¡Oh!
¡Salve, salve salve
a ti Reina del Cielo
de
los hombres consuelo
y
Madre de piedad!
Salve
lirio del campo,
purísima
azucena
salve,
de gracia llena
océano
de bondad.
Dulzura
y vida nuestra,
refugio
y esperanza
todo
por ti lo alcanza
el
hombre en su orfandad:
porque
en tu mano campo
tienes
rico tesoro,
y
son sus flores de oro
de
inmensa caridad
¡Oh!
Salve, a ti llamamos
Los
tristes desterrados,
de
miserias cercados
en
este negro mar:
que
a ti madre mía,
a
ti es que suspiramos
a
ti a quien invocamos
llorando
sin cesar.
Dulcísima
abogada,
compasiva
nos mira,
y
aplaca la justa ira
de
nuestro amante Dios;
y
cuando acabe el crudo
destierro
en que gemimos,
sálvanos
pues pusimos
nuestra
esperanza en vos.
Del
Campo ¡Oh Dulce Madre!
a
tu Hijo Sacrosanto
muéstranos,
por el llanto
que
baño vuestra faz.
¡oh
clemente María,
dulcísima
y piadosa!
Tomado
de Historia y novena de María Santísima Madre
de Dios y Señora Nuestra en su imagen y advocación del Campo.
La
consagra su culto el convento de San Diego de religiosos franciscanos recoletos
de esta ciudad de Santafé de Bogotá, en cuya iglesia se venera.
Imprenta
de Espinosa por José Ayarza, 1845.
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