Reina de Colombia, guárdanos en tu corazón. Foto Julio Ricardo Castaño Rueda |
Al reverendo padre fray
Joaquín Páez.
Cuando una madre, de su hogar
en torno,
amorosa congrega a su
familia,
cada uno de sus hijos le da
el nombre,
que amor, respeto y gratitud
le dicta;
y ella indulgente los acepta
todos,
dando en cambio dulcísimas
caricias.
Cada uno de los hijos un
retrato
tiene de aquella que le dio
la vida;
y después con mano generosa
los colma de favores cada
día.
Nombre distinto y diferente
traje
tiene cada retrato: del
artista
se admira el genio en uno, y
en los otros
del aprendiz revelan la
impericia;
pero cualquier imagen,
cualquier nombre
a cada hermano igual respeto
inspira;
porque igualmente todos le
recuerdan
la dulce madre que les dio la
vida.
Muy diferentes dones
respetuosos
ofrecen los hermanos a
porfia:
este un rico aderezo de
diamantes,
aquel un lindo anillo de
amatistas,
el uno un traje de vistosa
tela,
el otro un ramillete, otro
una cinta,
y el hermano menor, que aún
es muy niño,
solo ofrece una flor pobre y
marchita.
La buena madre los diversos
dones
acepta en el momento
agradecida;
pero el más pobre don, el más
humilde,
con más ternura y gratitud lo
mira.
Esa madre tan tierna y tan
amante,
eres Tú, Sacratísima María,
y el menor de tus hijos, el
más pobre
yo, que caigo a tus pies de
rodillas.
Más aunque débil soy y
miserable,
nadie en amor me excede,
madre mía;
y por eso venero los mil
nombres
con que tus fieles hijos te apellidan;
por eso las imágenes
hermosas,
en que de Vásquez el pincel
se admira,
y las toscas imágenes que
muestran
de torpes aprendices la
impericia,
todas mi corazón conmover
saben,
todas respeto y gratitud me
inspiran.
Estos versos tan pobres y tan
rudos,
que mi amor y fe sinceros
dictan,
Tú los aceptarás, oh dulce
madre:
Son del hijo menor, la flor
marchita.
Te pido en cambio de mi pobre
ofrenda
ventura y paz para la patria
mía;
la fe para los pueblos que de
Cristo
al blando yugo la cerviz no
inclinan;
para mi buena madre enferma,
anciana,
larga existencia, próspera y
tranquila.
colma de bendiciones y
ventura
a la fiel compañera de vida,
que es el bien mayor que
entre mil bienes
me ha concedido tu bondad
divina;
al tierno niño que ofrecí en
tus aras,
cuando sus ojos a la luz se
abrían,
protéjelo piadosa, y por la
senda
del bien sus pasos vacilantes
guía;
en fin, cuando la mano de la
muerte
venga a cortar el hilo de mis
días,
salva en tus brazos a tu
pobre hijo,
sálvalo, madre, pues en ti
confía.
Ricardo Carrasquilla.
Tomado de El
Catolicismo. 4 de enero 1859.
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