José Manuel Tobar C. pbro.
Sociedad
Mariológica Colombiana
HIMNO
I
A alumbrar la misma luz,
a alegrar la misma
gloria,
y a coronar las
coronas.
II
A tocar cielo al
mismo cielo,
a tocar la beldad hermosa,
la nobleza
y a honrar las
mismas horas
III
Sobre la que es de
los cielos
honra riqueza,
corona
luz, hermosura y
nobleza
cielo, perfección y
gloria.
IV
Flamante capa la
viste,
a quien las
estrellas bordan
en cuya labor el
sol
ningún rayo perderá
V
La luna a sus pies
mendiga
todo el candor que
atesora,
y ya sin temer
menguantes,
plenitud de luces
goza.
VI
A recibirla
salieron
las tres divinas
personas
con los aplausos de
quién es hija,
madre y esposa.
Amén.
Dando continuidad
al trabajo anterior, pasaremos a estudiar el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María, en la Iglesia de occidente.
Según la
constitución anterior la Asunción
de María está arraigada en la escritura tal como la interpretan los padres y
teólogos. Citamos algunos de los pasajes bíblicos, que se invocan, a saber:
Gen; 3,15; “Yo
pongo enemistad entre ti y la mujer…” La nueva Eva está estrechamente unida al
nuevo Adán, aunque subordinada a él en la lucha contra el mal. Lo mismo que la
gloriosa resurrección de Cristo, fue parte esencial y final de esta victoria. Así,
también para María, la lucha que tiene en común con su Hijo tenía que concluir
con la glorificación de su cuerpo virginal.
Ex 20,12; “Honra a
tu Padre y a tu Madre”. Desde el momento que nuestro Redentor es hijo de María
no podía menos que honrar como cumplidor perfecto de la ley divina a su Madre. Pudiendo
conceder a su Madre tan grande honor, preservándola inmune de corrupción del
sepulcro, hay que creer que lo hizo
realmente.
Sal. 45, 10.14-16: “a
tu diestra, una reina adornada con oro de Ofir”… Vestida de brocado es
conducida al Rey. Este salmo se aplica a María reina, que entra triunfante en
el palacio celestial y se sienta a la diestra del Divino Redentor. (1)
Cant. 3,6: “La
esposa del cantor, sube del desierto como columna de humo. Perfume de mirra e
incienso, para ser coronada”. Es figura de aquella esposa celestial, que junto
con el divino esposo, es levantada al paraíso de los cielos. Lc. 1,28 (En la Vulgata ) “los doctores
escolásticos consideran con especial interés, las palabras Ave, llena de
gracia, es Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres, ya que verán en el
ministerio de la Asunción.
(Ap. 12) “La mujer
vestida de sol…”
El santo padre Pío
XII concluye: “todas estas razones y consideraciones de los santos padres y de
los teólogos tienen como último fundamento la escritura que nos presenta a la
excelsa Madre de Dios, estrechamente unida a su Hijo Divino, participando
siempre de su destino.
(1) Cita: “¿Quién
podrá imaginar la gloria, que envuelve a la reina del mundo, y con cuánto
afecto de devoción, saldrían a recibir todas las naciones celestes; con que cánticos
sería acompañada hasta su trono glorioso. Con qué semblante tan apacible, con
que rostro tan sereno, con que divinos abrazos será recibida, por el Hijo y
ensalzada sobre toda creatura con el honor que merecía madre tan excelsa. Con
aquella gloria tan propia del Hijo. ¿Quién podrá explicar la generación de Cristo
y la Asunción
de María? ¿Por qué cuanto mayor gracia mereció alcanzar en la tierra sobre las
demás creaturas, tanto más gloriosa singular recibe en los cielos.
Sermón
de la anunciación de Santa María. San Bernardo, las alabanzas de María Pág.
151.
Nótese pues como la
unión indisoluble de María con su Hijo fue de un doble orden:
1). Físico: en el
sentido en que María al acoger en su seno al Verbo Divino y al revestirlo de
nuestra carne, se convirtió en algo parecido, al arca de la nueva alianza.
2). Moral: en cuanto
que María como nueva Eva, al lado y en dependencia del nuevo Adán, participó
íntimamente de la obra redentora del Hijo, en la lucha y en la victoria, contra
el demonio, el pecado y la muerte, por eso lo mismo que la resurrección, fue epílogo
de la salvación realizada por Cristo. Era conveniente que la participación de
María, en esta lucha se viera coronada por la glorificación de su cuerpo
virginal.
De otra parte, se
puede afirmar como la Asunción
es consecuencia de la unión perfecta de María con su Hijo.
María participa de
la resurrección de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente unida a Él
escuchando su palabra. Su maternidad carnal estuvo precedida por el Fiat, es
decir por el asentimiento libre que María contestó al ángel Gabriel cuando
anunció la propuesta que Dios le hacía. La Asunción es la epifanía de la transformación tan
profunda que la semilla de la palabra divina produjo en María en la integridad
de su persona.
Nótese como la
liturgia occidental de la Asunción ,
en la Misa de la Vigilia , sintetiza la
dimensión física y moral que María contrajo con Jesús.
María, asunta al
cielo, es la imagen escatológica de la iglesia. La glorificación final de María
es una de las grandes cosas con las que Dios da señales a su Iglesia. Ella se convierte así en figura, tipo, ejemplo
de lo que la Iglesia
tiene que ser, en la fase peregrinante y en la gloriosa.
El Vat II (Lg 668)
ha querido resaltar este aspecto. 2. La Asunción es unidad de fe.
2. El santo padre
Juan Pablo II dice al hablar de la
Asunción de María, Verdad de Fe: En la línea de la carta Munificentissimus Deus de mi
predecesor, Pío XII, el Concilio Vaticano II, afirma que la Virgen Inmaculada :
“terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la
gloria del cielo” (Lumen Gentium, 59). El dogma de la Asunción , afirma que el
cuerpo de María fue glorificado, después de su muerte. En efecto, mientras para
los demás hombres la resurrección de los creyentes tendrá lugar al final del
mundo para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por su singular
privilegio.
El primer
testimonio de la fe en la Asunción
de la Virgen
aparece en los relatos apócrifos titulados: Transitus
Mariae cuyo nuevo augurio se remonta a los siglos II y III. Se trata de
representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan
una intuición de fe de los pueblos de Dios.
En mayo de 1946,
con la encíclica Deiparae Virginis Mariae,
Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los Obispos, y a través de
ellos, a los sacerdotes y pueblo de Dios sobre la posibilidad y la oportunidad
de definir la Asunción
corporal de María como dogma de Fe.
San
Juan Pablo II. Audiencia general 9 – VII – 1997¬ – JN P II: La Virgen María.
Retomando el dogma
de la Asunción
en la MD ; se
anota como la falta de pasajes explícitos de la escritura sobre la Asunción de María había
hecho surgir dudas a algunos teólogos sobre la definición de definibilidad como
verdad revelada por Dios. Esta dificultad fue felizmente superada ya que el
documento la define como: “Verdad revelada” divinamente dándose más que en
textos específicos, bíblicos, litúrgicos o patrísticos en el contexto de las
divinas indicaciones contenidas en la tradición y no por último en la fe
universal de los fieles, que tomados en bloque, atestiguan una segura
revelación del Espíritu Santo. El
principio fundamental está constituido por aquel único e idéntico decreto de
predestinación en el que desde la eternidad, María está unida misteriosamente,
por su misión y sus privilegios.
“La
Madre de Jesús, la misma que está ya en el cielo,
glorificada, en el cuerpo y el alma, como la imagen y comienzo de la Iglesia que tendrá que
tener su cumplimiento en la edad futura, así también brilla ahora en la tierra,
delante del pueblo de Dios peregrino, como signo de segura esperanza y de
consolación, hasta que llegue el día del Señor”.
A Jesucristo en su
misión de Salvador y Redentor en su gloria, en
su victoria sobre el pecado, y en su muerte, sus privilegios (Inmaculada Concepción y
virginidad perpetua) entendidos en su globalidad como principios de
unión con Cristo hacen que María no solamente se viera inmune de toda
corrupción del sepulcro sino que alcanzase la victoria plena sobre la muerte,
es decir, fuera elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo y resplandeciese
allí como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal.
El santo padre Pío XII
en la MD , no
definió si María había muerto ya que el objeto primario de la definición es la
glorificación corporal de María y no
solo la glorificación de su alma, una vez cumplido el curso de su vida
terrestre.(3)
Si María no hubiese
muerto (la Asunción
habría que interpretarla como resurrección gloriosa anticipada) o si había sido
tomada y glorificada por Dios en toda su realidad existencial humana sin pasar
por la muerte de modo parecido a lo que sucederá con los justos, en los que la
parusía del Señor encuentre vivos al final de la historia (1Cor 15, 21; “no
todos moriremos, pero todos seremos transformados”.
La muerte de María,
por otra parte, es una verdad que con certeza está atestiguada por la tradición
la cual se ha manifestado diariamente por muchos siglos. (3)
(3). “Era conveniente que su cuerpo
santísimo, que había llevado y contenido dentro de sí a Dios, cuerpo divinizado, -incorruptible, iluminado
por la luz divina, lleno de gloria, fuese transportado por
los apóstoles, en compañía de los ángeles, y puesto por poco tiempo en
la tierra, fuese alzado gloriosamente
a l cielo, junto con su alma agradable a Dios. (Efectivamente, si el Señor, al
ver que los apóstoles estaban afligidos,
por causa de su pasión, les dijo: Me voy para prepararles un lugar (Jn.14,2), con más razón habrá
preparado un lugar para aquella que le dio a luz, y un lugar tanto más excelente,
cuanto mejor era la confianza con la que ella estaba unida a él. Así pues, el
cuerpo inmaculado de la Virgen Santísima
y su alma pura y amada de Dios, fueron llevados juntamente al cielo, con
escolta de ángeles”.
Teat de Livia:
homilía sobra la Asunción
de la Santa Madre
de Dios, Guillermo Paus: textos marianos de Los primeros siglos.
Si la muerte física no es consecuencia del
pecado original, María tenía que morir. Ella como Cristo fue glorificada en
cuerpo y alma. Ella se encuentra anticipadamente en la situación propia de los
gloriosamente resucitados, prueba semejante a la su hijo que resucitó de entre
los muertos, situación a la que los justos solo llegarán el día de la parusía
del Señor. Esa situación no consiste solamente en el estado en que las almas de
los justos, gozando de la bienaventuranza eternas, ven a Dios como Él es, si no
del gozo de esos bienes en una situación de plenitud existencial humana, es
decir, por parte del hombre todo en su realidad de cuerpo y alma, en su
humanidad humana de cuerpo vivificado por el alma.
Negar
la muerte es negar el mismo hecho de la resurrección. Desde el siglo II los
padres afirman una especial unión de María, la nueva Eva, con Cristo, el nuevo
Adán en la lucha contra el diablo. Según génesis 3,15 la lucha de Cristo contra
el diablo había de culminar en su victoria total sobre el demonio. En el
protoevangelio se anuncia que el descendiente de la mujer, el Mesías, aplastará
la cabeza de la serpiente. Según san Pablo (Rom. 5,6; 1 Cor. 15, 21-26) la victoria
de Cristo contra el diablo, fue la victoria contra el pecado y la muerte.
Hay que afirmar una
especial participación de María que habrá de ser plena, dada la plenitud de su
participación en la lucha en esta victoria de Cristo victoria de la que es
parte esencial y último trofeo, la resurrección de Cristo. La especial
participación de María en la victoria de Cristo no podría considerarse completa
sin la glorificación corporal de María.
(1 Cor 15-54; cuando este cuerpo corruptible se revista de incorrupción
y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá este
texto de la escritura).
La singularidad de
la asociación de María a la lucha de Cristo, contra el que “poseía el poder de
la muerte, es decir el diablo”, absolutamente superior a la asociación que
tenemos los de Cristo en esa lucha hace también que la asociación de María, a
la victoria de Cristo sobre la muerte, tenga que colocarse en un nivel
singular, propio superior a los de Cristo, que resucitaría en la parusía del
Señor, al final de la historia.
Nótese como con
frecuencia se ha atenuado la firmeza de la tradición, sobre la Asunción de María
señalando que sus orígenes hay que
descubrirlos en conexión con las narraciones apócrifas.
No pocos apócrifos
son narraciones populares o catequesis argumentados con elementos de
imaginación popular en orden a enseñar verdades válidas de tradición.
Desde finales del
siglo II se comenzó en la Iglesia
a interrogar sobre los últimos momentos de la muerte de la Virgen (Cfr. a de Santos
Otero, Los evangelios apócrifos pág.
576): el transito escrito por el Seudo
Maritón, quizás a finales del siglo
IV, tiene una singular importancia en esta línea. Allí se afirma la
resurrección definitiva del cuerpo de María y su elevación a los gozos del
paraíso en la intimidad completa y permanente con Cristo glorioso.
Nótese como ya en los comienzos del siglo III Tertuliano
llamaba a la mera pervivencia del alma – “media resurrección (Cfr: de
resurrección 2; pl. 2.796). Será indigno de Dios llevar medio hombre a la
resurrección. María fue asunta no meramente para que el gozo de su alma se
extendiera también al cuerpo. Hay motivos mucho más profundos para entender el
porqué de la Asunción
de María. Aún que el alma del justo que no tenga nada de que purificarse entre
en la visión inmediata de Dios, enseguida después de la muerte. (Cfr: Benedicto
XII, Const. Benedictus Deus:
Dezinger,-530).
Solo Cristo y María
interceden con toda su realidad existencial humana. Tratándose de resucitados,
hay que decir que, junto al trono del Padre, además del corazón resucitado de
Cristo, está el corazón materno de carne, el corazón de María latiendo de amor
hacia nosotros.
María resucitó en
el momento de la muerte, así lo afirmó: Cándido Pozo, el primer autor católico
que aplicó a la Asunción
la llamada escatología de la fase única. Para este teólogo, María habría
resucitado en el momento de morir, con todos los cristianos, y la Asunción no sería un
privilegio ni una anticipación (puesto que todas las resurrecciones, son simultáneas
al suceder, fuera del tiempo).
María asunta
incorpora en su propia persona la iglesia gloriosa, de la que es expresión
perfecta y personal. En ella se presenta, plenamente la comunidad celeste, ante
nosotros, en ser miembro más perfecto y más representativo, María, pues no es
el “tipo de la iglesia celeste, sino su personalización”, o expresión personal
en la Asunción. María
expresa lo que es, lo que será, esta iglesia gloriosa.
María es imagen y
privilegio de la iglesia, que ha de ser consumada, en el futuro. (Lumen Gentium, 68).
Nótese como la
muerte corporal de María, parece ser exigida por múltiples razones:
a- Por haber recibido la naturaleza caída
de Adán. Es cierto que María no contrajo pecado original, pero tuvo el débito
del mismo.
b- Por exigencias de su maternidad divina -Corredentora-
se dio al Redentor, como divinidad y mortal, debió tenerla también Ella -debía
participar de los dolores de su Hijo y de su muerte (su compasión al pie de la
cruz) sin su muerte real, faltaría algo al perfecto paralelismo entre su Hijo y
el Redentor y Ella.
c- Cristo murió, ¿y María sería superior a
Él al menos en este aspecto relativo a la muerte corporal? Aún suponiendo como
quieren algunos, que María tenía derecho a no morir (en virtud sobre todo a su
inmaculada concepción que la preservó de la culpa, y, por lo tanto, también de
la pena correlativa, que es la muerte), sin duda alguna había María renunciado
de hecho a ese privilegio para ponerse en todo -hasta en la muerte y
resurrección a su divino Hijo Jesús.
d- Para ejemplo y consuelo nuestro: María
debió morir para enseñarnos a bien morir y dulcificar con su ejemplo los temores
de la muerte. La recibió con calma, con serenidad, aún más con gozo,
mostrándonos que no tiene nada de terrible para aquel que vivió piadosamente y
mereciéndonos la gracia de recibirla con tanta disposición.
María murió sin
dolor porque vivió sin placer, sin temor. Porque vivió sin pecado, sin
sentimiento, sin apego terrenal. La muerte fue semejante al declinar de una
hermosa tarde, fue como un sueño dulce y apacible, era menos el fin de una
vida, que la aurora de una existencia mejor. Para asignarla la Iglesia encontró una
palabra encantadora, la llamó: el sueño (dormición) de la Virgen.
Explicación del dogma.
Escuchemos al papa
Pío XII:
Los argumentos
teológicos que explican el Dogma de la Asunción son del todo firmes y seguros.
1). Es una exigencia de su concepción
inmaculada.
Este privilegio de la Asunción de María
resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pío XII definió
solemnemente el dogma de la inmaculada concepción de la augusta Madre de Dios.
Estos dos privilegios están juntamente, unidos entre sí. Cristo, con su muerte
venció la muerte y el pecado, y sobre el uno y el otro, reparte también la
victoria en virtud de Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobre
naturalmente por el bautismo. Pero por ley general, Dios no condena a los
justos, el pleno efecto de esta victoria, sobre la muerte sino cuando haya
llegado el fin de los tiempos. Por eso, también los cuerpos de los justos se
disuelven después de la muerte, y, solo en el último día vuelven a unirse cada
uno con su alma gloriosa. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la Bienaventurada Virgen
María. Ella por privilegio del todo singular venció el pecado, en su concepción
inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción
del sepulcro, ni tuvo que esperar redención de su cuerpo, hasta el final del
mundo.(4).
2). Es una exigencia moral de su excelsa
dignidad de Madre de Dios, y el amor hacia Ella de su divino Hijo. Todas estas
razones tienen como fundamento la Sagrada Escritura la cual nos presenta a la
excelsa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre participe de su
suerte. Parece imposible imaginársela, separada de Cristo, aquella que le
concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, le llevó en sus brazos y apretó
en su pecho.
3). Por su condición de nueva Eva, dice el
Papa: desde el siglo II María Virgen es presentada por los Padres como nueva
Eva, estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a Él, en aquella lucha
contra el enemigo infernal, que como fue anunciado en el protoevangelio (Gen.
3,15) había de terminar con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la
muerte. Para María la común lucha debía
concluir con la glorificación de su cuerpo virginal porque, como dice el
Apóstol, cuando: “Este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces
sucederá lo que fue escrito; la muerte fue absorbida por la victoria”. (I Cor.
15, 54)
4). Por el conjunto
de sus demás privilegios excepcionales. Los mariólogos mencionan algunos, tales
como su perfecta virginidad, que parece postular la total incorruptibilidad de
su cuerpo, la plenitud de su gracia, que parece redundar, sobre su cuerpo;
preservándole de la corrupción etc.
5).
“María fue preservada de la corrupción del sepulcro. El tabernáculo espiritual
que maravillosamente albergó a Dios, Señor del cielo y de la tierra, cuando
asumió nuestra carne hoy es trasladado e instalado gloriosamente en una eterna
incorruptibilidad en estrecha relación con Cristo siendo protección segura,
salvación y defensa de todos nosotros los cristianos. ¡Oh bienaventurada dormición
de la gloriosa Madre de Dios, que por siempre permaneció Virgen, después del
parto y cuyo cuerpo, que había dado albergue a la vida no padeció la corrupción
del sepulcro, pues Cristo, el Salvador todo poderoso que nació de Ella preservó
su carne de la disolución.” Modesto de
Jerusalén, Sermón sobre la dormición.
Pág. 86, 1293. Guillermo Paus: textos marianos de los primeros siglos.
Pág. 236
Pero a nuestro
juicio, dice el Papa, son corazones de mera convivencia, apenas añaden nada a
los argumentos fundamentales.
¿Cómo se realizó la Asunción ?
Teológicamente
hablando, la Asunción
de la Santísima
Virgen María, consiste en la resurrección gloriosa de su
cuerpo en virtud de cuya resurrección comenzó a estar en cuerpo y alma en el
cielo.
La diferencia está en
que Cristo había podido ascender al cielo por su propio poder, aún antes de su
muerte y gloriosa resurrección, mientras que María no había podido hacerlo, a
menos de un milagro, antes de su propia resurrección gloriosa, pero una vez
realizada esta, la Asunción
se verificó, utilizando su propia agilidad gloriosa, sin necesidad de ser
llevada o ayudada por los ángeles y sin milagro alguno.
Notemos como se ha
dado una nueva tendencia escatológica que pretende colocar para cada hombre, la
resurrección, en el mismo momento de su muerte.
Así se redimió la Asunción a la
glorificación normal de cualquier santo, y consecuentemente, su definición
dogmática a una mera canonización, es decir declaración infalible de que María
ha sido glorificada por Dios, como cualquier otro santo, que resucitaría
gloriosamente, problema que no se resuelve con poner un doble título a María de
esa glorificación: su santidad moral y su dignidad de Madre de Dios, con ella
no se explica en el dogma mismo de la Asunción , ningún elemento que sea común en los
demás santos.
Nótese como el
dogma de la inmaculada se trata de una exclusividad fundamental de la condición
de María comparada con la de los demás hombres. En el caso de la Asunción , existe una gran
diferencia en la realización anticipada del destino final y de la resurrección
gloriosa, a la que todos los justos están destinados. La anticipación de esa resurrección indica lo propio del dogma mariano,
pero al mismo tiempo, señala un destino común, el futuro hacia el que se
encaminan todos los justos, no se explica que no se hable con términos de
singularidad.
Como conclusión del
presente trabajo se puede decir:
María sigue estando
dentro del mundo y en el seno de la
Iglesia con la presencia viva de un viviente… La relación de
los fieles con Ella no se lleva a cabo únicamente inmediato el recuerdo de su
persona y de su obra, sino alcanzando inmediatamente, a su persona viva y
resucitada. Solo a los puros de corazón le es dado entender cuan íntima tierna,
maternal y acogedora puede ser la relación con nuestra Madre Santísima.
En su condición
glorificada, como cuerpo pneumático, como
órgano e instrumento del Espíritu, María sigue cooperando en la vida y
crecimiento de la Iglesia
sin las limitaciones propias de la
existencia terrena.
De este modo la Asunción, a la vez que
culmen del itinerario histórico personal de María, constituye el principio y el
presupuesto para el ejercicio de su misterio espiritual en la comunión de los santos a que estribaría su
singularidad.
Digamos, finalmente,
que sus privilegios en relación con Cristo y los misterios que caracterizan
toda su vida, no deben separarse nunca de la misión salvífica que ella tuvo que
ejercer en beneficio de toda humanidad.
La Asunción de María
(Ángelus del
15-VIII-05)
En esta solemnidad
de la Asunción
de la Virgen
contemplamos el misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso:
podríamos decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de entre los
muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen santísima, a él
asociada plenamente, fue elevada a la gloria celestial con toda su persona.
También en esto la Madre
siguió más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Junto a Jesús,
nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados (Cf. 1 Co 15,20.23), la Virgen , nueva Eva, aparece
como «figura y primicia de la
Iglesia » (Prefacio), «señal de esperanza cierta» para todos
los cristianos en la peregrinación terrena (Cf. Lumen gentium, 68).
La fiesta de la Asunción de la Virgen María , tan
arraigada en la tradición popular, constituye para todos los creyentes una
ocasión propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor de la
existencia humana en la perspectiva de la eternidad. Queridos hermanos y
hermanas, el cielo es nuestra morada definitiva. Desde allí María, con su
ejemplo, nos anima a aceptar la voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las
sugestiones falaces de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las
tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazón la alegría de la
vida.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en
lengua española,
19-VIII-05
Reflexión de Juan XXIII
La suave imagen de
María se ilumina e irradia en la suprema exaltación. ¡Qué bella escena la Dormición de María, tal
como los cristianos de Oriente la contemplan!: Ella permanece distense en el
plácido sueño de la muerte y Jesús está junto a ella y tiene en su pecho, como
a un niño, el alma de la Virgen
para indicar el prodigio de la inmediata resurrección y glorificación. Motivo
de consuelo y de confianza en los días de dolor para aquellas almas
privilegiadas, que Dios prepara en silencio para los más altos triunfos. El
misterio de la Asunción
nos familiariza con el pensamiento de nuestra muerte, en una luz de plácido
abandono en el Señor, que queremos que esté cerca en nuestra agonía para
recoger entre sus manos nuestra alma inmortal
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