«María se puso, rápidamente, en camino
hacia un pueblo de la montaña de Judea»
Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
«¡Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes, » (Ct 2,8).
En principio, Cristo no se dio a conocer a la Iglesia si no por su voz.
Comenzó dejando oír su voz por mediación de los profetas; sin dejarse ver, se
hizo comprender. Su voz estaba en los mensajes que le anunciaban, y a lo largo
de todo este tiempo, la
Iglesia-Esposa reunida desde los orígenes del mundo, tan sólo
la comprendía. Pero llegó un día en que ella le vio con sus propios ojos y
dijo: « ¡Que llega mi amado, saltando sobre los montes!»...
Y cada alma, si el amor del Verbo de Dios la abraza...,se siente feliz y consolada cuando percibe la presencia del Esposo, cuando se encuentra delante de las difíciles palabras dela
Ley y de los profetas. A medida que se aproxima a su
pensamiento para iluminar su fe, le ve brincar por los montes y colinas..., y
puede muy bien decir: «¡Oíd, que llega mi amado!»... Ciertamente, el Esposo ha
prometido a su Esposa, es decir, a sus discípulos: «Yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Pero eso no le impide decir
también que se va a tomar posesión de su Reino (Lc 19,12); entonces, de nuevo,
a medianoche, se oye el grito: «Mirad, que llega el Esposo» (Mt 25,6). Una
veces, pues, el Esposo se hace presente y enseña, otras se hace el ausente y se
le desea... Así es que, cuando el alma busca comprender y no lo alcanza, para
ella el Verbo de Dios está ausente. Pero cuando encuentra al que busca, le
experimenta presente sin duda ninguna y la ilumina con su luz.... Si queremos,
pues, ver al Verbo de Dios, al Esposo del alma, «brincando por los collados»,
escuchemos primeramente su voz, y le podremos ver.
Y cada alma, si el amor del Verbo de Dios la abraza...,se siente feliz y consolada cuando percibe la presencia del Esposo, cuando se encuentra delante de las difíciles palabras de
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