jueves, 5 de diciembre de 2013

MARIOLOGÍA PATRÍSTICA



Por Juan Alberto Ramírez O.
Sociedad Mariológica Colombiana

INTRODUCCIÓN
El presente estudio es un resumen sobre lo que los Padres y escritores de la Iglesia hicieron en los siete primeros siglos de la era cristiana sobre cinco prerrogativas que aparecen unidas de un modo inseparable a Nuestra Señora en la teología católica contemporánea. Son las siguientes: el paralelismo Eva – María; la virginidad perpetua; la maternidad de María; la Inmaculada Concepción y la asunción de Nuestra Señora.
“No hemos podido abarcar todos los aspectos de teología mariana cuyos principios están contenidos en la Patrística. Por ejemplo, tenemos el complejo en interesante problema de las relaciones entre María y la Iglesia, en el que han dicho las primeras palabras, Justino, Ireneo, Tertuliano, Ambrosio y Agustín. Está también el tema precioso de la realeza de María que se ejerce no por jurisdicción, sino por intercesión. Otra idea, enraizada, como dijo Ambrosio, en su papel de segunda Eva, es la mediación universal de María”.[1]
Se invita, con este trabajo, a todos los interesados en la mariología, pero, en especial, a los miembros de la Sociedad Mariológica a hojear los estudios hechos por el Padre Ricardo Struve Haker, fundador de la Sociedad Mariológica Colombiana, en el año 1959, sobre mariología patrística, y, en especial, el texto Los tipos de María en los padres pre-efesinos, que contiene textos de los padres y escritores de la iglesia de los cinco primeros siglos de la era cristiana. Igualmente a consultar el Índice Escriturístico Migne, que, con tanto empeño elaboró para ser examinado por expertos como por principiantes en la investigación mariológica.
Nota: Estos estudios se pueden consultar en la biblioteca de la Sociedad Mariológica Colombiana, ubicada al costado norte del templo de “Nuestra Señora de la Peña” en Bogotá.


I.      PARALELISMO EVA – MARÍA.
“Conocidos lugares del apóstol San Pablo (Rom. 5,12 y I Cor. 15,22; 45-49) exponen el paralelismo entre el primer Adán y el segundo o futuro o último Adán que es Cristo”. [2]
Ahora bien, “si Eva cooperó a que Adán, el padre de la humanidad, pecase, María cooperó de un modo paralelo a que el segundo Adán redimiese a la misma humanidad caída”.[3]
El primer testimonio del paralelismo Eva – María es del mártir Justino, quien en el siglo II dice: “…(El hijo de Dios) nació de la Virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que tuvo principio la desobediencia de la serpiente, por este también fuera destruida. Porque Eva, cuando aún era virgen incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; mas la Virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella… a lo que respondió ella: “hágase en mí según su palabra”. Y de la Virgen nació Jesús… por quien Dios destruye a la serpiente y a los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte a quienes se arrepienten de sus malas obras y creen en Él”.[4]
“Esta fórmula de Justino contiene ya todos los elementos con que los Padres en adelante trabajarán para explotar para bien del mensaje cristiano este paralelismo entre Eva y María, tipo y antitipo: “Eva y María” – “la serpiente (ángel caído) y el ángel Gabriel” – “la desobediencia y la obediencia en la fe” – “La muerte y el hijo de Dios, quien es la vida misma” -. Unas veces se reducirá esta fórmula a breves palabras, otras veces se conservan los cuatro miembros dobles de ideas y se expondrán en forma retórica, pero ya no desaparecerá de la conciencia de la iglesia este paralelismo”.[5]
El segundo testimonio está dado por Ireneo, muerto a principios del siglo III, quien “expone dos principios que forman la raíz de su pensamiento mariológico. El primero es el principio llamado recapitulatio (de recapitulación), es decir, el dilema humano, el imperativo paradójico de que la naturaleza caída debe ser levantada hasta Dios por la misma naturaleza que ha caído. Se resuelve cuando el Verbo se hace carne identificándose con la humanidad y haciéndose su segunda cabeza. Existe otro principio complementario llamado recirculatio (de recirculación), que se expresa así: el proceso de restauración debe, por fuerza, corresponder aunque de un modo inverso, al proceso de la caída, del mismo modo que si desatáramos un nudo, un complicadísimo nudo hecho de las desobediencias de Eva y de la rebelión de Adán”.[6]
Dice Ireneo: “hallamos que la Virgen fue obediente al decir: “he aquí la esclava del señor hágase en mi según tu palabra”. Eva, al contrario, fue desobediente; no obedeció, siendo aún virgen. Ella, teniendo ya a Adán como esposo, era aún virgen y causó por su desobediencia para si y para todo el género humano, la muerte: del mismo modo tenía María ya un esposo destinado para Ella, pero era aún virgen, y por su obediencia se convirtió para sí y para todo el género humano en causa de salud. Por ello, la ley la llamaba a ella que estaba ya desposada, pero aún virgen, esposa de su prometido, indicando así la circulación de María a Eva, porque lo atado pudo ser suelto, solo por desatar lo que estaba atado en un nudo. El primer nudo queda suelto por el segundo, el segundo, desata el primero… el nudo de la desobediencia de Eva fue suelto por la obediencia de María, porque lo que Eva, la primera virgen, había atado por su incredulidad, lo soltó la Virgen María por su fe”.[7]
Este pasaje debe estudiarse en comparación con otro también muy importante en el que nos presenta, Ireneo, el paralelismo Eva – María junto con la analogía Adán – Cristo: “el que el Señor viniera en forma visible a su propiedad y que su creación que Él soporta, lo soportara y que recapitulara la desobediencia cometida en el árbol por su obediencia en el madero, anulando aquella seducción a la cual Eva, ya destinada a un esposo, cayó – todo esto fue anunciado por el ángel a María, que también ya estaba comprometida a un varón -. Como aquella fue seducida por las palabras del ángel a sustraerse a Dios, y a negarse a sus mandatos, así recibió esta, por las palabras del ángel, el anuncio de que recibiría a Dios, porque ella fue obediente a su palabra. Si aquella fue desobediente, esta, al contrario, obedeció a Dios, para que así la Virgen María se convirtiera en abogada de la virgen Eva. Y como el género humano, por razón de una virgen, fue sancionado con la muerte, así es salvado ahora por una virgen. La desobediencia de la virgen fue compensada por la obediencia de una virgen”.[8]
“Como hemos dicho, en estos pasajes de Ireneo, la pareja Eva – María queda incorporada en la recapitulación del género humano. Si Cristo vino a hacerse hombre, para ser por este medio un nuevo padre de la humanidad y nuevo progenitor de su vida (esta sobrenatural), Eva y María, ambas, juegan un papel importante en este proceso. Eva fue la causa de la desgracia y por su obrar hizo necesaria esta intervención divina para regenerar la humanidad; pero para que el Dios Salvador fuera uno del mismo género humano que pudiera desatar lo atado sin que todo fuese solamente un acto de perdón divino, tenía que incorporarse a este mismo género humano, y, la puerta por la que entró a ser un verdadero hombre y hermano de los hombres fue la Virgen María. Así entró, en verdad, la salud por María, como por Eva había entrado la muerte”.[9]
De Efrén, el Sirio, vate conocidísimo de la Virgen, en el siglo IV, he aquí el siguiente pasaje:
“En el principio, debido al pecado de nuestros  primeros padres, la muerte extendió su imperio sobre todos los hombres. Hoy, gracias a la Virgen María, podemos pasar de la muerte a la Vida. En el principio, la serpiente se hizo dueña del oído de Eva y de allá pasó el veneno a todo su cuerpo. Hoy ha recibido María, al contrario, también por el oído, al que nos asegura la eterna felicidad. Lo que fue un instrumento de la muerte, ahora se ha vuelto instrumento de la Vida”. [10]
Crisipo de Jerusalén, en el siglo V, hace hablar al diablo sobre la nueva Eva, en estos términos:
“¿Cómo sucede esto, que la mujer que había sido mi ayuda en el principio, se haya hecho ahora mi enemiga? Una mujer me prestó su concurso para someter a todo el género humano a mi tiranía; y ahora es una mujer que me hace perder todo mi dominio? La Eva otrora me encumbró; la nueva me ha arrojado a la ruina!”[11]
Y, al final de la edad patrística, hay un texto de Juan Damasceno, que proporciona un espléndido epítome del pasado:
“Invoca a la Virgen, hermosura de la naturaleza humana, reparación de nuestra primera madre Eva; porque por tu alumbramiento ha sido de nuevo elevada la que había caído…
Porque, aunque la primera Eva ofendió y por ella entró la muerte, habiendo servido a la serpiente; María, a su vez, en total sumisión a la voluntad de Dios, engañó a la serpiente engañadora…
Por ella, la guerra, que hacía la creatura a su Creador, ha cesado; por Ella, nuestra reconciliación ha sido sellada y la paz y la gracia nos han sido devueltas.
Dios te salve a Ti, por la cual hemos sido redimidos de la maldición.”[12]
Por último, el Concilio Vaticano II, en el siglo XX, hace el siguiente resumen, en relación al paralelismo Eva-María: “Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque Ella, como dice san Ireneo, obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero. Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe; y comparándola con Eva, llaman a María “Madre de los vivientes”, y afirman con mayor frecuencia: la muerte vino por Eva, por María, la vida”.[13]


II.   LA VIRGINIDAD PERPETUA
A.   ANTES DEL PARTO.

La segunda temática que se presenta en la era patrística con relación a María, es la de su virginidad. ¿Era virgen, María, físicamente, en el momento de la visita de Gabriel? ¿Fue virginal la concepción de Cristo, es decir, llevada a efecto independientemente de la intervención del hombre?
Los cristianos de los tiempos primitivos no tuvieron duda sobre la respuesta a estas preguntas. Difícilmente podían tenerla, puesto que la Escritura estaba clarísima: “El Señor, pues, le dará esta señal: La Virgen está encinta, y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel” (Is. 7,14). El evangelio de Mateo recoge este texto “a fin de que se cumpliera cuanto fue anunciado por el Señor”. (Mt. 1,22). Mateo recurre al esquema promesa-cumplimiento para transmitir sus propósitos teológicos. Según Mateo 1,22, en el nacimiento de Jesús se cumplió la visión del profeta Isaías, quien había anunciado el nacimiento de un niño, al que se le pondría el nombre de Emmanuel (Dios con nosotros). La versión griega de los LXX del pasaje isaiano ya había traducido el vocablo hebreo almah (mujer joven) por parthénos (virgen).
Mateo, pues, afirma la virginidad de María anterior a la concepción de Jesús. Es una concepción virginal, fruto de una acción soberana y creadora de Dios, mediante la fuerza y el poder de su Espíritu. (Mt. 1,18-25).
“Justino sale al paso de las falsas interpretaciones que podían hacerse de Is. 7,14 desde dos puntos diferentes, pagano y judío. En cuanto a los paganos, Justino les dice: …Así, pues, lo de que “una virgen concebirá” significa que la concepción sería sin comercio carnal, pues de darse este, ya no sería virgen; sino que fue la virtud de Dios la que vino sobre la Virgen y la cubrió con su sombra y, permaneciendo virgen, hizo que concibiera…, y viniendo este sobre la Virgen y cubriéndola con su sombra, no por comercio carnal, sino por su virtud, hizo que Ella concibiera…
En cuanto a los judíos, en el “Diálogo con Trifón”, los acusa de la audaz tergiversación del texto bíblico de la versión de “Los Setenta”. Estos, llevados por su inclinación polémica, cambian el texto original “virgen” (parthénos) de Is. 7,14, por el de “mujer”, “como si fuera del otro mundo que una mujer conciba por el trato carnal, cosa que hacen todas las mujeres jóvenes, excepto las estériles”[14]
Ireneo, por su parte, argumenta de la siguiente manera: “Isaías señala claramente que ocurrirá “algo inesperado” con respecto a la generación de Cristo; está aludiendo claramente a una señal. Pero, dónde está lo inesperado o qué señal  se daría en el hecho de que una mujer joven concibiera un hijo por obra de un varón? Esto es lo que ocurre normalmente a todas las madres. Lo cierto es que, con el poder de Dios, se iba a empezar una salvación excepcional para los hombres y, por tanto, se consumó también de una manera excepcional un nacimiento de una virgen. La señal fue dada por Dios; el efecto no fue humano.”[15]
“Tertuliano en el siglo II, asegura también que el Verbo de Dios bajó por el Espíritu Santo a la Virgen María y tomó carne en su seno… Así como Dios formó a Adán de tierra virgen, sin labrar y sin sembrar, así el segundo Adán fue hecho por Dios de carne aún no abierta a la generación humana”.[16]
Dice Tertuliano: “La Virgen, pues, concibió y dio a luz al Emmanuel, al “Dios-con-nosotros”. Esta es la natividad nueva cuando el hombre nace en Dios, nació Dios, en este hombre, asumiendo la carne del antiguo semen, pero sin el semen antiguo; para que la reformara espiritualmente en el nuevo semen, con exclusión de las antiguas manchas, de modo que esta carne quedó expiada. Pero toda esta novedad es, como en todos los demás casos, imagen de la vieja y nace por disposición sabia de Dios, de la Virgen. Virgen era hasta entonces la tierra, todavía no forzada por ninguna labor, ni cargada de semilla alguna; sabemos que de ella fue hecho el hombre por Dios para ser un ser vivo. De manera que si el primer Adán de tierra fue hecho como nos relatan, debido es que el novísimo Adán, como dijo el Apóstol, por la misma razón, fuese producido por Dios de tierra, es decir, de carne, aún no abierta a la generación humana, para ser espíritu vivificador.[17]
La creencia firme en la virginidad corporal de María hasta el nacimiento de Cristo se resume en la expresión “Virgen María” y se recoge en esta forma ya en siglo II, en la fórmula romana del credo, como vemos, por ejemplo, en Hipólito: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, y en Jesucristo, su Único Hijo, que nació de María virgen por obra del Espíritu Santo (de Spiritu  Sancto ex Maria Virgine)… “[18]

B.  EN EL PARTO

El problema se planteó más tarde en la forma siguiente: ¿Permaneció virgen María al dar a luz a Jesús?
Es muy posible que el título de “la virgen” quiera ya dar a entender que la virginidad de Nuestra Señora permaneció intacta en el alumbramiento. Del mismo modo, la fórmula del credo “nacido de una virgen”, debe incluir la conclusión a la que llegó más tarde san Agustín en el siglo V: “Si en el momento del nacimiento se hubiera destruido su virginidad, desde ese mismo momento, Él no habría nacido de una virgen y la Iglesia proclamaría falsamente, Dios no lo permita, que Cristo nació de la Virgen María”. Dice san Agustín: “¿qué hay más maravilloso que el parto de una virgen? Concibe, y, es virgen; da a luz, y, sigue siendo virgen. Fue hecho de aquella a la que Él hizo; le aportó la fecundidad sin quitarle la integridad”[19]
Ya en el siglo IV, san Atanasio  había dicho: “Como una casa cerrada por todos lados y que tiene hacia Oriente un ventanillo de cristal puro y limpio, saliendo el Sol y penetrando sus rayos el cristal, se ilumina toda, y atravesado el cristal por los rayos no se rompe sino que permanece ileso, así también a la Virgen María, tres veces castísima, el hijo de Dios, como rayo divino que desciende del Padre, Sol de Justicia, la ilumina toda y entra en ella y sale sin manchar en lo más mínimo su virginidad.” [20]
Y san Ambrosio en el mismo siglo IV refiriéndose a las palabras de Ezequiel (44,2): esta puerta está cerrada; no se abrirá, y hombre no pasará por ella…, dice: “¿Qué puerta es esa si no María? Puerta cerrada porque es virgen. La puerta, pues, es María, por la que Cristo entró en este mundo, cuando nació de parto virginal y no destruyó el secreto de la virginidad.” [21]
La fe en el parto virginal será ratificada en el año 649 por el Concilio de Letrán, cuando condena a cualquiera que “no confiese, de acuerdo con los santos Padres, que… María… dio a luz sin perder su integridad virginal.”[22]
Y, el Concilio Vaticano II, en el s. XX, reafirmará esta tradición declarando: “La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida, y el Precursor saltó de gozo (Lc. 1,41-43) en el seno de su madre; y en la natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal.”[23]
C.  DESPUÉS DEL PARTO.

Un tercer aspecto del problema, lo constituye la virginidad de María, después de Belén. ¿Hizo María vida conyugal  después del nacimiento de Jesús? Es decir, ¿tuvo María otros hijos después de Jesús? Es el viejo problema de los “hermanos de Jesús” (cf.: Mt. 13,55-56; Mc. 6,3; Jn. 2,12; 7,3.10; Hech. 1,14; I Cor 9,5; Gal. 1,19).
Ya, san Ambrosio, en el s. IV había dicho: “María fue siempre virgen. María no tuvo hijos con José. Los hermanos de Jesús son parientes”.
Y, san Efrén: “Tú engendraste a Dios y al hombre, Virgen antes del parto, en el parto y después del parto”. [24]
Y, san Agustín, en el s. V, repite mucho que Nuestra Señora “concibió como virgen, dio a luz como virgen y permaneció siempre virgen”.[25]
Sin embargo, la definición dogmática de la perpetua virginidad de María no se dio hasta el III Concilio de Letrán, celebrado el año 649 por el papa San Martín I. y Dice así: “Si alguno no reconoce siguiendo a los Santos Padres, que la Santa Madre de Dios y siempre virgen e inmaculada María, en la plenitud de los tiempos y sin cooperación viril, concibió del Espíritu Santo al Verbo de Dios, que antes de todos los tiempos fue engendrado por Dios Padre, y, que, sin pérdida de su integridad virginal, le dio a luz, conservando indisoluble su virginidad después del parto, sea anatema”. (DB 256)[26]

III.                        LA MATERNIDAD DE MARÍA
 “La divina maternidad nos lleva directamente al corazón del misterio cristiano: la insondable verdad de que Jesucristo es a la vez verdadero Dios y verdadero hombre, en quien la naturaleza humana, recibida de su Madre humana, y, la naturaleza divina, recibida de su Padre eterno, se unen en la única persona del Hijo de Dios. Si Jesús no es verdadero hombre, María no puede ser verdadera Madre; si el Niño Jesús, nacido de María, no es persona divina y Dios mismo, María no puede ser llamada Madre de Dios”.[27]
La maternidad de María es el tercer problema de la Mariología Patrística. Es curioso que lo que se negó a Nuestra Señora primeramente no fue su prerrogativa de Madre de Dios, sino lo que nunca sus contemporáneos hubieran soñado en negarle: que era la Madre de Jesús. (Cf. Mc. 6,1-3).[28]
“Es asombroso ver la claridad con que las Sagradas Escrituras hablan de María como verdadera Madre. Desde el principio de la revelación divina, prometiendo al Redentor, quedó claro que tendría una Madre verdadera. Sería de la “semilla de la mujer” (Gen. 3,15), descendiente de Abraham, Isaac y Jacob, de la semilla de David según la carne (Rom 1,3; Hech 2,30), un vástago brotaría de la raíz de Jessé (Is. 11,1), fruto de un vientre virginal (Is. 7,14), por el Poder del Altísimo y la sombra del Espíritu Santo  (Mt. 1-18-25) (Lc. 1,35), María concebiría a Jesús, su propio Hijo (Lc. 1,31) y le daría a luz (Lc. 2,7; Mt.1,16).
De Ella fue hecho Él (Gal. 4,4), el fruto de su seno (Lc. 1,42). Ella le dio su nombre y lo crió como hijo (Lc.2), semejante en todas las cosas a los demás hombres excepto en el pecado (Hebreos 4,15)”. [29]
“La crisis fue docetista en su origen. Afirmaba que el Salvador no tuvo verdadero cuerpo humano, o, al menos, que pasó a través de la Virgen sin ser formado de su sustancia. Pero, había, además, otra negación complementaria: los gnósticos establecieron una distinción entre Jesús nacido de María y Cristo que descendió a Jesús en el bautismo; aquí se negaba implícitamente que el Hijo de María fuera Dios.
La reacción cristiana en los tres primeros siglos fue bien expresiva. No es que se denomine categóricamente a Nuestra Señora, Madre de Dios, pues no hay evidencia cierta de tal título anteriormente al siglo IV… Pero, presentó dos premisas: a) Jesús nació verdaderamente de María, y b) Jesús, nacido de María, es Dios”.[30]
El título Theotókos (Madre de Dios) es corriente en el siglo IV. Tanto Alejandro, obispo de Alejandría, como Atanasio, su sucesor; san Basilio el Grande, san Gregorio de Niza y san Gregorio Nacianceno lo utilizan profusamente.
Pero, en el siglo V aparece la herejía nestoriana. Nestorio, obispo de Constantinopla, se rehúsa a admitir el título Theotókos (Madre de Dios). “Sabemos que, desde el año 428 en adelante provocó violentas reacciones la creciente resistencia a llamar a María Theotókos. Sabemos que, cuando Nestorio de Constantinopla dio su bendición a un obispo que predicaba: “Si alguno dice que Santa María es Theotókos, sea anatema”, Cirilo de Alejandría replicó: “Si alguno no confiesa… que la Santa Virgen es Theotókos…, sea anatema”. Sabemos que, cuando el Concilio de Éfeso se reunió  en 431, canonizó la carta en que Cirilo declaraba a Nestorio: “No queremos dividir al único Señor Jesucristo en dos hijos. Tal división no ayudaría en absoluto a la recta expresión de la fe, aun cuando alegáramos unidad de personas. Piensa que la Escritura no ha dicho que el Verbo se unió a la persona de un hombre, sino que se hizo carne.
Ahora bien, hacerse carne el Verbo no es otra cosa sino que participó de carne y sangre a nuestra misma manera y, asumió nuestro cuerpo y, como hombre procedió de una mujer, sin dejar de ser Dios… Esto es lo que predica en todas partes la expresión exacta de la fe; esto es lo que encontramos en los Santos Padres; en este sentido no vacilan en llamar a la Santa Virgen Madre de Dios (Theotókos), no como si la naturaleza del Verbo o su divinidad tuviera principio en la Santa Virgen, sino como, habiendo sido engendrado por Ella el Santo cuerpo animado de alma racional, a este cuerpo se unió el Verbo personalmente, y, así, puede decirse que nació según la carne.
Llamad a Éfeso una guerra de palabras, si queréis; no hay de qué avergonzarse: la palabra es la encarnación de la idea. Un siglo antes, en la crisis arriana, por una palabra se había dividido el mundo cristiano. Con aquella palabra homooúsios (“consustancial”), sintetizó Atanasio la doctrina ortodoxa sobre el Verbo Eterno, Hijo de Dios. En la controversia nestoriana, el oriente cristiano fue una vez más rasgado por una palabra: con aquella palabra Theotókos, “Madre de Dios”, resumió Cirilo la creencia ortodoxa en el Verbo Encarnado, en el Hijo de Dios hecho carne. Por eso Cirilo puede tronar: “para confesar nuestra fe de manera ortodoxa… es suficiente… confesar que la Santa Virgen es Theotókos.
Y, tres siglos más tarde san Juan Damasceno, cuya gloria fue resumir la teología de los Padres griegos, escribió con suma sencillez: “En este nombre se contiene todo el misterio de la Encarnación”.
Muchos papas y concilios, en los siglos que siguieron a Éfeso, afirmaron la maternidad divina de María. El Concilio de Calcedonia (cuarto ecuménico), en el año 451, hace suya la palabra Theotókos: “… en relación con su divinidad, (El Hijo) fue engendrado del Padre antes de todos los siglos, y, en lo que se refiere a su humanidad, por nosotros y por nuestra salvación, nació, en el tiempo, de la Virgen María, Madre de Dios”.
El segundo concilio de Constantinopla (quinto ecuménico), en el año 553, defendió la palabra Theotókos contra falsas interpretaciones. También aceptó, dándole por tanto, con valor dogmático, los anatemas de san Cirilo contra Nestorio. No hay prueba cierta de que estos anatemas se leyeran y aprobaran en el mismo concilio de Éfeso. El primer anatema se refiere a la divina maternidad de María: Si alguno no confesare que el Emmanuel es verdadero Dios y que la Virgen Santa es como consecuencia Theotókos (Madre de Dios), puesto que de Ella nació según la carne el Verbo de Dios hecho carne, sea anatema”.[31]


IV.           LA INMACULADA CONCEPCIÓN
“Uno de los problemas más complejos en la mariología patrística es el planteado con respecto a la santidad de María, sobre todo en lo que se refiere a un aspecto candente del problema: el estado del alma de María en el momento de su concepción.[32]
“En la Sagrada Escritura existen dos puntos de apoyo, a partir de los cuales, objetivamente hablando, pudo comenzar el progreso dogmático en torno a este tema y a los cuales podemos hacer referencia como a los últimos fundamentos bíblicos de esta doctrina.
En el Antiguo Testamento se encuentra el pasaje clásico del Protoevangelio (Gén. 3,15). Supuesto su sentido mariológico, …, allí se afirma que Dios pone una enemistad entre María y el demonio, que en la construcción del versículo está colocada en paralelismo con la enemistad que existe entre Cristo mismo y el diablo. Una reflexión de fe sobre esta afirmación y su contexto paralelístico puede descubrir que ambos, Cristo y María, tuvieron las mismísimas enemistades contra el diablo (para utilizar la expresión que Pío IX empleó en la bula Ineffabilis Deus con la que definió el dogma de la Inmaculada). Ahora bien, si las enemistades son las mismísimas enemistades, es claro que tienen que ser totales de modo que excluyan cualquier amistad originaria con el diablo o un estado originario de pecado en María.
En el Nuevo Testamento, en la perícopa de la Anunciación, el ángel llama a María con la palabra griega kejaritomene (llena de gracia) (Lc. 1,28). Esta palabra significa, sin duda, que María tiene, de modo estable, la gracia que corresponde a su dignidad de Madre de Dios. La reflexión de la fe descubrió que esa gracia es una “plenitud de gracia”, más aún, que la única plenitud que verdaderamente corresponde a la dignidad de Madre de Dios es aquella que tiene desde el primer instante de la existencia, es decir, una santidad total que abarque toda la existencia de María.
Ya desde el siglo II aparecen fórmulas que indican la íntima asociación de María a Cristo, el Redentor, en la lucha contra el diablo. La idea se expresa por el paralelismo Eva-María; a María se la describe como la nueva Eva, asociada al nuevo Adán. Sin duda, en este primer momento, la idea no se prolonga hasta la consecuencia explícita de una inmunidad con respecto al pecado original, pero, por lo menos, ya entonces se indica de este modo una cierta segregación de María con respecto del pecado: Eva vencida, María vencedora, serían como las imágenes que están subyacentes a este paralelismo.
Quizás el primero en quien aparece este paralelismo de oposición entre Eva y María sea san Justino. El testimonio está consignado en la primera parte de este estudio.
De modo semejante se expresa san Ireneo, quien enuncia el hecho como “principio de recirculación”. También este testimonio está consignado en la primera parte de este estudio. A ella remitimos al lector.
En el siglo IV se cultiva más el segundo tema (la plenitud de gracia): María es la suma santidad y la suma pureza; ciertamente, los Padres que emplean tales expresiones no hablan explícitamente del pecado original. San Efrén dice que solamente Cristo y María son limpios desde todo punto de vista y sin mancha alguna. Este texto merece una atención especial, ya que expone el tema de la santidad sin abandonar el tema anterior, es decir, que Cristo y María están en una línea peculiar; más aún, la conjunción de los dos temas hace que la santidad de María se conciba, en cierto modo, paralelísticamente con la santidad de Cristo: “Ciertamente, en realidad, solo tú y tu madre sois los completamente bellos en todo aspecto, porque en ti, Señor, no hay mancilla ni hay en tu madre mancha alguna. Pero mis niños de ninguna manera son semejantes a estas bellezas”. San Ambrosio ensalza la santidad de María con alusión de oposición a Eva: “Ven, pues, y busca tu oveja, no por mercenarios, sino por ti mismo. Recíbeme en la carne que cayó en Adán. Recíbeme no de Sara, sino de María, para que incorrupta sea virgen, pero virgen por la gracia, íntegra de toda mancha de pecado”.
En el siglo V, es necesario dedicar una especial atención a san Agustín. Sigue la línea tradicional que afirma la suma Santidad de María empleando una fórmula general que no habla expresamente del pecado original: “Por tanto, con excepción de la Santa Virgen María, sobre la cual, por el honor del Señor, no quiero que se ponga cuestión alguna cuando se trata de pecados…” La fórmula no solo afirma la Santidad de María, sino que da la razón de esa Santidad: “el honor del Señor”. Sin embargo, cuando Julián de Eclana, partiendo de las afirmaciones de san Agustín sobre la universalidad del pecado original, le arguye que es peor su doctrina que la de Joviano (“Él [Joviano] elimina la virginidad de María por la condición del parto; tú [Agustín] entregas a María misma al diablo por la condición del nacimiento”), la respuesta de san Agustín es oscurísima; sobre su sentido se han suscitado numerosas discusiones: “ “No entregamos a María al diablo por la condición de nacimiento, sino porque la misma condición se desata por la gracia del renacer”. Sea lo que fuere de la discusión en torno al sentido de este pasaje, el influjo histórico de san Agustín en el progreso dogmático de la Inmaculada Concepción fue más bien negativo. Por la importancia de san Agustín en la historia de la teología católica es fácil comprender en qué medida la posición negativa de san Agustín retardó el progreso de este dogma”.[33]

V.  LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

El primer testimonio, a favor del misterio de la Asunción, está dado por san Epifanio, en el siglo IV, considerado el primer teólogo de la Asunción, y dice así:
“Pero si alguno piensa que nos equivocamos, que examine las Escrituras. No encontrarán nada acerca de la muerte de María; no descubrirán si murió o no murió; no encontrarán si fue o no fue enterrada. Y más aún: “Juan viajó al Asia, y, sin embargo, no leemos que llevó a la Santa Virgen con él, sino que la Escritura mantiene absoluto silencio sobre el fin de María a causa de la naturaleza extraordinaria del prodigio y a fin de no escandalizar las mentes de los hombres. Por mi parte, no me atrevo a hablar, sino que me guardo mis pensamientos y practico el silencio. Porque quizá hemos encontrado sugerencias indirectas de que es imposible descubrir la muerte de la Santa y bienaventurada Mujer.
Por una parte, piensa que Simeón dijo de Ella: “Una espada atravesará tu alma para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lc. 2,35). Por otra, cuando el Apocalipsis de Juan dice: “y el dragón se apresuró a combatir a la Mujer que había tenido al niño varón y se le dieron a Ella alas de águila y fue llevada al desierto para que el dragón no pudiera apoderarse de Ella” (Ap. 12,13-14), pudiera ser que esto se hubiera cumplido en Ella.
Sin embargo, yo no aseguro esto en absoluto y no digo que Ella permaneciera inmortal, pero tampoco me empeño en que murió. El hecho es que la Escritura se ha adelantado a la mente humana, y en este asunto se ha dejado incierta por causa del vaso precioso e incomparable, y para impedir que nadie abrigue pensamientos carnales respecto a Ella. ¿Murió? No lo sabemos. De todos modos, si fue enterrada, ciertamente no había conocido unión carnal”.
Doce capítulos más tarde, en su texto: “Arca de remedios” (Panarion), vuelve san Epifanio a tocar el problema del fin de María:
“… o la Santa virgen murió y fue enterrada, y entonces su dormición fue honrosa, su muerte casta, su corona la de la virginidad; o murió, como está escrito: “y una espada atravesará tu propia alma”, y entonces su gloria está entre los mártires y su santo cuerpo en medio de bendiciones, Ella por quien La Luz amaneció sobre el mundo; o bien, permaneció viva, puesto que nada es imposible para Dios y Él puede hacer lo que desea; porque acerca de su fin nadie sabe…”[34]
En el siglo V, aparecen los libros apócrifos, titulados Transitus Mariae, en versiones copta, griega, latina, siríaca, árabe, etíope y armenia.
Un ejemplo espléndido de este género literario está en los fragmentos de un apócrifo original sirio, titulado “Exequias de la Santa Virgen” y que es sin duda, la afirmación más antigua de la resurrección anticipada de María. Dice así: “… Nuestro Señor hizo una señal a Miguel, y Miguel empezó a hablar con voz de ángel poderoso. Y descendieron ángeles sobre tres nubes y el número de ángeles sobre cada nube era de mil ángeles, y pronunciaban alabanzas ante Jesús. Y el Señor dijo a Miguel: “Que metan el cuerpo María entre las nubes”, y cuando hubieron metido el cuerpo de María en las nubes, dijo Nuestro Señor a los apóstoles que se acercaran a las nubes, y cuando llegaron ellos a las nubes cantaban estas con voces de ángeles. Y nuestro Señor mandó a las nubes que se llegaran a la puerta del paraíso. Y cuando entraron al Paraíso, el cuerpo de María se dirigió al árbol de la vida; y trajeron su alma y la hicieron entrar en su cuerpo. Inmediatamente el Señor mandó a los ángeles a sus respectivos lugares”.[35]
En el siglo VII, Modesto de Jerusalén, en el “Panegírico de la Dormición de la Madre de Dios” dice: “Cristo, Dios, que tomó… carne de aquella siempre virgen, la llamó y la revistió de incorrupción de su propio cuerpo (incorrupción corporal) y la glorificó con incomparable gloria, para que fuera su heredera, ella que era su Santísima Madre, en armonía con el canto del salmista: “A tu diestra está la Reina vestida con vestidura de oro, adornada con bordados” (Sal. 44,10)[36]
San Germán de Constantinopla, a principios del siglo VIII, es tan categórico como Modesto al referirse a la Asunción. Dentro de un marco histórico más bien novelesco, afirma la realidad de la  muerte de María: “Entrega a la tierra sin tristeza (dice Nuestro Señor a María) lo que es de la tierra… Confíame tu cuerpo, puesto que yo confié a tu seno mi divinidad. La muerte no reinará sobre ti, porque tú concebiste la Vida… Descansa en el sepulcro de Getsemaní solo en apariencia. No te dejaré huérfana allí dentro por mucho tiempo; vendré a ti tan pronto como hayas sido colocada en la tumba, no para ser de nuevo concebido…, antes bien para formarte y recibirte en mi morada. Recuesta tu cuerpo con gran confianza en Getsemaní, donde antes de mi pasión hinqué mis rodillas para rezar la plegaria de hombre, pues, prefigurando tu dormición, doble en aquel lugar las rodillas del cuerpo que tú me diste. Así, pues, del lugar que yo, después de doblar mis rodillas, me dirigí voluntariamente hacia la vivificante muerte de cruz, así tú, después de depositar tus restos, pasarás sin tardanza a la Vida”. [37]
San Andrés de Greta, contemporáneo de Germán, consagró una trilogía de sermones a la Dormición. Explica a los cretenses que el objeto de la fiesta de la Dormición de la Madre de Dios, misterio “celebrado hasta aquí por pocos, pero ahora honrado por todos amorosamente”. Sus ideas básicas acerca de la suerte final de María incluyen: su muerte, la reunión de su alma y su cuerpo, su gloriosa entrada en el cielo y las premisas que exige tal destino, es decir: santidad, virginidad, maternidad:
“La que introdujo en el cielo aquello que era polvo, se desnuda del polvo y retira el velo que ha llevado desde su nacimiento y devuelve a la tierra lo que a la tierra pertenece. La que dio vida a la vida se traslada ascendiendo a nueva Vida, se establece en un lugar donde la Vida se origina y donde es indestructible…, y, fenómeno final, aquello que contemplan nuestros ojos se eleva de manera espiritual, se une con aquello que es espiritual de modo conocido a Aquel que de antiguo unió a los dos, y que, después de disolverlos, los unió nuevamente… Considera y ve  si podría descubrirse más asombroso milagro que la maravilla que tan increíblemente se cumplía en Ella…, espectáculo verdaderamente nuevo y fuera del alcance de humano pensamiento: la mujer que aventajó a los cielos por su pureza, atravesó el umbral del santuario celeste; la virgen que aventajó a los serafines por la maravilla de su maternidad divina, se aproximó a la naturaleza primitiva, Dios Creador de todas las cosas; Madre que había dado a luz a la Vida misma, coronó su vida con un final que igualó a su parto…, porque así como el seno de la Madre no conoció corrupción, así, tampoco pereció la carne de María”. [38]
Por último, san Juan Damasceno, dice: “Porque era necesario que esta morada reservada a Dios, este insondable pozo de las aguas de redención, este incavado campo de pan celestial, esta no regada viña del vino de la inmortalidad, este olivo de la compasión del Padre, siempre verde y hermoso y fecundo, no fuera aprisionado en las cavidades de la tierra, antes bien, que semejante al santo Cuerpo incorrupto que había nacido de ella, el Cuerpo que se unió hipostáticamente al Verbo de Dios, se  levantó del sepulcro al tercer día, así era necesario que también ella fuera arrancada de la tumba y que fuera devuelta la Madre al Hijo; y así que Él descendió, Ella fue llevada hacia lo alto, al cielo mismo. Era necesario que la que había albergado al Dios Verbo en la cámara de honor de su seno fuera llevada a la patria, a la morada de su hijo, y así como el Señor dijo que Él debía estar en el lugar que a su Padre pertenece, así la Madre debía morar en el Palacio del Hijo, en la casa del Señor, en los Jardines de la casa de nuestro Dios. Era necesario que el cuerpo de la que en el parto había preservado su virginidad incólume se conservara incorrupta aún después de la muerte; era necesario que la que había llevado a sus pechos al Creador, Infante, se adentrara gozosamente en la morada de Dios. Era necesario que la Esposa que el Padre había desposado consigo mismo habitara en la cámara nupcial del cielo. Era necesario que la que había contemplado tan de cerca a su propio Hijo en la cruz y había sentido la espada en su corazón y las angustias dolorosas que no la acompañaran en el parto, era necesario que lo contemplara sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios entrara en las posesiones de su Hijo y que, como Madre de Dios y sierva, fuera reverenciada por toda la creación…, porque el Hijo ha sometido toda la creación a su Madre.[39]
Los argumentos que adelanta el damasceno en pro de la Asunción no se derivan primariamente de la Escritura, que más bien le sirve para ilustrar sus razonamientos, y sí solo en la tradición general; están tomados principalmente de la analogía de la fe; actúa aquí como teólogo, no como exégeta o historiador; para él la Asunción es un postulado de las demás prerrogativas de María, hasta cierto punto de su virginidad y santidad, pero más que nada de su maternidad divina.[40]
Finalmente, el concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium, No. 59, dice que, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap. 19,6) y vencedor del pecado y de la muerte.


CONCLUSIÓN

El resumen presentado en el presente estudio, tiene su condensación en el versículo bíblico conocido como “Protoevangelio” y dice así:
“Establezco enemistado entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar”. (Gen. 3,15)-  La Bula Ineffabilis Deus (que definió y proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción) afirma que, los Padres y escritores de la Iglesia, al interpretar  el Protoevangelio, “enseñaron que con este divino oráculo, fue profetizado de modo claro y distinto el Redentor del género humano, o sea, el Unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, y fue designada su bienaventurada Madre, la Virgen María y, al mismo tiempo, fueron expresadas, de modo insigne, las idénticas enemistades de ambos contra el demonio”. Añade, además, que “Los Padres, los escritores de la Iglesia enseñaron que la bienaventurada Virgen fue profetizada por Dios cuando dijo a la serpiente: Pongo enemistades entre ti y la mujer” [41]
“Esta profecía puede llamarse una síntesis de toda la mariología. Esto, porque, la mariología está basada sobre la misión de María (ser Madre de Dios) y sus privilegios, concedidos por Dios al alma y al cuerpo de María en orden a la singularísima misión a la que estaba destinada desde toda la eternidad.
Encontramos allí, ante todo, la singular misión de María tanto en orden a Dios (Madre de Dios) como en orden al hombre (Madre del hombre). La mujer allí profetizada que nos presenta como Madre del Linaje (o sea, del Mesías, que es el Hijo de Dios) y como asociada al Mediador en las enemistades, o sea, en la lucha y en el triunfo sobre la serpiente infernal, seductora del hombre, la Maternidad divina y la asociación al Redentor en la reconquista del hombre caído bajo el dominio de Satanás son los dos títulos fundamentales de la Realeza de María, y, por tanto, su misión de Madre de Dios y de Mediadora del hombre – expresada en el Protoevangelio – resulta una misión esencialmente real.
Pero además de la singular misión de María, encontramos implícitamente en el Protoevangelio los diversos privilegios que le han sido concedidos en atención a su misión. Encontramos la inmunidad de culpa, tanto original como actual, a causa de la profetizada enemistad absoluta y perenne entre Ella y el demonio; la plenitud de gracia, con todo el cortejo de las virtudes y de los dones, puesto que en el orden actual de elevación del hombre al orden sobrenatural no se da inmunidad de culpa sin la presencia de la gracia.
Encontramos allí, además, su perfecta  virginidad y su gloriosa Asunción corporal. La perpetua virginidad de María resulta del hecho de que el Redentor prometido en el Protoevangelio es llamado “linaje de la mujer” solamente. Es, pues, una flor brotada de la virginidad de María, mientras que la virginidad de María es, a su vez, una flor en la que se respira el cielo. Además, exenta la Virgen de la culpa original, como se manifiesta en nuestro texto, hubo de estar exenta también de la pena de la misma (especialmente de los dolores del parto, puesto  que fue virginal, o sea, por su virginidad en el parto) y del dominio del hombre (por su virginidad antes y después del parto).
De las palabras del Protoevangelio se puede también deducir su gloriosa Asunción. Así lo hicieron los Padres mismos del Concilio Vaticano I en su carta postolatoria de la solemne definición de la gloriosa Asunción de María, y así lo ha hecho la Bula dogmática Munificentissimus Deus [42]
“Por ello, muy razonablemente; Pío XII en la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus procedió con un método mixto (y, en este sentido, no meramente bíblico), que implica una argumentación compleja: a) Los Padres desde el siglo II afirman una especial unión de María, la Nueva Eva, con Cristo, el Nuevo Adán, en la lucha contra el diablo. b) Según el Protoevangelio (Gen. 3,15), la lucha de Cristo contra el diablo había de terminar en la victoria total sobre el demonio. c) Según San Pablo (Rom. 5 y 6; Icor. 15, 21-26; 54-57), la victoria de Cristo contra  el diablo fue victoria sobre el pecado y la muerte. D) Hay que afirmar una especial participación de María (que habrá de ser plena, dado el carácter de su asociación a la lucha) en esta victoria de Cristo, victoria de la que es parte esencial y último trofeo la resurrección de Cristo: La especial participación de María en la victoria de Cristo no podría considerarse completa sin la glorificación corporal de María. (I Cor. 15,54) [43]
La Mariología Patrística es, en definitiva, esa síntesis que hicieron los Padres y escritores de la Iglesia, en los siete primeros siglos, acerca de la Virgen María, basados en la Sagrada Escritura, que desde el Génesis hasta el Apocalipsis proclama las grandezas de esa Mujer que dijo un día:  “Dichosa, feliz, bienaventurada, me dirán todas las generaciones”. (Lc. 1, 48).






[1] BURGHARDT, Walter. “MARIOLOGÍA”. BAC. Madrid. 1964. Pág 154
[2] STRUVE Haker, Ricardo. “los tipos de María en los padres pre-efesinos”. Ed. La Ruta, Bogotá, 1966, pág. 37.
[3] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág. 38
[4] BURGHARDT, Walter. Ibid. Pág. 112
[5] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág. 39
[6] BURGHARDT, Walter. Ibid. Pág. 113
[7] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág.39
[8] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág.40
[9] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág. 40
[10] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág. 42
[11] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág. 47
[12] OBREGÓN B. Luis, “María en los Padres de la Iglesia”. Ed. Ciudad Nueva. Madrid, 1988. Pág. 176.
[13] VATICANO II. “Constitución Lumen Gentium. No. 56
[14] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 119
[15] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 120

[16] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 120
[17] STRUVE Haker, Ricardo. Ibid. Pág. 54
[18] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 121
[19] OBREGÓN B. Luis, Íbid. Pág. 107
[20] OBREGÓN B. Luis, Íbid. Pág. 108
[21] OBREGÓN B. Luis, Íbid. Pág. 109
[22] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 127
[23] VATICANO II. C.L.G. No. 57
[24] OBREGÓN B. Luis, Íbid. Pág. 112-113
[25] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 132
[26] DB 256
[27] RAMÍREZ O. Juan “Fundamento de la Verdadera devoción a la santísima virgen María. Revista Regina Mundi. II Semestre de 2005 No. 55 pág. 123
[28] RAMÍREZ O. Juan Íbid. Pág. 124.
[29] RAMÍREZ O. Juan Íbid. Pág. 123.
[30] RAMÍREZ O. Juan Íbid. Pág. 124-125
[31] RAMÍREZ O. Juan Íbid. Pág. 128 y siguientes.
[32] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 137
[33] POZO, Cándido. “María en la obra de la Salvación”. BAC. 1974 pág. 296 y ss.
[34] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 535-536
[35] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 540
[36] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 543
[37] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 543-544
[38] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 544-545
[39] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 545-546
[40] BURGHARDT, Walter.Ibid. Pág. 546
[41] RAMÍREZ O.JUAN, Mariología desde el principio. Revista Regina Mundi. Nº 65 de diciembre de 2010. Pág. 21
[42] ROSCHINI, Gabriel. “LA MADRE DE DIOS”. Ed. Apostolado de la Prensa S.A. Madrid 1955, pág. 241.
[43] POZO, Cándido. Íbid. Pág. 315 -316.  

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