jueves, 29 de octubre de 2015

María comparte los sufrimientos de su hijo


         Jesús había partido de la casa de la cena. María sabe a donde va su hijo. Aunque ella esté lejos del lugar de su agonía, en su corazón siente su misteriosa repercusión. Mientras los discípulos escogidos duermen y olvidan a su Maestro, María está en vigilia y ora. La imaginación de su corazón maternal le pone presente en todo su terror lo que sucede en Getsemaní. Como Jesús, ella se siente presa de un tedio, de un temor y de una tristeza muy grande. Con El exclama: “Mi alma está triste hasta la muerte”. Junto con El se postra son su rostro en tierra. Como El exclama a Dios: “Padre, Padre, haz pasar este cáliz lejos de mí”. No, me equivoco, María consciente en vaciar este cáliz amargo hasta las heces, pero si quisiera que no lo tuviera que beber su hijo. Ella es madre y ama más tierna y más magnánimamente que todas las demás madres. Mi Padre, dice ella, Padre de mi Hijo  querido, ¿por qué golpeas al inocente? Tú conoces como yo, no tú conoces  aún mucho mejor que yo este manso cordero. El es en el cielo la imagen y el reflejo de tu gloria, y yo lo he visto desde su primera señal de vida en mis entrañas hasta este día tan triste, siempre lleno de gracia, de sabiduría y de bondad. El se ha sujetado siempre a tus santas leyes; él se ha alimentado como si fuera pan de comer, de tu santísima voluntad, él no obró durante toda su vida en esta tierra sino lo bueno. Piedad Padre, piedad para El! Descargue tus golpes sobre mí, su madre indigna, más a El no lo toques. Ahórreme a mí este amargo sufrimiento de haber proclamado en mi “fiat” a tus divinas promesas esta sentencia cruel de muerte. Padre, retire este cáliz de sus labios!

         ¿Pero Dios, se dejará conmover por esta enternecida oración de la madre? No, mi hermano cristiano, la justicia divina debe ser satisfecha. Iluminada por la gracia de Dios, María comprende esta exigencia divina, ve la salud del mundo en que el inocente ha de ponerse en lugar de los culpables. Con Jesús ella se somete a la voluntad del padre celestial, con Jesús que sufre la agonía, con Jesús moriría, si no fuera sostenida por la fuerza de lo alto.

P.  Luis Jacques Monsabré, O. P.
                                                                                                   (1.827-1907).
Tomado de la revista Regina Mundi 7



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