Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
Los amantes de las viejas fotografías suelen mostrar su linaje romántico
cuando encuentra una imagen del templo de Nuestra Señora de la Peña. El encanto bucólico de aquel paisaje los
induce, por lo general, a tildar de “leyenda” el milagro tricentenario del
oriente de capitalino.
El término, bello en poesía junto a la chimenea, no se ajusta a la
realidad. Las estatuas que guarda la ermita narran una historia distinta dentro
de la mariología bogotana. Esta disciplina invita a desentrañar la semántica de
la palabra “legenda”: “lo que ha de ser leído”.
La lectura de ese episodio requiere un tiempo superior al que donan las
enciclopedias y portales de turismo distribuidos por la internet. El medio
repite errores, mezcla opiniones con anécdotas de caminantes y preguntas sin
respuestas.
El oficio de la rapidez contemporánea no deja espacio para contemplar las
profundidades de la tradición. El vistazo pasajero a la fotografía del
monumento y el gesto de sorpresa pronto se pierden en el anhelo de conocer la
capilla. La prisa devora los planes y el olvido, patrimonio inmemorial de la nacionalidad,
impone su doctrina de amnesia con un brillo triste de ausencia.
Colombia, cuando debe estudiar la grandeza cultural de su pasado, busca el
refugio de los estudios foráneos porque allí tienen la ilustración de la
civilización.
Aquí, en estos renglones, no se hablará de los muchos años de estudio de la
Sociedad Mariológica Colombiana para demostrar que la crónica de la Virgen de
la Peña es un milagro con memoria divina, sólida roca.
La presencia de las imágenes de la Peña, no son solo una leyenda para ser leída, sino un milagro para contemplar y agradecer..
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