Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El asombro de María ante el saludo del ángel impresionó al celeste
mensajero. San Gabriel comprendió al instante el misterio de la Inmaculada
Concepción, razón explicativa de su misión.
El encuentro de las criaturas preparó el escenario para el diálogo entre el
Supremo y la doncella. La respuesta de la Virgen agregaría la naturaleza humana
a la segunda persona de la Trinidad. El Creador aguardaba una contestación para
la unión hipostática.
El veredicto mariano, en su santa prudencia, aguardó sublime. La turbación
humilde de la sierva cuestionó la salutación. El arcángel conmovido abrazó la
dimensión absoluta de su tarea. Debía inclinarse ante su soberana. Con serenidad
diplomática respondió: “No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia
ante Dios”. (Lc 1,30). Y profundizó su discurso en la historia del Antiguo
Testamento hasta la casa de Jacob. No fue suficiente. Quedaba un planteamiento
para resolver. El interrogante era requisito sine qua non para la estructura del milagro. “¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón? (Lc 1, 34). La defensa de su virginidad era el don imperativo de su
infinita pureza. Los hijos de la duda buscarían en ese discernimiento magnífico,
para recibir al Verbo, la excusa de su apostasía. La indomable castidad abría
así la esperanza de su modestia a la voluntad omnipotente del Señor. “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios’. (Lc
1, 30). El mandamiento de la santidad quedó escrito en el corazón de Dios: “He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1,28).
Gracias Madre por tu SÍ que nos trajo la salvación.
ResponderEliminarMadre de Dios, gracias por tu Fiat.
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