Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La misericordia omnipotente del Todopoderoso empleó la gracia del diseño celestial, misterio de caridad, para gestar la sustancia inmaculada (neuma y soma) de la madre virgen del Verbo Encarnado.
La criatura
perfecta, por la voluntad creadora del Omnipotente, heredó la merced de la
ausencia total del yerro. La fémina sin mácula recibió en su alma la Palabra
“porque llevaste en tu seno al que no pueden contener los cielos”, san Luis
María de Montfort.
El misterio de la Encarnación redactó en la Hija de Sión la historia funcional de la corredención, legado vital derivado de su carísimo privilegio. Ella es el testigo cooperador de la victoria, dinámica de su pudor. Su descendencia aplastó la cabeza de la serpiente infernal.
La derrota contundente del mal se originó en el sólido sustento de la totalidad de su pureza. Así lo dispuso la sentencia terrible de la restauración: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”. (Gn 3,15).
La humanidad, nacida en el barro del paraíso, heredó el polvo del sepulcro. El ocaso de Adán tuvo su redención por el sacrificio del Nazareno, el Dios crucificado y resucitado, el Hijo de María. Ella, la doncella santísima, recibió la plenitud de la gracia para con su intercesión absoluta abogar por la raza de Eva.
Gracias Señor por habernos dado a María como Madre, Maestra y Modelo de santidad.
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