Es hora de abrir las ventanas del alma al Sagrado Corazón de Jesús
Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda.
Por Julio Ricardo Castaño
Rueda
Sociedad Mariológica
Colombiana
La fe es una parte integral del alma humana. La virtud
teologal expresa la creencia en Dios sin importar la vinculación cultural del
individuo a un credo religioso. Esa impronta es imborrable del afecto por la
razón orante.
Por ese argumento
sublime, y eterno en la esencia de la criatura, el arzobispo de Bogotá,
Bernardo Herrera Restrepo, las autoridades civiles y el pueblo consagraron la República de Colombia al
Sagrado Corazón de Jesús. La fecha marcó el 22 de junio de 1902 que además
marcó el fin de la Guerra
de los Mil Días.
El acto funcionó
con el debido respeto a los caros valores por espacio de 92 años. Pero en un Estado
manejado por la normatividad de la opinión llegó el intento de la aberración
moral.
Ante la negación de lo profundo, la jurisprudencia de
salón tuvo el permiso de la deshonra para legislar en contravía del sentir
íntimo de una Nación.
La Corte Constitucional declaró, el 4 de agosto de 1994,
la inexequibilidad de la norma con la cual Colombia se consagró al Sagrado
Corazón de Jesús. La institución indicó que la dedicación iba en contra de la
libertad de cultos y la igualdad, tema adherido a la Constitución de 1991.
Los
magistrados se sometieron al concepto del procurador general, Carlos Gustavo Arrieta, que
fue quien inventó el legalismo de que el Estado no puede establecer
preferencia alguna en asuntos religiosos. Entonces, “legalmente”, Colombia dejó
de ser el país del Sagrado Corazón de Jesús.
La
norma no pasó de ser letra muerta en las páginas de los códigos de los
transeúntes de la nómina oficial.
La
gente humilde hizo caso omiso del mandato. La Iglesia , por boca de sus
pastores, renueva cada año la consagración del país al Sagrado Corazón Jesús,
en un gesto de obediencia a la verdad.
Los
eminentísimos doctores, graduados en el sofisma de sus logias, no pudieron
cambiar la historia de la salvación que pasó por el monte Calvario. Allí un
legionario romano, de nombre Longino, con su lanza abrió el costado del Cristo
crucificado para romperle el corazón, que había dejado de latir, para leer con
exactitud, de agua y sangre, la profecía de Zacarías (12-10) “…y mirarán a mí, a quien traspasaron…”
Esa
antigua frase, levemente meditada, hubiera evitado el inmenso ridículo de una entidad
que notificó una ordenanza que hizo honor a las leyes castellanas: “se
obedecen, pero no se cumplen”.
La
dimensión formal de la debacle quedó archivada en los anaqueles de las falacias
de un organismo que está condenado a desaparecer por vicios de procedimiento. El
catolicismo ni se acuerda de la norma ni la cumple. La prueba cumbre estuvo en
la pasada misa del 3 de junio. En todos los almanaques aparece fiesta del
Sagrado Corazón de Jesús y ya pasaron 22 años desde aquel intento luctuoso por
deformar lo que el papa Pío XII en la carta
encíclica Haurietis aquas, sobre el
culto al Sagrado Corazón de Jesús (1956), consignó: “…Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna
por las repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunca llega a repudiarlo
definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es así, en
sustancia, sino el preludio a aquella muy encendida caridad que el Redentor
prometido había de mostrar a todos con su amantísimo Corazón y que iba a ser el
modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza …”
El
Sagrado Corazón de Jesús es la piedra angular de la fe y esta no desaparecerá
de la faz de la tierra porque el señor Arrieta lo haya pedido.
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