Foto: Julio Ricardo Castaño
Rueda.
Por María Regina del Rosario
Real Monasterio de San José del Carmen de Villa
de Leiva
Entre las
glorias de Villa de Leiva, figura la predilección especial de la Virgen. Con profundo gozo
podemos decir que María ha querido tener dos santuarios unidos que parecen
abrazar al monasterio. En este lugar bendito Ella acoge a sus hijos con
entrañable amor. En este rincón convergen todas las miradas de los peregrinos
que a través del año llegan a visitar a la Madre.
Historia del lienzo
El capellán del monasterio, José Benedicto de la Borda , sacerdote de
extraordinarias virtudes encontró el 12 de marzo de 1810, un lienzo en la casa
llamada de la “Capellanía de los Cárdenas” o de las “ventanas de hierro”,
perteneciente al monasterio ubicada a dos cuadras de éste. Dicha casa estaba en
ruinas. En medio de los escombros estaba el lienzo. Al verlo dijo el padre
Benedicto: ‘En este lienzo ha estado pintada la Santísima Virgen
de Chiquinquirá’ Lo bajó y lo observó con cuidado. Luego dijo a sus sobrinos
Juan y Marcos: Llévense a casa este lienzo. Allí lo colocó sobre un escaño y
dijo que quedaba como huésped. Delante del humilde lienzo rezaba el Oficio
Divino y con todos los de la casa el Santísimo Rosario.
Tres años más
tarde, en 1813, dijo a su sobrino: “Marcos, vamos al convento a llevar el
lienzo de la
Santísima Virgen ”. El sobrino le contestó que no iba porque
apenas vieran las religiosas ese lienzo lo echarían a quemar en el horno. El
padre Benedicto no le respondió nada. Llamó a otro sobrino, Camilo, y los dos
trajeron el lienzo al monasterio. Según testimonio de Marcos, al regresar le
dijo en tono de reproche: “ya llevé el liencesito de la Santísima Virgen
al convento, ya está allá y se lo he recomendado mucho a la madre priora y también
a la madre Inés de los Dolores. No lo echarán al horno como dijiste. Con el
tiempo lo veras dándole culto en su altar”.
Así fue como
llegó el lienzo al monasterio. El santo capellán no disimula su satisfacción
por la decisión tomada. Como si hubiera acariciado largamente este momento,
concluye con unas palabras que tienen sabor a profecía: “con el tiempo lo verás
dándole culto en su altar”. Este fervoroso sacerdote sentía sin duda que se
acercaba el fin de su carrera. Por eso quiso dejar en manos de las Carmelitas
el tesoro que había hallado y venerado con entrañable amor los tres últimos
años de su vida.
Y será
precisamente la fama de santidad de este fiel hijo de María lo que salvará al
lienzo de los múltiples avatares por los que tendrá que pasar durante 23 años
(1813-1836), hasta su renovación. La fuerza de los testimonios hace evidente
que la supervivencia y aprecio por el lienzo fue milagro de don Benedicto.
Primeros años del lienzo en el monasterio
El padre
Benedicto entregó el lienzo a la madre priora Josefa de Santa Teresa (Sánchez
de Tejada) y a la Hermana
Inés de los Dolores (Hidalgo Bernón). Esta última era
tornera.
Las monjas
examinaron el lienzo y les pareció indigno de veneración por el estado de
deterioro en que se hallaba. Sin embargo, por ser regalo del capellán,
decidieron guardarlo y no precisamente en un lugar de honor, sino en una
tribuna donde estaban otros enseres viejos. Escuchemos el relato de la misma
religiosa que recibió el lienzo
“En el año de
1813, siendo prelada nuestra venerable madre María Josefa de Santa Teresa y
portera la que suscribe y en aquel tiempo Nuestro Vicario y capellán el señor
doctor José Benedicto de la
Borda , sacerdote justo que murió en 1815 en calidad de santo.
Vino dicho señor a la portería de este monasterio y llamando a las referidas
prelada y portera nos entregó un lienzo y habló de esta manera: “Reciban este
lienzo y pónganlo en lugar decente que ahí ha estado pintada la Santísima Virgen.. .”
el que recibí y sacándolo a la claridad del claustro vimos que era un lienzo
todo despedazado, lleno de agujeros como un harnero, con siete rotos sacado el
pedazo como lo manifiesta el mayor que tiene hasta hoy. Tan borrado y mugroso
que no se distinguía pintura como chorreado de yeso ceniciento, podrido y desprendido
del bastidor por estar casi todo hecho pedazos las orillas. Al ver esto le dije
a la prelada: Madre esto no sirve, yo no lo compongo, no tiene remedio, qué
ideas del señor vicario, para qué traerá esto, es que esto no tiene imagen.
Entonces la prelada me reconvino con estas palabras: “No, no, hermanita,
compóngalo como pueda, basta con que este santo sacerdote nos lo haya traído
para que lo tengamos”. Confieso que esta reflexión me hizo mucha impresión y me
puse a limpiarlo cuanto pude y apuntarlo con un torzal de hilo, sin hacerle más
beneficio. Lo colocamos en el antecoro del lado de la portería, teniéndolo a la
vista al subir y bajar del coro, recomendando la prelada rezáramos un avemaría
al pasar la escala. Allí permaneció 3 o 4 años sin hacerle más caso que
limpiarlo cuando se aseaba la pieza como se hace con las demás imágenes pero
como siempre nos llamaba la atención de que aquel lienzo era una reliquia que
nos había dejado nuestro venerable prelado, no dejábamos de hacer algunas
observaciones”.
Ciertamente
María Inés de los Dolores es un testigo excepcional. Tenía 27 años de edad
cuando recibió el lienzo de manos del capellán. Su testimonio constituye una de
las fuentes más seguras para conocer con detalles el momento de la entrada del
lienzo al monasterio. Ya sabemos los reparos que le hicieron, dónde lo
colocaron y cuál fue el humilde homenaje que le rindieron diariamente.
Todas las
monjas guardaban un recuerdo agradecido del santo capellán, especialmente María
Inés de los Dolores, quien confiesa que “el venerable prelado tenía la
paciencia y caridad de escucharla en el confesionario y le recomendaba
constantemente que tuviera particular devoción a la milagrosa imagen del
Rosario de Chiquinquirá...” aunque no recuerda si alguna vez le habló en
particular del mencionado lienzo.
Hacia 1817
fue colocado el lienzo en la
Capilla de la Divina Pastora , donde se reunían las niñas
educandas y las personas de servicio que vivían dentro del monasterio para
rezar sus devociones. En ese año entró una muchacha llamada Inés Virviescas.
Ella miraba y preguntaba por qué le rezaban a aquel lienzo tan mugroso, pues
ella no veía santo alguno. Otra muchacha que cuidaba del aseo de la capilla le
informó que era un cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Cuando arreglaban
para la fiesta de la
Divina Pastora , sacaban el lienzo por considerar que no
estaba decente, luego lo volvían a su lugar. En una de estas ocasiones
recortaron el bastidor y cercenaron los bordes del lienzo podrido, sin saber
que sacaban parte de la pintura porque no se veía nada. Mucho tiempo después se
dieron cuenta que de la imagen del apóstol fue de donde más se recortó.
Clavaron el lienzo lo mejor que pudieron y por el respaldo le pusieron
remiendos, los mismos que hoy tiene y lo colocaron en la misma capilla.
En 1829
seguía el lienzo en el mismo lugar. María Rosalía del Sacramento declara que en
compañía de la Hermana
María Inés de los Dolores, decidieron sacarlo porque no
estaba decente para la festividad de aquellos días. Viendo que estaba muy
deteriorado, le hicieron una limpieza y al constatar que estaba muy roto,
desarmaron el bastidor, recortaron el lienzo en contorno y lo remendaron con
tela pegada con cola y lo colocaron de nuevo en mismo bastidor que también fue
recortado. Después de este sencillo arreglo, lo colocaron en la misma capilla.
En la Navidad de 1830, organizó
la comunidad algunos actos religiosos. Las hermanas María Rosalía del
Sacramento y María Inés de los Dolores fueron las encargadas de la celebración
del primer día de la Novena
de Aguinaldo. María Inés tuvo la idea feliz de sacar el lienzo y arreglarlo
para la procesión. A ambas monjas les entusiasmó la idea y lo adornaron lo
mejor posible. Esto despertó en todas las monjas viejos recuerdos, dejando en
cada una algo de interés por el pobre y destartalado lienzo. Todas las noches
de la novena iluminaron los claustros y patios por donde debía pasar la
procesión. La Virgen
dejó percibir algunos destellos de su presencia porque comenzaron a surgir
sentimientos de veneración. Fue en aquella ocasión cuando empezaron a pedir a la Virgen que se manifestara
con claridad. La comunidad vivió días de gran regocijo. Todo parece indicar que
cada una de las religiosas pudo ver algún pálido reflejo de la futura
renovación del lienzo porque atrajo todas las miradas y se disputaban el honor
de llevarla en el anda durante la procesión. No olvidemos que desde su entrada
en el monasterio el humilde lienzo había recibido muchas miradas pero frías e
indiferentes.
A partir de
aquel año de 1830 el lienzo sale definitivamente del anonimato. Logró cautivar
el corazón de sus hijas hasta el punto que se propusieron sacarlo en procesión
para solemnizar la Novena
de Navidad. Efectivamente, lo vemos en puesto de honor los cinco años
siguientes. Crece la veneración y el deseo de verlo renovado. Todas piden con
fervor esta gracia. Estos cultos al lienzo coinciden con la fiesta de la Original de Chiquinquirá
y esto alegra sobremanera a María Inés de quien ha surgido la idea de rendir
estos homenajes al humilde lienzo.
Tras 17 años
(1813-1830) de permanencia oscura en el monasterio, el lienzo sin gracia ni
belleza a los ojos de las carmelitas, mostró que era un instrumento
providencial del poder de Dios y la ternura de María. Solo una chispa bastó
para eclipsar los ojos y el corazón de quienes guardaban profunda gratitud a su
antiguo capellán, pues solo movidas por este sentimiento conservaron el
paupérrimo regalo que les había dejado.
La comunidad
intensificó la oración para alcanzar la renovación del lienzo. Con el amor
surgió también el deseo de ver perfecta la imagen de la Virgen. Lo buscaron por
vía sobrenatural pero también estuvieron a punto de “humedecer el lienzo con
aceite para darle fortaleza...” Es María Inés de los Dolores quien nos cuenta
que “Nuestra madre priora actual (María Rosalía del Sacramento) con el deseo de
verla perfecta, intentó varias veces humedecer el lienzo con aceite para darle
fortaleza pero de ningún modo convine en hacerlo”. Y nos da la razón: “porque
se veía como por momentos un milagro tan patente y a poco tiempo se fueron
manifestando los rostros de esta divina Princesa y del Niño hasta quedar del
modo que estaba el año de 35...”
El instrumento escogido por la Virgen para mostrar el
prodigio de la renovación del lienzo.
En 1834 vino
como capellán interino del monasterio el padre José Joaquín Páez Murcia, O.P.,
y en la primera visita que hizo a las monjas en el locutorio, estas le
preguntaron cómo le parecía su iglesia tan pequeñita. El respondió que
extrañaba que no hubiera en ella un cuadro de la Virgen de Chiquinquirá. Las
religiosas le respondieron que era mucha la pobreza del monasterio y que no
habían tenido quién les proporcionara un altar de la imagen de Chiquinquirá. Le
sacaron un cuadrito de esta advocación para hacer la novena. El mismo padre
Páez narra cómo se enteró de la existencia del lienzo. Dice que en enero de
1835 se quedó solo desempeñando la capellanía en reemplazo del padre Juan
Manuel García Tejada, que se había ausentado. Fue en este tiempo cuando el
joven dominico habló con la hermana María Joaquina de San José, religiosa muy favorecida de la Virgen. María
Joaquina le manifestó que habían tratado en la comunidad la posibilidad de
llamar al Maestro Bonilla, pintor que vivía en esta villa, para que hiciera un
cuadro de la advocación de Chiquinquirá. Esta religiosa junto con la priora
María Josefa de Santa Teresa le informaron al padre Páez sobre la existencia
del lienzo del señor Vicario Benedicto de la Borda. Le aseguraron que
el lienzo estaba podrido, roto y borrada la pintura. Que no se atrevían a
mostrarlo y que algunas monjas opinaban que debía quemarse. El fervoroso
capellán al oír aquel relato pidió que le sacaran el lienzo que recibió en la
puerta reglar. Constató que apenas se veían unas manchas de colores que
manifestaban haber sido pintadas las tres imágenes. El lienzo estaba muy
borrado, podrido y chorreado de lluvias. Dice que al verlo experimentó un
movimiento de veneración y aprecio, acaso por los informes que acababa de
recibir de las religiosas. Lo cierto es que en la misma portería decidió llamar
al maestro Miguel Sánchez, carpintero, para que pusiera al lienzo un marco de
listón.
Dicen las
crónicas que las monjas temían mostrar al capellán aquel lienzo y hasta
llegaron a pensar que aumentaría su disgusto de aceptar el cargo. Este temor no
era infundado. Parece que el padre Páez tuvo que esforzarse para asumir la
misión que le habían confiado sus superiores. La capellanía de las monjas no
era muy apetecida por los eclesiásticos de aquella época. En primer lugar Villa
de Leiva estaba arruinada. El monasterio apenas tenía para atender a sus
necesidades y dar al capellán un sueldo que podía ser en dinero o en especie.
La situación del país tampoco era muy buena y con el tiempo se fue agravando
hasta llegar a los acontecimientos dolorosos de 1861 con Tomás Cipriano de
Mosquera que despojó a la
Iglesia granadina y a todos los conventos de monjas de sus
bienes. Por otra parte los cultos en la pequeña Capilla del Carmen (la misma
que hoy conservamos como preciosa reliquia), no podía acoger multitudes para
grandes fiestas. Todo era pobre y muy sobrio. Las monjas habían sufrido mucho
por falta de atención espiritual. De ahí su gran deseo de ofrecer al nuevo
capellán todo aquello que le hiciera agradable su permanencia.
El padre
Páez, como buen dominico, amaba entrañablemente a la Virgen bajo la advocación
del Rosario de Chiquinquirá. Era chiquinquireño y desde niño le confió su vida
y su vocación a Ella. Por eso al ver el lienzo se conmueve y descubre por la fe
en los borrosos rasgos la presencia de la Virgen. En ese momento la priora le manifestó al
capellán una “necesidad gravísima del monasterio y éste le dijo muy confiado:
“Encomendemos el asunto a mi señora de Chiquinquirá en el liencesito del señor
vicario doctor Benedicto, ofrezcámosle la novena y una misa cantada, pero si no
alcanzamos buen despacho, se llevan su lienzo a donde lo tenían, vuelto contra
la pared en penitencia”. La
Virgen no podía dejar pasar aquella oportunidad. El beneficio
fue recibido y colocaron el humilde lienzo por vez primera en la Capilla del Carmen para
cumplir la promesa hecha a la Virgen. Decidieron dejarla allí. Mandaron hacer
una mesa de adobe y un altar. Todo muy sencillo. La Virgen del Liencesito fue
puesta a prueba y logró salir victoriosa. No fue fácil superar el largo camino
hasta recibir culto público.
Al regresar
el padre Juan Manuel García Tejada a esta villa, el 23 de febrero de 1835, se
encontró con la sorpresa del lienzo y el nuevo altar en la iglesia. Reaccionó
diciendo que él no veía ninguna imagen de Chiquinquirá en el lienzo, que solo
las monjas y el capellán la veían. Luego como Vicario y Capellán “públicamente
desaprobó la colocación del liencesito del señor don Benedicto. Sin embargo
quedó allí el lienzo”.
En la Cuaresma de 1835, viajó
el padre Páez a Charalá (Santander) y
dejó recomendado el lienzo y su culto al sacristán del monasterio, señor Marcos
Borda, pues también el padre García Tejada marchó a una reunión con el señor
Arzobispo de Bogotá, donde lo nombraron Beneficiado del pueblo de Corrales
(Boyacá).
Quedó por
tanto vacante la capellanía del monasterio. Las monjas pidieron al arzobispo
Manuel José Mosquera que acababa de posesionarse, que nombrara Vicario y
Capellán del monasterio al padre José Joaquín Páez Murcia. El Arzobispo accedió
de inmediato a la petición.
Todo parecía
indicar que iba a comenzar una etapa de gloria para el humilde lienzo de don
Benedicto pero no fue así.
Nada mas
aparecer en la iglesia en un altar improvisado, atrajo todas las miradas. Y fue
declarado “indecente”. Solo se explica que haya podido sobrevivir porque Dios
tenía un plan y los planes de Dios se cumplen por encima de la voluntad de los
hombres. Es increíble el camino recorrido por el borroso y desgarrado lienzo.
Escuchemos la narración fidedigna del propio padre Páez:
“En el mismo
año de 1835 vino al monasterio nuestro reverendo padre maestro ex provincial
fray José de Jesús Saavedra y al ver en la iglesia el lienzo del señor vicario
don Benedicto, lo reprobó y prohibió los cultos que se le daban. Todos marcaban
mal el lienzo porque no descubrían las tres imágenes y se burlaban. En el mismo
año vino a celebrar el señor doctor Nicolás Alejo Girón, cura de Vélez, que por
siete años fue capellán y vicario de este monasterio. Conocía el lienzo y en la
sacristía me dijo que estaba muy borrado el lienzo, que no era digno de culto,
que lo quitara. En el mismo año vino el señor doctor Pedro Motta a celebrar y
al ver el lienzo me dijo: “ que él lo había conocido así borrado en la casa del
señor Borda, como que había servido este Beneficio de Leiva interinamente, y le
pareció mal verlo allí”.
En 1836 vino
por segunda vez el padre Saavedra y al ver el lienzo en el mismo lugar, le dijo
con seriedad y autoridad al padre Páez: “que quitara ese lienzo indecente, que la Sagrada Congregación
de Ritos prohibía exponerlo al culto”. Ante esta orden superior, el padre Páez
decidió buscar una solución: conseguir un cuadro de la misma advocación. En la
iglesia suprimida de Agustinos Calzados de esta villa consiguió uno muy
hermoso. Con gran dolor de su alma pero con espíritu de obediencia ejemplar,
quitó el controvertido lienzo. Mirando retrospectivamente esta decisión,
tenemos que reconocer que era muy lógica porque todo dependía de la manera de ver
las cosas. Se iba creando un ambiente muy difícil. La desaprobación era
general.
Los
comentarios llegaron al arzobispo Mosquera, que estaba preocupado por el
malestar en torno al lienzo. Muchos decían que el padre José Joaquín era
fanático y veía milagros donde no existían. En una ocasión que vino a esta
villa, traía el firme propósito de
quemar el lienzo para acabar de una vez con el escándalo. Y tenía razón hasta
cierto punto el arzobispo. La
Iglesia granadina percibía ya vientos de persecución y los agentes
del gobierno se servían de hechos como éste para atacar a la jerarquía
eclesiástica. Como pastor tenía que tomar fuertes medidas para evitar
consecuencias nefastas. Además tenía informes de algunas personas que conocían
de cerca al padre Páez y achacaban a su fervor religioso muchas cosas que se
decían sobre el famoso lienzo. Todo esto ocurría fuera del monasterio. Dentro,
existía una visión desde la fe. Cuando las monjas vieron que el capellán había
cambiado el lienzo por el hermoso cuadro, le dijeron: “No permita Dios, mi
Padre, que saque de la iglesia el liencesito del señor vicario, que tanto
amamos. Tenemos confianza con Nuestro Señor que nos concederá ver renovada a mi
Señora de Chiquinquirá en el liencesito, nosotras se lo pedimos”. La petición de las monjas obligó al capellán
a colocar de nuevo el lienzo en la iglesia y les encargó que “clamaran por
medio de la oración” porque si venía otra vez el padre Saavedra y lo encontraba
del mismo modo, borrado, roto, sucio e “indecente”, ellas tendrían que
responder. Y como auténticas hijas de Teresa de Jesús, a estas monjas les
sobraba valor para afrontar las dificultades, como hemos visto en diversas
épocas de la historia de este monasterio.
El año 1836
fue decisivo para el lienzo de don Benedicto de la Borda. La Virgen iba a
demostrar que Dios se sirve de todo para llevar a cabo sus planes.
Primeros destellos de la portentosa renovación
del lienzo
Pasaron
algunos meses. Las monjas encerradas en su monasterio oraban intensamente. Bien
sabían que la suerte del lienzo dependía del poder de Dios y la ternura
maternal de María. De lo contrario, los días del liencesito estaban contados.
Sin duda fue un momento de gracia, vivido por las silenciosas protagonistas de
un acontecimiento que llenó de gozo y admiración no solo a quienes lo
presenciaron sino también a quienes recibimos ese legado precioso que se llama:
MAMÁ LINDA.
En diciembre
de 1836, la comunidad comenzó a ver las tres imágenes con toda perfección. El
Niño Jesús se manifestaba tan “vivo y animado que parecía desprenderse de entre
los brazos de la imagen”. Durante ocho días continuos vieron cómo el humilde
lienzo se renovó milagrosamente. Así se lo informaron al padre Páez pero éste,
afectado en extremo por la ceguera, apenas lograba ver el lugar que ocupaba el
lienzo. No distinguía nada más. Esto hacía que él no acabara de creer que el
lienzo se había renovado, como se lo aseguraba toda la comunidad. Decidió
dedicarse a examinarlo minuciosamente. Esto ocurría el 30 de diciembre de 1836.
Llega el padre José de Jesús Saavedra, O.P.
El 6 de enero
de 1837, vino por tercera vez. El asunto del lienzo exigía seguir con cuidado
el curso de los acontecimientos. A raíz de su colocación en la iglesia, la
noticia se extendió por todas partes y las quejas y críticas duraron mucho
tiempo. Escuchemos al padre Saavedra en su interesante declaración:
“...un año
después volví a la misma iglesia y vi que la misma imagen estaba puesta en el
altar mayor para su fiesta, pero enteramente diferente de la que había visto
antes. Me pareció que la habrían pintado de nuevo, pero con un algún pincel
mejor que el del maestro Bonilla y así lo expuse al padre capellán. Entonces me
refirió individualmente todo lo acontecido. La retirada de la iglesia según lo
dispuesto por mí; la consternación de las religiosas y la manifestación de la
imagen del modo que hoy se ve. Como yo debía predicar en la fiesta, procuré
asegurarme del hecho hasta donde fuera posible, resultando ser uniforme
sentimiento en toda la comunidad de que la imagen se había renovado. Por otra parte, yo estoy convencido de la imposibilidad de renovarla con pincel porque la
materia del lienzo casi ha perdido su existencia
física, como se convencerá todo el que lo mira a través de la luz. Lo cierto es
que antes era un lienzo que talvez por lo inútil e indecente lo dejarían
abandonado sus dueños en la casa donde lo encontró el doctor don Borda,
supuesto que no hubieron aprecio de él ni para llevarlo consigo ni para
venderlo en alguna cosa, principalmente cuando en Villa de Leiva hay tanta
escasez de pinturas y tanta pobreza. Hoy por el contrario es una imagen visible
que encanta con sus tiernos atractivos y atrae la veneración de todos cuantos
la conocen. La virtud acendrada del nombrado doctor Borda, que la trajo al
monasterio encargando la veneración, la
probidad notoria de su sobrino el
presbítero Marcos que certifica sobre el
caso, y según me ha dicho confirmará el
caso con la religión del
juramento, la rígida escrupulosidad de las religiosas que abandonarían hasta su
vida misma antes que aseverar una mentira, las cuales han sostenido
constantemente y sin variación ninguna lo tocante a las épocas de la imagen...”
Cuando el 6
de enero de 1837 el padre Saavedra vio el lienzo tan hermoso, hacía ocho días
exactos que las monjas estaban presenciando la progresiva y evidente. ¿Su
visita fue una coincidencia? No lo sabemos. Lo cierto es que de inmediato notó
la diferencia. Las monjas habían pedido al sacristán del monasterio, Marcos de la Borda (sobrino de don
Benedicto), que colocara en el altar mayor de la iglesita, el lienzo para la
ceremonia de renovación de los votos religiosos que en aquel tiempo la hacían
en la fiesta de la
Epifanía. Dice el padre Páez en su relación sobre la
renovación del lienzo que fue en ese momento cuando el padre Saavedra observó
el lienzo y sorprendido le dijo: “Qué hermosa está tu indiecita. Ahora quién
dirá que la quites. ¿En dónde la has hallado? Porque esta no es la pintura del
maestro Bonilla”. Confiesa el padre Páez que se sintió aturdido y solo pudo
responderle: “Este es el liencesito que V.R. me mandó quitar de la iglesia.
Ningún pintor la ha tocado”. Entonces pudo ver y reconocer él mismo el prodigio
que hasta entonces no había logrado comprobar con toda certeza.
El padre
Saavedra examinó cuidadosamente el lienzo y dijo: “Si no veo un milagro, al
menos veo un prodigio. El lienzo es el mismo, no le han puesto pincel. La
imagen está renovada”.
La comunidad
habló en el locutorio con el padre Saavedra y le manifestó cómo cada una había
conocido el lienzo y que durante los ocho días precedentes había presenciado la
renovación.
Los
sacerdotes que habían reprobado la colocación del lienzo en la iglesia, al ver
el portento obrado, aceptaron la renovación y dieron testimonio por escrito.
Estos documentos constituyen una fuente riquísima que aporta en forma casi
exhaustiva, todos los datos acerca del “hecho de la renovación del lienzo”.
Había
triunfado finalmente el despreciado lienzo, cumpliéndose la profecía de don
Benedicto: “Con el tiempo lo verás dándole culto en su altar”.
Fue un largo
proceso. El paso del aniquilamiento al esplendor. Del desprecio a la
fascinación. Todas las religiosas sabían muy bien las reacciones negativas y
las vicisitudes que a través de los años había sufrido el lienzo de don Benedicto.
Ellas estaban pues en condiciones de apreciar la magnitud del cambio evidente,
del cual eran testigos excepcionales. De ahí la fuerza y el valor de los
testimonios de las declarantes. Escuchemos algunos:
“Del día
veintisiete de diciembre de mil ochocientos treinta y seis al cinco del mes de
enero del siguiente año de ochocientos treinta y siete, todas generalmente la
vimos renovada y unas a otras nos convidábamos para verla y nos informábamos
bien si seria cierto lo que cada una veía, y cercioradas de la verdad, nuestros
corazones se llenaron de gozo y consuelo”. (Madre
María Rosalía del Sacramento, libro de documentos Rel. A la Renov. De la Virgen del Rosario de
Chiquinquirá).
Una testigo
excepcional nos cuenta: “Por el mes de diciembre de este mismo año de 1836,
intentaron cambiarla con otra imagen que trajeron del convento suprimido de mi
padre san Agustín porque las gentes criticaban lo borrado de nuestro liencesito
y a pesar de ser muy hermosa no quisimos convenir en el cambio y fue general la
oposición, ofreciendo a nuestro padre vicario le pediríamos a mi Señora con más
fervor que se renovara del todo. Esto fue como el 28 de diciembre para adelante
y tomamos con tanto empeño el asunto reuniendo siempre nuestras débiles
súplicas con las continuas y fervorosas del predilecto capellán, devotísimo de
nuestra tierna Madre” (Hermana María Inés
de los Dolores, Libro de Documentos Rel. A la Renov. de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá).
Devoción a la Virgen Renovada y
milagros obrados por Ella
A partir de
enero de 1837 comenzó una etapa gloriosa. Todos admiraban el prodigio. La voz
del pueblo proclamaba las misericordias de María y con júbilo promovía su culto
y participaba en las celebraciones religiosas.
Buen número
de seglares dieron testimonio, entre ellos, el señor Cosme Castellanos, quien
conoció el lienzo cando fue colocado en la iglesia por primera vez.
“Ciertamente,
señor, me acuerdo muy bien que en el mes de febrero de 1835, que fue cuando
vuestra paternidad, animado de la grande devoción que le ha profesado a esta
Divina Señora del Rosario, nos presentó en público, dándole culto a la misma
referida imagen de Nuestra Señora del Rosario que hoy día con tanta devoción
veneramos en su citada iglesia, en un lienzo tan roto, chorreado y viejo que
apenas se podía conocer o distinguir había sido pintada allí esta dichosa
imagen y que yo fui uno de los que al principio poca devoción le tuve... pero
dichosamente por las fervorosas oraciones de todos sus devotos y en particular
por las del venerable monasterio... he visto sin duda alguna que desde ese
mismo año (1835) se nos ha estado manifestando más y más a la cara, la hermosa
y bella pintura de esta Señora que tan oculta había estado tanto tiempo atrás,
siendo yo uno de los que he tenido la grande dicha de tener en mis indignas
manos por repetidas veces este bendito lienzo, y reparándole muy bien los
dichos rotos, chorreaduras de agua y podrido del lienzo, es a mi ver una grande
maravilla que estando de esta suerte el lienzo no se haya acabado de volver
pedazos con tantos adornos como al presente tiene el lienzo y que a más de
esto, se vea hoy día tan hermosa y tan bella que el mejor artista en la materia
la pudiera dibujar y pintar; puedo asegurar que nada de esto ha sucedido por
grandes y poderosas razones que me han convencido.
Declaro
asimismo que una de las mayores maravillas o particularidades que en esta
sagrada imagen observé, en compañía de multitud de personas, fue el día 7 de
noviembre de 1841 en que tuvimos la grande dicha de tener en el mismo
Monasterio de Nuestra Señora del Carmen de esta villa a Nuestra Señora de
Chiquinquirá su original, y como a las siete de la mañana en que se hallaba
descubierta esta preciosa imagen, salió a decir misa el señor presbítero Marcos
María de la Borda
y ayudándole yo en su expresado altar de nuestra imagen, descubriéndose también
en dicha misa y acordándome muy bien de cómo la había visto antes, la reparé en
casi todo el santo sacrificio, tan hermosa, tan bella y tan linda que parecía
la había acabado de renovar algún buen pintor y saliendo después de haber
concluido este santo sacrificio, entrándonos la admiración mutuamente a casi
todos los concurrentes, yo para ver si era que mis ojos me habían engañado, le
pregunté inmediatamente de la salida al expresado Marcos María de la Borda si había observado
acaso a nuestra dichosa imagen como se hallaba de perfecta y hermosa, a lo que
respondió que sí la había reparado muy bien causándole un asombro y devoción y
que de igual suerte había reparado la original que se hallaba colocada en el
altar mayor y también había observado como que tenía por delante una especie de
humo o simple nube a lo que yo también convine por haberme parecido así. Como
que varias personas de las que asistieron a la función comenzaron perplejas a
preguntarse si vuestra paternidad había mandado renovar la imagen según se
hallaba de hermosa, a lo que tuve que oponerme fuertemente con las personas que
sobre esto conversábamos, asegurándoles que de esto nada había sucedido y que
solo lo debemos atribuir a la mano omnipotente que nos ha querido haber este
beneficio mas quedando desde ese día para mí y para todos los otros fieles
(según sus confesiones) tan vistosa y hermosa que lo había estado antes...
Es importante
anotar que cuando el hecho de la renovación del lienzo era ya aceptado por
todos y la Virgen
bajo esta advocación recibía culto público en la pequeña iglesia, muchos vieron
una manifestación muy viva y sorprendente que les afirmó el milagro de la
renovación. Parece que esta gracia estaba destinada especialmente al pueblo. La Virgen les dejó ver en
forma impresionante su figura maternal. Es lo que el testigo nos acaba de
contar. Vamos a escuchar ahora al padre Marcos de la Borda :
“...Finalmente
añado que el día 7 de noviembre de 1841, estando celebrando en el altar de la
sagrada imagen una misa que me había pagado Juana Laverde en acción de gracias
de un favor que le había dispensado Nuestra Señora, observé que los asistentes
y entre ellos y especialmente el señor Cosme Castellanos tenía fija la vista en
la devota imagen a la que miraba con mucha atención y ternura, y habiendo esta
circunstancia llamado y excitado también la mía fijé la vista en Nuestra Señora
y me pareció que la pintura estaba nueva y bien al contrario de lo que debía
esperarse de su antigüedad y del abandono en que ha estado el lienzo.
Muy sobrio
pero muy diciente el testimonio del padre Marcos de la Borda. Esto corrobora
lo que dijimos antes: La Virgen
se dejó ver del pueblo sencillo y humilde. Además confirma que la renovación
del lienzo fue progresiva. Las religiosas que vivieron hasta bien avanzado el
s. XX decían lo mismo: Cuando tenían oportunidad de observar de cerca el
lienzo, notaban que iban apareciendo nuevos rasgos, nuevos colores. Yo escuché
a una religiosa que falleció en 1971 que las cuentas del rosario iban
apareciendo hasta quedar completo.
Otro detalle
impresionante es éste. El lienzo renovado es mucho más nítido, más vivo que el
original de Chiquinquirá. Es exacta la apreciación de los testigos: En la Original se ve como una
neblina gris que le da un aspecto opaco a la imagen. Esto lo notaron ya en
1841. Tal como se ve hoy.
Los milagros
Fueron
muchos. Sobre todo curaciones físicas. El más sorprendente por la extrema
gravedad de la enferma, es sin duda el de la hermana María Inés de los Dolores
(Hidalgo Bernón), ocurrida en 1838. Aunque ella misma nos narra esta
experiencia del amor maternal de la
Virgen en el momento límite de su enfermedad, es más valioso
el testimonio de la hermana enfermera, María del Carmen de las Angustias
(Fortoul), quien fue testigo ocular de los hechos. He aquí su relato:
“El año de 38
estando muy enferma la hermana Inés de los Dolores de un bulto que se le formó
en el vientre, los facultativos opinaban ser cangro (cáncer). Se hallaba muy
afligida y sin esperanza de remedio en lo humano. Yo era enfermera. Fui por la
tarde a visitarla y consolarla y me encontré con la divina imagen de Nuestra
Santísima Madre del Rosario de Chiquinquirá que se la habían traído a la celda
para que le pusiera unas cositas de adorno. El lienzo estaba recostado a la
pared, encima de una alfombra. La hermana estaba acostada a los pies de Nuestra
Señora. Entré y quedé edificada al verla tan pegada a la médica celestial y
aunque la encontré a mi parecer malísima, sin embargo, en el momento dije para
mí: esta hermanita se va a alentar sin mas medicinas, por su mucha fe; no es
posible que Nuestra Señora la deje desconsolada y así mismo sucedió. No
recuerdo si le dije a la hermanita lo que me dictaba el corazón y la esperanza
que tenía que se alentaría. Ella me dice que sí, y es regular que la estimulara
para que avivara más la fe. Porque yo no hallaba cómo consolarla en el grande
abatimiento que se hallaba. Siguió lo mismo hasta el día siguiente, que de las 3 a las 4 de la tarde se obró
el milagro de su completa curación. Ella me refirió lo que había pasado. Con
esta relación fue tan grande el gozo y consuelo que me dio porque me persuadí
que era lo mejor que se podía esperar, aunque no me figuré fuera tan pronto la mejoría”.
La curación
de esta monja carmelita resultó sorprendente para quienes sabían de su extrema
gravedad. Además llevaba ya nueve años padeciendo. Recordemos que María Inés
fue quien en compañía de la priora recibió el lienzo en 1813. Años más tarde lo
limpió y arregló. Ahora que se encontraba enferma se lo trajeron a la celda
para que le colocara algunos adornos. La ternura de la Virgen cambió la vida de su
fiel sierva, quien narra con emoción su propia experiencia de dolor y amor.
Curación del padre Pedro de la Motta
El padre
Pedro de la Motta
fue favorecido por la
Virgen. Lo curó de una grave enfermedad que padecía. Las
monjas pidieron a la
Virgen Renovada esta gracia. El mismo nos cuenta cómo
percibió la misericordia y ternura de Nuestra Señora.
“El año de
1836 que estuve en esa villa con el objeto de mudar temperamento por una grave
enfermedad de pecho que había padecido, conocí la misma imagen en un pequeño
altar donde se le daba culto en la santa iglesia de las carmelitas, en donde
celebré el santo sacrificio de la misa en su honor por haber yo sabido que la
venerable comunidad había interpuesto sus súplicas por mi salud a la Señora en el día 2 de
febrero que fue el mismo que me hizo crisis favorable la enfermedad. Entonces
me pareció mejor que cuando la había visto en la casa del señor doctor Borda
pero aun todavía un poco borrada...
Curación de Luisa de Jesús Villamil
La humilde
criada Luisa de Jesús Villamil, quien desde niña entró al monasterio y sirvió
toda su vida a la comunidad, recibió una señalada gracia de la Señora del Liencesito.
Luisa era muy sencilla y llena de fe. Cuentan que desde que el lienzo llegó al
monasterio, Luisa se constituyó en su más fiel devota. Su amor a la Señora del Liencesito era
profundo y ardiente. Quiso aprender a leer y lo logró en muy poco tiempo, solo
para rezarle la Novena
a la Virgen
del lienzo de don Benedicto. A esta muchacha le hizo la señora un señaladísimo
favor. Es la María
Rosalía del Sacramento quien nos cuenta este hecho.
“En el
horroroso contagio de viruelas que hubo en los años 1840 a 1842, en que fue tan
grande la mortandad que las casas quedaban cerradas porque no quedaban en ellas
ni una persona viva... a este tiempo, aquella referida seglar. Luisa de Jesús
Villamil, se contagió de la enfermedad de las viruelas, mas ella por el temor
de que la habían de sacar fuera del monasterio, calló y ocultó con sagacidad,
encomendándose muy de veras y con grande fe a esta santísima imagen nuevamente
renovada. Según el accidente en que se hallaba me vi en la precisión de que
entraran a recetarle los médicos que lo fueron los doctores Pedro Cortés y
Jesús Mateus. Y a pesar de estar brotada desde la cabeza hasta los pies, que
estaba como un enjambre, como ella misma lo confiesa, la han visto ambos
médicos, la sangraron, la pulsaron y examinaron la lengua, pero ella
constantemente pidiendo a Nuestra Señora le ocultara a los médicos y a todo el
monasterio el contagio en que se hallaba...por el temor de salir de la clausura
como lo acabo de ver por una carta que ella misma ha escrito a Nuestra Señora,
rindiéndole las gracias más humildes como nacidas de la más grande gratitud y
reconocimiento, la cual hemos visto firmada con la sangre de sus venas, como se
ve en la misma carta y ella así se lo dice a Nuestra Señora, como se lo ofreció
que lo haría en agradecimiento a tan estupendo beneficio y es constante en la
comunidad que estuvo enferma y que se vio de muerte y pidió que entrara el
confesor porque se consideró al borde de la sepultura. Se le asistía y
administraban los remedios sin la menor reserva pero en ninguna pegó el
contagio, pues todas aún sin saber este peligro, nos encomendábamos a esta
milagrosa y hermosísima Señora y a todas nos favoreció esta dulce y consoladora
Madre del referido contagio que sin duda habría concluido enteramente a este
monasterio”.
Curación del obispo auxiliar de Bogotá, José
Antonio Chávez y Vargas.
Monseñor
Chávez y Vargas vino a esta villa en julio de 1850, invitado por el padre José
Joaquín Páez Murcia, O.P., a consagrar unas aras para el nuevo templo de la Renovada. Al llegar
se enfermó. El padre José Santos Torres, capellán y médico del hospital de esta
villa, administrado por los religiosos de San Juan de Dios, lo examinó y dio un
diagnóstico muy serio. Entonces el padre Páez y las carmelitas confiaron a la Virgen Renovada
esta necesidad.
El enfermo
por su parte le prometió que “sería su esclavo y defensor de la renovación en
su expresada imagen” si le devolvía la salud. La Virgen lo curó en forma
instantánea, apenas acabó de pronunciar las palabras de su solemne promesa.
Omitimos por
brevedad otros muchos casos. Sencillamente la Virgen del Lienzo fue conquistando los corazones
al derramar una lluvia de gracias sobre sus hijos.
Los cultos tributados a la Virgen Renovada de
Villa de Leiva
El arzobispo
de Bogotá, monseñor Manuel José Mosquera, visitó Villa de Leiva en marzo de
1842. Estaba ya muy informado del asunto de la renovación del lienzo, las
controversias suscitadas y los cultos que se le estaban tributando. La priora y
el capellán le refirieron todos los detalles del hecho. Parecía poco convencido
y decidió examinar minuciosamente el lienzo. Lo mandó bajar del altar y
llevarlo a su habitación. Allí en presencia de muchos sacerdotes, miró y palpó
detenidamente cada detalle. Mientras tanto las monjas estaban orando en el
coro. Sabían muy bien que el momento era decisivo, pues monseñor tenía
intención de prohibir la veneración pública de la nueva advocación de la Virgen. Es más, venía
dispuesto a quemar el lienzo para acabar con el problema, quitando así a los
enemigos de la Iglesia
nuevos motivos para atacarla, ya que este punto de las renovaciones milagrosas
era para ellos ocasión de fuertes criticas que desprestigiaban la religión
católica en la Nueva
Granada.
Las monjas
temían con toda razón por la suerte del lienzo. El corazón del padre Páez
palpitaba atropelladamente por los sentimientos más encontrados. Él mismo
atestigua que mientras tenía el lienzo en sus manos, acompañado por muchos
sacerdotes, se dirigió a la imagen y le dijo con lágrimas: “Ea pues, Mamá
Linda, defiéndase, porque si el prelado lo dispone, yo mismo la quemo y no
volverá a su altar”.
La bajaron y
la llevaron procesionalmente con letanía hasta la presencia del Arzobispo. Este
al verla se sorprendió y frente a la ventana de la sala, sostenida por los
sacerdotes, la examinó. Duró más de hora y media. La miró largamente por ambos
lados. Vio detenidamente los rotos y remiendos. Contempló cómo se veían los objetos
a través de los hilos que lo hacían transparente. No halló rastro alguno de
pintura. Entonces dijo: “Padre, vaya, colóquela en la iglesia, tribútenle culto
y mañana le digo yo misa”. Y volviéndose al padre Marcos de la Borda que era sacristán y
segundo capellán del monasterio, golpeándole con amabilidad el hombro le dijo:
“Y Ud. me la paga”.
El 7 de marzo
de 1842 se solemnizo en una velación a la imagen en su altar. Celebraron misas
desde las 5 de la mañana hasta las 12 del día. Hicieron fiesta con pólvora y
música por la alegría de haber obtenido la aprobación del prelado.
El padre Páez
le refirió al Arzobispo que algunos sacerdotes, celebrando misa ante el lienzo,
habían tenido éxtasis, quedando suspendida la celebración, arrebatados por la
belleza de la imagen. Monseñor Mosquera se sonrió. Al día siguiente celebrando
la misa que le ofreció a la
Virgen , le pasó lo mismo, lo cual fue notado por todos los
sacerdotes que rodeaban el altar. Incluso un lego (Leonardo Mogollón) al ver
perdido al Arzobispo, se le acercó para advertirle en qué parte de la misa iba.
Sencillamente,
una vez más el humilde lienzo de don Benedicto había pasado la más decisiva
prueba de fuego y había salido victorioso.
Al día
siguiente visitó monseñor el monasterio y pudo contemplar los huertos llenos de
verdor. Las monjas habían hecho una rogativa llevando el lienzo en procesión,
pidiendo a la Virgen
cosecha de frutas y también flores para el altar. La Señora les concedió lo que
pedían. Los manzanos dieron fruto en abundancia y hubo muchas flores para el
culto. Era una prueba más del entrañable amor hacia sus hijas.
Primera romería: La Renovada visita la ciudad
de Tunja
Los
monasterios de monjas de esa ciudad pidieron que la imagen renovada fuese
llevada en romería. Solicitaron el permiso al arzobispo de Bogotá y en marzo de
1845, salió de esta villa en medio de las aclamaciones de sus hijos. Con gran
fervor recorrieron a pie la larga jornada, rezando y cantando a la Virgen. El lienzo iba
dentro de una caja adornada. En el camino levantaron arcos y altares donde
hacían estaciones y exponían la imagen para rendirle homenajes de amor filial.
La ciudad de
Tunja se preparó para recibirla. En la iglesia mayor de la ciudad fue
obsequiada con velaciones y rosarios. Llevada luego a la iglesia y convento de
los padres dominicos donde permaneció 11 días. Allí le tributaron magníficos
cultos.
Después de
una solemne procesión por los claustros dominicanos, fue trasladada a la
iglesia de los padres franciscanos, donde hicieron velación al Santísimo con
sermón y en la noche lo mismo. De allí fue al hospital donde recibió los más
sentidos homenajes. Todos admiraban la hermosura con que se dejó ver en el
lienzo que contrastaba con la desolación de aquella iglesia casi abandonada y
ahora tan adornada para recibir a la Virgen. Por calles adornadas de fiesta salió
hacia el monasterio de Santa Clara que tanto deseaba la visita del lienzo
renovado. 15 días permaneció entre las monjas clarisas, primero en clausura y
luego en la iglesia. Pasó luego al Monasterio de la Concepción , donde
tenían preparada una velación al Santísimo y a continuación la entraron a la
clausura. Después fue a la parroquia de Santa Bárbara.
Una gira
triunfal donde derramó consuelo y misericordia sobre toda la ciudad. Las
autoridades estuvieron presentes en todos los actos.
El lienzo
había salido de esta villa el 30 de marzo de 1845 y regresó el 8 de mayo del
mismo año. Fueron 40 días derramando gracias. De esta forma se fue arraigando
el culto y devoción a la
Virgen Renovada.
Esto hizo más
evidente a la comunidad y al capellán la necesidad de buscar una solución
adecuada al problema de la falta de lugar para colocar la imagen y mantener su
culto. La iglesia del monasterio era muy pequeña y allí estaba el trono de la Reina y Madre del Carmelo.
No había espacio disponible ni podían disputarse el primer lugar en su altar.
Esta era una necesidad sentida desde años atrás. Ya habían realizado diversas
diligencias y ante las enormes dificultades, Dios les había mostrado una luz
que despejó todos los obstáculos. Lo veremos en seguida.
La comunidad se lanza a una nueva hazaña:
construir un templo nuevo.
La rápida
expansión de la devoción a la Virgen Renovada mostró a las monjas y al capellán
que era necesario construir una nueva iglesia para colocar el lienzo y darle
culto. El proyecto era sencillamente una locura, teniendo en cuenta las
circunstancias políticas, económicas y religiosas del país. La comunidad no
tenía dinero ni bienes para semejante obra. No había tampoco espacio disponible
para construirla. Los obstáculos parecían invencibles pero todos reconocían que
era una necesidad inaplazable pensar en un lugar adecuado para acoger los
numerosos peregrinos. La comunidad vive un momento de enorme trascendencia
histórica. Es muy interesante conocer detalles de la reflexión que hicieron las
protagonistas. Gracias a Dios la cronista de la comunidad nos dejó preciosos
datos que logró recoger de labios de las religiosas. Nos llega así una noticia
fresca, con ese sabor delicioso de los diálogos comunitarios.
Veamos la
sencillez teresiana y la valentía de quienes se lanzaron a una empresa que
asombró a muchos.
-Es muy
pequeña la iglesita, decía nuestro padre Páez y las dos Señoras del carmen y de
Chiquinquirá no pueden disputarse en ella el primer puesto. Hay que levantar
otra.
-Sí. Pongamos
manos a la obra
-Cómo. ¿El
edificar una iglesia es cosa de juego? ¿Dónde están los recursos para tal
empresa?
-En las arcas
de la Divina
Providencia. ¿Con qué hizo Nuestra Santa Madre tantos
conventos?
-Jesús qué cabezas
tan llenas de viento. Mi santa Madre tenía mucha fe y nosotras no. Pero bien.
¿En qué quedamos? ¿Hacemos o no, iglesia?
-Sí, señor,
la hacemos. ¿Dónde? Tomamos parte del edificio que está a espaldas de la
iglesia y se hace ésta un tanto más grande.
-Pues bien,
oremos y Dios marcará su voluntad.
Esto pasaba
en 1842.
Todo parecía
imposible. La mayor dificultad era hallar el sitio para construirla. El padre
Páez no quería que las monjas destinaran terrenos pertenecientes al edificio
para construir la iglesia. Es un gesto que merece gratitud eterna. Habría sido
un destrozo irreparable. Este santo sacerdote tuvo una visión inteligente del
futuro que impidió algo supremamente perjudicial. La actuación prudente del
capellán es tanto más valiosa si consideramos que las monjas estaban decididas
a ceder parte del patio central. Incluso hicieron una especie de plano. Querían
convencer al capellán que ésta era la salida más conveniente. Y siempre
encontraron un no rotundo a esta propuesta. Al padre Páez le parecía absurdo
dañar así el edificio del monasterio.
Sin duda
iluminado por Dios, ordenó a la priora, madre María Rosalía del Sacramento
(Díaz Gutiérrez), fuera al coro e hiciera oración y no saliera de allí hasta
conocer la Divina
Voluntad. Obedeció la Madre y después de dos horas de intensa oración,
salió y dijo al padre Páez: “La iglesia queda muy bien en el punto que hoy es
calle pública”. El padre Páez quedó pensativo y guardó silencio.
Pocos días
después vino al torno una anciana que vivía en el cerro llamado de
“Marmolejo”
y dijo a la hermana tornera: Qué función tuvieron anoche tan bella desde mi
casita la vi. ¿Qué vio ud? le preguntó. “Vi esa procesión tan concurrida y con
tantas luces que hicieron aquí en la calle de qué santo era”?
Señales dadas por Dios para confirmar su
voluntad manifestada a María Rosalía? Sí. Es posible.
El padre Páez
nos narra a su vez cómo opinaban las monjas y qué pensaba él.
“Las
religiosas decidieron edificarle una capilla. Se presentaban casi los
imposibles mismos porque no había terreno donde construirla, ni arquitecto que
dirigiera ni fondos para tan inmensos gastos. Se presentan varios proyectos,
como alargar la iglesia hacia la parte del convento y no se pudo; edificar la
capilla en el espacio que ocupa el terreno, la portería y demás del edificio
hasta la esquina y tampoco se pudo. Se dice que se construya frente a la
iglesia del monasterio, en parte del solar perteneciente a la casa de los
capellanes y con un arco al coro del Carmen para la comunicación de las
religiosas y menos se pudo. La prelada y la comunidad resuelven que se
construya la capilla entre el patio del convento, formando con la Iglesia como dos naves,
pero al ver el destrozo que padecía el edificio del monasterio porque perdían
algunas celdas y quedaba un patio muy reducido, no pude aprobar la resolución
de las religiosas, sin embargo de sus instancias, y para persuadirme formaron
un mapa de cartón con mucho arte sobre una mesa pequeña que representaba el
patio del convento y ciertamente la sola vista del mapa agradaba, pero
permanecí constante y les dije que entonces no tomaría parte en la construcción
de la capilla, porque no podía sufrir que se desfigurara la casa santa que
habitaban.
En semejante
apuro dije a la prelada. Su reverencia preséntese delante de Dios. La oración
de esta noche la tiene pidiendo al señor se digne manifestar dónde quiere su
majestad que se haga la capilla para la imagen de su Santísima Madre Renovada,
si fuere de su agrado y este es el punto que le señalo. Al día siguiente me llamó
la prelada al locutorio y me dijo: “Que había cumplido con mi expreso
mandamiento y que había visto una muy hermosa construida en la calle pública
del mismo monasterio”. Como ésta era muy angosta le contesté que no tocara más
imposibles porque suponiendo que nos permitieran la fábrica de la iglesia en la
calle, quedaría un callejón estrecho. “Mi padre, me respondió su reverencia, la
iglesia queda en todo su espacio de largo y ancho que se quiera darle, para lo
cual se comprarán las casas y solares que forman la calle y queda una plazuela
con el paso libre para la calle de la portería entre la iglesia que se
construya y la casita de los capellanes”. Le repliqué: ¿Y si los dueños no
quieren vender las casas y solares? Y si venden, ¿con qué compramos? Me dio la
solución su reverencia, diciéndome: Nuestra Mamá Linda nos da con qué. Es de su
agrado que se le haga la iglesia, la Divina Providencia
protegerá esta obra y todo se facilitará, ya lo verá mi padre”.
Hemos
escuchado la narración acerca de los inicios de la obra. Cada relato está
cargado de la exquisita sencillez, de la verdad limpia y la asombrosa osadía de
unas monjas de auténtica talla teresiana. Apoyas en el poder de Dios, creyeron
que la nueva Iglesia sería una realidad por encima de las enormes dificultades
que parecían cerrar el camino al proyecto.
Información y solicitud de licencia del
Arzobispo de Bogotá
El primer
paso es informar con toda llaneza al prelado. El 28 de septiembre de 1844, la
priora María Rosalía pide permiso a monseñor Manuel José Mosquera. Le
manifiesta la necesidad de tener una capilla más grande. Que ésta se construirá
unida al edificio del monasterio y con el coro formará una sola iglesia (se
refiere a la forma como quedará unida la Capilla del Carmen a la nueva iglesia). Le dice
abiertamente que a imitación de Santa Teresa, la obra se hará con la ayuda de la Divina Providencia.
El arzobispo
responde afirmativamente en una breve nota escrita a continuación de la
petición de la priora. Dice textualmente: “Bogotá, octubre 8 de 1844.
Concedemos licencia para construir una capilla a Nuestra Señora de
Chiquinquirá, contigua y formando mi mismo cuerpo con la Iglesia del Monasterio del
Carmen de Villa de Leiva. El Rvdo padre capellán del monasterio queda
autorizado para todo lo que sea necesario en dicha obra. El Arzobispo”.
Licencia de las autoridades de esta Villa para
construir la Iglesia
en la calle pública.
República de la Nueva Granada
Jefatura del
Cantón
Leiva,
diciembre 12 de 1844
A la muy R.
Ma. Priora y Venerable Comunidad de Carmelitas Descalzas de esta villa.
Jefatura del
Cantón de Leiva, 12 de diciembre de 1844. La Jefatura Política
en vista de las ventajas que le resultan al culto público de la Majestad Divina en
la Iglesia
del Monasterio de Carmelitas de esta villa como las que le vienen por una
consecuencia inmediata a la prosperidad temporal del Cantón, no tiene embarazo
en conceder la licencia que solicita la R.M. Priora del convento de carmelitas de esta
villa en su representación que dirigió a la Gobernación de la Provincia con este
objeto, supuesto que la Ley
de Policía y demás que detallan las funciones de la Jefatura no las impidan.
Más como se presenta el inconveniente de las casas que se encuentran en la
calle, el cual no puede conciliarse sino comprándose por el reverendo padre
capellán y la madre priora a sus dueños, lo procurarán allanar lo más pronto
posible que puedan para comenzar a disfrutar de este permiso sin obstáculo
alguno. Archívese la petición que se menciona y comuníquese a la madre priora y
capellán. Luis Neira. Juan Nepomuceno Ferro Gómez, Secretario.
Y lo comunico
para los fines que convengan y como resultado.
Dios guarde a
V.M.R. muchos años.
Firmado: Luis
Neira (Hay una rúbrica)
Las
autoridades reconocen que esto contribuirá a la “prosperidad temporal del
cantón”. Y no se equivocaron. Manifiestan el inconveniente de las propiedades
ubicadas en la calle frente al monasterio. Eran varias casas y solares. Esto no
fue una sorpresa para las monjas. Estaba previsto y sabían que la única
solución era comprarlas. Es más. Ya en 1842 habían comprado las monjas un
cuarto de solar y un cuarto de vivienda a Dolores Ramírez. En 1846 compran un
solar y casa, pertenecientes a la
Cofradía de las Ánimas.
En 1856,
María de los Santos Torres, otorga escritura de donación de una casa y solar a
favor del monasterio de carmelitas de esta villa. En 1857, Concepción y
Custodia García y los herederos de Luisa García representados por Agustín
Landínez, otorgan escritura de donación a favor del monasterio de dos pedazos
de solar.
En esta forma
se superó uno de los obstáculos más difíciles.
Colocación de la primera piedra e iniciación de
la obra del nuevo templo.
En julio de
1845 tuvo lugar la colocación de la Primera Piedra. En medio del regocijo y la
esperanza, confiando totalmente en la ayuda divina, trajeron procesionalmente
la piedra desde la Plaza
Mayor de esta villa hasta la puerta de la Iglesia del Carmen. El
pueblo participó alborozado. En medio de las dificultades surgía un proyecto
que con el paso de los siglos se convertiría en un santuario entrañablemente
querido por todos. El amor a la
Virgen era la fuente de confianza para allanar todos los
obstáculos. Faltaba muchas veces el dinero, los materiales, las personas
capacitadas para dirigir la obra pero todo aparecía en el momento oportuno. Con
toda razón fue llamado “El Templo del Milagro”.
El maestro
Ciríaco Chávez, constructor de la iglesia parroquial de Jenezano se encargó de
la dirección de la obra. Según el contrato de trabajo firmado por la priora, la
comunidad se comprometió a aportar la mano de obra, los materiales y las
herramientas. Consta que cuando el maestro Chávez vino a tomar medidas, quiso
retirarse porque no había ni una herramienta. Aquello era sencillamente un
sueño y nada más. Muchos al ver las dimensiones de la iglesia, pronosticaban
que duraría muchos años su construcción si era que llegaba a concluirse. Tenían
razón. Pero la Virgen
fue demostrando que nada es imposible para Dios. La generosidad de la gente se
hizo patente. Comenzaron a llegar donaciones. El pueblo colaboraba con su
propio trabajo en jornadas organizadas por el padre capellán. Todos
participaban en el acarreo de material desde muy lejos. Entre cantos y
oraciones a la Virgen ,
abrigaban una ardiente esperanza de ver un día terminado el nuevo templo muchas
veces llegaba aquello que más se necesitaba sin haberlo pedido. Una verdadera
cadena de prodigios que aumentaba la fe y el amor en todos los devotos de la Virgen Renovada.
En cinco años levantaron el edificio. Esos muros enormes que hoy admiramos,
fueron hechos con las manos y el corazón de un pueblo que cree y ama.
La priora
escribió cartas a muchísima personas amigas y benefactoras de la comunidad,
solicitando ayuda para la obra.
Como se dijo
antes, cinco años duraron los trabajos. En 1850 estaba ya el templo construido,
aunque faltaban aún muchos detalles. Un tiempo realmente corto para una obra
tan grande, en un lugar supremamente pobre. La Providencia Divina
se hizo patente, pues la obra exigió costos inmensos en aquella época.
El humilde
lienzo de don Benedicto de la borda es colocado solemnemente en el trono del
nuevo templo de la
Virgen Renovada.
El 30 de diciembre
de 1850, en medio del regocijo de todo el pueblo y con la presencia de más de
40 sacerdotes, tuvo lugar la bendición del nuevo templo. Al amanecer del día
31, todos esperaban con inmensa alegría el momento de la colocación del lienzo
en su nuevo trono. Después de la eucaristía expusieron el Santísimo en una
custodia nueva y organizaron la procesión, llevando el Santísimo y el lienzo de
la Virgen ,
junto con los ángeles y patriarcas que fueron bendecidos y colocados en el
altar. Estaban presentes el gobernador de la provincia, el fiscal y los
ministros y las autoridades del cantón 17 sacerdotes llevaban el palio. A las
diez de la mañana salió la procesión hacia la Plaza Mayor. En cada
esquina de esta estaba preparado el sitial para el Santísimo. Llegaron a la
iglesia mayor donde fueron recibidos por el párroco y de allí emprendieron el
regreso a la nueva iglesia. Fue una procesión excesivamente lenta, pues dice el
padre Páez que “llegaron cerca de la una de la tarde al nuevo templo”.
Procedieron luego a la colocación del Santísimo en el sagrario y el lienzo de la Virgen en su trono. Dice
asimismo el padre Páez que “el acto de la colocación se vio pero no se
explicará jamás. Los conciertos músicos, los cánticos del coro, los castillos
de pólvora, las descargas y sobre todo la vocinglería del tumulto, que unos
gritaban, otros suplicaban y la mayor parte lloraban. Así terminó la función
más patética, más fervorosa, más tierna y más devota”.
El mismo día
31 por la tarde celebraron las vísperas del santísimo con igual participación
de todos. El 1 de enero de 1851 fue la primera fiesta del Santísimo en el nuevo
templo, con misa nueva y empezaron ejercicios públicos desde las 5 y media
prolongando estas funciones durante 15 días. El día de enero le celebraron
fiesta a la imagen de la
Virgen Renovada , luego dedicaron un día a cada uno de los
santos protectores de la obra del Templo del Milagro. Concluyeron estos
festejos con una procesión con la imagen de Nuestra Madre Santísima del Carmen
por la plazuela del nuevo templo y luego la colocaron en el camarín.
Pero no
fueron solo sermones, novenas, misas, procesiones, rosarios, salves etc., lo
único de aquellos largos días de fiesta. Hubo también festejos populares.
Música, pólvora, bailes, licores, pero todo en plena armonía, gozo y paz y esto
lo destaca el padre Páez, porque parece que en esta villa no faltaban hechos
violentos en estas ocasiones. Celebrando la bendición del nuevo templo “no hubo
desafíos ni heridas...” y el fervoroso dominico lo atribuye a la Virgen Renovada.
Es importante
destacar aquí que la bendición del nuevo templo se realizó en un momento
histórico difícil por la situación del país. Por eso dudaron antes de decidir
si la colocación de la imagen se hacía en forma pública o privada. Finalmente
hicieron fiestas estruendosas y nadie objetó nada. Diez años más tarde
estallaría la más cruel persecución religiosa.
La consagración del templo de la Virgen Renovada de
Villa de Leiva
Cinco años
después de la terminación y bendición de la obra, tuvo lugar la solemne
consagración. El pueblo vibraba de alegría. La comunidad había organizado ya en
forma sólida el culto a la
Virgen en sus dos advocaciones en sus respectivos templos. La
nueva iglesia estaba concluida con todos los detalles de ornamentación y
elementos necesarios para el culto. Cabe preguntarse porqué tardaron cinco años
para consagrar la iglesia. Es probable que haya influido el ambiente político
que cada vez simpatizaba menos con la Iglesia granadina. Recordemos que en este tiempo
se está gestando la revolución y las manifestaciones religiosas eran cada vez
más atacadas. La jerarquía estaba en la mira del gobierno. Lógico que esta
situación tuvo que influir y retardar este acontecimiento de la consagración.
Sin embargo la celebración fue solemnísima, con mucha publicidad, regocijo y
participación de las autoridades y del pueblo. El Gobernador de la Provincia había sido el
gran impulsor de la obra, autorizando su construcción en plena calle pública y
honrando con su presencia los actos más importantes.
Como para
estas fechas ya monseñor Mosquera había fallecido y monseñor Herrán el nuevo
arzobispo no podía desplazarse para presidir la ceremonia de consagración del
nuevo templo, fue preciso esperar. Cuando llegó la noticia del nombramiento de
fr. Bernabé Rojas, O.P., como Obispo de Santa Marta, surgió la idea de que
fuera él quien hiciera la consagración del templo como delegado del Arzobispo
de Bogotá. Este era el deseo del padre Páez y quizás le pidió esta gracia a la Virgen. Lo cierto es
que antes de hablar sobre el particular, se adelantó el nuevo obispo dominico
ofreciéndose para esta misión. El fervoroso capellán quedó muy conmovido ante
esta ternura de su amadísima Virgen renovada. Monseñor Rojas había sido testigo
presencial de la renovación del lienzo, luego visitó muchas veces a la Virgen y desempeñó por
algún tiempo el oficio de capellán del monasterio.
Es
interesante conocer un poco los detalles de la fiesta de la consagración del
templo. Es el padre Páez quien nos narra aquellas jornadas de júbilo y acción
de gracias que fueron el broche de oro de diez años de esfuerzos, oración,
trabajo y total confianza en la Divina Providencia.
“E1 día 11 de
julio de mil ochocientos cincuenta y cinco, fue recibido públicamente en este
lugar, con el mayor respeto por el pueblo y personajes notables, el antiguo
capellán, el testigo de la renovación, el predicador de la misma, pero ¿cuál
sería la ternura, el gozo, la consternación y la impresión que este alegre
recibimiento causaba en el alma del infrascripto? Solo está reservado al saber
de Dios porque no es posible decir lo que apenas se ha podido sentir.
El día 13 de
julio, aniversario del inicio de la obra, diez años antes, con inmensa alegría
vivieron el feliz acontecimiento de la consagración. Todos colaboraron en la
preparación de la tienda de campaña que tenía “más longitud, altitud y
comodidad que la pequeña iglesia del carmen. Con sacristía y lugar
proporcionado para los músicos y cantores, con portada, torre y dos campanas.
Toda la tienda de campaña cubierta y decorosamente adornada, alfombrada y con
el estrado hasta la plazuela. Con asientos bastantes. Colocado el solio de
damasco y pontificio en su propio lugar. Dividido el recinto episcopal y del
clero por barandas...”
Nos describe
luego minuciosamente todos los detalles de la larguísima ceremonia. El pueblo
participó en cada acto con profunda fe. Con ternura casi contagiosa nos narra
cada paso para mostrarnos cómo van quedando “repletos de bendiciones” los muros
exteriores e interiores, el trono, el piso, las imágenes, las cruces, las mesas
y utensilios del altar etc. El pueblo estaba como anonadado ante la majestad de
aquellas ceremonias que iban consagrando para Dios el templo labrado con las
manos de tantos hombres y mujeres de fe, movidos por el amor mariano más
acendrado. Por eso gozaron lo indecible viendo consagrado aquel lugar santo que
un día soñaron.
El 19 de
julio concluyeron las fiestas de la dedicación con un gesto filial muy
significativo por cierto. Monseñor Bernabé Rojas, antes de despedirse de esta
villa, quiso colocar su mitra a los pies de la Virgen , implorando para él
y su rebaño, todas las gracias que necesitaba para ser un Buen Pastor.
Y termina su
relato el padre Páez, desafiando a los adversarios: “Blasfemen y contradigan
las obras omnipotentes de Nuestro Santísimo Dios... Digan los insensatos que la
imagen hoy venerada no es del pincel divino, que a todo respondemos con hechos
manifiestos. Con la construcción del templo entre las dificultades que tocaban
lo imposible. Respondemos con los ornamentos y adornos. Con los beneficios
recibidos. Con la perpetuidad y constancia de los cultos. Con el unánime
consentimiento de los verdaderos católicos. Con las aprobaciones refrendadas
por los prelados de la
Iglesia. Y respondemos en suma con la consagración misma y
con tantas y tantas coincidencias”.
Admirables
las obras de Dios. 21 años después de la renovación, milagros del humilde
lienzo y triunfando de mil dificultades, corriendo enormes riesgos, finalmente
se cumplía la profecía de aquel santo sacerdote: “Con el tiempo lo verás
dándole culto en su altar”.
Pero la
azarosa y a la vez gloriosa historia del lienzo no termina aquí. Debía afrontar
otros peligros de los cuales salió también victorioso. Es que este lienzo tiene
un destino misterioso: mostrar el poder de Dios a través de signos muy
humildes. De no ser así, habría desaparecido hace mucho tiempo.
En 1863 la Iglesia granadina pasaba
por una época de infortunio. El gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera desató
la más encarnizada persecución. Los monasterios fueron objeto del más salvaje
atropello. En 1863 le tocó el tumo a este monasterio que pasó por la prueba de
la expulsión, permaneciendo la comunidad siete años en la casa de los
capellanes, ubicada exactamente donde hoy se levanta el hermoso convento de
nuestros padres carmelitas descalzos, nuestros capellanes. Hacía tres años que
se estaban ejecutando las órdenes de Mosquera y casi todos los monasterios
existentes en la Nueva
Granada habían sido víctimas de la maldad y ambición. Quizá
la distancia de la capital del país favoreció bastante a esta comunidad, pues
se mantuvieron muy informadas del curso de los acontecimientos en diversos
lugares y pudieron preparar la salida, protegiendo al menos los enseres y
elementos del culto. El lienzo de la
Virgen fue empacado cuidadosamente y llegado el momento
pudieron poner a salvo el precioso lienzo. En medio de la estrechez y pobreza
de su nueva casa, hallaron un lugar para darle culto a la Virgen. Y una vez más
Dios iba a mostrar que el invencible lienzo estaba destinado a desafiar todas
las vicisitudes.
Es la
cronista quien nos cuenta el hecho asombroso del que fueron testigos no solo
las monjas sino los sacerdotes que estaban presentes. Escuchemos su relato:
El 14 de
octubre de 1863 se hacía por primera vez una velación solemne en el oratorio.
Celebraba la misa el señor presbítero Dionisio Rodríguez después de haber
celebrado el señor presbítero doctor Bonifacio A. Toscano, electo dos años
después Obispo de Pamplona. Nuestro padre José Joaquín Páez y el Rvdo. P.
Rodríguez. Al tiempo del ofertorio, abrió para salir el R.P. Rodríguez el
bastidor de vidrieras que daba al claustro: agitó el viento uno de los cirios
cuya llama prendió en un ramo de flores artificiales y de allí pasó en brevísimos
instantes a los adornos del pequeño altar. El cuadro de Nuestra Señora de
Chiquinquirá ocupaba el principal lugar, colocado todavía en una caja estrecha
de madera en la cual lo habíamos guardado antes de la expulsión para ocultarlo.
Dos cortinas de damasco de seda cubrían el interior de la caja y puertas y en
ellas prendió el fuego con fuerza. Todo el altar era una llama y ésta había
subido al cielo raso de lienzo del oratorio. El celebrante tomó en sus manos la
custodia en la cual estaba el Santísimo Sacramento y se retiró a un ángulo del
oratorio. Los demás sacerdotes trabajaban en apagar el fuego y nosotras
llevábamos para ello agua y ramas empapadas en ella, pero el fuego no cedía.
Por fin nuestro padre Páez, con esa fe que lo caracterizaba, dijo, puesto de
rodillas y dirigiéndose a nuestra Señora: “Mamá Linda defiéndase de las llamas”
y entonó el Magníficat. Al pronunciar esta palabra descendieron todos los
adornos del altar en su mayor parte reducidos a cenizas y el fuego se
extinguió. Creímos que el cuadro de Nuestra Señora, tesoro de inestimable valor
para nosotras había sido reducido a cenizas, pero luego que el humo se disipó,
tuvimos el indecible consuelo de ver que era éste el único objeto que el fuego
había respetado. Pocas horas después, examinándolo de cerca hallamos que se
había saltado una esmeralda del cetro y ahumado un poquito una pequeña parte
del marco de plata, sin haber tocado el fuego ni aun la seda porque estaban
puestos los adornos ni los pequeños plumajes de los ángeles que la coronan, sin
embargo de haber quedado reducido a cenizas el velo que lo cubría y que durante
la función estaba levantado”.
El lienzo
salió milagrosamente ileso. A la voz del fervoroso capellán que implora
sencillamente un milagro de la
Virgen , el fuego obedece y de inmediato se extingue. Una vez
más supera la prueba del fuego. La primera fue la del Arzobispo que estaba
decidido a acabar con los problemas suscitados a raíz de la renovación.
Este lienzo
que veneramos hoy, lleva casi dos siglos predicando desde su silencio elocuente
que está destinado a sobrevivir.
Con el correr
de los tiempos cambiaron también los avatares del humilde lienzo. La ambición
de los hombres quiso arrebatarle las alhajas que sus devotos le habían regalado
como muestra de amor y gratitud. Efectivamente, en la segunda mitad del s. XX.,
experimenta el pobre lienzo otro golpe, esta vez para despojarlo de las joyas.
El 29 de mayo de 1960, los amigos de lo ajeno penetraron en la iglesia,
rompieron el vidrio del cuadro y le robaron la corona de la Virgen y el Niño, el cetro
y que poseía, otros adornos valiosos que poseía. Nuevamente el lienzo salió
ileso. Habría podido quedar destrozado por la forma como fueron arrancadas las
alhajas. El pobre lienzo totalmente frágil y sin embargo nada le pasó. Una vez
más el lienzo salió victorioso. 20 años más tarde, el 25 de marzo de 1980, el
lienzo fue objeto de la ambición, creyendo que tenía joyas muy valiosas. Dos
hombres rompieron las puertas de la iglesia, abrieron los dos sagrarios pero no
encontraron el Santísimo, rompieron el vidrio del cuadro de la Virgen Renovada ,
le arrancaron la corona y otras joyas que no tenían valor pero el lienzo no
sufrió ningún daño. No hay duda. El humilde lienzo de don Benedicto de la Borda está protegido por la
mano invencible de Dios. Enteramente frágil. Tan pobre y débil ha sido escogido
como instrumento y signo de la omnipotencia divina. Es un lienzo a prueba de
fuego. Sin embargo parece que se deshace con solo mirarlo.
En este
recorrido histórico, hemos seguido paso a paso, aunque en síntesis ciertamente,
la andadura del portentoso lienzo, desde el momento que fue hallado en la casa
arruinada por el santo capellán del monasterio en el año de 1810. Lo hemos
visto entrar a la clausura en 1813. Es recibido con muy poco entusiasmo por las
monjas. Sin embargo, logra un honroso lugar en el cuarto de enseres viejos y
esto en atención a que era regalo del santo capellán. Pasan los años y el
lienzo permanece bajo la mirada unas veces incrédula y otra devota de las
monjas. Silenciosamente va conquistando el corazón de algunas. Llega la época
de los milagros portentosos. Al fin le brindan veneración por la época de
Navidad. Sale de la penumbra, les deja ver algunos destellos de luz. Finalmente
deslumbra a la comunidad con el resplandor de su renovación. Sigue la difícil
etapa del culto público en que recibe ataques de diversos flancos. Hace una
gira triunfal y regresa a la villa. Crece el número de sus devotos y surge la
necesidad de un templo grande. 10 años más tarde es colocada con inmensa
alegría en su trono. Acompaña a sus amadas hijas en el destierro. Allí sale
ileso del fuego. En el s. XX le arrebatan sus joyas y nuevamente sale ileso el
humilde lienzo. Definitivamente “Mamá Linda” está revestida de la omnipotencia
de Dios.
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