falaz a la conciencia femenina. La declaración de la desgracia gritó: Eva, maldita Eva. Mujer de vientre trágico. Eva, violencia de la carne deshonrada. Eva, concubina del maligno.

La aceptación de la infiel envenenó al infortunado Adán y la dupla de cieno trastocó la historia del Omnipotente. El anatema signó la frente de la pareja inmunda. El caos tenebroso vociferó su aliento ponzoñoso sobre el polvo voluptuoso. Y sobre la expansión de la ruina se levantó la aurora de una esperanza invicta.

En el Edén, la sentencia inapelable del Eterno anunció la predestinación de la prederrimida junto a la promesa mesiánica: “…Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya;  esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón…" (Gen. 3,15).

La época de las quimeras comenzó a trasegar por los polvorientos caminos dejados por las huellas agonizantes de una Eva anciana. Ella arrastraba la vergüenza sobre el horizonte de sus afectos. La desobediente repoblaba la patria de las pasiones con el estigma de Caín.

La humanidad adolescente inventó los siglos denigrados por los ídolos y las trifulcas. Elevó los privilegios de la sensualidad a la insospechada aristocracia del placer. Las tribus se saciaban de  ritos vacíos y el neuma gemía. Sobre ese surco del hastío se sembró la semilla de los patriarcas. Ellos incubaron el linaje de los profetas y la claridad de una esperanza se levantó inquieta. La ilusión sacra titilaba en el lejano espectro de un alba nerviosa.

El Todopoderoso decidió tener una madre, tabernáculo de su ser. Y desde aquel vientre fecundo en santidad la humanidad se llenaría de gracia porque su Liberador la redimiría de la mancha brutal injertada en su ánima por la felonía de doña Eva. “…Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La Virgen está en encinta y va a tener un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel…”  (Isaías 7,14). 

La perdición enfrentaría el proceso inverso, la reparación.

El Dios, trino y uno, designó a su embajador para poseer a la  Santísima Virgen María con su voluntad y desde allí invitar a todos los hombres hacia el Evangelio.

El supremo arcano de la liberación fue entregado al arcángel san Gabriel. Él le hablaría a la Virgen de Nazaret sobre la encarnación en su seno-sagrario. Así, la palabra se haría carne y la primera Eucaristía se celebraría en la intimidad espiritual de la gloriosa Virgen María. 

El secreto de la salvación requirió de un encuentro entre la perfección del amor y la pureza en obediencia. El prodigio de la concepción lo explica uno de los grandes teólogos de la Iglesia católica, Juan de Fidenza. Este punzante crítico de los herejes,  resumió de forma precisa el momento cumbre de la fusión integradora de los valores divinos con el libre albedrío.

De Fidenza (san Buenaventura) escribió en el libro Comentario sobre las sentencias de Pedro Lombardo “…Era de todo punto conveniente, que María concibiera a Jesús antes por el afecto del alma, por la santidad y el amor, que por el cuerpo. Más para ello, para amar al Hijo de Dios que iba encarnarse en sus purísimas entrañas, debía conocer el misterio inefable que iba a obrarse en Ella. Así podría reconcentrar en Él todo el ardor, toda la fuerza, todo el fervor de su alma divinamente exquisita y santísima. Todo el ímpetu de aquel espíritu poderoso de la Virgen, adornado sólo él de más gracia que el de todos lo santos juntos, ardió con mayor acrecentamiento de afecto ante el gran anuncio…” Por fin, el castigo dobló su cerviz ante la Inmaculada. El Nuevo Testamento se le anunció a María:
“…En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret.  A una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Entrando le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia; el Señor es contigo’. 
Ella se turbó al oír estas palabras, y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús: Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin.
Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. E Isabel, tu pariente, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para Dios’.
Dijo María: He aquí a la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel…”
Si los señores protestantes leyeran este pasaje entenderían con sencillez didáctica que el Santo Evangelio quedó poseído perennemente por la maternidad de María. El primer milagro de Jesús se obtuvo por la maternal petición de sus labios. La Iglesia es su hija consentida. La cruz le traspasó su fe de Madre Dolorosa. Amó la resurrección con delirio materno y cobijó los temores de los apóstoles desde la Ascensión hasta Pentecostés.
En síntesis, los cismáticos arrepentidos le dirán a la Beatísima Virgen María las palabras de santa Isabel: “… ¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?...” (Lucas 1,43).