Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“…Venid,
pueblos todos, a visitar a la Virgen de la Peña, no reparéis en distancias,
trabajos y de los caminos, que pues nada se quedará sin la retribución con ganancia…”
Juan Agustín Matallana, 1815.
Nuestra Señora de la
Peña, la primera dama del cielo bogotano, se se vistió de roca pura para
soportar la indiferencia de sus amados hijos de Bacatá.
La historia de esta
advocación, tan querida por los abuelos santafereños, asombró a las leyes de la
física, el arte y la teología por el excesivo gesto de Dios. El Altísimo le
donó un prodigio superior y exclusivo a la urbe de la santa fe, su ciudad
predilecta.
El asombro misterioso,
escrito sobre los renglones de los siglos XVII y XXI, sigue cuestionando la
conciencia más escéptica y atea con un resultado idéntico en la percepción
racional del fenómeno: estupor.
La estupefacción no
deja espacio para verificarlo todo. El impacto visual es totalitario, es
deslumbrante sin importar credo o duda. El alma tiembla reverente ante
semejante prodigio, tallado en piedra como las Tablas de la Ley.
La realidad soberana
pesa 300 arrobas de roca doblegada por el delicado trazo del artista divino que
delineó las figuras del conjunto escultórico de la Sagrada Familia de la Peña
en un instante de fuego.
Tremendo y radical
esfuerzo costaría intentar narrar el acontecimiento de una escultura labrada
sobre el filo de un abismo de 600 metros de profundidad.
A su primer historiador,
Juan Agustín Matallana, le costó nueve años de indagaciones probar la certeza
increíble del prodigio y al padre Ricardo Struve once, y las investigaciones
posteriores del cronista llevan ya una década de fascinantes arrobamientos al
intentar dar unos pasos, un poco más lejos que sus antecesores, entre los
archivos, los acontecimientos y los escarpados filos donde el vértigo
estremecedor agita a los vientos del oriente en cuyos ecos se escucha: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué
dudaste?” (Mateo 14, 31).
Quizás ese sea la raíz
del olvido bogotano, la duda que impone su dictadura de indolencia. La
vacilación pasa la cuenta de cobro porque es carísimo venerarla en su calidad
de alteza real, maternidad divina. Solemne insistencia de la totalidad.
Si el alma del romero
se permite ser tocada por Ella, el bendecido no podrá dejarla, virtud de la
desazón. En esta devoción tan raizal y conturbadora existe un secreto, sin
tregua y sin remedio. El amor de Cristo consume al individuo en un oficio
sagrado, la Eucaristía. No en vano el príncipe de la milicia celestial, san
Miguel arcángel, edecán pétreo de esta obra singular porta una custodia con la
sagrada hostia.
¿Dónde, en este mundo,
existe un portento igual?
La respuesta requiere
conocer a la Virgen de la Peña para lo cual no basta con ejecutar la romería
del turista disfrazado de peregrino dominical. Hay que convertirse en su hijo,
más que en su devoto. Esto es una actitud imperativa en el ritmo de un sentir
interno y fervoroso.
El llamamiento vivaz
enciende esa búsqueda inclemente y anhelante que no se puede saciar con una
fugaz visita. El maternal cariño de María Santísima ratifica un canto de
protección: “…Como
los montes rodean a Jerusalén, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y
para siempre…” (Salmos 125, 2).
Queda pues el reto
escrito de una invitación que subleva al encanto del reposo. Hay que subir la
loma de Los Laches y escalar el arisco picacho del Aguanoso en una cruzada magnifica
que reclama la embriaguez mística de una sencilla plegaria: avemaría.
El sustento de esta
provocación queda documentada con algunos testimonios desarchivados de los
silencios latientes que se cruzaron en las sendas andariegas que pasan por
entre esas breñas esquivas.
“…No cabe duda que esta
ciudad de Santa Fe y Nuevo Reino de Granada goza de la especial protección y
muy distinguido amparo de Jesús, María y José. Esta iglesia catedral la
reconoce por titular en el misterio de la Purísima Concepción: casi no hay
iglesia, ermita, convento, monasterio y cofradía que no esté dedicada a tan
Sagrada Familia, en todas las provincias de la Nueva Granada. El pueblo de esta
ciudad de Santa Fe lo demuestra con los ejercicios de devoción, especialmente
el día 19 de cada mes.
Con este reconocimiento
procedió el muy ilustre ayuntamiento, y se comprometió por unánime
consentimiento de todo el cuerpo, en acta celebrada el día 6 de diciembre de
1814, ‘a celebrar una fiesta con asistencia y expensas propias, el domingo tercero
de la Epifanía, en la iglesia catedral, en honor de Jesús, María y José,
poniendo de nuevo a todo el pueblo bajo de tan soberano amparo’.
Con poco que se
reflexione sobre lo que se halla escrito de la protección de Nuestra Señora en
la América, se conoce con evidencia que es muy especial y singular para con los
indios, gente pobre y sencilla, a quienes con frecuencia se les debe dar a
conocer de todos modos, repartiéndoles el pan del mejor modo que lo pueda
conocer y entender.
Esta es la obra más gloriosa
y la ocupación más deliciosa que tenemos los sacerdotes, porque resulta en
honor de Jesús, María, y José y en mucho bien de las almas, cuyo alimento
espiritual es la palabra divina; con ella destierran su ignorancia, se hacen
sabios y temerosos de Dios; con ella aprenden a sufrir con paciencia y llevar
con gusto las penalidades que les resultan de los diversos climas, diferentes
lugares, variedad de temperamentos e intemperie de los tiempos. Con tan santa
ocupación son elevados los curas a lo sumo de la santidad como luceros
resplandecientes en el cielo de la Iglesia; con ella se ganan la estimación de
los pueblos, la abundancia de los bienes, la seguridad de sus conciencias, la
tranquilidad en la muerte, la misericordia en el día del juicio, el cariño de
Jesús, María y José y la salvación de sus almas…” (Cf. Juan Agustín Matallana. Historia metódica y compendiosa del origen,
aparición y obras milagrosas de las imágenes de Jesús, María y José de la Peña que se veneran en su ermita extramuros de la
ciudad de Santafé de Bogotá,
Provincia de Cundinamarca en la Nueva Granada. Imprenta de C. B. Espinosa.
Pág. 49). Documento Biblioteca Nacional de Colombia.
Y la posmodernidad con
sus redes sociales no es ajena al escaso fenómeno del agradecimiento. En el facebook Santuario Nuestra Señora de la Peña
Bogotá, del 18 de abril de 2018, dice:
“Cuando
usted entra a esta página espiritual no sabe cuánto valor representa
1) no importa la enfermedad
que padezca.
2) la mejor droga para su cuerpo está aquí
3) deposita su problema con fe
4) visitarla en su santuario.
Bueno ahora paso a contarles
mí historia. En diciembre de 1978, acudí al santuario a suplicar a la Virgen, me concediera una buena mujer para esposa. Al salir del santuario una voz me decía viajara a Venecia, Cundinamarca. Así lo hice busqué a la persona que esa voz angelical me decía. Encontrándola comenzamos a salir e irnos conociendo hasta llegar el día que le declaré mi amor y ella aceptando
al cabo de tres meses nos casamos. De esa unión tres hijas y un hijo.
Un hogar muy lindo y comprendido. 39 años ya de casados.
Primer milagro que recibí. Mira con fe os digo pedid lo que sea y se cumplirá seguiré contando los infinitos milagros...
mí historia. En diciembre de 1978, acudí al santuario a suplicar a la Virgen, me concediera una buena mujer para esposa. Al salir del santuario una voz me decía viajara a Venecia, Cundinamarca. Así lo hice busqué a la persona que esa voz angelical me decía. Encontrándola comenzamos a salir e irnos conociendo hasta llegar el día que le declaré mi amor y ella aceptando
al cabo de tres meses nos casamos. De esa unión tres hijas y un hijo.
Un hogar muy lindo y comprendido. 39 años ya de casados.
Primer milagro que recibí. Mira con fe os digo pedid lo que sea y se cumplirá seguiré contando los infinitos milagros...
Los relatos, separados
por dos centurias, tienen en común la declaración profunda y sincera del
testigo que vive la dinámica evangelizadora de predicar las maravillas del
Señor.
La fulgurante juventud
mariana del Nuevo Reino de Granada ha dado paso a la edad serena de la
meditación vital. El resultado es el mismo de ayer. La hazaña de la luz regresa
para iluminar a una ciudad que decidió ser grande, en su geometría dispersa. Su
impulso tempestuoso no la deja escuchar la sentencia del lábaro en aquel
salvaje risco de filos sublimes: “Bogotá,
he aquí a tu madre”.
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