Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157).
Ahí tenéis, hermanos míos, entre las manos de Simeón, un cirio encendido.
También vosotros, encended en esta lámpara vuestros cirios, quiero decir estas
lámparas que el Señor os ordena tener en vuestras manos (Lc 12,35). «Acercaos a
él y quedaréis iluminados» (Sl 33,6) de manera que vosotros mismos seáis más
que portadores de unas lámparas: unas luces que alumbren vuestro interior y
también al exterior de vosotros mismos y a vuestros prójimos.
¡Que tengáis una lámpara en vuestro corazón, en vuestra mano, en vuestra
boca! Que la lámpara que tenéis en vuestro corazón brille para vosotros mismos,
que la lámpara que tenéis en vuestra mano y en vuestra boca brille para vuestro
prójimo. La lámpara de vuestro corazón es la devoción que inspira la fe; la
lámpara de vuestra mano, el ejemplo de las buenas obras; la lámpara de vuestra
boca, la palabra que edifica. Porque no debemos contentarnos con ser unas luces
a los ojos de los hombres gracias a nuestros actos y a nuestras palabras, sino
que nos es necesario brillar incluso delante de los ángeles por nuestra
oración, y delante de Dios por nuestra intención. Nuestra lámpara delante de
los ángeles es la pureza de nuestra devoción que nos impulsa a cantar
recogidamente o a orar con fervor en su presencia. Nuestra lámpara delante de
Dios, es la sincera resolución de dar gusto únicamente a aquel ante el cual
hemos encontrado gracia...
A fin de que brillen todas estas lámparas, dejaos iluminar, hermanos míos,
acercándoos al que es la fuente de la luz, quiero decir a Jesús que brilla en
las manos de Simeón. Él quiere, ciertamente, iluminar vuestra fe, hacer que
resplandezcan vuestras obras, inspiraros la palabra justa para decir a los
hombres, llenar de fervor vuestra oración y purificar vuestra intención... Y
cuando la lámpara de esta vida se apagará..., veréis la luz de la vida que no
se apagará jamás elevarse y subir por la tarde como si fuera en pleno esplendor
de mediodía.
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