Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El rolo, el cachaco, el
reinoso tienen una invitación escrita en roca pura. El texto histórico tiene en
sus letras una caligrafía mariana cuya lectura resulta inaplazable para un buen
raizal, devoto de la Madre de Dios. La reseña simbólica dice: “Peregrinación al
Santuario de Nuestra Señora de la Peña, Patrona de la ciudad de la Inmaculada
Concepción”.
El llamado llegó a los
333 años de espera y bendición. La gracia del Altísimo permanece aferrada a la
esperanza de María Santísima. Ella acoge presurosa las súplicas de su pueblo
consentido que aún lee en las Santas Escrituras la ruta salvífica de la promesa
mesiánica.
“…Que
tus ojos estén abiertos noche y día hacia esta casa, hacia el lugar del cual
has dicho: ``Mi nombre estará allí, para que oigas la oración que tu siervo
haga hacia este lugar…” (1 Reyes 8, 29).
Pero el silencio, hijo
a ratos del olvido, sentó sus reales dominios sobre el camino empedrado que tapó
el kikuyo y sobre las ventiscas paramunas que empaparon el templo. Las huellas
de los romeros no callaron y el quejido del barro señala el llamado del
retorno. El eco de los pasos dejó atado a la camándula el rumbo sobre una
escarpada calle de tránsito colonial.
La piedra aún late por
los valientes devotos, que entre recelosos y porfiados, dedican un domingo para
recibir el inmenso caudal de gracias que el Cristo Eucarístico ha donado con
exceso a esta morada santa. Humilde hogar donde su sagrada familia se
nacionalizó bogotana.
Vuelve, amigo lector,
tus ojos hacia los senderos marianos de los cerros orientales donde alumbra un
ofrecimiento: “Entonces
el Señor dijo: ‘He aquí, hay un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña’…”
(Éxodo 33, 21).
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