jueves, 30 de agosto de 2018

Bogotá, he aquí a tu madre





Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana


“…Venid, pueblos todos, a visitar a la Virgen de la Peña, no reparéis en distancias, trabajos y de los caminos, que pues nada se quedará sin la retribución con ganancia…” Juan Agustín Matallana, 1815.


Nuestra Señora de la Peña, la primera dama del cielo bogotano, se se vistió de roca pura para soportar la indiferencia de sus amados hijos de Bacatá.

La historia de esta advocación, tan querida por los abuelos santafereños, asombró a las leyes de la física, el arte y la teología por el excesivo gesto de Dios. El Altísimo le donó un prodigio superior y exclusivo a la urbe de la santa fe, su ciudad predilecta.

El asombro misterioso, escrito sobre los renglones de los siglos XVII y XXI, sigue cuestionando la conciencia más escéptica y atea con un resultado idéntico en la percepción racional del fenómeno: estupor.

La estupefacción no deja espacio para verificarlo todo. El impacto visual es totalitario, es deslumbrante sin importar credo o duda. El alma tiembla reverente ante semejante prodigio, tallado en piedra como las Tablas de la Ley.

La realidad soberana pesa 300 arrobas de roca doblegada por el delicado trazo del artista divino que delineó las figuras del conjunto escultórico de la Sagrada Familia de la Peña en un instante de fuego.

Tremendo y radical esfuerzo costaría intentar narrar el acontecimiento de una escultura labrada sobre el filo de un abismo de 600 metros de profundidad.

A su primer historiador, Juan Agustín Matallana, le costó nueve años de indagaciones probar la certeza increíble del prodigio y al padre Ricardo Struve once, y las investigaciones posteriores del cronista llevan ya una década de fascinantes arrobamientos al intentar dar unos pasos, un poco más lejos que sus antecesores, entre los archivos, los acontecimientos y los escarpados filos donde el vértigo estremecedor agita a los vientos del oriente en cuyos ecos se escucha: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14, 31).

Quizás ese sea la raíz del olvido bogotano, la duda que impone su dictadura de indolencia. La vacilación pasa la cuenta de cobro porque es carísimo venerarla en su calidad de alteza real, maternidad divina. Solemne insistencia de la totalidad.

Si el alma del romero se permite ser tocada por Ella, el bendecido no podrá dejarla, virtud de la desazón. En esta devoción tan raizal y conturbadora existe un secreto, sin tregua y sin remedio. El amor de Cristo consume al individuo en un oficio sagrado, la Eucaristía. No en vano el príncipe de la milicia celestial, san Miguel arcángel, edecán pétreo de esta obra singular porta una custodia con la sagrada hostia.

¿Dónde, en este mundo, existe un portento igual?

La respuesta requiere conocer a la Virgen de la Peña para lo cual no basta con ejecutar la romería del turista disfrazado de peregrino dominical. Hay que convertirse en su hijo, más que en su devoto. Esto es una actitud imperativa en el ritmo de un sentir interno y fervoroso.

El llamamiento vivaz enciende esa búsqueda inclemente y anhelante que no se puede saciar con una fugaz visita. El maternal cariño de María Santísima ratifica un canto de protección: “…Como los montes rodean a Jerusalén, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y para siempre…” (Salmos 125, 2).

Queda pues el reto escrito de una invitación que subleva al encanto del reposo. Hay que subir la loma de Los Laches y escalar el arisco picacho del Aguanoso en una cruzada magnifica que reclama la embriaguez mística de una sencilla plegaria: avemaría.

El sustento de esta provocación queda documentada con algunos testimonios desarchivados de los silencios latientes que se cruzaron en las sendas andariegas que pasan por entre esas breñas esquivas.

“…No cabe duda que esta ciudad de Santa Fe y Nuevo Reino de Granada goza de la especial protección y muy distinguido amparo de Jesús, María y José. Esta iglesia catedral la reconoce por titular en el misterio de la Purísima Concepción: casi no hay iglesia, ermita, convento, monasterio y cofradía que no esté dedicada a tan Sagrada Familia, en todas las provincias de la Nueva Granada. El pueblo de esta ciudad de Santa Fe lo demuestra con los ejercicios de devoción, especialmente el día 19 de cada mes.

Con este reconocimiento procedió el muy ilustre ayuntamiento, y se comprometió por unánime consentimiento de todo el cuerpo, en acta celebrada el día 6 de diciembre de 1814, ‘a celebrar una fiesta con asistencia y expensas propias, el domingo tercero de la Epifanía, en la iglesia catedral, en honor de Jesús, María y José, poniendo de nuevo a todo el pueblo bajo de tan soberano amparo’.

Con poco que se reflexione sobre lo que se halla escrito de la protección de Nuestra Señora en la América, se conoce con evidencia que es muy especial y singular para con los indios, gente pobre y sencilla, a quienes con frecuencia se les debe dar a conocer de todos modos, repartiéndoles el pan del mejor modo que lo pueda conocer y entender.

Esta es la obra más gloriosa y la ocupación más deliciosa que tenemos los sacerdotes, porque resulta en honor de Jesús, María, y José y en mucho bien de las almas, cuyo alimento espiritual es la palabra divina; con ella destierran su ignorancia, se hacen sabios y temerosos de Dios; con ella aprenden a sufrir con paciencia y llevar con gusto las penalidades que les resultan de los diversos climas, diferentes lugares, variedad de temperamentos e intemperie de los tiempos. Con tan santa ocupación son elevados los curas a lo sumo de la santidad como luceros resplandecientes en el cielo de la Iglesia; con ella se ganan la estimación de los pueblos, la abundancia de los bienes, la seguridad de sus conciencias, la tranquilidad en la muerte, la misericordia en el día del juicio, el cariño de Jesús, María y José y la salvación de sus almas…” (Cf. Juan Agustín Matallana. Historia metódica y compendiosa del origen, aparición y obras milagrosas de las imágenes de Jesús, María y José de la Peña que se veneran en su ermita extramuros de la ciudad de Santafé de Bogotá, Provincia de Cundinamarca en la Nueva Granada. Imprenta de C. B. Espinosa. Pág. 49). Documento Biblioteca Nacional de Colombia.

Y la posmodernidad con sus redes sociales no es ajena al escaso fenómeno del agradecimiento. En el facebook Santuario Nuestra Señora de la Peña Bogotá, del 18 de abril de 2018, dice:

“Cuando usted entra a esta página espiritual no sabe cuánto valor representa
1) no importa la enfermedad que padezca.
2) la mejor droga para su cuerpo está aquí
3) deposita su problema con fe
4) visitarla en su santuario.

Bueno ahora paso a contarles
mí historia. En diciembre de 1978, acudí al santuario a suplicar a la Virgen, me concediera una buena mujer para esposa. Al salir del santuario una voz me decía viajara a Venecia, Cundinamarca. Así lo hice busqué a la persona que esa voz angelical me decía. Encontrándola comenzamos a salir e irnos conociendo hasta llegar el día que le declaré mi amor y ella aceptando
al cabo de tres meses nos casamos. De esa unión tres hijas y un hijo.
Un hogar muy lindo y comprendido. 39 años ya de casados.
Primer milagro que recibí. Mira con fe os digo pedid lo que sea y se cumplirá seguiré contando los infinitos milagros...
Los relatos, separados por dos centurias, tienen en común la declaración profunda y sincera del testigo que vive la dinámica evangelizadora de predicar las maravillas del Señor.

La fulgurante juventud mariana del Nuevo Reino de Granada ha dado paso a la edad serena de la meditación vital. El resultado es el mismo de ayer. La hazaña de la luz regresa para iluminar a una ciudad que decidió ser grande, en su geometría dispersa. Su impulso tempestuoso no la deja escuchar la sentencia del lábaro en aquel salvaje risco de filos sublimes: “Bogotá, he aquí a tu madre”.


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