Por Juan Alberto Ramírez Ochoa
Sociedad
Mariológica Colombiana
Introducción
“El estudio, la
investigación y la enseñanza de la Mariología tienden – como a su última meta -, a
la adquisición de una sólida espiritualidad mariana, aspecto esencial de la
espiritualidad cristiana. En su camino hacia la plena madurez de Cristo (cfr.
Ef. 4,13), el discípulo del Señor, consciente de la misión que Dios encomendó a
María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia , la toma como
“madre y maestra de vida espiritual” (Marialis
cultus, 21): con ella y como ella, a la luz de la encarnación y de la
pascua, imprime a la propia existencia una decisiva orientación hacia Dios por
Cristo en el Espíritu, para vivir en la iglesia la propuesta radical de la
buena nueva y, en particular, el mandamiento del amor (cfr. Jn.15,12)” .
“Por espiritualidad
entendemos, aquella vida en el Espíritu, de la cual el primer agente, es
precisamente el Espíritu Santo, cuya acción es sutil, pero al mismo tiempo,
eficaz (Cf. PI, 19). Efectivamente María recorrió su camino de fe siempre
guiada por este Espíritu a cuya acción respondió, con docilidad, entrega y
fidelidad.
Cuando hablamos de
espiritualidad mariana, entendemos aquellos lineamientos de vida espiritual que
hicieron de María la “hija predilecta del Padre”, “La madre del Hijo” y “la
esposa del Espíritu Santo” y que, por tanto, la hacen compañera de camino para
todo discípulo y discípula del señor Jesús; ese mismo discipulado que encarna
todo aquel que desea caminar en pos de Cristo consagrando su vida al servicio
del reino mediante la perfección de la caridad”.
El presente estudio
hace parte de una obra titulada:
Mariología pneumatológica que el
autor pretende elaborar en tiempos posteriores. Por ahora, se ofrece
aquí, un resumen, basado en el escrito de Xavier Pikaza titulado “María y el
Espíritu Santo” de ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca, España. 1994.
Páginas 72 y siguientes.
Espera, el autor,
ofrecer una interpretación del versículo 35, del primer capítulo del evangelio
de San Lucas que dice: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del
Altísimo te cubrirá con su sombra y por esto el hijo engendrado será santo,
será llamado hijo de Dios”. Además, con textos escogidos de San Lucas tanto en
el evangelio, como en los Hechos de los apóstoles, expresar quién es el
Espíritu Santo.
El
autor.
I
El Espíritu Santo
Aunque el Espíritu
Santo está presente en toda la
Biblia , desde el génesis 1,2: ”la tierra era soledad y caos y
las tinieblas cubrían el abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba sobre las
aguas”, hasta el Apocalipsis 22,17: "el Espíritu y la esposa dicen: ven. El que
escuche diga: ven. El que tenga sed que venga y, el que quiera, tome
gratuitamente del agua de la vida”, es en el evangelio de San Lucas en donde se
destaca como principio orientador, como protagonista de su historia salvadora.
Desde luego, un
protagonista es Cristo: está en el centro de la historia, de tal forma que todo
lo que hay antes le prepara y , todo lo que sigue, continúa y expansiona su
camino. Pero, hay otro protagonista: el Espíritu Santo.
Si bien el Espíritu
no está personificado en un hombre, como Cristo, podemos decir:
a) El Espíritu es poder de Dios que
lleva hacia Jesús; así lo muestran, en especial, dos pasajes: Lc.1, 35. Y Lc.3,
21-22. “el Ángel le contestó y dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado
será santo, será llamado hijo de Dios” (Lc. 1,35): porque el Espíritu de Dios
viene a María y la transforma, ella se convierte en Madre del Salvador, y, el
hijo de Dios nace, a través de ella, sobre el mundo.
Este misterio de
originación pneumática de Jesús, tiene tal fuerza, que, en el fondo del relato
del bautismo, se recibe la impresión de que el Espíritu se expresa y actualiza
por el Cristo: siendo Hijo de Dios, parece presentarse como la
“corporalización” del Espíritu: “aconteció, o es, cuando todo el pueblo se
bautizaba que bautizado Jesús y, orando, se abrió el cielo, y descendió el
Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se dejó oír del
cielo una voz: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”(Lc.3,21-22).
b) El Espíritu es el poder divino de
Jesús, como una fuerza que le adviene desde Dios, capacitándole para realizar
la obra de salvación; pero, al mismo tiempo, ese Espíritu es su vida más
intensa. Los planos se superponen de tal forma que, en un primer momento, es
Jesús quien aparece como “función del Espíritu” (“el Espíritu del señor está
sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a
los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner
en libertad a los cautivos, para anunciar un año de gracia del señor”: Lc.4,18
y ss.) y en otro es el Espíritu el que viene a desvelarse como “fuerza de
actividad y entrega salvadora de Jesús” (“esto es, cómo a Jesús de Nazaret le
ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y, como pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”:
Hch.10,38).
c) El Espíritu es poder de Dios que
Cristo ofrece a los creyentes. Así lo anuncia la primera gran promesa
mesiánica: “viene el que es más fuerte que yo…; Él os bautizará en Espíritu
Santo y fuego” (Lc.3,16). El contenido del espíritu bautismal se precisa por
medio de la obra de Jesús: es la promesa del Padre que el Señor resucitado
ratifica en su ascensión (“pues yo os envío la promesa de mi Padre; pero habéis
de permanecer en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto”:
Lc.24,49. Y,: “porque Juan bautizó en agua, pero vosotros pasados no mucho días
seréis bautizados en el Espíritu Santo”…”recibiréis el poder del Espíritu Santo
que vendrá sobre vosotros, y, seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaria y hasta el extremo de la tierra”, (Hch 1,5 y 1,8) y ofrece a sus
creyentes en Pentecostés (“exaltado a la diestra de Dios y recibida del padre
la promesa del Espíritu Santo, le derramó según vosotros veis y oís”: Hch
2,33).
d) El Espíritu es la actualización de
Jesús. Para que el Espíritu de Dios pueda expandirse hacia los hombres debe
estar actualizado en una historia humana. Es lo que acontece en Jesús. A través
de un proceso de vida donde se define como el Hijo de Dios” (Cf: Lc.1,35), Jesús
nace del Espíritu, vive desde el Espíritu y, plenificado su camino, puede
ofrecer su mismo Espíritu como poder de madurez y transformación de Dios para
los hombres. Siendo la promesa y realidad de salvación de Dios, el Espíritu es la hondura del origen,
vida y don de Cristo.
II
El Espíritu Santo vendrá sobre ti: Lc 1,35
A la pregunta de
María: ¿cómo será esto pues no conozco varón?, el ángel le responde: “el
Espíritu Santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá; por eso, lo
que nazca de ti será santo, le llamarán (=será) Hijo de Dios” (Lc.1, 35).
Este planteamiento
permite vislumbrar dos campos de fuerza del pasaje de la anunciación. En un
primer momento hay dos personajes centrales: el ángel y María. (Lc. 1,26-27).
Pero el ángel va quedando en un segundo plano a la sombra de la acción de Dios.
El foco de luz se encuentra en la figura de María: “alégrate, llena de gracia,
el señor es contigo” (Lc. 1,28). Esas
palabras contienen como en ciernes todo lo que sigue: a) la gracia de
Dios sobre María; b) El nacimiento de un hijo salvador (Lc. 1,30-33). La
pregunta posterior de María, sirve para explicitar el misterio: lo que importa
es descubrir, desde María y para el conjunto de la Iglesia , el sentido del
nacimiento de Jesús, sus componentes fundamentales, sus líneas de sentido.
Ante la radicalidad
inaccesible de la presencia de Dios, emerge la pregunta: “¿cómo será esto, pues
no conozco varón? (Lc.1, 34). Lo que va a suceder se sitúa más allá de toda
posibilidad genética del mundo, en el abismo de la fecundidad de Dios. Desde
aquí se entiende la respuesta, con sus dos momentos: a) “el Espíritu Santo
vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá” (Lc.1, 35ª); así se indica
la acción del espíritu de Dios sobre María; en ella se actualiza, de manera
radical, el misterio (Espíritu-Fuerza) del Altísimo. b) Por eso, lo que nazca
de ti será Santo, le llamarán hijo de Dios (Lc.1, 35b); solo porque María es
lugar de la presencia del Espíritu, podrá ser madre del Mesías, más aun solo
porque el Espíritu actúa por María, puede nacer sobre el mundo, el hijo de
Dios. De esta manera se han unido de manera radical los dos momentos de la
revelación de Dios: la presencia de su Espíritu y el nacimiento de su hijo
sobre el mundo.
Dado el carácter de
este estudio, sólo podemos profundizar en la primera parte del Lc.1, 35: la
presencia del Espíritu en María: ¿cómo entender la acción-respuesta del
Espíritu en María? Los esquemas que se pueden emplear son tres: creación
escatológica, inhabitación sacral y transparencia personal.
Con el esquema de
creación escatológica se piensa que la presencia del Espíritu sobre María ha de
entenderse a partir de los relatos de la creación (gen.1,2) que se sitúan ya en
contexto escatológico. Así, como el Espíritu de Dios estaba activo en la
creación del mundo, del mismo modo había que esperar a ese mismo Espíritu
también en su renovación. Se saca fácilmente la conclusión de que la entrada
del Redentor en el escenario de la historia, era la obra del Espíritu y, esto,
explica la introducción del Espíritu en los relatos de la anunciación. La
entrada de Jesús en el mundo constituyó la inauguración de la nueva creación
por parte de Dios y, por tanto, tiene su única analogía verdadera en el
génesis. Desde esta perspectiva, se deducen dos consecuencias fundamentales: a) La primera sobre el acontecimiento salvador: la concepción de Jesús y su venida
al mundo por medio de María, constituyen la nueva creación a la que aludieron
los profetas, la culminación de la realidad, el mundo nuevo. b) La segunda
consecuencia se refiere a María: ella es la tierra verdadera, aquella madre
tierra que, siendo por si misma infértil, caos y vacío, Dios mismo fecundiza
con su espíritu. En esta línea, a través de la esperanza judía, el cristianismo
habría asumido y transfigurado, concentrándolo en María, el viejo mito agrario
de la tierra como Diosa-Madre: ella es signo de fecundidad, origen de los
vivientes.
“Esta relación de
María con la creación ha sido delineada por los padres de la Iglesia : ella es la madre
tierra, es la tierra virginal, no arada. La tierra virginal produce su fruto, y
su fruto agota la fecundidad de la creación entera: la tierra ha dado el fruto
(Sal. 66,7). Como la vida divina del padre agota su fecundidad en la generación
del hijo, así, la creación agota, por obra del Espíritu Santo, su fecundidad,
en el nacimiento de Cristo de María siempre virgen. Cristo es hijo del hombre
porque es hijo de María. Así, toda la vida del universo encuentra en María su
cumplimiento. En la maternidad de ella, la creación encuentra su razón última,
su valor supremo”.
“Los padres de la Iglesia han visto en el
misterio de la encarnación del Verbo una relación con la creación de Adán. Adán
viene formado de la tierra virgen; el nuevo Adán viene formado de la nueva tierra
virginal, de una nueva creación de Dios pura e inocente: La Virgen Santa ”.
“Ya los padres de la Iglesia han visto una
relación de María no tanto con las figuras de Sara y Raquel en el Antiguo Testamento,
como la relación a la tierra virginal de la cual fue hecho Adán. El segundo
Adán, que es Cristo, viene hecho de la tierra virgen que es María, virgen
porque “in nullo corrupta”. Es María la tierra virginal, tierra que no ha
conocido el pecado”.
El esquema de la
inhabitación sacral ha sido utilizado especialmente por los autores católicos
de tradición francesa. María representaría la verdad y cumplimiento de aquello
que indicaba la presencia fecundante de Dios en Israel (en la ciudad de
Jerusalén, el templo de Sión, el Arca de la Alianza ). La referencia fundamental la ofrece R.
Laurentin que compara Ex. 40,35 y Lc. 1,35. Se dice en Éxodo: la nube cubrió el
tabernáculo y la gloria de Dios llenó el santuario. Nube y gloria de Dios son
para Lc. 1,35, los signos del Espíritu de Dios (Pneuma-Dynamis) que viene a
descender sobre María y fecundarla de su gracia. Más o menos matizada, esta
opinión se ha vuelto común a los católicos: la presencia del espíritu de Dios
que viene a cubrir a María se interpreta sobre el fondo de la nube que llena el
tabernáculo o el templo (num.9,18-22;2cron.5,7-14;Cf Ez 36,26-27, etc.)… María
es, por lo tanto, el santuario escatológico de Dios entre los hombres.
Ya en el siglo V
Proclo de Constantinopla decía: “veneramos a María como que fue madre y sierva,
nube y tálamo nupcial y arca del Señor… arca no ya de la ley sino que contiene
al mismo legislador… ¿con qué colores de alabanza pinto esta imagen virginal? ¿Con
qué expresiones de elogio adornaré este modelo incontaminado de la pureza? Ella
es sagrario íntimo de la inocencia; es el templo santificado de Dios; el altar
dorado de sacrificios; ella es el arca dorada por dentro y por fuera,
santificada en cuerpo y en espíritu, en la cual se guardaba el incensario
dorado; ella es la urna que contiene el maná y todo lo demás que hemos mencionado
antes”.
De esta perspectiva
se deducen también dos consecuencias: a) La primera sobre el acontecimiento: lo
que a Lucas le interesa, al hablar de la anunciación, es mostrar el
cumplimiento de las promesas de Israel. b) La segunda sobre María: ella es el
templo verdadero; es el campo de presencia del Espíritu el lugar sagrado donde
habita la divinidad, para expandirse desde allí, hacia el pueblo.
Evidentemente, esa presencia es dinámica: el espíritu de Dios está en María,
para que ella se haga madre, lugar de surgimiento del Cristo salvador.
Hay una tercera
interpretación que se llama de transparencia personal. La defienden aquellos
que se sienten incómodos ante las imágenes anteriores. María es para ellos más
que tierra vacía a la que viene el Espíritu de Dios para crear (contra la
primera visión). Es más que un templo, más que objeto sagrado o tabernáculo
donde se visibiliza la nube de Dios (contra la segunda visión). María es una
persona y, las leyes de su encuentro con Dios, han de ser matizadas desde lo
personal: la presencia del Espíritu en María implica una serie de rasgos de
diálogo interpersonal y libertad de llamada y de respuesta, de amor y de
obediencia, que, desborda las imágenes anteriores. Veamos: a) María es la
agraciada (la amada, la llena de gracia) de Dios, cosa que no puede asegurarse
de la tierra o tabernáculo. b) El mismo Dios le habla dialogando con ella por
el ángel; esto supone que la presencia del Espíritu se realiza en el contexto
de un encuentro respetuoso de llamada y de respuesta. c) Además de eso, la
presencia del Espíritu, depende de la respuesta positiva, del Fiat de María. Ha
llegado el momento en que junto al “hágase”(Gn 1,3) originario de Dios, que es
un “hágase” sin condiciones ni presupuestos, como palabra que explicita la
presencia del Espíritu sobre las aguas primeras del caos, tiene que ponerse el
“hágase” de María (Lc.1,38), un Fiat o hágase optativo de deseo, que no se
atreve a imperar, pero, que deja la puerta totalmente abierta a la acción de
Dios.
Esto conduce a un
campo inesperadamente nuevo de presencia de Dios y de sentido del Espíritu que
puede concretarse en estas consecuencias generales: a) El Espíritu aparece ante
María como el poder de Dios que se actualiza en forma de diálogo: es el campo
de palabra y de respuesta de Dios, aquel encuentro donde el poder del Altísimo
y libertad amorosa y confiada del hombre se encuentran. b) Desde este momento,
la realidad del Espíritu de Dios, como poder de creación y presencia salvadora
en el pueblo de Israel no puede separarse de la actitud y la persona de María.
En otras palabras: María no es como un objeto, una especie de tierra sobre la
que adviene el Espíritu desde fuera. Con su aceptación y su respuesta, su ser
amada y su obediencia transparente, María se convierte en expresión del
espíritu, en un momento del poder y realidad de Dios entre los hombres. Así lo
ha entendido Lucas.
Ciertamente, a
Lucas le interesa, antes que nada, el fruto de María, esto es, el nacimiento
del hijo de Dios, pero, como teólogo acostumbrado a la manera de actuar de Dios
y, situándose dentro de la tradición de la Iglesia , Lucas sabe que ese nacimiento no puede
interpretarse ni entenderse sin la fuerza y la presencia del Espíritu en María.
Por eso, aunque la intervención de Lc.1,26-38 resulte originalmente
cristológica (no mariológica), debemos añadir que a Lucas le interesa la figura
de María. Ella no es un instrumento mudo, no es un medio inerte que Dios se ha
limitado a utilizar para que nazca el Cristo: ella es el lugar de plenitud del Espíritu,
la tierra de la nueva creación, el templo en que el misterio habita. Más aun,
ella es la persona que, en diálogo de libertad con Dios, allí donde culmina el
camino de la historia y la esperanza, vive y actualiza (quizá mejor:
personifica) la presencia del espíritu de creación y maternidad de Dios.
Conclusión
Se puede decir que
el Espíritu es, o constituye, antes que nada el signo de la vida interior
(espiritualidad): es la capacidad de concentración de los seres que son dueños
de sí mismos y viven en gesto de intimidad. Según eso, el Espíritu es la misma
intimidad de Dios. En María se desvela cómo el gesto de su vida interna: es el
gesto de su acogimiento en libertad, aquella hondura que le vuelve capaz de
recibir la voz de Dios y responderle. Solo porque Dios hace a María
“espiritual” puede ofrecerle la voz de su palabra y debe aguardar su respuesta
(Cf. Lc.1, 26-38).
En segundo lugar,
el Espíritu es creatividad: el poder de comunicar la vida desde dentro, como
acaece en un ámbito materno que, desde la intimidad de sí mismo se convierte en
campo de creación abierta y principio de existencia. Sabemos por el Antiguo Testamento
y toda la revelación bíblica que el Espíritu de Dios se autodefine como fuerza
creadora: es el ámbito fecundo de su vida y de su gracia en donde todo se
cimienta. Esto resulta claro en el misterio de María: como intimidad y
fecundidad femenino-maternal, ella transparenta y actualiza el ámbito de
creatividad del Espíritu divino; de esa forma la palabra de su intimidad,
fundada en Dios, se convierte en seno de su fecundidad pneumatológica, abierta
al nacimiento de Jesús, el hijo.
Finalmente, el
Espíritu es poder de comunión: es el encuentro que se vuelve realidad, aquel
misterio de coesencia y apertura mutua en que se ligan y enriquecen las
personas. El Espíritu es persona siendo encuentro de personas, es realidad
divina siendo aquella especie de “nosotros” sustantivo donde el padre y el hijo
vienen a encontrarse. Este misterio de mediación pneumatológica se expresa de
manera abierta por medio de María. a) María es la persona a la que acude el
padre para hacer que surja el hijo; por eso es mediación en el camino
intradivino; así lo expresa el relato de la anunciación. b) De un modo
correspondiente podemos afirmar que María es la persona por medio de la cual el
hijo aprende a descubrir al padre. También en este campo ella realiza funciones
mediadoras: visibiliza históricamente la mediación intradivina del espíritu.
Estas tres
funciones pneumatológicas de María (espiritualidad, creatividad, comunidad)
ofrecen dos vertientes. Por un lado, ella se integra en el diálogo del padre
con el hijo. Pero, al mismo tiempo, ella actualiza ese misterio hacia la Iglesia. El mismo Espíritu
de Dios, como misterio de unidad del Padre con el Hijo, es –a través de
Jesucristo- el signo originario de unidad de los cristianos, una especie de
persona superior que les vincula y plenifica. Apliquemos esto al caso de María.
Conforme al relato
de la anunciación (Lc.1, 26-38), María es intimidad abierta a Dios a partir de
su respuesta afirmativa y como efecto de la presencia del Espíritu, ella se
convierte en lugar de la fecundidad intradivina. Esto lo sabemos. Pero debemos
añadir que, conforme a la tradición que ha recogido, Mt.2,11, María no es solo
aquella madre que da luz y educa al hijo
de Dios; ella es la mujer que lo presenta ante los hombres que vienen a
adorarle. Igual sucede en el misterio de la visitación (Lc.1,39-56). Por
intermedio de María Juan, el bautista, es colmado del Espíritu Santo desde el
vientre de su madre. De manera imperceptible, María ha venido a convertirse en
lugar de mediación entre Dios y los hombres. También en este aspecto María es
signo del Espíritu.
La mediación
mariana entre Jesús y los hombres aparece mucho más clara en Juan: María es la
que invita a los hombres a ponerse ante la hora de Jesús. Obedeciendo a su
palabra (Jn.2,1-11). Por eso, ella se encuentra ante la cruz como madre de los
amigos de Jesús (Jn.19, 25-27), trasmitiéndoles una historia de apertura y
recibiendo con ellos el don del único Espíritu.
El misterio de
María culmina en dos escenas que la
Iglesia ha convertido en signos gratamente revelatorios de su
vida. Por una parte, ella está en Hch1,14 recibiendo el Espíritu con el resto
de la iglesia: es caminante con los caminantes, creyente con los creyentes. En
segundo lugar su gesto de solidaridad pneumatológica la convierte una vez
muerta y glorificada, en signo de la transparencia del espíritu; así lo han
mostrado mejor que los teólogos aquellos artistas que han pintado la
asunción-coronación de María con rasgos trinitarios: el Padre y el Hijo le
ofrecen una corona de plenitud que termina identificándose con la misma vida
del Espíritu. Ella aparece entre Hijo y Padre, como una visibilización del
Espíritu; mucho más que la paloma o que la luz, más que la corona o que los
rayos del sol, ella actualiza el misterio del espíritu. Está entre Padre e Hijo,
pero está para los hombres, significando ante ellos el don de maternidad, de
compasión y de esperanza del Espíritu de Dios en Jesucristo.
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