Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“…He aquí, yo envío un ángel delante de ti,
para que te guarde en el camino y te lleve al lugar que yo he preparado…” (Ex
23,20).
El conjunto escultórico de Nuestra Señora de la Peña fue separado de sus
ángeles acompañantes por el cantero Luis de Herrera en junio de 1716.
Las figuras, de porte angelical, eran parte del milagro del 10 de agosto
de 1685. Ellas resultaron incluidas en el inventario del relato de las crónicas
de la época. ¿Cuántos eran?, qué formas tenían en su alto relieve?,
¿representaban a los arcángeles Rafael y Gabriel? ¿el ángel custodio? ¿La legión angélica de María?
Las respuestas fueron aniquiladas por el martillo y el cincel de los ayudantes
del oficio de la cantería. El cuestionario continúa con otras dudas.
Cuando se tomó la decisión de separar las efigies de la Sagrada Familia
de la roca principal se decidió eliminar la parte de los ángeles. Motivo: el
transporte desde la cima del cerro El Aguanoso hasta la loma de los Laches.
La razón de esa determinación puede ser cuestionada. ¿La supresión fue
producto de la impericia de los ayudantes de Herrera?, ¿quizás un mal golpe
averió a la escultura? ¿O simplemente fue un dictamen juicioso sobre la
conveniencia del traslado por el borde de un precipicio?
Lo difícil del asunto lo
resuelve el tiempo que gastó el maestro en separar a san Miguel del bloque primario.
La tarea le costó cuatro meses de una delicada y precisa labor. Comenzó el 22
de junio y terminó el 21 de octubre de 1716. El dato apunta a una hipótesis.
Solo extraer una de las estatuas consumió inmensos recursos económicos y
temporales en el más arisco e inhóspito sitio de las laderas orientales del
viejo Santafé de Bogotá. Bien podrían haber optado por la oblación de los
guardianes.
El hecho contundente de conservar
a san Miguel marca, desde el inicio de la devoción, una predilección por el
gran protector de la Iglesia católica.
“…Entonces se entabló
una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón.
También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya
en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente
antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue
arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él…” (Ap. 12, 7-9).
El detalle de la pieza,
escogida para su posterior preservación en un templo digno, es que Miguel porta
en sus manos y sostiene contra su pecho una custodia y su hostia magna.
La historia es diáfana
hubo una preferencia notoria. El conjunto superior está compuesto por la
Inmaculada que sostiene a su Hijo, unigénito, El Redentor, en compañía de su
castísimo esposo, san José. Esa agrupación quedó perpetuamente unida.
El 30 de noviembre de
1716, la piedra del ángel abrió la marcha del peligrosísimo descenso. Miguel marchó
sobre las andas llevadas por los valientes cargueros. San Miguel obtuvo ese
privilegio, el de sobrevivir al mazo, para servir de centinela a la voluntad
divina. Sus devotos, durante los siguientes dos siglos, le celebraron la fiesta
el 29 de septiembre porque los otros ángeles fueron sacrificados para poder
edificarle una ermita a Nuestra Señora de la Peña.