Uno de los puntos céntricos y vitales de la
verdadera vida católica consiste en que todos profesemos una filial y sincera
devoción a la Madre
de Dios.
¡Qué fríos nos parecen los protestantes
quienes no tienen en Nuestra Señora el modelo y el apoyo que en Ella
encontramos! La contemplamos y la amamos como la única criatura exenta desde el
primer instante, de la culpa original; con la altísima dignidad de Madre de
Dios, y de Reina de todo lo creado; la vemos como modelo de todas las virtudes,
y todo ello no lo consideramos cual si la dignidad fuera únicamente gloria y
honor de Ella; es además nuestra madre, nuestra medianera, nuestro auxilio,
nuestra reina. Y tan esencial es vivir estas verdades para tener una vida
católica, que podríamos decir: “No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene
a María por Madre”.
Siendo tantas las virtudes de la Santísima Virgen ,
y tantas las formas de su bondad en que como hijos podemos contemplarla, para
amarla y tratar de imitarla, son muy diversas las advocaciones con que el
pueblo cristiano la ha honrado, a veces siguiendo el ciclo litúrgico, o de
acuerdo en cada persona con sus personales sentimientos o con inspiraciones de
la gracia divina.
Una de estas advocaciones, popularísima
entre nosotros es la de Nuestra Señora del Carmen. Sabido es que el 16 de julio
es día en que el número de comuniones es numerosísimo; en el que los fieles
corren a que se les imponga el escapulario, y día en que los niños de todas las
clases sociales son llevados por sus piadosas madres para presentarlos a la Virgen del Carmen.
Si estudiamos el punto bajo su aspecto
teológico, la devoción del Carmen la podíamos especificar por estos tres
puntos, que son las virtudes que debe practicar en forma particular el
verdadero devoto de esta santa advocación. 1º Un desprendimiento de los bienes
terrenos traducido en una vida prácticamente austera, ya que los primeros
cofrades del Carmen se distinguieron precisamente por esta forma de vida. 2° Un
continuo pensar en estar preparados para la hora de la muerte, ya que la Virgen ha prometido visitar
en forma particular a los cofrades en este trance. 3º Un hábito de no olvidar
en las oraciones y sacrificios a las almas del purgatorio, ya que Nuestra
Señora ha prometido descender a este lugar a librar de los sufrimientos a las
almas de los cofrades; esto es llamado el “Privilegio sabatino”.
Esta devoción, que como lo hemos dicho es
aquí tan universal tuvo su apóstol y celoso propagandista en un sacerdote no ha
mucho desaparecido, y, que dedicó toda su vida a propagar la devoción a Nuestra
Señora del Carmen.
Llamábase Francisco Javier Zaldúa, y era
hijo del ilustre repúblico del mismo nombre y de doña Dolores Orbegozo; había
nacido en esta ciudad en 1853; hizo sus estudios eclesiásticos en el Colegio
Pío-Latino Americano, y recibió la unción sacerdotal en la Ciudad Eterna.
Vuelto a su patria se distinguió por su elocuencia y su celo; fue profesor en
el Seminario; Canónigo de la
Catedral ; Capellán de la Iglesia de San Juan de Dios. En 1888 fue
comisionado por el Arzobispo para que representara a la Arquidiócesis en el
Jubileo Episcopal de S. S. León
XIII; posteriormente pasó varios años en Europa, y por último regresó a Bogotá,
donde falleció en 1931.
Todas las múltiples actividades del doctor
Zaldúa quedan eclipsadas ante la de propagador de la devoción a Nuestra Señora
del Carmen. A extender esta devoción entre los fieles y hacerla sentir como él
la sentía, encauzó Zaldúa sus múltiples energías, su fortuna, su elocuencia y
toda su vida. Y lo que hemos visto que es el 16 de julio entre nosotros a él se
debe en gran parte. Esta formación de una conciencia entre los fieles
representa una larga serie de sermones predicados año tras año, en los que
hablando de la abundancia del corazón, iba logrando electrizar a los oyentes, y
convertirlos en otros tantos propagandistas de la devoción.
Para el doctor Zaldúa no había nada pequeño
si se trataba de la Virgen
del Carmen; si era necesario conseguirle un manto, éste debía ser el más
hermoso; si una corona, trataba de que fuera de oro macizo; y si en las cosas
exteriores tenía tanto empeño, ¿qué diremos que aspiraría cuando se trataba de
llevar almas a Nuestra Señora?
¿Podrá concebirse ocupación más sacerdotal,
más santificadora, y que encierra una como señal de predestinación, que la de
propagar la devoción a la
Santísima Virgen ? ¿No ha sido ella la que nos ha dado el
Verbo Encarnado, causa de nuestra salud, mediador entre Dios y los hombres? ¿Y
no se ha repetido con grande verdad “A Jesús por María” para demostrar que el
verdadero devoto de Nuestra Señora tiene que llegar a ser un perfecto
cristiano?
¡Con cuánto cariño recompensaría la Santísima Virgen
en la hora de la muerte a aquel que le había consagrado toda su vida, y que
hasta en sus últimos años durante el mes de julio sacaba juveniles energías y
trabajaba y se movía como si estuviera en la plenitud de sus fuerzas! Y ese
Señor Jesús a quien Zaldúa había honrado al honrar y hacer venerar a su
Santísima Madre, ese Señor que paga el ciento por uno, ¿no habrá recibido, así
lo esperamos, con una magnífica recompensa al siervo bueno y fiel que no
desperdició los talentos que le fueron encomendados?
Mons. José Restrepo
Posada
Cuando la Santísima Virgen
da a comprender a un alma cómo ha de estar unida a Ella por la oración
continua, esta alma posee la prenda más segura de su futura santidad. Las demás
señales, en efecto, pueden engañar. Si alguien obrara milagros y no hubiera
recibido el don de recurrir continuamente a la Santísima Virgen ,
no garantizaría yo su perseverancia. Si hubiese quien practicara la virtud
durante largos años, tampoco estaría yo seguro de que continuaría en tal
camino, si no estuviese unido a María como el hijo a su madre. Puede
introducirse en el corazón para perderlo, cierto secreto orgullo y puede llegar
a cansarse de la vida de continua abnegación, llegando a abandonarlo todo.
Sorprendente verdad: del recurso fiel a
nuestra Madre depende en definitiva Ia santificación y salvación.
P. José Schrijvers,
redentorista.
Tomado de la revista Regina Mundi nro 3
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