jueves, 25 de noviembre de 2021

Sobre el tiempo de Adviento

 

(Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)

 De las cartas pastorales de san Carlos Borromeo, obispo


Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísimo de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.


jueves, 18 de noviembre de 2021

Oración de María para sus fieles esclavos

 


 San Luis María de Montfort .

(El secreto de María)


Salve, María, amadísima Hija del Eterno Padre; salve, María, Madre admirable del Hijo; salve, María, fidelísima Esposa del Espíritu Santo; salve, María, mi amada Madre, mi amable Señora, mi poderosa Soberana; salve, mi gozo, mi gloria, mi corazón y mi alma. Vos sois toda mía por misericordia, y yo soy todo vuestro por justicia. Pero todavía no lo soy bastante.

De nuevo me entrego a Vos todo entero en calidad de eterno esclavo, sin reservar nada ni para mí, ni para otros. Si algo veis en mí que todavía no sea vuestro, tomadlo en seguida, os lo suplico, y haceos dueña absoluta de todos mis haberes para destruir y desarraigar y aniquilar en mí todo lo que desagrade a Dios y plantad, levantad y producid todo lo que os guste.

La luz de vuestra fe disipe las tinieblas de mi espíritu; vuestra humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo; vuestra contemplación sublime detenga las distracciones de mi fantasía vagabunda; vuestra continua vista de Dios llene de su presencia mi memoria, el incendio de caridad de vuestro corazón abrase la tibieza y frialdad del mío; cedan el sitio a vuestras virtudes mis pecados; vuestros méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento. En fin, queridísima y amadísima Madre, haced, si es posible, que no tenga yo más espíritu que el vuestro para conocer a Jesucristo y su divina voluntad; que no tenga más alma que la vuestra para alabar y glorificar al Señor; que no tenga más corazón que el vuestro para amar a Dios con amor puro y con amor ardiente como Vos.

No pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, ni aun espirituales. Para Vos el ver claro, sin tinieblas; para Vos el gustar por entero sin amargura; para Vos el triunfar gloriosa a la diestra de vuestro Hijo, sin humillación; para Vos el mandar a los ángeles, hombres y demonios, con poder absoluto, sin resistencia, y el disponer en fin, sin reserva alguna de todos los bienes de Dios.

Esta es, divina María, la mejor parte que se os ha concedido, y que jamás se os quitará, que es para mí grandísimo gozo. Para mí y mientras viva no quiero otro, sino el experimentar el que Vos tuvisteis: creer a secas, sin nada ver y gustar; sufrir con alegría, sin consuelo de las criaturas; morir a mí mismo, continuamente y sin descanso; trabajar mucho hasta la muerte por Vos, sin interés, como el más vil de los esclavos.

La sola gracia, que por pura misericordia os pido, es que en todos los días y en todos los momentos de mi vida diga tres amenes: amén (así sea) a todo lo que hicisteis sobre la tierra cuando vivíais; amén a todo lo que hacéis al presente en el cielo; amén a todo lo que hacéis en mi alma, para que en ella no haya nada más que Vos, para glorificar plenamente a Jesús en mí, en el tiempo y en la eternidad.

Amén

 

viernes, 12 de noviembre de 2021

Plegaria del papa Juan Pablo II a la inmaculada Virgen María

 VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


Nagasaki, 26 de febrero de 1981

 

Al tener la oportunidad de visitar esta casa, marcada por la memoria del Beato Maximiliano Kolbe, quisiera hacerme partícipe, en cierto sentido, del espíritu de ese celo apostólico que le trajo a Japón y proferir aquí las palabras que este hijo de San Francisco, llama viva de amor, parece decirnos a nosotros todavía.

Estas palabras están dirigidas a Ti, Virgen Inmaculada. Fue a Ti a quien rogó el padre Maximiliano; a Ti, la única elegida eternamente para ser la Madre del Hijo de Dios; a Ti, la única a quien nunca tocó la mancha del pecado original, a causa de esa santa maternidad; a Ti, la única que fue su Madre y la Madre de nuestra esperanza.

Permíteme a mí, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, y al mismo tiempo un hijo de la misma nación que el Beato Maximiliano Kolbe, permíteme, Inmaculada, confiarte la Iglesia de tu Hijo, la Iglesia que durante más de cuatrocientos años ha llevado a cabo su misión en Japón. Esta es la antigua Iglesia de los grandes mártires y recios confesores. Y es la Iglesia de hoy, que recorre su camino una vez más a través del servicio de los obispos, del trabajo de los sacerdotes, religiosos y religiosas, sean japoneses o misioneros, y a través del testimonio de los seglares cristianos que viven en sus familias y en las diferentes esferas de la sociedad, modelando su cultura y su civilización cada día y trabajando por el bien común.

Esta Iglesia es verdaderamente aquel "pequeño rebaño" del Evangelio, igual que los primeros discípulos y confesores, el pequeño rebaño a quien Cristo dijo: "No temáis... porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino" (Lc 12, 32).

¡Oh Madre Inmaculada de la Iglesia, a través de tu humilde intercesión ante tu Hijo, haz que este "pequeño rebaño" sea, cada día, un signo más elocuente del Reino de Dios en Japón! Haz que, a través de él, este Reino brille cada vez más intensamente en la vida de los hombres y se extienda a otros a través de la gracia de la fe, y a través del santo bautismo. Que se haga cada vez más fuerte por el ejemplo de vida cristiana de los hijos e hijas de la Iglesia en Japón. Que se haga fuerte en él la esperanza de la venida del Señor, cuando la historia y el mundo serán consumados sólo en Dios.

Todo esto te lo confío a Ti, oh Inmaculada, y esto imploro de Cristo por intercesión de todos los santos y beatos mártires japoneses, y del Beato Maximiliano Kolbe, el apóstol que tanto amó esta tierra. Amén.

 

jueves, 4 de noviembre de 2021

El pecado de la posmodernidad

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

A ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira”. Ro 1, 25.

 

El error y la mentira, injertados en la opinión individual a través del ego, se convierten en una característica mediática difundida virulentamente por los laberintos de las redes sociales.

El concepto equivocado del parecer capcioso reclama los derechos inalienables de la libertad. La razón, divina y omnímoda, es reemplazada por un juicio blasfemo esclavizado por la moda, derecho formal de la anarquía.

Y sobre ese escenario relativista surge un libertinaje oscuro diseñado para enmascarar los dogmas de la fe católica. La primera víctima, de esa manía de adaptar la axiología cristiana a la satisfacción de la tentación, es el alma divorciada del bien.

La separación del orden absoluto es maquillada con la locura mística. Esa fase, común y desquiciada, se caracteriza por la asignación de dones celestiales según manifestaciones privadas de Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, a un círculo de elegidos.

En ese estadio de neopaganismo, el poseído por su egolatría de predicador de arcanos insondables modifica textos bíblicos, inventa advocaciones marianas, redacta sobre angelología secreta, profetiza nostalgias y cura a la cultura de la memoria. Es el horror del escándalo.

Dios se convierte en el veredicto de una idea sin criterio. La Trinidad Santa, creadora de la gracia inmaculada, y su Verbo encarnado en el seno de la criatura virginal, queda fuera de la invitación a una existencia de santidad.

El tiempo ateo refunde la caridad.

El reloj de esa herejía contumaz, expresión del disfraz, es el centro de pensamiento donde la teología del amor es anulada por la enseñanza del defecto.

Surge entonces, entre la maraña de las ideologías insanas para el neuma y el logos, el surco mezquino donde las semillas de la parca se siembran en un siglo arquitecto de sepulcros.

El fallecimiento de la palabra sagrada, como vocablo superior del don de gentes, deja abierto el pasillo hacia el abismo asesino. Triunfo de la banalidad mutante de una época banderiza. Su mentira lucha soberbia por el aborto, la eutanasia y la esterilidad del género creativo. Ella da la vida por la muerte.

Resulta aterrador el desangre por la herida moral del homo modernus. Él quiere una esclavitud universal. Añora una sombra para cobijar su desgracia refundida en la desesperanza. El reaccionario diseña ídolos para adorar con delirio fanático. Acción poseída por un paroxismo adicta al suspiro del vicio.

La riada terrible de las costumbres sin Dios busca una causa para derribar el imperio humilde de María Santísima, misión imposible.

La frustración, generadora de agresividad, ensambla una religiosidad basada en el dictamen dictatorial de la sentencia según el interés económico de la necesidad.

Dibuja figuras femeninas para sustentar mensajes apócrifos, levantan altares al fenómeno ejecutado por el arte de las tramoyas. Vende el discurso editado en el crespúsculo del sofisma. Dinámica de la errata.

El empuje del motín ideológico azuza a la masa con la demagogia ignara de la fatalidad e infiltra la duda en la conversación con la virtud. Es la estrategia contra el catecismo.

En síntesis, católicos colombianos, no olviden que la Madre de Dios es la esclava de los mandamientos del Altísimo. Por favor, no conviertan el culto de hiperdulía en un tratado de Teratología.