San Bernardo Homilía 4 sobre «Missus est », n. 8-9
Oíste,
Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de
varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu
respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También
nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia,
esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el
precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios
fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta
seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida…
No
tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra
que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del
universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido
suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de
él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas
te llama: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven…déjame oír tu voz» (Cant
2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del
ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra ; pronuncia tu
palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna…
Abre,
Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas
entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu
puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor
a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe,
corre por la devoción, abre por el consentimiento. «Aquí está la esclava del
Señor, -dice la Virgen-
hágase en mí según tu palabra.» (Lc. 1, 38).
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