Carta 1
“Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si
la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro
Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz,
no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los
discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han
enseñado también los santos Padres.
Y, así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que
escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a
cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios.
Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: «La
finalidad y característica de la sagrada Escritura, como tantas veces hemos
advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas:
que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor
y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo
hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».
Y, un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas
e inmunes de todo pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y
Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó
lleno de gozo». Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de
fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no
estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.
Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo
carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por
consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y,
fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la
sangre, de manera que ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra
naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.
Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la
humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por
naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a
aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino
Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana,
como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo,
envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a
los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Oración
Señor, tú que hiciste de tu obispo san Cirilo de Alejandría un defensor
invicto de la maternidad divina de la Virgen María, concédenos a cuantos la
proclamamos verdadera Madre de Dios llegar, por la encarnación de tu Hijo, a la
salvación eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo.
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