Contemplemos algunos cuadros:
La pequeña,
oscura y fría mazmorra donde vivía la familia Soubirous. Allí reinaba el hambre
y la miseria; pero ni la una ni la otra destruían la paz de aquellas almas que
confiaban en Dios.
Bernardita,
la primera de cuatro hermanitos, es una niña grácil que padece fuertes ataques
de asma. Es el ángel de la casa, que se afana en ayudar a la madre y que
procura por cuanto le es posible esconder su enfermedad, con el único fin de no
contristar el corazón materno impotente para proveerla de cuanto le era
necesario.
Bernardita,
es de sentimientos profundos y delicados, pero a los catorce años de edad no
logra aprender las lecciones de catecismo con que se la prepara a la Primera Comunión.
Su corazón comprende y saborea cuanto la memoria se niega a retener y por eso
muy bien sabe consolarse cuando las maestras le dicen: “No serás más qué una
ignorante”, repitiendo para sí: “También si no sé nada, puedo decir el Santo
Rosario y amar al Buen Dios de todo corazón”.
11 de febrero de 1858:
En casa, el
padre está enfermo y el fuego se ha apagado. Bernardita obtiene de su madre
permiso para ir con una de sus hermanitas y con una amiga a recoger leña en el
bosque vecino. El frío era entonces, punzante. Cerca de la Gruta de Massabielle deben
atravesar un torrente. Las dos compañeras pasan y Bernardita queda incierta. No
sabe si mojarse los pies exponiéndose a un nuevo acceso de asma o esperar de
este lado el regreso de las niñas. Poco a poco, y en silencio, amontona algunas
piedras con la esperanza de formar un pasaje. Convencida de que este esfuerzo
no será realidad se decide a descalzarse.
Ninguno se
cuidaba de Bernardita; y si los ilustres de Lourdes: el médico, el filósofo, el
síndico, hubieran debido decir su pensamiento sobre aquella niña, todos habrían
movido la cabeza sentenciando: una vida inútil; para qué vivir así en la
miseria y en la enfermedad sufriendo siempre. Las personas devotas, tal vez
murmurarían: el Señor la lleve al cielo para que su vida de dolor y sufrimiento
no se prolongue más sobre la tierra.
Y aquel frío atardecer de febrero, en la Gruta de Massabielle le
aparece entre nubes de oro rodeadas con luces de cielo.
No era
inútil la existencia de Bernardita; no era ella el alma que debía afanarse para
alcanzar el cielo, que debía morir para dar fin a sus dolores.
Mensajera
de María, Bernardita debía vivir y anunciar al mundo el programa de
misericordia y salvación que la
Madre del Cielo venía a ofrecer.
Le asegura
una recompensa real; “yo te prometo,- hacerte feliz, no en este mundo, sino en
el otro”. Y la dulce, materna sonrisa convence a Bernardita de que la tal
promesa no será una ilusión.
Finalmente
le enseña una oración, única y especial para Bernardita; la cual, ésta nunca
revelará y que debió ser la síntesis de cuanto le había enseñado. Bernardita
recibe su oración y cada día la repetirá como expresión de su amor, como
perenne éxtasis de unión con la bella Señora.
Este es el
mensaje personal de la Virgen
a la joven Bernardita.
Han pasado
diez días, del 11 al 20 de febrero, Bernardita, es la misma niña pobre,
ignorante, afectuosa y pía de antes, pero una nueva energía que la sostendrá en
la vía que debe recorrer para enseñar a los otros cuanto aprenderá en las
arcanas revelaciones de la
Virgen , ha entrado en su corazón.
Bernardita
no es la única mensajera de la Santísima Virgen. Cada alma, y en particular cada
alma consagrada al apostolado, es mensajera de María Santísima y de Jesús al
mundo. Nosotros somos los heraldos de María.
Un poco de
cielo ha penetrado en nuestra alma, y hemos sentido las palabras de la Virgen : “¿Quieres venir? Te
haré feliz en la otra vida, te comunicaré arcanas revelaciones. Siente mi
presencia. Reza siempre”.
La bella y
buena Señora, fascinaba a Bernardita que sin conocerla aún, intuía venir del
cielo.
Nosotros
también hemos tenido siempre la certeza de que Dios nos hablaba y a Él hemos
escuchado.
Nos hemos
encontrado todavía débiles, enfermos, inquietos, pero do-minados por una nueva
realidad que actuaba secretamente en nosotros y que los demás no podían
comprender. Realidad irresistible, santa, sublime: la elección divina a la cual
María nos venía preparando.
El mensaje de María
Santísima al mundo
Oración y penitencia:
Hasta
aquella mañana del 21 de febrero, Bernardita había gozado de la presencia y de
la sonrisa da la bella Señora. Ahora está lista para recibir las grandes
revelaciones.
En el
éxtasis de la visión, se la vio avanzar de rodillas hasta la gruta, luego
levantar las manos y palidecer notablemente mientras gruesas lágrimas caían de
sus ojos.
Terminada
la visión, ella misma contó cuanto había sucedido. “La Virgen Santísima ,
había retrocedido algunos pasos, y ella como sumida en profunda desgracia la
había seguido de rodillas. Después la Gran Madre de Dios había levantado los ojos y con
su mirada había abrazado toda la tierra con sus innumerables iniquidades y con
su número inmenso de almas pecadoras. Su rostro se había puesto triste,
melancólico como el de una persona afligida por gran amargura, mientras detiene
con esfuerzo el curso de sus lágrimas. Bernardita, miró la aflicción de su
Señora, y afligida también, le preguntó: “Oh Señora, ¿qué tenéis? ¿Qué debemos
hacer?”. Y la Virgen
con un acento de gran piedad le respondió: “Rogar por los pecadores... Besar la
tierra por los que no cesan de pecar”.
Desde
entonces, no vio más Bernardita la sonrisa sobre el rostro de la bella Señora,
sino una profunda tristeza. No hubo, desde entonces para la vidente, éxtasis de
felicidad, sino transportes de dolor, lágrimas. Desde entonces Bernardita lloró
mucho. Debe ser muy triste el espectáculo de las iniquidades de la tierra y la
infeliz suerte de los pobres pecadores.
Bernardita
comenzó así la misión expiatoria en favor de los pecadores. Las visiones
posteriores son una mezcla de dicha y de angustia, de dulce reposo y de
espasmódico sufrir.
En el mismo
día se iniciaron las persecuciones de las autoridades civiles que culminaron
con la firme prohibición de que Bernardita volviese a la gruta. Prohibición que
fue confirmada por sus padres.
El día
siguiente, Bernardita, para no desobedecer no iría a la gruta, pero ya sentía
como una fuerza interior que la empujaba hacia el lugar de las revelaciones. A
hurtadillas, escapó hasta la gruta, pero la bella Señora no apareció.
Bernardita, retornó a casa y explicó a su madre cuánto en aquel día le había
sucedido. De ella obtuvo permiso para volver a Massabielle.
El día
siguiente, la bella Señora aparecía radiante y esperaba a su elegida.
Éxtasis de
dicha y de dolor, Bernardita cumple el acto de penitencia y de humildad,
besando la tierra y caminando de rodillas. Luego, largo coloquio con la Virgen que le confía tres
secretos que miran exclusivamente a Bernardita. Es el premio de la buena Señora
por las penas pasadas, por la desilusión del día anterior. Preparación al
mensaje que por su medio, la
Virgen quería anunciar al mundo. Esta vez, Bernardita se
entristece con la Virgen ,
y ofrece en espíritu de reparación sus penitencias.
Ahora no
debe quedar sola. Comienza a ser no solo víctima sino mensajera y por eso,
volviéndose al mundo grita: “Penitencia, penitencia, penitencia” y llora
mientras avanzando de rodillas llega cerca de la gruta y besa la tierra.
Tres puntos
de un programa que no solamente debemos admirar en la vida de Bernardita, sino
que debemos vivir en nuestra vocación misionera.
El triste
espectáculo de la iniquidad de la tierra nos empuja a reparar con la oración y
la penitencia, a dedicarnos totalmente al apostolado, seguros de que María nos
acompaña aumentando con secretas comunicaciones nuestra unión con Dios.
Oh Virgen
Santa, revélanos los secretos arcanos de amor, de fidelidad, para que nos sostengan
en las insidias y desilusiones que se nos presentan tan pronto nos encaminamos
al sacrificio y al apostolado.
Perennidad de la
presencia de María
El pueblo
sentía la presencia de la
Virgen y se asociaba a la invitación de oración y de
penitencia. Por eso, como para premiarle María perpetúa su presencia en Lourdes
beneficiando así a la humanidad.
Es por eso
que María invita a Bernardita a lavarse en el agua de la fuente milagrosa en
donde a través de los años tantas almas encontrarían allí el agua de salud y de
vida.
En las
apariciones siguientes la
Santísima Virgen manda a Bernardita, donde los sacerdotes con
el mensaje especial de que se levante una capilla y de que se venga hasta la
gruta en solemne procesión.
La fuente,
manantial de milagros espirituales y materiales, la presencia de Jesús en la
procesión y en la Iglesia ,
la acción de María que inunda de gracias las almas de los miles de peregrinos,
conserva a través de los siglos aquel ambiente de oración, de penitencia y de
apostolado que forma el mensaje de Lourdes al mundo.
Para Bernardita el oficio de mensajera de la bella Señora la
empujó siempre más en su misión de primera discípulo de María.
Al
sufrimiento físico agrega el sufrimiento moral. Bebe el agua sucia, y mastica
la hierba de la gruta permaneciendo impasible a los gritos del pueblo que la
tildan de ilusa, de impostora. Bernardita, sigue firme, nada la impresiona,
nada la hace cambiar su decisión, valerosa cumple el deber que en la visión le
fuera impuesto sin cuidarse del éxito inmediato de cuanto debe hacer.
Doble,
importante, esencial lección para cada apóstol: sufrir moralmente y alegrarse
más del deber cumplido que del resultado que pueda obtenerse.
Pero la
bella Señora, no desampara a Bernardita; sobre ella continúa su protección de
madre que la anima y sostiene con íntimos coloquios.
La
perseverancia es virtud difícil. “Reza, y haz penitencia por los pecadores”.
“Sí” responde Bernardita. “¿Te cansa y te repugna besar la tierra y llegarte
hasta la gruta de rodillas?” “No”, responde Bernardita.
Afortunados
los misioneros que saben escuchar la doble demanda de María y que a ella
responden constantemente sí sin desmayar en el trabajo, sin retroceder en la
consagración que hicieron. Afortunados aquellos que diciendo sí a la lucha,
saben decir no al desaliento, no al cansancio, no a la seducción de una vida y
actividad cómodas, no a las atracciones sonrientes del descanso.
Bernardita
no tenía ninguna duda de que la bella visión venía del cielo.
Tampoco
dudaron de ello los miles de peregrinos que se amontonaban en torno a la gruta
ni los laboriosos constructores que después de jornadas fatigosas, trabajan con
amor espontáneo en la preparación de los caminos que suben a la gruta. También
el párroco con sus sacerdotes sentía la presencia de lo sobrenatural, aunque
disimuladamente insistiera: “Diga su nombre, pruébelo. Haga florecer el rosal”.
María
Santísima premia su fe y revela su nombre: “Yo soy la Inmaculada Concepción ”.
Esta revelación no es solo una respuesta a cuanto se le había dicho y pedido,
es el sello con que la misma Reina Celestial confirma la definición dogmática
de su Inmaculada Concepción, hecha cuatro años antes por Pío IX.
Así María
agradece a la humanidad el público reconocimiento hecho a su Concepción
Inmaculada.
Con su
mensaje de oración y de penitencia redime y rinde inmaculados a todos los
hombres, también si son pecadores. Para todos sonríe, gracias a María, la
esperanza de la eterna felicidad del cielo.
La respuesta de
Bernardita a la Virgen
Revelando
el nombre de la bella Señora, Bernardita cierra su misión de mensajera de la Inmaculada , pero
continúa viviendo su parte en la actuación del programa que la Reina del Cielo ha trazado a
la humanidad.
La parte
que personalmente más la interesa, porque la llevará al cielo.
Aunque el
apóstol ordinariamente no cumpla su misión entre misiones y mensajes, cierto
es, que hay en su vida períodos durante los cuales la influencia divina se
siente más próxima, menos velada. Después, este fulgor interior, desaparece y
la vida continúa como de costumbre, entre espinas y piedras por senderos
iluminados tan solo por la antorcha de la propia fe que arde en el corazón.
María
Santísima quiso aparecer a Bernardita por dos veces más todavía.
Los hombres
habían levantado un obstáculo para impedir el ingreso a la gruta. Bernardita,
llega hasta la orilla del Gave y desde ahí en rapto de amor alarga los brazos,
los tiende hacia Ella exclamando: “Hela aquí. Sí, es Ella. Mirad cómo nos
sonríe y saluda desde el obstáculo. Nunca la he visto así tan bella. Qué dulce
es la Señora ”.
Esta fue la última visión.
Aquel
obstáculo puesto intencionalmente para impedir todo acceso a la gruta,
representa la materialidad de la vida que en adelante la separará la bella
Señora, pero que no le impedirá vivir en la atmósfera de amor de la visión
celestial.
Su puerto. El buen Dios lo sabe.
Los tres
secretos revelados por la
Santísima Virgen a Bernardita, ¿no habrán sido tres
enseñanzas sobre el modo cómo debía recibir y comportarse en las apariciones?
Inútil es
discutir sobre tal asunto; pero debiendo nosotros reducir a esquema de vida el
designio maravilloso de María sobre Bernardita, podemos imaginarlo.
Bernardita
con su sencillez y desenvoltura características, sabe encontrar su puesto en el
intrincarse de actos y deducciones que se suceden después de las apariciones.
Actos
milagrosos y el celestial influjo de María atraen a Lourdes filas no
interrumpidas de peregrinos que esperan afanosos la palabra decidida de la
autoridad eclesiástica que proclamó: “Nosotros juzgamos que la Inmaculada Madre
de Dios, realmente ha aparecido a Bernardita Soubirous”.
Humildes
peregrinos e ilustres personajes, laicos y eclesiásticos impulsados por la fe
rinden a Bernardita su tributo de admiración y devoción arrodillándose a sus
plantas pidiendo una bendición.
Bernardita
siempre sencilla y aureolada de humildad todo lo dirige a la gloria de la
celestial visión. No la turba la sarcástica sonrisa de los incrédulos ni las
complicaciones de pseudo visionarios que pululan en torno de la gruta. Tampoco
las difíciles interpretaciones de los hechos con que tantas veces, civiles y
eclesiásticos quisieron atemorizarla. Nada logra mover el pedestal de fe pura y
sencilla sobre el cual se apoya.
“No soy
sabia para poder discutir. Ya os he dicho aquello que sucedió en la gruta.
Examinad vosotros y determinad lo que se debe pensar”.
Bernardita
sabe aquello que debe concluir para sí misma: “Confianza y reposo en Dios”.
“Esta agua
que cura a otros ¿por qué no te ha curado?”.
“La Santa Virgen quiere
que yo sufra”.
“¿Y por qué
quiere que tú sufras?”.
“Oh, porque
tengo necesidad”.
“¿Y por qué
sólo tú tienes necesidad y los otros no?”.
“Oh, el
Buen Dios lo sabe”.
Para cada
uno de nosotros termina pronto el período de la vida en el cual el pensamiento
está fijo delante de un sueño de esperanzas y promesas.
Pronto
somos envueltos en el hilo sutil, pero tenaz de nuestros actos, de las
responsabilidades que nos han sido encomendadas, de las resoluciones que hemos
de tomar... El pasado no se destruye, el presente es aquello que es, y el
futuro una consecuencia del pasado. Cada uno de nosotros se encuentra siempre
así individualizado, rodeado de obstáculos, de dificultades.
Entonces es
cuando debemos saber escoger la vía por la cual María Santísima quiere
llevarnos al cielo.
También
para nosotros: confianza y reposo en Dios, especialmente cuando nos damos
cuenta de ser volubles, inquietos, presumidos, orgullosos, negligentes,
inhábiles, descontentadizos.
La vía de
los otros nos parece siempre la mejor. Cuántas veces pensamos que si Dios
solicita algo de nuestra mezquindad debiera habernos hechos distintos, puestos
en caminos diferentes y colocados frente a un futuro pleno de esperanzas.
Todas,
divagaciones inútiles y dañosas. Todo podemos hacerlo no so-lamente bueno sino
óptimo tomándolo desde un aspecto espiritual que valorice nuestra vida. Nos
basta para ello: querer, creer y confiar en Dios.
Dios ha
preparado nuestro puesto en la tierra, y la senda que hemos de recorrer para
llegar al cielo.
Todos los
por qué tienen una respuesta si sabemos concluir: “El buen Dios lo sabe”.
Su vida. “Dios me queda y
él me basta”
¡Qué
diferencia entre la sencillez estática de Bernardita en su unión con María y
aquel genuino formulismo de que pensamos debe revestirse la perfección
religiosa! Bernardita en el convento debe seguir su ideal de santidad en una
forma aparentemente fría, esquemática si se piensa que ha vivido ya por varios
instantes la plenitud y la espontaneidad de lo divino.
¿Cómo
comprender y valorizar las enseñanzas de maestras buenas, pero personalmente
caracterizadas, limitadas, después de haber escuchado las sublimes enseñanzas
de la Buena Señora ,
que sin violencia, sin limitación alguna unía a Dios aquello que había
encontrado en el alma de la niña?
¡Cómo se
sentiría Bernardita que tenía secretos que guardar, cuando su corazón sencillo
e ingenuo revelaba cándidamente aquello que debía esconder 1 Bernardita no
pierde nunca la paz, se humilla, obedece, se adapta a la vida común y acepta
con profunda sencillez la obra de sus maestras.
Cuánto
hubiera sufrido ella, tan sensible, al ser juzgada susceptible; ella tan
obediente si alguna vez se le considerará obstinada. ¡Cuántas veces repetiría la
oración de la Virgen
que ella sola conocía!, ¡y cómo después de revivir aquellos éxtasis de amor
bajaría la cabeza y continuaría fiel a sus deberes, consolándose con lo que
ella misma un día aconsejara a una de sus cohermanos: “Pasad, pasad pobres
criaturas. Dios me queda y Él solo me basta!”.
Importante
lección. Hay en cada uno de nosotros algo de personal, de propio y
característico a lo cual no podemos renunciar, Este algo, puede ser un lado
bello, meritorio para nosotros y para los demás si sabemos desenvolverlo a la
luz de la gracia que viene de Dios. Este algo, puede ser también causa de
perdición para nosotros mismos y tormento para los demás si con él sólo
satisfacemos nuestro orgullo, nuestra susceptibilidad.
Oh María!
Enséñame a conocer en mí aquello que viene de Dios. Dame bondad y fuerza para
usarlo en unión con mis hermanos para la común y única satisfacción de todos.
Su fidelidad generosa.
“Haré todo por el cielo”
La esencia
del mensaje de María en Lourdes: “Rezad, y haced penitencia por los pecadores”.
Bernardita,
en su breve e intensa vida mortal lo ha actuado totalmente.
Segura de
que la tierra está inundada de pecadores y convencida firmemente de que también
ella era una pecadora: cree en el dolor que el pecado causa en el corazón de la
bella Señora y en la suerte infeliz que espera a cuantos en él persisten.
Generosa,
ofrece al Señor lo poco que ella puede ofrecer: esfuerzo en el estudio,
esfuerzo en la perfecta observancia de su vida religiosa, esfuerzo en el
soportar los dolores físicos y morales consumiéndose como holocausto en aras de
amor.
Esta es la
respuesta de Bernardita al mensaje de María.
Desde
Lourdes, la Santísima
Virgen sigue atrayendo a los hombres con gracias y milagros
pero especialmente con el influjo celestial de fe y de espiritualidad. El agua
de Lourdes corre aún, sanando los cuerpos y lavando las almas. Bernardita,
lejos de la gruta, en el silencio del claustro, se extiende sobre su cruz y con
su ejemplo más que con la palabra continúa repitiendo: “Penitencia, penitencia,
penitencia”.
La vida no
es igual para todos. También entre los mismos misioneros hay destinos diversos;
pero para todos hay una fórmula de identificación común: ofrecer a Dios la vida
y el trabajo para salvar las almas.
Los largos
años de estudio y de preparación; la adaptación a la vida Misionera con sus
exigencias lingüísticas y costumbristas, con sus afanes, fatigas y desengaños,
los muchos años de labor, o las largas horas de enfermedad que nos rinden
inhábiles y que nos acercan a la tumba: todo, todo tiene un fin: ser nuestra
respuesta a la invitación y a la elección de María: Rezad y hacer penitencia
por los pecadores.
El
dinamismo de una actividad no interrumpida, la cotidiana preocupación por los
problemas, la sistematización de situaciones, etc., tienen valor solo si son
reflejo del ansia de salvación eterna para todo el mundo.
La primera
exigencia es salvar nuestra alma; por eso, la misma Santa Virgen nos recomienda
vivir en gracia de Dios: “Ve a la fuente, bebe y lávate en sus aguas”. Sin la
gracia, algo puede hacerse en favor de los demás, pero nada para nuestro propio
provecho. Dios quiere ser glorificado primero en nuestras almas, después exige
la salvación de los demás.
Esta fue la
preocupación inmediata de María Santísima por Bernardita y es su preocupación
por cada Misionero. Ella nos espera en el Cielo, por eso nos ha mostrado algo
de celestial sobre la tierra al darnos la preciosa y bella vocación Misionera.
Los destinos son distintos, pero el camino para ir allá, al paraíso, es siempre
el mismo, común a todos: Evitar el pecado.
A
Bernardita se le preguntó: “¿La Santísima Virgen te ha dicho lo que debías hacer
para ir al cielo?”. “No, ya desde antes lo sabía. No era necesario”, respondió
la niña.
La gracia
será la luz que iluminará nuestra vida y la antorcha que la rendirá útil para
los demás. Tengamos constancia, perseveremos, aceptemos y valoricemos todos los
acontecimientos, situaciones y circunstancias de la vida para atraer frutos de
salvación sobre las almas.
María
Santísima manifestó por Bernardita la misma predilección especial que
manifiesta por cada misionero. Las manifestaciones de esta preferencia mariana
las tenemos en aquella suave inspiración a una vida perfecta, en aquel dulce
anhelo de santidad, de apostolado.
Bernardita,
respondió sí a todos los deseos de María con el heroísmo de sus virtudes. Con
qué amor y ansia materna, María Santísima espera también del Instituto y de
cada uno de nosotros, aquella misma respuesta en el esfuerzo cotidiano de
hacernos mejores, de rendirnos más útiles, de ser santos.
Bernardita
en Lourdes cerraba el ciclo de las apariciones con un éxtasis beato,
contemplando a la dulce Señora: “Nunca la he visto así tan bella”.
Bernardita
cierra su existencia terrena en Nevers con el tormento de una agonía confortada
únicamente con el pensamiento de contemplar pronto la belleza y la gloria de
Nuestro Señor de quien la
Virgen le ha dado clara idea. “La ha visto... tan bella...
Cómo tiene prisa de verla nuevamente”.
Los últimos
días de Bernardita nos indican precisamente la vía de la perseverancia en el
servicio de Dios: entre luchas y tormentos, sólo nos debe confortar la
esperanza en los méritos de Jesús y el amor a María Santísima.
“Tengo
miedo... he recibido tantas gracias, y cuan poco he aprovechado de ellas”.
“Vete
Satanás... Vete Satanás”. “Jesús mío, tú sabes cuánto te amo”.
“Santa
María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora..., pobre pecadora...”
Bernardita
cierra sus ojos a la vida terrena temblando y rezando, para abrirlos beata en
la paz y en la gloria porque ha realizado su programa: “Haré todo por el
cielo... Encontraré a mi Madre Celestial con todo el esplendor de su gloria”.
En el
ansioso andar y fatigar de nuestra vida y del desarrollo del Instituto,
sentimos tu presencia, oh Madre Celestial.
A Ti, oh
María, se abren los corazones inocentes de los pequeños estudiantes de nuestras
escuelas: llénalos de santo entusiasmo por la belleza que en Ti, Inmaculada,
tiene plenitud de perfección.
A Ti, oh
María, miran los jóvenes clérigos de nuestros seminarios: revélales tu
celestial bondad para que te sigan, Corredentora de los hombres.
A Ti oh
María, se consagran los nuevos sacerdotes y religiosos: hazlos tuyos, a fin de
que en Ti encuentren siempre la energía para trabajar, para orar, y para
sacrificarse por las almas.
A Ti, oh
María, confían los misioneros sus penas y esperanzas: ayúdalos a llevar la
pesada responsabilidad de su labor.
A Ti, oh
María, recurren los apóstoles ancianos de tu Hijo: confórtalos con el recuerdo
de tantas batallas ganadas en tu nombre y con la visión de un prometedor
desarrollo del Instituto y de las misiones.
A Ti, oh
María, aclaman Reina, miles de fieles que tus misioneros han llevado hasta tus
plantas: sostenlos en la fe y conviértelos en germen de nuevos cristianos.
La oración,
y los homenajes que del Instituto y de las misiones se elevan en este año
jubilar a la Virgen
Inmaculada obtengan al Instituto la gracia de continuar
siendo aquello que quiso fuese el veneradísimo Padre Fundador: Crisol de
apóstoles santos y amantes de María para la evangelización del mundo.
El amor a la Madre Celestial
refuerce la caridad fraterna que nos une y que nos hace más firmes en la
vocación y generosos en la total entrega al Instituto y al apostolado.
Padre Domingo Fiorina, I. M. C.
Superior General del Instituto de Misiones de la Consolata , Turín,
Italia.
Tomado de la Revista
Regina Mundi
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