Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Yo los llevaré a mi santo
monte, y los recrearé en mi casa de oración”. (Is.56,7).
El templo de
Nuestra Señora de la Peña guarda un tesoro, el milagro de piedra cincelado en
la historia de Bogotá.
La morada del Altísimo,
en la loma oriental, cumple trescientos años de sagrada existencia. El 12 de
febrero de 1722, el cerro de Los Laches, se vio colmado de los vecinos vestidos
con humildad colonial y acento virreinal. La felicidad santafereña,
representada por el mestizaje, ofrendó un gesto especial. Los asistentes a la santa
misa tenían cicatrices en sus hombros, impronta brutal de sus esfuerzos
titánicos. Ellos bajaron de la punta del Alto de la Cruz el conjunto
escultórico de Nuestra Señora para construirle su capilla en un sitio donde los
abismos no fueran los centinelas de la Virgen pétrea.
La multitud
pertenecía a la generación constructora de ermitas. La primera en 1685 sobre
aquel pináculo agreste, territorio del portento, caída en 1714. La segunda, de piedra
y teja, la inauguraron en 1715, pero los recios vientos que bajan del Diego
Largo y la humedad paramuna se confabularon contra el oratorio del picacho y
les derrumbaron las paredes, mayo de 1716.
El descenso de
las efigies era imposible. Las estatuas no cabían por el estrecho sendero entre
dos rocas, en la parte Norte de las ruinas. La dificultad generó oración y las
preces, el prodigio. Los cargueros llevaron las pesada figuras (625 kilos) bordeando
el implacable abismo hasta el altozano tutelar donde hoy bendicen a la
metrópoli.
El peregrino,
al visitar a la Patrona, podrá comprender el misterioso encanto de un santuario
edificado para honrar el arte del escultor divino, imágenes talladas por la
mano de Dios.
Hermosa descripción que en breves palabras nos describe el milagro.
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