Para
calmar la impaciencia de nuestro espíritu, la Iglesia ha establecido la
fiesta de la Expectación
del Parto o la espera del divino alumbramiento. Esta fiesta fijada en el 16 de
diciembre, continúa hasta Navidad. Desde el día precedente la Iglesia canta en las vísperas
las grandes antífonas. Se llaman vulgarmente antífonas de la O , o las O de Navidad, porque
principian con esta invocación. Imposible es tener fe y no entrar a recitarlas
en los sentimientos que expresan, y unirse a los suspiros y gemidos de los
Patriarcas. Estas antífonas expresan por su variedad las diferentes cualidades
del Mesías y las diversas necesidades del linaje humano.
El
hombre es desde su caída un insensato privado casi de razón y sin gusto hacia
los verdaderos bienes; su conducta inspira horror y compasión y necesita la
sabiduría. La Iglesia
la pide para él con la primera antífona: O Sapientia: ¡Oh Sabiduría
que saliste de la boca del Altísimo, que alcanzas tu fin con fuerza, y dispones
todas las cosas con dulzura! Ven a enseñarnos la senda de la prudencia”.
El
hombre es desde su caída esclavo del demonio, y tiene necesidad de un poderoso
Libertador. La Iglesia
lo pide para él con la segunda antífona: O Adonai: “¡Oh Dios poderoso
y guía de la casa de Israel, que te mostraste a Moisés en la zarza encendida y
le diste a ley del Sinaí!” Ven a rescatarnos con el poder de tu brazo”.
El
hombre desde su caída está vendido a la iniquidad, y necesita un Redentor. La Iglesia lo pide para él en
la tercera Antífona: O radia Jesé: “¡Oh raíz de Jesé, que está
expuesta como una bandera a los ojos de las naciones, ante la cual guardarán
silencio los reyes, y a la que ofrecerán los gentiles sus oraciones! ven a
rescatarnos, no tardes”.
El
hombre es desde su caída un preso encerrado en la cárcel tenebrosa del error y
de la muerte, y necesita una llave para salir. La Iglesia la pide con la
cuarta antífona: O clavis David: “¡Oh llave de David, que abres y
nadie cierra, que cierras y nadie abre! Ven y saca al preso de la cárcel, al
desgraciado que yace en las tinieblas a la sombra de la muerte”.
Él
es ciego desde su caída, y necesita un sol que le ilumine. La Iglesia lo pide para él
con la quinta antífona: O Oriens; ¡Oh Oriente, esplendor de la luz
eterna y sol de justicia! Ven y alumbra a los que yacen en las tinieblas y en
la sombra de la muerte.”
El
hombre desde su caída está enteramente mancillado, y necesita un santificador. La Iglesia lo pide por él con
la sexta antífona: O Sancte Sanctorum: ¡Oh Santo de los Santos, espejo
sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad! Ven a destruir la
iniquidad y traer la justicia eterna”.
El
hombre es desde su caída como una gran ruina, y necesita un restaurador. La Iglesia lo pide para él
con la séptima antífona: O Rex gentium: ¡Oh Rey de las naciones, Dios
y Salvador de Israel, piedra angular que unes en un solo edificio a los judíos
y a los gentiles! Ven y salva al hombre que has formado del barro de la
tierra”.
El
hombre desde su caída ha doblegado la cabeza bajo el yugo de todas las
tiranías, y tiene necesidad de un legislador equitativo. La Iglesia lo pide para él
con la octava antífona: O Emmanuel: “¡Oh Emmanuel, nuestro rey y
Legislador, expectación de las naciones y objeto de sus deseos! Ven a
salvarnos, Señor Dios nuestro”.
El
hombre desde su caída es una oveja descarriada y expuesta al furor de los
lobos, y necesita un Pastor que le defienda y le guíe a buenos pastos. La Iglesia lo pide para él
con la novena antífona: O Pastor Israel: “¡Oh Pastor y dominador de la
casa de David! Tú que eras en el principio desde el día de la eternidad, ven a
apacentar a tu pueblo en toda la extensión de tu poder, y reina sobre él en la
justicia y la sabiduría!”
¿Han
oído cosa más interesante y completa que estas magnificas invocaciones? Nos
parece que una de las mejores preparaciones para la fiesta de Navidad es el
repetir con frecuencia estas bellas antífonas, empapándonos en los sentimientos
que expresan. ¡Oh! Sí; si queremos pasar santamente el tiempo del Adviento,
unamos nuestros suspiros a los de la
Iglesia , los Patriarcas, los Profetas y justos de la antigua
Ley; adoptemos alguna de sus ardientes palabras; que sea nuestra oración
jaculatoria de cada día, y si es posible, de cada hora del día, para que Dios
pueda decir de nosotros: He aquí un hombre de deseo, y nos atenderá. Si lo
preferimos, elijamos entre las oraciones siguientes que son igualmente propias
para formar en nosotros las disposiciones que pide la Iglesia : Te suplico, Señor, que envíes al que has de enviar, Ven, Señor Jesús, y
no tardes; cielos ábranse y dejen que baje su rocío. Divino Niño Jesús, ven a
nacer en mi corazón para desterrar de él al pecado y colocar tus virtudes.
Texto trascrito por José Gálvez Krüger
Director dela Revista
de Humanidades Studia Limensia
Para ACI Prensa yla
Enciclopedia católica
Director de
Para ACI Prensa y
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