Homenaje al Congreso Mariológico Internacional de
Lourdes (10-14 de septiembre de 1958).
Dentro del tema general “María y la
Iglesia” fijado para el Congreso Mariológico Internacional de Lourdes, a los
países latinoamericanos fue señalado el tema especial: “La relación de la
Virgen con el sacerdocio, tanto jerárquico como espiritual” (1). Para unirnos
en espíritu con este magno certamen, Regina
Mundi presenta a sus lectores un informe “de statu quaestionis” sobre el tan discutido “sacerdocio de María”.
En la ya rica literatura sobre este
tema figura un estudio de R. Laurentin que lleva este título interesante y
revelador: Essai sur un malaise
théologique. (Ensayo sobre un
malestar teológico) (2).
Se refiere el conocido autor francés a
las medidas disciplinarias tomadas por la Santa Congregación del Santo Oficio
contra una imagen que representa a la Virgen en vestiduras sacerdotales,
obra de Capparoni, y alguna literatura
ascética y devocional sobre este tópico.
En el siglo pasado fue fundada en
Bélgica una Congregación de Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, en la cual los
miembros emiten fuera de los votos acostumbrados otro de ser “víctima por los
sacerdotes”, a ejemplo y en compañía de María. Monseñor R. van den Berghe vio
necesidad de defender el título de “virgo-sacerdos”,
usado en las oraciones de dicha Congregación, en reñidas polémicas. Su obra fue
recomendada por varios Obispos y bendecida por S. S. Pío IX (3). Del año 1906
(1907) existe una oración indulgenciada en que figura la advocación “María
Virgen sacerdotisa, ruega por nosotros” (4). Al aparecer en 1913 la mencionada
imagen de Capparoni, intervino la Santa Congregación del Santo Oficio (15 de
enero de 1913) (5) cuyo decreto sin embargo se publicó sólo en 1916 y dice:
“que la imagen de la Bienaventurada Virgen María revestida con ornamentos
sacerdotales debe reprobarse”. Más devoción y estudio teológico siguieron
adelante, hasta que la Santa Sede, en documento del I9 de marzo de 1927
dirigido al Obispo de Adria (Italia), en cuya jurisdicción se publicaba una
revista Palestra del Clero, con
ocasión de un estudio sobre el tema de la devoción a la Virgen-sacerdos,
recordó las normas anteriormente dadas. El Obispo debía advertir a la revista
que “la divozione di cui ivi si tratta in
conformitá del Decreto del S. Offizio del 8 de aprile de 1916, non e approvata
e non si puó propagare”. La tal devoción a la Virgen-sacerdos, al
contrario, debía dejarse dormir (6).
(1) Ephemerides
Mariologicae, 1957, nro 4, pág. 497 y P. Cario Balic, en Osservatore Romano del 4 de mayo de
1958.
(2) Nouvelle
Révue Théologique, enero de 1947. Pags. 271-283.
(3) Les
enseignements Pontificaux, Notre Dame, págs. 68-69. Desclée, 1957.
Ciertamente, siendo los decretos del
Santo Oficio normas disciplinares, los teólogos no tenían por qué suspender sus
estudios, y la bibliografía que agregamos a estas líneas, demuestra claramente
el interés con que ellos se han dedicado a esta labor, sin llegar, sin embargo,
a una solución satisfactoria en cuanto al fondo teológico ni en cuanto siquiera
a una terminología aconsejable.
I
El problema discutido versa sobre la
duda de si la
Santísima Virgen, a quien vemos tan íntimamente “asociada al
divino sacrificio” de Jesucristo, de nuestro Sumo Sacerdote, se asociara a este
sacrificio solo en calidad de Madre de Cristo o si hay que reconocer en ella un
“sacerdocio formal”. Si el Santo Oficio intervino, fue porque el término de
“sacerdotisa” sin duda se prestaba a interpretaciones equivocadas y porque los
fieles de ninguna manera estaban preparados a entender bien semejante término.
No se puede negar a) Que adelantada la formación correcta de los fieles podría
desaparecer tal peligro; y b) Que en todo caso, en el fondo hay una cuestión de
hecho que en honor de la verdad hay que reconocerla: María o es sacerdotisa o
no lo es. Si lo es, que se haga la debida educación de los fieles para que
entiendan bien este término y le rindan a la Virgen sus homenajes por esta
prerrogativa; si no lo es, que se suprima cualquier intento de devoción
equivocada.
(4) F. Hilario Marín, S. J. Documentos Marianos, pág. 390 S.-BAC, 1954 Estas indulgencias ya no
existen, pues fueron anuladas.
(5) Les
enseignements Pontifícaux, pág. 177.
(6) Cfr. Merkelbach, Mariología (Bilbao, 1954) pág. 453, nota 26. Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima (BAC,
Madrid, 1952) pág. 618. De Aldama, Mariología.
(BAC, Madrid, 1956) pág. 447 y otros.
Advertimos a nuestros lectores que
aunque en el campo de la investigación teórica mucho se ha progresado a
consecuencia de aportes juiciosos y profundos, nada, parece, se ha adelantado
en cuanto a la terminología conveniente del caso. Advierte el Abbé R. Laurentin
(7) con mucha razón, que el título de “Virgo sacerdos” es “una fórmula
desgraciada que choca con la tradición y que es doblemente funesta porque,
además, es avasalladora por lo fácilmente que se pega”. Pero todo lo que hasta
ahora, en lugar suyo, se ha propuesto, es igualmente inconveniente (“Virgen
sacerdotal”) (8) o falto de claridad (“Diaconisa” (9) o “funcionario litúrgico”
(en alemán Liturge (masc.) o Lüurgin (fem.) o peor (Archisacerdote”,
“Supersacerdote”) (10). Lo mejor es, en realidad, el título que aparece en el
Breve de S. S. Pío IX “Asociada al divino sacrificio” y varias veces la Santa
Sede insinuó a autores usar este término, ciertamente más vago (11); pero en
esto precisamente vemos su ventaja. Por ser más vago, sirve para calificar
mejor una cosa no aclarada del todo, no anticipa fórmulas ni resultados, no
despierta falsas impresiones, deja libertad para fijar bien el carácter
“unívoco” o “analógico”, “formal” o “metafórico” del sacerdocio católico en sus
distintos participantes, hasta que los estudios ya puedan presentar resultados
irrefutables y claros.
Lo mismo que la noción “mérito” no es
unívoca, sino analógica, la del sacerdocio también. “Tiene varios significados,
pero semejantes en proporción, que son también sentidos propios y no
metafóricos o en sentido lato”. El mérito de Cristo, el meritum de condigno y el meritum de congruo proprie, todos son
méritos “propiamente dichos” (12); debemos tener presente la deficiencia de la
terminología humana también en nuestra cuestión del sacerdocio propiamente
dicho de Cristo (sustancial se llama por lo general), del sacerdocio
propiamente dicho de los ministros (ministerial o sacramental) y del sacerdocio
propiamente dicho participado a los fieles por medio del carácter sacramental
de bautismo y confirmación que no muy felizmente se llama “espiritual”, o
común, general, místico o con algún otro término vago.
(7) Cfr. nota 2.
(8) Cardenal Gomá, María Santísima. Barcelona, 1947. Pag. 128.
(9) M. J. Scheeben, Handbuch der kath. Dogmatik, tomo
III, pág. 607. Friburgo,
1927.
(10) P. Basilio de San Pablo, C. P., en Estudios marianos, Vol. XI, pág. 213.
(11) Cfr. N. García Garcés, en Estudios marianos, Vol. X-, pág. 95.
(12) Cfr. R. Garrigou-Lagrange, O. P. La Madre del Salvador o nuestra vida
interior. Mariología. Desclée,
Buenos Aires, 1954, pág. 181
II
El problema del sacerdocio de María ha
sido atacado de los más diversos puntos para darle una solución acertada, sin
lograrlo, sin embargo, hasta el momento.
Sería de grande valor y de aconsejable
sencillez la prueba de la tradición católica en favor del sacerdocio de María,
pero parece que este camino no quiera dar buen resultado. La oración
indulgenciada en 1907 (13) por la Santa Congregación de Indulgencias enumera
estas escasas pruebas, de tradición y desde aquel año no vemos que haya
aumentado el material tradicional en forma considerable. “La idea de un
sacerdocio 'verdadero y propio' por parte de la Virgen SS. no tan solo la
expresión 'Virgen-Sacerdote' o 'Sacerdote' 'en sentido verdadero y propio',
está completamente desterrada de la tradición cristiana”, cree poder decir
Roschini (14).
Los testimonios de la tradición se
reducen a un lugar del (pseudo) Efrén donde llama a la Virgen “ornamento
espléndido de la jerarquía celestial” y “alegría y gloria de los sacerdotes”.
(Pseudo) Epifanio llama a María
“sacerdote y altar a la vez, que nos; dio el pan del Cielo, Cristo, para la
remisión de los pecados” (en griego: hieréasacerdotisa).
S.
Andrés de Creta llama a María “ministra de las santas delicias”.
San
Juan Damasceno llama a María “Sacerdote Virgen de Dios...” (Según otros el
lugar es de Teodoro Studita) (en
griego Thyepólos neanis) (15).
Con
estas expresiones, manifiestamente metafóricas en parte, vagas en otra, ya
llegamos a los autores medievales, de los cuales san Alberto Magno y san Antonio traen algún
testimonio a nuestro punto. El Mariale
dice: “Como sacerdote de justicia, (María) no perdonó a su propio hijo; estaba
como dice san Ambrosio, de pie junto a la cruz, no para asistir a la muerte de
su amado Jesús, ni tampoco para considerar sus dolores, sino para aguardar la
salud del mundo” (16), a lo cual agrega san Antonino que ella “aunque no hayas
recibido el sacramento del orden, fuiste llena de la dignidad y gracia que en
él se confiere” (17) indicando así el modo eminente no de un sacerdocio propio,
sino impropio que tanto vaga por las discusiones posteriores.
(13) Cfr. nota 4.
(14) En Enciclopedia
del sacerdocio, Tomo II, Vol. I, Madrid, 1957, pág. 455.
(15) Cfr. en Alastruey (pág. 617) Roschini (1. c.
pág. 455) y cfr. nota 4.
(16) S. Alberto Magno, Marial. Buenos Aires, 1948, pág. 155.
(17) Autores indicados.
El siglo XVII sobre todo en Francia con
su espíritu de marcado renacimiento mariano acumula pruebas en favor del
término “virgo-sacerdos”, pero no consideramos de mucho valor traer aquí
detalladamente estas pruebas tardías que motivaron también en gran escala la
devoción de monseñor van den Berghe. Podríamos agregar a estas pruebas
literarias algunas del campo del arte mariano: en la obra del presbítero Manuel
Trens Iconografía de la Virgen en el arte
español leemos algunos datos escasos sobre este punto, pero sobre todo se
nos facilita una obra de arte del siglo XV (si no hay equivocación en la
fijación de la fecha) en la cual María aparece en vestiduras sacerdotales y en
acción preparatoria o auxiliatoria al sacrificio de Jesús (18).
¿Debemos concluir este párrafo con las
palabras de Lennerz: “Pro
'Virgine-Sacerdote' traditio afferri non potest”? (19).
III
En cambio, llama mucho la atención la
continuidad de expresiones de los Sumos Pontífices de los últimos tiempos que
dicen relación con un “sacrificio” de María, que, parece, lógicamente, no se
puede dar, sin verse fundamentado por algún “sacerdocio” autorizado. Desde Pío
VII hasta Pío XII se extienden frases en este sentido por los documentos
pontificios. He aquí algunas de ellas;
Pío VII (1801): “...los dolores
acerbísimos que Ella, principalmente junto a la cruz de Jesús,...por su
salvación ofreció al Eterno Padre...” (20).
Pío IX (en su carta congratulatoria a
monseñor van den Berghe, 1873): “desde la concepción virginal de Cristo hasta
su dolorosísima muerte, unióse tan íntimamente al sacrificio de su Hijo que ha
sido apellidada por los Padres de la Iglesia Virgen Sacerdote” (21).
León XIII (1892): “Reina de los
mártires…porque constantemente, durante toda su vida, y más constantemente
todavía sobre el Calvario, agotará con Él el cáliz de la amargura” (22).
1894: “Ella se consagra toda entera con
Jesús en el templo, en ambas circunstancias se asocia, desde luego, a la
dolorosa expiación de los crímenes del género humano; es pues, imposible, no
verla participando con toda la fuerza de su alma las agonías infinitas de su
Hijo y todos sus dolores. Por lo demás, en su presencia, ante sus ojos, debía
cumplirse el divino sacrificio, cuya víctima había alimentado con su más pura
sustancia. Este es el espectáculo más conmovedor de dichos misterios: de pie,
junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre, penetrada hacia nosotros de
un amor inmenso que la hacía Madre de todos nosotros, ofreciendo Ella misma a
su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma,
atravesada por una espada de dolor” (23).
(18) Manuel Trens. Iconografía de la Virgen en el arte español. Madrid, 1946. Capítulo
“María Sacerdotisa”, págs. 443-445.
(19) H. Lennerz, De Beata Virgine, Roma 1939, pág. 302,
(20) Les
enseignements pontificaux, pág. 21. Marín, pág. 144.
(21) Ibídem, pág. 69 Marín, pág. 199.
(22) Ibídem, pág. 107. Marín, pág. 267.
Pío X (1904): “Pero no es la única
alabanza de la Virgen el que ha dado al unigénito Dios que había de nacer de
humanos miembros, su carne, su misión fue también guardar esa víctima,
alimentarla y presentarla al altar en el día fijado. También entre María y
Jesús hay perpetua sociedad de vida y de sufrimiento... se vio a la Virgen de
pie junto a la cruz, horrorizada por el espectáculo, dichosa, sin embargo,
porque su unigénito era ofrecido por la salvación del género humano, y además
tanto padeció con Él que, si hubiera podido, hubiera sufrido con más gusto Ella
todos los tormentos que sufrió el Hijo” (24).
En esta encíclica habla san Pío X
además de “comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús” y más
adelante: “Cuanto a la caridad en que se abrasa por Dios, esta virtud llegó
hasta hacerla participante de los tormentos de Jesucristo y la asociada de su
pasión: además, con Él, y como arrancada al sentimiento de su propio dolor,
imploró el perdón de los verdugos, a pesar de aquel grito de su odio: Su sangre
sobre nosotros y nuestros hijos”. (25).
1911: “En presencia y a la vista de
María se realizó el divino sacrificio por el cual fuimos redimidos, y tanta
parte tomó en él que, Reina de los Mártires, dio a luz y alimentó la víctima
sacratísima”. (26).
Benedicto XV (1918): “María... estuvo
presente a su lado cuando fue a la muerte y fue clavado en la cruz, y estuvo
allí por divina disposición. En efecto, en comunión con su Hijo doliente y
agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó los derechos de madre
sobre su Hijo para conseguir la salvación de los hombres; y para apaciguar la
justicia divina, en cuanto dependía de Ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se
puede afirmar, con razón, que redimió al linaje humano con Cristo”. (27).
(23) Ibídem, pág. 113. Marín, pág. 287.
(24) Ibídem, pág. 160 s. Marín, pág. 371.
(25) Ibídem, pág. 167. Marín, pág. 377.
(26) Ibídem, pág. 176. Marín, pág. 400.
(27) Ibídem, pág. 183. Marín, pág. 419.
Pío XI (1928): “(la Virgen) habiéndonos
dado y criado a Jesús Redentor, y ofreciéndole junto a la cruz como hostia, fue
también y es piadosamente llamada Redentora por la misteriosa unión con Cristo
y por su gracia absolutamente singular” (28).
Pío XII (1943): “Ella fue la que, libre
de toda mancha personal y original, unida siempre estrechamente con su Hijo, lo
ofreció, como nueva Eva, al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el
holocausto de sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos
de Adán, manchados con su deplorable pecado; de tal suerte que la que era Madre
corporal de nuestra Cabeza, fuera, por un nuevo título de dolor y de gloria,
Madre espiritual de todos sus miembros” (29).
1940 ya había dicho a peregrinos de
Genova: “¿No son ellos el nuevo Adán y la nueva Eva que el árbol de la cruz
reúne en el dolor y en el amor para la reparación de la falta de nuestros
primeros padres en el Edén, el uno la fuente, la otra la canal de la gracia
para regenerarnos para la vida espiritual y la reconquista de la patria
celestial?” (30).
La Encíclica Ad caeli Reginam (1954) está llena de alusiones en nuestro sentido:
“En la realización de la obra redentora, la Beatísima Virgen María se asoció
íntimamente a Cristo...” —”La Virgen, por el singular concurso prestado a
nuestra redención, suministrando su sustancia y ofreciéndola voluntariamente
por nosotros, deseando, pidiendo y procurando de una manera especial nuestra
salvación”— “María fue asociada por voluntad de Dios a Cristo Jesús, principio
de la salud, en la obra de la salvación espiritual”. “Fue escogida para Madre
de Cristo principalmente para ser asociada a la redención del género humano”.
El Papa concluye: Si Cristo es Rey (por ser Hijo de Dios y por ser Redentor
nuestro) “así con una cierta analogía (ita
quodam analogiae modo) se puede igualmente afirmar que la Bienaventurada
Virgen es Reina” (31). ¿No se podría afirmar, también analógicamente que es
Redentora con Él y subordinada a Él, y no se puede igualmente afirmar, quodam analogiae modo, que como Cristo
es Redentor por ser sacerdote, así la Virgen es Corredentora por tener en
alguna forma carácter y poderes sacerdotales? Como en realidad, las expresiones
de los sumos pontífices indican una íntima asociación de María al sacrificio
redentor de su Hijo, hemos creído oportuno traer estas sentencias en una forma
completa y extensa.
(28) Ibídem, pág. 199. Marín, pág. 450.
(29) Ibídem, pág. 246 s. Marín, pág. 562.
(30) Ibídem, pág. 235 s.
(31) Ibídem, págs. 386-404. Marín, págs. 789-809.
IV
Si los Sumos Pontífices en estos
sentencias usan una terminología que corresponde a actos sacerdotales (sistere ad aram-hostiam offere-inmolare,
etc.) no tiene nada de raro el que los investigadores interpreten la actividad
de María al pie de la cruz como “sacerdotal”. Es cierto que la mera semejanza
exterior de la actividad de María con la de los sacerdotes, no puede ser
argumento válido, porque todo depende de si tenía poderes sacerdotales. Es
interesante, por tanto, el esfuerzo de algunos de comprobar que la idea de
corredención mañana no cabe sin participación en el sacrificio redentor. “Si el
medio por el cual realiza nuestro Sumo Sacerdote la obra de la salvación del
mundo es precisamente su sacrificio, ¿cómo puede afirmarse la realiza, con Él,
quien con Él no se sacrifica?” (32). Se comprende que aquí no se trata de
probar el carácter sacerdotal de María como para un sacerdote se comprueba su
carácter sacerdotal por probar haya recibido el sacramento del orden. Aquí la
argumentación es como del siguiente modo: “María sacrificó sacrificialmente, o
sea, ofreciendo e inmolando. Para hacer esto, se necesita un poder sacerdotal.
María, pues, lo tuvo. Fue, por lo tanto, sacerdote” (33).
Objetan otros que nada comprueba que
tales actos de la Virgen fueran más que pruebas de su gran amor maternal, o sea
una intervención muy sentida, pero extrínseca, que por tanto no hacía falta
poder sacerdotal, luego no fue sacerdote (34).
Ambos convienen en que María es
verdaderamente Corredentora del género humano, luego debe haber puesto actos
verdaderamente corredentores, cuya existencia no se niega y que se hacen
radicar en la gracia social única de la Madre de Dios. Que estos actos sean
idénticos a los realizados por María al pie de la cruz, todos conceden, y
¿quién no ve que al concederles o no carácter sacerdotal, el problema es más
que todo de terminología?
V
Otro
ensayo de llegar a una solución, no podemos pasar por alto, porque es de
esperar que en nuestros tiempos tenga especial valor. Punto de salida en este
ensayo es el “sacerdocio común” de todos los bautizados. En realidad, es
chocante la falta de claridad en la terminología acerca del sacerdocio de los
fieles. Leemos en una sola obra, fruto de colaboración: “La revelación bíblica
del Antiguo y del Nuevo Testamento atribuye, por tanto, aún a los simples
fieles una dignidad sacerdotal, en un sentido propio, pero mucho más amplio, y
completamente distinto del sacerdocio jerárquico reservado a algunos
“escogidos” (35) y más adelante: “Teniendo en cuenta esto, todos admiten que
los dos primeros sacerdocios —el sustancial de Cristo y el sacramental o
ministerial de los Sacerdotes de la Nueva Ley— son sacerdocios en sentido
verdadero y propio; el tercero, por el contrario —el sacerdocio común a todos
los fieles, en cuanto miembros del cuerpo místico de Cristo— es un sacerdocio
en sentido metafórico, fundado en la metafórica locución del cuerpo místico de
Cristo” (36). En una obra leemos: “El sacerdocio común es un verdadero
sacerdocio” (37) y otro contesta: “Fuera de estos dos sacerdocios (idest:
sustancial y ministerial) no existe otro que sea “verdadero y propio” (38). Se
ve de cuánta necesidad es una mayor precisión de terminología”. Es una gama
indefinida de teorías y de opiniones que, aún manteniéndose dentro del límite
ortodoxo, fluctúan en la incertidumbre” (39). No cabe duda de que semejante
confusión en nada favorezca una definitiva aclaración del problema del
sacerdocio de María. Quizá sea aconsejable tomar de punto de salida la doctrina
sobre el carácter sacramental de bautismo, confirmación y orden, tal como la
presenta Santo Tomás. “Sacramentales
characteres nihil aliud sunt quam quaedam participationes sacerdotii Christi,
ab ipso Christo derivatae”. (3, q. 63 q. 3) (40). “Character sacramentalis specialiter est character Christi, cuius
sacerdotio configurantur fideles secundum sacramentales characteres”.
(ibídem). Según la interpretación de M. J. Scheeben el carácter sacramental no
es simplemente una “denominatio externa”, como quien dice un llamamiento
puramente externo del hombre a participar en el culto divino; sino el carácter
es un “signum configurativum” que
consagra a Cristo, asimila a Él, en cuanto a sus oficios y ministerios, y da
derecho a poner con El esos actos culturales, es por tanto a la vez y en
consecuencia “signum dispositivum”
(41). La tradición respalda claramente esta doctrina. “Omnes justi sacerdotalem
habent dignitatem” (S. Ireneo) Omnes
christiani dicimus sacerdotes, quoniam membra sunt unius sacerdotis” (S.
Agustín). “Et tu efficeris in baptismo sacerdos” (S. J. Crisóstomo) (42).
(32) P. Basilio de San Pablo, C. P., en Estudios marianos, Vol. XI, pág. 187.
(33) P. Emilio Sauras, O. P., en Estudios marianos, Vol. VII, pág. 406 s.
(34) P. Narciso García Garcés, en Estudios marianos, Vol. X. págs. 79 ss.
(35) En Enciclopedia
del sacerdocio. Tomo II, Vol. I, pág. 341 de monseñor Antonio Romeo.
(36) 1 c. pág. 468, del P. Gabriele Roschini.
(37) Diccionario
de Teología e Iglesia, tomo VIII, columna 470 de L. Koesters.
(38) Roschini, 1 c. 468.
(39) En Enciclopedia
del Sacerdocio. Tomo II, Vol. I. Antonio Piolanti, pág. 529.
(40) Summa theologica, Salzburgo, 1935. Tomo
29, pág. 80.
(41) M. J. Scheeben, Handbuch der kath. Dogmatik. Tomo IV, pág. 495 s.
(42) Estudios
marianos, Vol. XI, pág. 159.
Si el sacerdocio de Cristo es por tanto
gradualmente comunicable y en realidad se participa por medio del carácter
sacramental, no entendemos las vacilaciones y el “tal vez” que a veces se
encuentran: “En este sentido, se puede tal vez afirmar que todos los bautizados
participan... del sacerdocio de Jesucristo” (43). Para calificar claramente la
diferencia innegable entre el sacerdocio de los fieles y el de los ordenados,
no hay necesidad de abrir una nueva categoría, como lo hacen los que califican
a aquel de “metafórico” y a éste de (exclusivamente) “propio”. Entre el
sacerdocio metafórico de un héroe que sacrifica en el altar de la patria, y un
cristiano bautizado que por medio del carácter sacramental participa en el
sacerdocio propio de Cristo, en una determinada proporción para actuar en el
sacrificio eucarístico, hay tanta diferencia como entre las “perlas del rocío”
y las verdaderas perlas. Está bien que nos abstengamos de las exageraciones de
los liturgistas extremistas, pero no se comprende porque Cristo hiciera
participar a los bautizados en su sacerdocio, si después les tocarían tan sólo
actos metafóricos. Quizá la causa de este horror al “sacerdocio analógico, pero
propio, aunque no unívoco” de los fieles, es el miedo de acercarse demasiado a
las insensateces protestantes acerca del sacerdocio común e igual de todos los
cristianos. Francamente no vemos este peligro, si la diferencia dentro de la
misma categoría de sacerdocio “propio y verdadero” es todavía inabordable hasta
llegar al sacerdocio ministerial.
Pues bien, no importa si con unos
creemos en que la Santísima Virgen haya recibido el sacramento del bautismo y
por tanto poseía el carácter sacramental (44), o con otros no lo creemos,
porque nos parezca que en la gracia singular de su maternidad estuviera en
grado eminente toda esa gracia de los caracteres (45), en todo caso, de aquí se
puede concluir que en María no había sacerdocio sustancial ni ministerial, pero
sí, y en grado eminentísimo, verdadero y propio sacerdocio de la categoría de
todos los fieles cristianos.
(43) Nota 39, pág. 531.
(44) S. Alberto Magno por ejemplo, y de los nuevos
Campana, Merkelbach, Ros-
chini,
Alastruey etc.
(45) P. Emilio Sauras, O. P. 1. c. pág. 420.
VI
Es admirable la labor de los teólogos
en este campo que nos ocupa en esta reseña. Como ya dijimos, en cuanto al
término con qué calificar la actividad de la Virgen, poco se ha propuesto que
podría satisfacer. Pero en cuanto al fondo mucho se ha adelantado, y pueda ser
que algún día resulte que las diferencias en realidad son más de conceptos y
términos que en los fundamentos del problema. “No se trata de negar ninguna realidad,
sino de saber con qué nombre ha de designarse” (46). Y bien es posible que la
Iglesia que por la voz de sus Pontífices tanto contribuye a comprender los
actos sacrificiales de la Virgen, no se oponga en un futuro ya a la devoción
que surja de este subsuelo aclarado, si ya se puede operar con términos claros
que no se prestan para confusiones, sino les hacen posible a los fieles ver con
toda nitidez esta nueva y hermosa joya en la corona de la Virgen y rendirle su
tributo de admiración y gratitud por haber participado ella en el sacrificio
cruento de Jesús, como nosotros, los sacerdotes lo representamos en la forma de
la Santa Misa en uno de nuestros poderes ministeriales, y los fieles participan
en esta representación en uso de sus poderes dados por la configuración con el
Sumo Sacerdote en los caracteres sacramentales. Pero mientras no se aclare bien
el fondo y alcance dogmáticos del sacerdocio de María, la Iglesia no quiere que
ya se propague devocionalmente esta idea.
Ricardo Struve
Haker, pbro.
(46)
P. N. García Garcés. 1 c. pág. 98.
Tomado del revista Regina Mundi nro 6
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