1.
Nuestro pensamiento, venerables hermanos, no puede menos de elevarse, con
sentimientos de sincera y filial gratitud, a la Virgen Santa , a
Aquella que queremos considerar protectora de este Concilio, testigo de
nuestros trabajos, nuestra amabilísima consejera, pues a Ella, como celestial
Patrona, juntamente con San José, fueron confiados por el Papa Juan XXIII,
desde el comienzo, los trabajos de nuestras sesiones ecuménicas1.
2.
Animados por estos mismos sentimientos, el año pasado quisimos ofrecer a María
Santísima un solemne acto de culto en común, reuniéndonos en la basílica
Liberiana, en torno a la imagen venerada con el glorioso título de Salus Populi
Romani.
3.
Este año, el homenaje de nuestro Concilio se presenta más precioso y
significativo. Con la promulgación de la actual Constitución*, que tiene como
vértice y corona todo un capítulo dedicado a la Virgen , justamente podemos
afirmar que la presente sesión se clausura como un incomparable himno de
alabanza en honor de María.
4.
Es, en efecto, la primera vez -y decirlo Nos llena el corazón de profunda
emoción- que un Concilio Ecuménico presenta una síntesis tan extensa de la
doctrina católica sobre el puesto que María Santísima ocupa en el misterio de
Cristo y de la Iglesia.
5.
Esto corresponde a la meta que este Concilio se ha prefijado: manifestar la faz
de la Santa Iglesia ,
a la que María está íntimamente unida, y de la cual, como egregiamente se ha
afirmado, es «la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y más
selecta»2.
6.
La realidad de la Iglesia
ciertamente no se agota en su estructura jerárquica, en su liturgia, en sus
sacramentos, ni en sus ordenamientos jurídicos. Su esencia íntima, la principal
fuente de su eficacia santificadora, se debe buscar en su mística unión con
Cristo; unión que no podemos pensarla separada de Aquélla que es la Madre del Verbo Encarnado, y
que Cristo mismo quiso tan íntimamente unida a Él para nuestra salvación. Y
ciertamente que debe encuadrarse en la visión de la Iglesia la contemplación
amorosa de las maravillas que Dios ha obrado en su Santa Madre. Y el
conocimiento de la doctrina verdaderamente católica sobre María será siempre la
clave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia.
7.
La reflexión sobre estas íntimas relaciones de María con la Iglesia , tan claramente
establecidas por la actual Constitución conciliar, Nos permite creer que éste
es el momento más solemne y más apropiado para dar satisfacción a un voto que,
señalado por Nos al término de la sesión anterior, han hecho suyo muchísimos
Padres Conciliares, pidiendo insistentemente una declaración explícita, durante
este Concilio, de la función maternal que la Virgen ejerce sobre el pueblo cristiano. A este
fin hemos creído oportuno consagrar en esta misma sesión pública un título en
honor de la Virgen ,
sugerido por diferentes partes del orbe católico, y particularmente entrañable
para Nos, pues con síntesis maravillosa expresa el puesto privilegiado que este
Concilio ha reconocido a la
Virgen en la Santa Iglesia.
8.
Así, pues, para gloria de la
Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima
Madre de la Iglesia ,
es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, así de los fieles como de los
pastores que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea
honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título.
9.
Se trata de un título, venerables hermanos, que no es nuevo para la piedad de
los cristianos; antes bien, con este nombre de Madre, y con preferencia a
cualquier otro, los fieles y la
Iglesia entera acostumbran a dirigirse a María. Ciertamente
que ese título pertenece a la esencia genuina de la devoción a María,
encontrando su justificación en la dignidad misma de la Madre del Verbo Encarnado.
10.
La divina maternidad es, en efecto, el fundamento de su especial relación con
Cristo y de su presencia en la economía de la salvación operada por Cristo, y
también constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia , por ser Madre de
Aquél que, desde el primer instante de la Encarnación en su seno
virginal, unió a Sí mismo, como a Cabeza, su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. María ,
pues, como Madre de Cristo, es Madre también de todos los fieles y de todos los
pastores, es decir, de toda la
Iglesia.
11.
Con ánimo, por lo tanto, lleno de confianza y amor filial elevamos a Ella la
mirada, no obstante nuestra indignidad y flaqueza. Ella, que nos dio con Cristo
la fuente de la gracia, no dejará de socorrer a la Iglesia ahora, cuando,
floreciendo en la abundancia de los dones del Espíritu Santo, se consagra con
nuevo y más empeñado entusiasmo a su misión salvadora.
12.
Nuestra confianza se aviva y confirma, aún más, al considerar los vínculos
estrechos que ligan al género humano con nuestra Madre celestial. Aun en medio
de la riqueza en maravillosas prerrogativas con que Dios la ha honrado, para
hacerla digna Madre del Verbo Encarnado, está muy próxima a nosotros. Hija de
Adán, como nosotros, y, por lo tanto, Hermana nuestra con los lazos de la
naturaleza, es, sin embargo, una criatura preservada del pecado original en
previsión de los méritos de Cristo, y que a los privilegios obtenidos une la
virtud personal de una fe total y ejemplar, mereciendo el elogio evangélico:
«Bienaventurada, porque has creído». En su vida terrenal realizó la perfecta
figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las
bienaventuranzas evangélicas proclamadas por Cristo. Por lo cual, toda la Iglesia , en su
incomparable variedad de vida y de obras, encuentra en Ella la más auténtica
forma de la perfecta imitación de Cristo.
13.
Por lo tanto, esperamos que con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia , sellada por la
proclamación de María Madre de la
Iglesia , es decir, de todos los fieles y pastores, el pueblo
cristiano se dirigirá con mayor confianza y con fervor mayor a la Virgen Santísima
y le tributará el culto y honor que le corresponden.
14.
En cuanto a nosotros, ya que entramos en el aula conciliar, a invitación del
Papa Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, a una con María, Madre de Jesús,
salgamos, ahora, al final de la tercera sesión, de este mismo templo, con el
nombre santísimo y gratísimo de María, Madre de la Iglesia.
15.
En señal de gratitud por la amorosa asistencia que nos ha prodigado durante
este último periodo conciliar, que cada uno de vosotros, venerables hermanos,
se comprometa a mantener alto en el pueblo cristiano el nombre y el honor de
María, señalando en Ella el modelo de la fe y plena correspondencia a toda
invitación de Dios, el modelo de la plena asimilación de la doctrina de Cristo
y de su caridad, para que todos los fieles, unidos en el nombre de la Madre común, se sientan cada
vez más firmes en la fe y en la adhesión a Cristo, y a la vez fervorosos en la
caridad para con los hermanos, promoviendo el amor a los pobres, la adhesión a
la justicia, la defensa de la paz. Como ya exhortaba el gran San Ambrosio: Viva
en cada uno el espíritu de María para ensalzar al Señor: reine en cada uno el
alma de María para gloriarse en Dios3.
16.
Especialmente queremos que aparezca con toda claridad que María, humilde sierva
del Señor, se relaciona completamente con Dios y con Cristo, único Mediador y
Redentor nuestro. E igualmente que se expliquen la naturaleza verdadera y la
finalidad del culto mariano en la
Iglesia , especialmente donde hay muchos hermanos separados,
de forma que cuantos no forman parte de la comunidad católica comprendan que la
devoción a María, lejos de ser un fin en sí misma, es un medio esencialmente
ordenado para orientar las almas hacia Cristo, y de esta forma unirlas al
Padre, en el amor del Espíritu Santo.
17.
Al paso que elevamos nuestro espíritu en ardiente oración a la Virgen , para que bendiga el
Concilio Ecuménico y a toda la
Iglesia , acelerando la hora de la unión entre todos los
cristianos, nuestra mirada se abre a los ilimitados horizontes del mundo
entero, objeto de las más vivas atenciones del Concilio Ecuménico, y que
nuestro predecesor, Pío XII, de viva memoria, no sin una inspiración del
Altísimo, consagró solemnemente al Corazón Inmaculado de María. Creemos
oportuno, particularmente hoy, recordar este acto de consagración. Con este fin
hemos decidido enviar próximamente, por medio de una misión especial, la Rosa de Oro al santuario de la Virgen de Fátima, muy
querido no sólo por la noble nación portuguesa -siempre, pero especialmente
hoy, apreciada por Nos-, sino también conocido y venerado por los fieles de
todo el mundo católico. Así es como también Nos pretendemos confiar a los
cuidados de la Madre
celestial toda la familia humana, con sus problemas y sus afanes, con sus
legítimas aspiraciones y ardientes esperanzas.
18.
Virgen María Madre de la
Iglesia , te recomendamos toda la Iglesia , nuestro Concilio
Ecuménico.
19.
Tú, «Socorro de los obispos», protege y asiste a los obispo, en su misión
apostólica, y a todos aquellos, sacerdotes, religiosos y seglares, que con
ellos colaboran en su arduo trabajo.
20.
Tú, que por tu mismo divino Hijo, en el momento de su muerte redentora, fuiste
presentada como Madre al discípulo predilecto, acuérdate del pueblo cristiano
que se confía a Ti.
21.
Acuérdate de todos tus hijos; presenta sus preces ante Dios; conserva sólida su
fe; fortifica su esperanza; aumenta su caridad.
22.
Acuérdate de los que viven en la tribulación, en las necesidades, en los
peligros, especialmente de los que sufren persecución y se encuentran en la
cárcel por la fe. Para ellos, Virgen Santísima, solicita la fortaleza y acelera
el ansiado día de su justa libertad.
23.
Mira con ojos benignos a nuestros hermanos separados, y dígnate unirlos, Tú,
que has engendrado a Cristo, puente de unión entre Dios y los hombres.
24.
Templo de la luz sin sombra y sin mancha, intercede ante tu Hijo Unigénito,
Mediador de nuestra reconciliación con el Padre4, para que perdone todas
nuestras faltas y aleje de nosotros toda discordia, dando a nuestros ánimos la
alegría de amar.
25.
Finalmente, a tu Corazón Inmaculado encomendamos todo el género humano;
condúcelo al conocimiento del único y verdadero Salvador, Cristo Jesús; aleja
de él los males del pecado, concede a todo el mundo la paz en la verdad, en la
justicia, en la libertad y en el amor.
26.
Y haz que toda la Iglesia ,
al celebrar esta gran asamblea ecuménica, pueda elevar al Dios de las
misericordias el majestuoso himno de alabanza y agradecimiento, el himno de
gozo y alegría, puesto que grandes cosas ha obrado el Señor por medio de Ti, oh
clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
.......................
1
Cf. A.A.S. 53 (1961) 37 ss., 211 ss., 54 (1962), 727.
*
Se refiere a la
Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium),
cuyo capítulo VIII, está dedicado a la Virgen (N. del E.).
2.
Rupett. In Apoc 1, 7, 12; PL 169, 1043.
3
S. Ambr. Exp. in Luc 2, 26; PL 15, 1642.
4
Rom 5, 11.
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