Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana.
El santo padre
Francisco entró en la historia de la Mariología contemporánea por la puerta
grande de los conceptos diáfanos.
El pasado 24 de
marzo, la lumínica claridad pontificia generó sombras y dudas en sus
detractores. El ministerio petrino fue atacado por el denuesto formal del
agravio. La verborrea mediática estalló feroz por un párrafo aclaratorio dentro
de su catequético sermón mariano.
“…La Virgen que, como Madre a la cual Jesús
nos ha encomendado, envuelve a todos nosotros; pero como Madre, no como diosa,
no como corredentora: como Madre. Es verdad que la piedad cristiana siempre le
da bonitos títulos, como un hijo a la madre: ¡cuántas cosas bonitas dice un
hijo a la madre a la que quiere! Pero estemos atentos: las cosas bonitas que la
Iglesia y a los Santos dicen de María no quita nada a la unicidad redentora de
Cristo. Él es el único Redentor…”
Esas frases propedéuticas reafirmaron una
verdad universal que el católico, primariamente formado, debería comprender:
Sí, María Santísima no es diosa, es criatura. Y en esa misma línea de
pensamiento Ella vive obediente a la realidad omnipotente del Creador. Su fiat
aceptó la misión salvadora del Redentor dentro de su alma y su vientre. Su
sangre testificó la eternidad omnímoda del Dios, Trino y Uno.
La feliz aclaración del Papa crea una
cátedra renovada para abordar la teología mariana desde la perspectiva
dogmática: María es la Madre del Redentor y por voluntad del Altísimo colaboró,
asociada al dolor de su Unigénito, en la redención del género humano.
En síntesis, rezar en comunión con María es poseer la totalidad del corazón de la Divina
Misericordia, causa vital de la redención.
Orar en comunión con María es llegar a tocar el Corazón de Dios
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