Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La pétrea advocación de
Nuestra Señora de la Peña ha tenido, entre algunos de sus queridos hijos, una
desconocida acción dedicada a preservar su legado Cristocéntrico para la
posteridad.
Los esfuerzos por
conservar la memoria de esa tradición se pueden resumir en cuatro grandes
espacios de tiempo plenamente identificados. Este cuarteto de temporalidades es
desatendido por la mayoría del pueblo capitalino.
El primero fue la
Cofradía de Nuestra Señora de la Peña que recibió la aprobación eclesiástica,
el 17 de enero de 1717 y, al día siguiente, se fundó la Santa Hermandad de los
Cofrades de la Santísima Virgen de la Peña. La entidad funcionó con cierta regularidad
hasta la segunda mitad del siglo XX.
El segundo gran momento
lo ejecutó su primer historiador, el presbítero Juan Agustín Matallana,
(1765-1825) que se encargó de redactar para los santafereños, a principio del
siglo XIX, unos anales.
El tercero es la obra
de restauración emprendida por el sacerdote alemán, Ricardo Struve Haker, en el
santuario de la Alteza Real de Bogotá. Su función, ya ampliamente comentada,
abarcó el período 1944-1968.
Actualmente, se viene
gestando un cuarto movimiento de recuperación. Este período abarca desde el año
2009 hasta la fecha e incluye obras como la inauguración de la Parroquia
Nuestra Señora de la Peña en el barrio Los Laches (2015), una serie de
ponencias académicas entre las que se destacan el Mensaje teológico de Nuestra Señora de la Peña y la recuperación de
la fachada del templo-santuario (2017). Además, de la creación del Centro de
Atención al Peregrino (antiguo Centro Mariano Nacional de Colombia) (2018).
Tareas realizadas por la Arquidiócesis de Bogotá, el
Camino Neocatecumenal y la Sociedad Mariológica Colombiana.
El segundo movimiento
de esta sinfonía dedicada a la mariología bogotana es el menos escuchado por
los piadosos lectores. Entonces, dejemos que sea el doctor Matallana el que describa
esa, su intensa labor de propagador del misterio mariano de Cristo en una
sociedad monarquista decimonónica.
“…Desde el año de 1810,
por el mes de marzo, comencé, oh pueblos de Bogotá, a excitar la devoción a la
sagrada familia de la Peña. Di el año de 1812, para ello, una novena muy buena
con relación de la historia, meditaciones muy piadosas sobre ello, concluyendo
con una oración general por los Estados, empleos, títulos, oficios y
ocupaciones, por lo que no faltaron quienes se burlasen de ello, porque
ignoraban el motivo y fin y la gran tormenta de trabajos que ya les caían
encima, como lo han experimentado con dolor. No satisfecho con esto os di una
devoción cuotidiana insertando en ella la historia. Después os repartí un
semanario para niños y gentes del campo; después, el año de 1814, se reformó y
reimprimió la Novena. Todavía aún no contento con ello, formé la historia
general que se publicó, aprobada por el Gobierno, el año de 1815. Sin embargo,
en el año de 1816 compuse y di la última novena breve y compendiosa, pero
devota y fácil; igualmente os puse en las manos el gran Trisagio, dado y
enseñado por Dios, de los corazones sagrados, como remedio para de algún modo
evitar tantos trabajos que han sobrevenido a todas las gentes…” (Cf.
Ricardo Struve Haker. El Santuario de
Nuestra Señora de la Peña, Imprenta Nacional de Colombia, Bogotá, 1955.
Pág. 255).
En síntesis, la crónica
de la Virgen de la Peña recuerda las palabras del profeta: “…Por eso dice el Señor Yahvé: ‘He
aquí que he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra
angular, de precio, sólidamente asentada; el que en ella se apoye no titubeará’…”
(Isaías 28, 16).
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