
Academia de estudios marianos, fundada el 22 de septiembre de 1959 por el sacerdote alemán Richard Struve Haker, en el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Bogotá, con el permiso de la XIX Conferencia Episcopal Colombiana. La Revista Regina Mundi es su órgano de difusión. www.sociedadmariologicacolombiana.com
domingo, 26 de diciembre de 2021
jueves, 23 de diciembre de 2021
miércoles, 15 de diciembre de 2021
La Virgen de Chiquinquirá, ¿volverá a bajar de su trono?
Foto. Estudio del lienzo. Archivo frailes dominicos |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá tiene en su esencia un tejido
de milagros. Los prodigios de la tela fueron documentados por una historia
maravillosa y adversa.
El próximo 26 de diciembre cumple 435 años de su sagrada
y misteriosa renovación, gracia del Altísimo. En su trayectoria de signo vital
para la cultura colombiana sufrió el abuso del manual operativo para destruir
una obra de arte. La práctica demoledora contiene desde la piadosa conducta de
refregarle camándulas, niños y herramientas de labranza hasta el secuestro
sacrílego de Serviez, 1816. Luego se escribió una lista negra de atentados. El
último, el pasado 9 de julio con el ataque brutal contra el cristal protector y
el robo de sus coronas.
Lo indiscutiblemente asombroso es su capacidad para
resistir la crucifixión del vandalismo. Su delicada fortaleza clama un límite,
una tregua. Así lo reseñó el estudio técnico patrocinado por los frailes
dominicos y ejecutada por el departamento de restauraciones de la comunidad
franciscana, Provincia de Santafé y la Universidad Externado de Colombia.
El resultado del análisis, presentado el 6 de diciembre
de 2021, dejó recomendaciones para la preservación del cuadro. Indicaciones que
serán debidamente ejecutadas por la comunidad dominicana. El informe final
también consignó una postura de amparo técnico, pero controversial. Ellos, los
especialistas, solicitaron no bajar el lienzo para procesiones u otros actos
eclesiales. Motivo: salvaguardar la pieza tan amada. La pérdida de la capa
pictórica, entre varios males producto del trajín devocional, lo reclama.
En síntesis, el mantenimiento de la pintura dependerá de
los paliativos curativos. El retorno o no de la Rosa del Cielo a las calles de
la Villa de los Milagros será la voluntad de Dios.
miércoles, 8 de diciembre de 2021
Tota pulchra
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La misericordia omnipotente del Todopoderoso empleó la gracia del diseño celestial, misterio de caridad, para gestar la sustancia inmaculada (neuma y soma) de la madre virgen del Verbo Encarnado.
La criatura
perfecta, por la voluntad creadora del Omnipotente, heredó la merced de la
ausencia total del yerro. La fémina sin mácula recibió en su alma la Palabra
“porque llevaste en tu seno al que no pueden contener los cielos”, san Luis
María de Montfort.
El misterio de la Encarnación redactó en la Hija de Sión la historia funcional de la corredención, legado vital derivado de su carísimo privilegio. Ella es el testigo cooperador de la victoria, dinámica de su pudor. Su descendencia aplastó la cabeza de la serpiente infernal.
La derrota contundente del mal se originó en el sólido sustento de la totalidad de su pureza. Así lo dispuso la sentencia terrible de la restauración: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”. (Gn 3,15).
La humanidad, nacida en el barro del paraíso, heredó el polvo del sepulcro. El ocaso de Adán tuvo su redención por el sacrificio del Nazareno, el Dios crucificado y resucitado, el Hijo de María. Ella, la doncella santísima, recibió la plenitud de la gracia para con su intercesión absoluta abogar por la raza de Eva.
jueves, 2 de diciembre de 2021
El combate por la pureza
Homilía (08-12-1960):
jueves, 25 de noviembre de 2021
Sobre el tiempo de Adviento
(Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)
De las cartas pastorales de san Carlos Borromeo, obispo
Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísimo de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.
jueves, 18 de noviembre de 2021
Oración de María para sus fieles esclavos
San Luis María de Montfort .
(El secreto de María)
Salve, María,
amadísima Hija del Eterno Padre; salve, María, Madre admirable del Hijo; salve,
María, fidelísima Esposa del Espíritu Santo; salve, María, mi amada Madre, mi
amable Señora, mi poderosa Soberana; salve, mi gozo, mi gloria, mi corazón y mi
alma. Vos sois toda mía por misericordia, y yo soy todo vuestro por justicia.
Pero todavía no lo soy bastante.
De nuevo me entrego a Vos todo entero en calidad de eterno esclavo, sin reservar nada ni para mí, ni para otros. Si algo veis en mí que todavía no sea vuestro, tomadlo en seguida, os lo suplico, y haceos dueña absoluta de todos mis haberes para destruir y desarraigar y aniquilar en mí todo lo que desagrade a Dios y plantad, levantad y producid todo lo que os guste.
La luz de vuestra fe disipe las tinieblas de mi espíritu; vuestra humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo; vuestra contemplación sublime detenga las distracciones de mi fantasía vagabunda; vuestra continua vista de Dios llene de su presencia mi memoria, el incendio de caridad de vuestro corazón abrase la tibieza y frialdad del mío; cedan el sitio a vuestras virtudes mis pecados; vuestros méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento. En fin, queridísima y amadísima Madre, haced, si es posible, que no tenga yo más espíritu que el vuestro para conocer a Jesucristo y su divina voluntad; que no tenga más alma que la vuestra para alabar y glorificar al Señor; que no tenga más corazón que el vuestro para amar a Dios con amor puro y con amor ardiente como Vos.
No pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, ni aun espirituales. Para Vos el ver claro, sin tinieblas; para Vos el gustar por entero sin amargura; para Vos el triunfar gloriosa a la diestra de vuestro Hijo, sin humillación; para Vos el mandar a los ángeles, hombres y demonios, con poder absoluto, sin resistencia, y el disponer en fin, sin reserva alguna de todos los bienes de Dios.
Esta es, divina María, la mejor parte que se os ha concedido, y que jamás se os quitará, que es para mí grandísimo gozo. Para mí y mientras viva no quiero otro, sino el experimentar el que Vos tuvisteis: creer a secas, sin nada ver y gustar; sufrir con alegría, sin consuelo de las criaturas; morir a mí mismo, continuamente y sin descanso; trabajar mucho hasta la muerte por Vos, sin interés, como el más vil de los esclavos.
La sola gracia, que por pura misericordia os pido, es que en todos los días y en todos los momentos de mi vida diga tres amenes: amén (así sea) a todo lo que hicisteis sobre la tierra cuando vivíais; amén a todo lo que hacéis al presente en el cielo; amén a todo lo que hacéis en mi alma, para que en ella no haya nada más que Vos, para glorificar plenamente a Jesús en mí, en el tiempo y en la eternidad.
Amén
viernes, 12 de noviembre de 2021
Plegaria del papa Juan Pablo II a la inmaculada Virgen María
VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE
Nagasaki, 26 de febrero de 1981
Al tener la oportunidad de visitar esta casa, marcada por la memoria del Beato Maximiliano Kolbe, quisiera hacerme partícipe, en cierto sentido, del espíritu de ese celo apostólico que le trajo a Japón y proferir aquí las palabras que este hijo de San Francisco, llama viva de amor, parece decirnos a nosotros todavía.
Estas palabras están dirigidas a Ti, Virgen Inmaculada. Fue a Ti a quien rogó el padre Maximiliano; a Ti, la única elegida eternamente para ser la Madre del Hijo de Dios; a Ti, la única a quien nunca tocó la mancha del pecado original, a causa de esa santa maternidad; a Ti, la única que fue su Madre y la Madre de nuestra esperanza.
Permíteme a mí, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, y al mismo tiempo un hijo de la misma nación que el Beato Maximiliano Kolbe, permíteme, Inmaculada, confiarte la Iglesia de tu Hijo, la Iglesia que durante más de cuatrocientos años ha llevado a cabo su misión en Japón. Esta es la antigua Iglesia de los grandes mártires y recios confesores. Y es la Iglesia de hoy, que recorre su camino una vez más a través del servicio de los obispos, del trabajo de los sacerdotes, religiosos y religiosas, sean japoneses o misioneros, y a través del testimonio de los seglares cristianos que viven en sus familias y en las diferentes esferas de la sociedad, modelando su cultura y su civilización cada día y trabajando por el bien común.
Esta Iglesia es verdaderamente aquel "pequeño rebaño" del Evangelio, igual que los primeros discípulos y confesores, el pequeño rebaño a quien Cristo dijo: "No temáis... porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino" (Lc 12, 32).
¡Oh Madre Inmaculada de la Iglesia, a través de tu humilde intercesión ante tu Hijo, haz que este "pequeño rebaño" sea, cada día, un signo más elocuente del Reino de Dios en Japón! Haz que, a través de él, este Reino brille cada vez más intensamente en la vida de los hombres y se extienda a otros a través de la gracia de la fe, y a través del santo bautismo. Que se haga cada vez más fuerte por el ejemplo de vida cristiana de los hijos e hijas de la Iglesia en Japón. Que se haga fuerte en él la esperanza de la venida del Señor, cuando la historia y el mundo serán consumados sólo en Dios.
Todo esto te lo confío a Ti, oh Inmaculada, y esto imploro de Cristo por intercesión de todos los santos y beatos mártires japoneses, y del Beato Maximiliano Kolbe, el apóstol que tanto amó esta tierra. Amén.
jueves, 4 de noviembre de 2021
El pecado de la posmodernidad
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“A ellos que
cambiaron la verdad de Dios por la mentira”. Ro 1, 25.
El error y la mentira, injertados en la opinión
individual a través del ego, se convierten en una característica mediática
difundida virulentamente por los laberintos de las redes sociales.
El concepto equivocado del parecer capcioso reclama
los derechos inalienables de la libertad. La razón, divina y omnímoda, es
reemplazada por un juicio blasfemo esclavizado por la moda, derecho formal de
la anarquía.
Y sobre ese escenario relativista surge un
libertinaje oscuro diseñado para enmascarar los dogmas de la fe católica. La
primera víctima, de esa manía de adaptar la axiología cristiana a la
satisfacción de la tentación, es el alma divorciada del bien.
La separación del orden absoluto es maquillada con
la locura mística. Esa fase, común y desquiciada, se caracteriza por la
asignación de dones celestiales según manifestaciones privadas de Nuestra
Señora, la Santísima Virgen María, a un círculo de elegidos.
En ese estadio de neopaganismo, el poseído por su
egolatría de predicador de arcanos insondables modifica textos bíblicos,
inventa advocaciones marianas, redacta sobre angelología secreta, profetiza nostalgias
y cura a la cultura de la memoria. Es el horror del escándalo.
Dios se convierte en el veredicto de una idea sin
criterio. La Trinidad Santa, creadora de la gracia inmaculada, y su Verbo
encarnado en el seno de la criatura virginal, queda fuera de la invitación a
una existencia de santidad.
El tiempo ateo refunde la caridad.
El reloj de esa herejía contumaz, expresión del
disfraz, es el centro de pensamiento donde la teología del amor es anulada por la
enseñanza del defecto.
Surge entonces, entre la maraña de las ideologías
insanas para el neuma y el logos, el surco mezquino donde las semillas de la
parca se siembran en un siglo arquitecto de sepulcros.
El fallecimiento de la palabra sagrada, como vocablo
superior del don de gentes, deja abierto el pasillo hacia el abismo asesino.
Triunfo de la banalidad mutante de una época banderiza. Su mentira lucha soberbia
por el aborto, la eutanasia y la esterilidad del género creativo. Ella da la
vida por la muerte.
Resulta aterrador el desangre por la herida moral
del homo modernus. Él quiere una esclavitud universal. Añora una sombra para
cobijar su desgracia refundida en la desesperanza. El reaccionario diseña
ídolos para adorar con delirio fanático. Acción poseída por un paroxismo adicta
al suspiro del vicio.
La riada terrible de las costumbres sin Dios busca
una causa para derribar el imperio humilde de María Santísima, misión
imposible.
La frustración, generadora de agresividad, ensambla
una religiosidad basada en el dictamen dictatorial de la sentencia según el
interés económico de la necesidad.
Dibuja figuras femeninas para sustentar mensajes
apócrifos, levantan altares al fenómeno ejecutado por el arte de las tramoyas.
Vende el discurso editado en el crespúsculo del sofisma. Dinámica de la errata.
El empuje del motín ideológico azuza a la masa con
la demagogia ignara de la fatalidad e infiltra la duda en la conversación con
la virtud. Es la estrategia contra el catecismo.
En síntesis, católicos colombianos, no olviden que
la Madre de Dios es la esclava de los mandamientos del Altísimo. Por favor, no
conviertan el culto de hiperdulía en un tratado de Teratología.
jueves, 28 de octubre de 2021
El retorno de la peregrinación perdida
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La tradición de
visitar a Nuestra Señora de la Peña es parte del ancestro cultural de aquellos
devotos en cuya alma vive la historia del Bogotá colonial.
Los últimos peregrinos
de antaño, mezcla campesina de contrabandistas y copleros, dejaron perder sus
huellas entre las trochas del arrabal porque no querían dejar rastro de sus
andanzas ni de sus devociones, eran liberales de racamandaca.
Sus intocables
valores políticos y religiosos sostuvieron una pugna contra el establecimiento.
El Resguardo les prohibió la chicha y les incautó los alambiques de montaña
donde destilaban el aguardiente rastrojero. La lucha de las pasiones etílicas,
entre el pueblo anónimo y el uniformado, pasó por el famoso confesionario de
madera, el escapulario de la Virgen, tallada por Dios en piedra y la promesa de
conservar la doctrina católica.
La revuelta de
las fuerzas anárquicas la devoró la romántica revolución de los sesenta. El
párroco, Richard Struve, regresó a su tierra natal para ver al astronauta Armstrong pisar la luna, centinela del atrio de
su templo consentido, la Peña Vieja. La
ausencia del buen pastor y el destello aventurero del Apolo 11 levantaron una
muralla de olvido. El empedrado camino hacia la ermita fue colonizado por el
kikuyo hasta guardarlo en la leyenda de los pasos sin rumbo.
El eco mariano de
las grandes procesiones del ocho de diciembre, las fiestas patronales y las
turbulentas carnestolendas desapareció del cerro de Los Laches. La amnesia
vociferó su triunfo.
El acervo
contestó con la narración de las costumbres. La procesión perdida pervive. Ella
marcha desde lares ajenos a la capital como Fusagasugá y Choachí, Malsburg-Marzell (Alemania) y Guayaquil (Ecuador).
Los promeseros se preguntan: ¿hasta cuándo Bogotá le dará la espalda al
misterio de María?, su tesoro.
lunes, 25 de octubre de 2021
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
VIAJE APOSTÓLICO
A COLOMBIA
SANTA MISA EN EL
PARQUE SIMÓN BOLÍVAR DE BOGOTÁ
HOMILÍA DEL SANTO
PADRE JUAN PABLO II
Miércoles 2 de
julio de 1986
“Los confines de
la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (Is 52, 10)
1. La lectura del
profeta Isaías, que hemos escuchado, nos invita a seguir las huellas de Dios
que nos salva; de Dios que revela sus designios de salvación hasta los extremos
de la tierra; del Señor que derrama a manos llenas sus bendiciones a todos los
hombres y a todas las naciones.
La paz que Cristo nos promete (Jn 14, 27) y nos comunica es “la salvación de nuestro Dios” (Is 52, 10). La gracia del bautismo nos configura con Cristo, nos hace semejantes a El, nos reviste de El, hasta participar en su misma filiación divina, como nos ha enseñado San Pablo: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo” (Ga 3, 26-27. Y si todos somos hijos de Dios, hermanos de Cristo Jesús, por haber recibido el mismo bautismo y el mismo Espíritu, y por haber participado en el mismo “Pan de vida” (Jn 6, 48), ¿no es verdad que la paz debe ser una realidad en todos los corazones, en todas vuestras familias y en toda vuestra patria?
3. La salvación que Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ofrece a la humanidad en Jesucristo Redentor es una vida nueva, que es la medida y la característica de los hijos adoptivos de Dios. Es la participación, mediante la gracia santificante, en la filiación divina de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre por nosotros. En efecto, el Hijo de Dios, encarnándose en el seno de la Virgen María, “se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes, 22). Con la fuerza del Espíritu, que nos ha comunicado Jesús, muerto y resucitado, después de su vuelta al Padre, desea Jesús mismo extender a todos y cada uno el don de esta filiación divina que es la gracia para nuestra naturaleza humana y el fundamento de la paz personal y social. De este modo participamos en la misión de la Iglesia que es “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium, 48) y “el corazón de la humanidad” (Dominum et Vivificantem, 67).
También nosotros estamos “revestidos de Cristo”, puesto que por el bautismo hemos sido transformados en imagen suya y participamos de la filiación divina. Cristo une fraternalmente entre sí a quienes reciben su vida divina. Los dones diferentes, que recibimos de Dios, son para servir mejor a todos los demás hermanos. La economía de la fe implica una liberación contrapuesta a toda forma de discriminación. La imagen, presentada por San Pablo, del nuevo ser cristiano “revestido de Cristo” tiende a superar todo tipo de discriminación humana. En efecto, todo lo que divide y separa artificialmente a los hombres, por ejemplo, la injusta distribución de los bienes o la lucha de clases, no pertenece al nuevo ser cristiano.
Por el bautismo “pertenecemos a Cristo, y, por ello mismo, nos hacemos “herederos de Dios”. Este bien de la herencia divina es el bien de la salvación, actualizado, incesantemente en vosotros por el Espíritu Santo, obrador de la gracia y de la vida eterna. Por esto, Jesucristo llamó al Espíritu Santo “Paráclito”, es decir, “consolador”, “intercesor”, “abogado”. La paz que nos da Jesús está fundamentada en este don que transforma al hombre y a la sociedad desde el corazón del hombre mismo. Es el don que, “mediante el misterio pascual, es dado de un modo nuevo a los Apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero” (Dominum et Vivificantem, 23).
4. Durante la última Cena, que nosotros conmemoramos ahora, Jesús, al prometernos como herencia su paz y su salvación, nos indicó el requisito que hemos de poner por parte nuestra: el amor. Este amor es un don suyo y es también colaboración nuestra. En realidad, es el fruto del Espíritu Santo enviado por Jesús de parte del Padre. Oigamos las palabras del Señor, que ahora repite para cada uno de nosotros: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él... El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo” (Jn 14, 23-26).
Sí, amadísimos hermanos, el bien de la salvación —que es paz, gracia y perdón— brota, como de un manantial inagotable, de esa inhabitación de Dios en nosotros por el amor. El “Dulce huésped del alma”, inundando los corazones de su gracia y de su amor, anticipa ya en ellos el comienzo de la vida eterna, que consiste en la paz duradera dentro de las personas, de las familias y de los pueblos. La vida eterna, en efecto, es la presencia feliz y la permanencia del hombre en Dios mediante el amor. A esta vida eterna estamos llamados en Jesucristo, a ella nos conduce interiormente el Espíritu Santo Paráclito mediante su acción santificante.
5. En mi reciente Encíclica sobre el Espíritu Santo, invito a todos a orar por la paz y a construir la paz: “La paz es fruto del amor: esa paz interior que el hombre cansado busca en la intimidad de su ser; esa paz que piden la humanidad, la familia humana, los pueblos, las naciones, los continentes, con la ansiosa esperanza de obtenerla en la perspectiva del paso del segundo milenio cristiano” (Dominum et Vivificantem, 67). Así, pues, “la salvación de nuestro Dios” en todos los confines de la tierra, entre todos los pueblos y culturas, se despliega mediante el corazón pacificado del hombre. Entonces participa de esta paz y salvación toda la comunidad de los hombres, en primer lugar la familia, la cual tiene un cometido primordial e insustituible en la obra de la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo a la humanidad entera. La familia es entonces evangelizada y evangelizadora, recibe la paz y transmite la paz. “Por ello la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por toda la humanidad y del amor de Cristo Señor a la Iglesia su esposa” (Familiaris Consortio, 17).
En mi solicitud pastoral por toda la Iglesia no he cesado de poner de relieve el puesto que ocupa la familia como fundamento de la sociedad humana y cristiana, de cuya unidad, fidelidad y fecundidad depende la estabilidad y la paz de los pueblos. Colombia no puede renunciar a su tradición de respeto y de apoyo decidido a los valores que, cultivados en el núcleo familiar, son factor muy significativo en el desarrollo moral de sus relaciones sociales y forman el tejido de una sociedad que pretende ser sólidamente humana y cristiana.
Sé que vuestros Pastores os han puesto repetidas veces en guardia contra los peligros a que hoy está expuesta la familia. Me uno a ellos en esta urgente y noble tarea pastoral de procurar a la familia una formación adecuada para que sea agente insustituible de evangelización y base de la solidaridad y de la paz en la sociedad. Damos gracias a Dios porque “hay familias, verdaderas “iglesias domésticas”, en cuyo seno se vive la fe, se educa a los hijos en la fe y se da buen ejemplo de amor, de mutuo entendimiento y de irradiación de ese amor al prójimo en la parroquia y en la diócesis” (Puebla, 94). ¡Sí!, “la familia cristiana es el primer centro de evangelización” (Ibid., 617), es también la “escuela del más rico humanismo (Gaudium et Spes, 52), y, como tal, es inagotable cantera de vocaciones cristianas y formadora de hombres y mujeres, constructores de la justicia y de la paz universal en el amor de Cristo.
6. América Latina es amante de la paz. Sabe que este don supremo es condición indispensable para su progreso. Pero, a la vez, es consciente de los múltiples peligros que atentan contra una paz estable: “Baste pensar en la carrera armamentística y en el peligro, que la misma conlleva, de una autodestrucción nuclear. Por otra parte, se hace cada vez más patente a todos la grave situación de extensas regiones del planeta, marcadas por la indigencia y el hambre que llevan a la muerte” (Dominum et Vivificantem, 57).
Si cada cristiano y cada comunidad eclesial se convirtieran en ardientes mensajeros de paz, ésta sería pronto una realidad en la comunidad humana. Colombianos todos: ¿por qué no hacer de este serio compromiso por la paz un fruto de la visita del Papa a vuestro país? Quisiera poder aplicar a cada uno de los aquí presentes y a todos los que me escuchan, las palabras del profeta Isaías: «Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: “ya reina tu Dios”» (Is 52, 7).
La Buena Nueva de este reino de Dios es un mensaje de libertad: Dios ha liberado a su pueblo. Y por eso, habrá siempre apóstoles y misioneros, que anuncien al pueblo de la Nueva Alianza la venida y la presencia del Reino. Estos “mensajeros” proclaman la verdad revelada sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre, a la luz del mensaje de Jesús crucificado y resucitado, por más que su mensaje resulte duro y molesto a los oídos de quienes prefieren los “ídolos” de este mundo. El mensajero de la paz evangélica está dispuesto a dar testimonio con sus palabras y con la ofrenda “martirial” de su propia vida.
jueves, 21 de octubre de 2021
“¡Feliz la que ha creído” (Lc 1, 45)
Papa Francisco
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde
fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa
que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia
de Jesús.
Tú, llena de la presencia de
Cristo,
llevaste la alegría a Juan el
Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de
su madre (Lc 1,41).
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor
(Lc 1,46ss).
Tú, que estuviste plantada ante
la cruz
con una fe inquebrantable (Jn 19-25)
y recibiste el alegre consuelo de
la resurrección,
recogiste a los discípulos en la
espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia
evangelizadora (Hch 1,14).
Consíguenos ahora un nuevo ardor
de resucitados
para llevar a todos el Evangelio
de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar
nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se
apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la
contemplación (Lc 2,19),
madre del amor (Si 24, 24
Vulgata), esposa de las bodas eternas (Ap19, 7) ,
intercede por la Iglesia, de la
cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre
ni se detenga
en su pasión por instaurar el
Reino.
Estrella de la nueva
evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el
testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y
generosa,
de la justicia y el amor a los
pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la
tierra
y ninguna periferia se prive de
su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los
pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
Tomado de Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium / La alegría del Evangelio” § 288 Libreria Editrice Vaticana).